Chávez, relativamente
Venezuela será distinta, necesariamente, sin que el hecho dependa de la vida de un hombre
ELÍAS PINO ITURRIETA | EL UNIVERSAL
domingo 3 de marzo de 2013 12:00 AM
Hay que mirar hacia el Hospital Militar, desde luego, no en balde la salud del presidente Chávez es un enigma del cual dependen muchas cosas en Venezuela y sobre cuya evolución apenas saben dos o tres personas que han guardado silencio sobre un tema que incumbe a toda la sociedad. La posibilidad de que se considere con seriedad el destino de la república depende de las noticias que se niegan a circular sobre la realidad de un protagonista que ha copado la escena desde hace unos catorce años, ausencia que no deja de ser importante en un pueblo aficionado al personalismo o para el cual se viene ofreciendo últimamente el personalismo como panacea de sus problemas. Más aún cuando el misterioso ocultamiento del jefe del Estado ha desembocado en una situación de ilegalidad que no escapa a la ciudadanía, independientemente de que el Tribunal Supremo de Justicia, con más pena que gloria, haya sentenciado lo contrario. Más aún cuando tampoco escapa a nadie la injerencia de Cuba en el ocultamiento del paciente sobre cuya salud no pasa un día sin rumores y sin quejas, participación escandalosa que lesiona el cacareado principio de la soberanía nacional y no deja de levantar ronchas.
Se trata, en principio, de un problema de los "revolucionarios", quienes gobiernan o pretenden gobernar en nombre de un líder sobre cuya existencia sobran las dudas fundadas. Si es un escándalo la manipulación que han hecho de la Carta Magna para la continuidad de una administración sin cabeza, es apenas una candelita si imaginamos cómo será mientras pasen los días y prosiga el hermetismo. Tendrán que hilar muy fino para la oferta de una explicación satisfactoria en una escena que ha tenido de todo, menos explicaciones satisfactorias. O, conminados por las circunstancias, buscarán las soluciones enfáticas que se han negado a llevar a cabo. Pero el problema de la cúpula se convertirá necesariamente en reto de la sociedad toda, a menos que niegue su historia y su existencia y compre boletos para presenciar el espectáculo de su propia destrucción. Entonces el desafío de unos pocos se volverá necesidad colectiva, esto es, búsqueda compartida de un desenlace que no puede quedar en las manos del vicepresidente y de su corte.
Pero, independientemente de lo que se ha escrito hasta aquí, es evidente que el problema venezolano no depende de la salud del hombre a quien procuramos a diario, del paciente a quien amamos y maldecimos como parte de la rutina. Supongamos que se recupera y retorna plenamente a sus funciones. O, por el contrario, que muere a pesar de las atenciones médicas y de las oraciones de sus seguidores. En cualquiera de las dos situaciones su papel será secundario, porque lo que hizo y lo que dejó de hacer hasta la fecha de su primera enfermedad han conducido a una crisis económica que se convierte en esencia de la vida de las mayorías y, también, en entierro de la revolución. Pese a la propaganda enfebrecida y a los cirios del culto, no tendrá la influencia que ha tenido hasta ahora, o esa influencia funcionará como bumerán. Obligado por las necesidades materiales de la sociedad, Chávez vivo o muerto pasará a segundo plano. El hombre que se quiso imponer sobre la realidad contemplará, en su despacho o en el camposanto, cómo la realidad cobra venganza al colocarlo en uno de sus rincones.
El problema no es Chávez enfermo o Chávez regresando campante a su trabajo, sino la existencia de un entorno cuyas urgencias materiales no se han observado a cabalidad por estar pendientes de una sola persona. Tal vez sea la última batalla que gane su personalismo, no en balde sigue en primera plana a pesar de que las señales que brotan de cualquier parte nos obligan a estar pendientes de la arepa, pero no puede ser por mucho tiempo. Ningún ritual suplantará a la realidad, ninguna oración será capaz de ocultar los padecimientos económicos, pese a la importancia que se ha concedido hace poco a la llamada religiosidad popular; ninguna manifestación de burócratas manipulada por el régimen será capaz de tapar las goteras de uno de los tejados más maltrechos de la historia contemporánea; ningún líder sobrevivirá a la avalancha de la escasez, la hambruna, la incuria y la ineficacia, por muy poderoso y carismático que haya sido. De lo cual se desprende, por lo tanto, la necesidad de mirar hacia esa realidad que sólo promete padecimientos y sacrificios que nos incumben a todos y de los cuales deviene la necesidad de dirigir el rumbo a situaciones distintas.
¿Qué va a hacer Chávez, si regresa a Miraflores? ¿Cómo nos va a sacar, si se libra de la muerte, de un atolladero que él fabricó? ¿Va a venir como antes, atronador, campeón altivo? Tendría que ser otro, como otros son los retos que deberá enfrentar, como otro será el país que ha resultado de su paso de catorce años por las alturas del poder, como otros serán los venezolanos escarmentados debido a los corolarios de la revolución. Tendremos que seguir pendientes del Hospital Militar, no faltaba más, pues en sus habitaciones se puede cerrar un capítulo de historia, pero sin olvidar que los árboles tapan el bosque. El drama del hombre poderoso que cada vez es más débil no puede escapar a nuestra atención porque nos incumbe sin atenuantes, porque es nuestra hechura para bien o para mal, pero más debería ocuparnos el drama de la crisis económica que nos involucra a todos y abre la puerta a procesos inéditos y urgentes. Venezuela será distinta, necesariamente, sin que el hecho dependa de la vida de un hombre.
eliaspinoitu@hotmail.com
Se trata, en principio, de un problema de los "revolucionarios", quienes gobiernan o pretenden gobernar en nombre de un líder sobre cuya existencia sobran las dudas fundadas. Si es un escándalo la manipulación que han hecho de la Carta Magna para la continuidad de una administración sin cabeza, es apenas una candelita si imaginamos cómo será mientras pasen los días y prosiga el hermetismo. Tendrán que hilar muy fino para la oferta de una explicación satisfactoria en una escena que ha tenido de todo, menos explicaciones satisfactorias. O, conminados por las circunstancias, buscarán las soluciones enfáticas que se han negado a llevar a cabo. Pero el problema de la cúpula se convertirá necesariamente en reto de la sociedad toda, a menos que niegue su historia y su existencia y compre boletos para presenciar el espectáculo de su propia destrucción. Entonces el desafío de unos pocos se volverá necesidad colectiva, esto es, búsqueda compartida de un desenlace que no puede quedar en las manos del vicepresidente y de su corte.
Pero, independientemente de lo que se ha escrito hasta aquí, es evidente que el problema venezolano no depende de la salud del hombre a quien procuramos a diario, del paciente a quien amamos y maldecimos como parte de la rutina. Supongamos que se recupera y retorna plenamente a sus funciones. O, por el contrario, que muere a pesar de las atenciones médicas y de las oraciones de sus seguidores. En cualquiera de las dos situaciones su papel será secundario, porque lo que hizo y lo que dejó de hacer hasta la fecha de su primera enfermedad han conducido a una crisis económica que se convierte en esencia de la vida de las mayorías y, también, en entierro de la revolución. Pese a la propaganda enfebrecida y a los cirios del culto, no tendrá la influencia que ha tenido hasta ahora, o esa influencia funcionará como bumerán. Obligado por las necesidades materiales de la sociedad, Chávez vivo o muerto pasará a segundo plano. El hombre que se quiso imponer sobre la realidad contemplará, en su despacho o en el camposanto, cómo la realidad cobra venganza al colocarlo en uno de sus rincones.
El problema no es Chávez enfermo o Chávez regresando campante a su trabajo, sino la existencia de un entorno cuyas urgencias materiales no se han observado a cabalidad por estar pendientes de una sola persona. Tal vez sea la última batalla que gane su personalismo, no en balde sigue en primera plana a pesar de que las señales que brotan de cualquier parte nos obligan a estar pendientes de la arepa, pero no puede ser por mucho tiempo. Ningún ritual suplantará a la realidad, ninguna oración será capaz de ocultar los padecimientos económicos, pese a la importancia que se ha concedido hace poco a la llamada religiosidad popular; ninguna manifestación de burócratas manipulada por el régimen será capaz de tapar las goteras de uno de los tejados más maltrechos de la historia contemporánea; ningún líder sobrevivirá a la avalancha de la escasez, la hambruna, la incuria y la ineficacia, por muy poderoso y carismático que haya sido. De lo cual se desprende, por lo tanto, la necesidad de mirar hacia esa realidad que sólo promete padecimientos y sacrificios que nos incumben a todos y de los cuales deviene la necesidad de dirigir el rumbo a situaciones distintas.
¿Qué va a hacer Chávez, si regresa a Miraflores? ¿Cómo nos va a sacar, si se libra de la muerte, de un atolladero que él fabricó? ¿Va a venir como antes, atronador, campeón altivo? Tendría que ser otro, como otros son los retos que deberá enfrentar, como otro será el país que ha resultado de su paso de catorce años por las alturas del poder, como otros serán los venezolanos escarmentados debido a los corolarios de la revolución. Tendremos que seguir pendientes del Hospital Militar, no faltaba más, pues en sus habitaciones se puede cerrar un capítulo de historia, pero sin olvidar que los árboles tapan el bosque. El drama del hombre poderoso que cada vez es más débil no puede escapar a nuestra atención porque nos incumbe sin atenuantes, porque es nuestra hechura para bien o para mal, pero más debería ocuparnos el drama de la crisis económica que nos involucra a todos y abre la puerta a procesos inéditos y urgentes. Venezuela será distinta, necesariamente, sin que el hecho dependa de la vida de un hombre.
eliaspinoitu@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario