Yo sí vivo en este siglo
JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO) | EL UNIVERSAL
viernes 7 de diciembre de 2012 12:00 AM
Nunca pensé que mi artículo del pasado viernes, titulado "¿Cómo deben portarse las niñas?", escrito con la mejor intención, generara tantas reacciones. Situación que, por supuesto, me tiene sorprendido: ¡gratamente sorprendido! Permítanme compartir con ustedes la experiencia porque me satisfizo mucho recibir las más variopintas respuestas, incluso desde más allá de nuestras fronteras.
A mi correo llegó de todo: reflexiones, análisis, respaldo, invitaciones a debatir el tema y, por supuesto, insultos. Tanto así que me sentí inspirado a escribir una parte 2, y eso que por allí dicen que nunca, segundas partes, fueron buenas. Pero, es lo menos que puedo hacer para satisfacer a quienes invirtieron su tiempo, no solo para leerme sino para, posteriormente, sentarse frente al computador a expresar sus puntos de vista. Me escribió un sinnúmero de compatriotas, nostálgicos -como yo- de aquellos momentos en que nuestro vocabulario no estaba tan deteriorado; señoras (muchas contando sus experiencias sobre el tema; otras, haciendo gala de su amplio dominio de palabras soeces) e incluso lectores desde Francia, Estados Unidos, Colombia y España... Y este es uno de los aspectos que, antes que nada, quiero resaltar: ¡El poder que tiene Internet! La prueba palpable de la "aldea global" a la que hacía referencia MacLuhan. Somos definitivamente, gracias a la WEB, ciudadanos globales.
Dicho esto, arranco con mi primera reflexión: mi pretensión al querer promover una comunicación libre de "palabrotas", no es que volvamos al siglo pasado o al antepasado, donde las mujeres no tenían ni voz ni voto. ¡Pa tras ni pa coger impulso! Mucho menos, ni promuevo ni creo en la superioridad de un género sobre otro: es más, en muchos aspectos de la vida actual, las mujeres, nuestras féminas, nos "llevan una morena" como decimos en criollo. Pero, el hecho de hablar bien, de hacer un uso adecuado de nuestro idioma no debería ser un asunto que quedó en el pasado y por ende, perecedero. ¿O es que acaso expresarse solo con malas palabras nos hace más actuales, más modernos, más avanzados, más de este siglo?
Es cierto que me enfoqué en las mujeres; pero, reconozco (y he allí la razón de esta segunda parte) que los varones no estamos exentos de la "enjabonada" porque, soltamos nuestras palabrotas sin importarnos si estamos o no en presencia de mujeres. ¡Es verdad! Muy mal hecho de nuestra parte y también nos sale regaño porque, a quienes fuimos criados a la vieja usanza nos exigían respetar siempre, por sobre toda las cosas, a las damas. Y hablar sin groserías delante de ellas formaba parte de ese respeto. Así es mi papá: ¡respetuoso a la hora de expresarse frente a nosotros! Le concedo razón a quienes me pidieron que no excluyera a los hombres y muchachos porque ellos también, sin reparo y sin contenerse, hoy en día hablan inadecuadamente delante de las féminas.
Una vez aclarado este punto (eso espero), les cuento que leyendo los correos me gustó saber, por ejemplo, que en Colombia la diferencia entre tener un trabajo bien remunerado y uno estupendamente remunerado, estaba no solo en las competencias y habilidades del aspirante al cargo, sino también en su manera de expresarse. En su vocabulario. También disfruté mucho el comentario que me hizo llegar una gerente de Recursos Humanos que aseguraba que, combatir las groserías en su lugar de trabajo, era una de las faenas que se había propuesto porque sus compañeros de labores, cada vez con más frecuencia, se comunicaban inadecuadamente sin miramientos del sitio donde se encontraban. Y otra lectora que, por ejemplo, y tal vez con la misma melancolía que yo, sugería rescatar el manual de Carreño, porque no solo se había deteriorado nuestro léxico sino también nuestros modales.
Incluso por Twitter, y en apenas 140 caracteres, las reacciones no se hicieron esperar; pero, me divirtió mucho el comentario de una muchacha quien, después de leer el artículo me escribió: "está bien @mingo_1 te prometo que no digo una grosería más".
Sin embargo, "cada quien es cada quien", como suelo repetir cuando de opiniones diversas se trata; por eso, agradezco infinitamente sus comentarios y sugerencias (incluso las que son antípodas a mi posición) porque es la diversidad de criterios la que permite tener una mejor visión de conjunto.
Pero, eso sí, ahora más que nunca insistiré en mi campaña "Por un espacio libre de groserías"; porque nuestro idioma es amplio, rico y porque, lo que oigo a diario, es su deterioro acelerado. Y créanme, debemos hacer algo al respecto (claro, solo quienes estén de acuerdo con la idea, porque gracias a Dios, existe libertad de criterio, elección y expresión).
Por cierto, no puedo terminar sin antes agregar: vivo en el siglo XXI, en mi Venezuela caótica, que no abandono. A la que amo y critico porque esa licencia me la da el hecho de que no me he marchado de ella... ¿queda respondida su pregunta, mi apreciado lector?
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
A mi correo llegó de todo: reflexiones, análisis, respaldo, invitaciones a debatir el tema y, por supuesto, insultos. Tanto así que me sentí inspirado a escribir una parte 2, y eso que por allí dicen que nunca, segundas partes, fueron buenas. Pero, es lo menos que puedo hacer para satisfacer a quienes invirtieron su tiempo, no solo para leerme sino para, posteriormente, sentarse frente al computador a expresar sus puntos de vista. Me escribió un sinnúmero de compatriotas, nostálgicos -como yo- de aquellos momentos en que nuestro vocabulario no estaba tan deteriorado; señoras (muchas contando sus experiencias sobre el tema; otras, haciendo gala de su amplio dominio de palabras soeces) e incluso lectores desde Francia, Estados Unidos, Colombia y España... Y este es uno de los aspectos que, antes que nada, quiero resaltar: ¡El poder que tiene Internet! La prueba palpable de la "aldea global" a la que hacía referencia MacLuhan. Somos definitivamente, gracias a la WEB, ciudadanos globales.
Dicho esto, arranco con mi primera reflexión: mi pretensión al querer promover una comunicación libre de "palabrotas", no es que volvamos al siglo pasado o al antepasado, donde las mujeres no tenían ni voz ni voto. ¡Pa tras ni pa coger impulso! Mucho menos, ni promuevo ni creo en la superioridad de un género sobre otro: es más, en muchos aspectos de la vida actual, las mujeres, nuestras féminas, nos "llevan una morena" como decimos en criollo. Pero, el hecho de hablar bien, de hacer un uso adecuado de nuestro idioma no debería ser un asunto que quedó en el pasado y por ende, perecedero. ¿O es que acaso expresarse solo con malas palabras nos hace más actuales, más modernos, más avanzados, más de este siglo?
Es cierto que me enfoqué en las mujeres; pero, reconozco (y he allí la razón de esta segunda parte) que los varones no estamos exentos de la "enjabonada" porque, soltamos nuestras palabrotas sin importarnos si estamos o no en presencia de mujeres. ¡Es verdad! Muy mal hecho de nuestra parte y también nos sale regaño porque, a quienes fuimos criados a la vieja usanza nos exigían respetar siempre, por sobre toda las cosas, a las damas. Y hablar sin groserías delante de ellas formaba parte de ese respeto. Así es mi papá: ¡respetuoso a la hora de expresarse frente a nosotros! Le concedo razón a quienes me pidieron que no excluyera a los hombres y muchachos porque ellos también, sin reparo y sin contenerse, hoy en día hablan inadecuadamente delante de las féminas.
Una vez aclarado este punto (eso espero), les cuento que leyendo los correos me gustó saber, por ejemplo, que en Colombia la diferencia entre tener un trabajo bien remunerado y uno estupendamente remunerado, estaba no solo en las competencias y habilidades del aspirante al cargo, sino también en su manera de expresarse. En su vocabulario. También disfruté mucho el comentario que me hizo llegar una gerente de Recursos Humanos que aseguraba que, combatir las groserías en su lugar de trabajo, era una de las faenas que se había propuesto porque sus compañeros de labores, cada vez con más frecuencia, se comunicaban inadecuadamente sin miramientos del sitio donde se encontraban. Y otra lectora que, por ejemplo, y tal vez con la misma melancolía que yo, sugería rescatar el manual de Carreño, porque no solo se había deteriorado nuestro léxico sino también nuestros modales.
Incluso por Twitter, y en apenas 140 caracteres, las reacciones no se hicieron esperar; pero, me divirtió mucho el comentario de una muchacha quien, después de leer el artículo me escribió: "está bien @mingo_1 te prometo que no digo una grosería más".
Sin embargo, "cada quien es cada quien", como suelo repetir cuando de opiniones diversas se trata; por eso, agradezco infinitamente sus comentarios y sugerencias (incluso las que son antípodas a mi posición) porque es la diversidad de criterios la que permite tener una mejor visión de conjunto.
Pero, eso sí, ahora más que nunca insistiré en mi campaña "Por un espacio libre de groserías"; porque nuestro idioma es amplio, rico y porque, lo que oigo a diario, es su deterioro acelerado. Y créanme, debemos hacer algo al respecto (claro, solo quienes estén de acuerdo con la idea, porque gracias a Dios, existe libertad de criterio, elección y expresión).
Por cierto, no puedo terminar sin antes agregar: vivo en el siglo XXI, en mi Venezuela caótica, que no abandono. A la que amo y critico porque esa licencia me la da el hecho de que no me he marchado de ella... ¿queda respondida su pregunta, mi apreciado lector?
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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