Leonardo Padrón y otra imperdible crónica: “Postales del cinismo”
Publicado en El Nacional el 13 abril,Siete Días pág. 4
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Conduzco hacia la Avenida Andrés Bello. Me pregunto cuántos venezolanos saben hoy día quién era Andrés Bello. Pienso en esta zona tórrida más cercana al bochorno que a la agricultura. Discurro, a vuelo rasante, sobre su portentosa Gramática de la Lengua Castellana y la indigente relación que hoy tenemos con nuestro idioma. Freno. Estoy en una intersección. Algo atrae mi mirada. En la esquina, una adolescente de la calle, roída de pies a cabeza, está echada sobre un puff, tan blanco como sucio. Es un mueble desahuciado. Y una niña sobre él, desgonzada. Vive la inesperada comodidad del cojín. Sus brazos cuelgan hasta el suelo. Sus nudillos pactan con la grasa del asfalto. Lo más perturbador es su mirada, colgada en ninguna parte. Es, ella entera, una foto de la nada existencial. Me toca avanzar. Pienso en el hombre nuevo que nos prometieron. Pienso en los colectivos y su amplia despensa de armas. Pienso en el remotísimo Andrés Bello.
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La
noticia dice que España suspendió indefinidamente la venta de equipos
antidisturbios para Venezuela después de advertir, con alarma, la feroz
represión que las autoridades ejercen sobre los estudiantes. “Es lógico
no añadir leña al fuego”, agregó el canciller español. Dos días después,
el gobierno venezolano le replica a España que no tiene autoridad moral
“para aconsejar sobre violencia y diálogo”. Agrega el comunicado, con
tono admonitorio, que “el mundo ha sido testigo de cómo el pueblo
español se ha levantado en protesta por las políticas excluyentes y
negadoras de los Derechos Humanos y la respuesta de ese gobierno ha sido
la represión contra los manifestantes”. Parece un autorretrato. Pero es
solo cinismo. Químicamente puro.
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Al
venezolano el Twitter se le ha convertido en su marca de cigarros
preferida. Ya no fuma tanto, ahora tuitea. Compulsivamente. Nos hemos
acostumbrados a resolver el país en 140 caracteres. Lanzamos volutas de
humo y “sabiduría” cada cinco minutos. En esa comarca, el rey de todas
las tribunas es el insulto. No analizo tu idea, la descoso con ofensas.
No disiento, te cuelgo un “¡Vendido!” en la red. No pregunto, te masacro
verbalmente. Es la autopista favorita de los radicales. Está llena de
escombros, basura y cauchos incendiados. Es difícil que alguna idea
consiga ventilarse serenamente. Hay francotiradores prestos a apretar el
gatillo apenas colocas un argumento, un punto de disidencia, un
criterio a contravía. No se aceptan discursos atemperados. Es un
ecosistema donde siempre triunfa la furia.“Somos un país de malagradecidos”, le oí decir a alguien. El sopor que durante semanas arropó a la MUD ha sido vengado a dentelladas. Las extenuantes vueltas que Capriles le dio al país buscando despertarlo fueron arrojadas al olvido. Es la misma actitud que asumen los fanáticos del béisbol cuando abuchean a muerte a alguna estrella que les ha dispensado momentos de gloria y hoy sólo les importa la pelota que dejó caer en el inning anterior. La oposición radical parece haber adoptado el mismo Patria o Muerte delirante que ha regido al chavismo ortodoxo. Los extremos terminan pareciendo hermanos. Los tuits de la “tropa” coquetean en tono con los de Robert Alonso. CNN en español entrevista al “guarimbero mayor” y él declara, axiomático, rubicundo: “Nosotros no somos oposición. Somos resistencia. Nosotros no dialogamos. Nos ponemos unas gríngolas. No escuchamos. Nuestra línea de acción es la segunda Independencia de Venezuela”. Así de épico. Así de grande. Al final, en un rapto de modestia, se emparenta con Charles De Gaulle. ¿Se imaginan a Bolívar liberando cinco países desde Kendall, Florida?
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Las
noticias hablan de un fuerte enfrentamiento entre la PNB y la GNB contra
los estudiantes acantonados en el perímetro de las Mercedes y el Rosal.
Otra protesta pacífica que las autoridades convierten en guerra. Antes
de salir de mi casa, observo la mancha de bombas lacrimógenas que flota
sobre la zona. La calle está repleta de carros en desorden, ulular de
sirenas y gente apretando el paso. Llego a Plaza Venezuela. El semáforo
me concede una imagen: dos policías comen, morosamente, unos raspados de
tamarindo. Allí están, tranquilazos, conversando, apoyados sobre el
carrito de raspados. Dos kilómetros más allá, sus compañeros apuran sus
perdigones sobre la humanidad de cualquiera que se mueva con estampa de
estudiante y rebeldía. ¿Sobre qué conversan? ¿El contrato millonario de
Miguel Cabrera? ¿La notable actuación de nuestro fútbol femenino? ¿La
parrillita del próximo sábado? ¿El hartazgo de estos días? Es tan lenta
la forma en que consumen sus raspados. Tan gozosa.
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Hace
días, en una de sus letárgicas cadenas, Maduro alardeaba de que el
oficialismo ha hecho un centenar de marchas y ninguna ha terminado en
violencia. Según él, bastaba ese ejemplo para detectar en cuál zona de
nuestras ideologías hace nido el terrorismo. Quedé perplejo. Le faltó,
quizás, agregar una frase más provocadora. Algo tipo: “Fíjense que a
nosotros la GNB nunca nos ha lanzado una bomba lacrimógena. Ni la mitad
de un perdigón. En Ramo Verde no hay un solo chavista preso. ¿Qué más
pruebas quieren?”. Algo así. Digo, para redondear más la idea.Me tropiezo en las redes sociales con un letrero que dice: “De los mismos creadores de ‘El comandante se recupera satisfactoriamente’, ‘Abriremos todas las cajas’ y ‘Este año no habrá devaluación’ nos llega: ‘Queremos Paz’ ”.
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Nuestro inefable ministro
de Turismo, en vísperas de Semana Santa, asegura que el problema con la
escasez de cupos para volar al exterior es porque la demanda es muy
alta. Omite la descomunal deuda con las aerolíneas. Replica el argumento
que, en la misma página de El Universal, expresa el Vicepresidente de
Gestión Institucional de la Red de Establecimientos Estatales (¡uuf!):
“Las colas para comprar comida demuestran el poder adquisitivo del
pueblo”. O sea: nos volvimos millonarios y no nos hemos dado cuenta.Pero nadie como el mismísimo presidente: “¿No se han dado cuenta de la cantidad de venezolanos gordos que hay ahora?”. Andamos rollizos de tanta abundancia, eso decía. Mientras tanto, colmados de fortuna y colesterol, ni un simple pasaje para Costa Rica logramos conseguir.
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“’Este
es su hotel, disfrútelo y trate de echar la menos vaina posible’,
podría ser la forma más sincera de redactar el primer párrafo de la
Constitución Nacional”, le comentaba José Ignacio Cabrujas a la difunta
revista “Estado y Reforma” en 1987. La imagen provenía de una idea
punzante: “El Estado venezolano actúa generalmente como una gerencia
hotelera en permanente fracaso a la hora de garantizar el confort de los
huéspedes”. Elisa Lerner ha sugerido que Venezuela, más que un país,
es una hipótesis. Cabrujas insistía en la idea de que somos un país
provisional, donde sus ciudadanos nunca han creído en sus instituciones.
Remataba con una sentencia de poderosa vigencia: “El concepto de estado
en Venezuela es un disimulo. Vamos a fingir que el presidente de la
república es un ciudadano esclarecido. Vamos a fingir que la Corte
Suprema de Justicia es un santuario de la legalidad. Pero, en el fondo,
no nos engañemos. En el fondo todos sabemos cómo ‘se bate el cobre’ ”.Y así hemos ido dando tumbos, de gerencia en gerencia, con las tuberías atascadas, la corrupción convertida en epidemia, y la fachada entera descascarándose. En este momento del siglo XXI nacional la madera de nuestras instituciones cruje pavorosamente.
El hotel ha colapsado. Ya no hay disimulo posible.
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Un estudiante cubre el
último rincón de su desnudez con las dos manos. Se le ve conmocionado.
Por un instante no sabe hacia dónde caminar. Ha sido vejado públicamente
por una horda cuya única ideología parece ser la violencia. La cámara
registra su vergüenza. La foto le da la vuelta al mundo. Al único lugar
del planeta donde parece no llegar esa imagen es a Miraflores.Mientras tanto, la ley coloca su manto protector sobre otra persona. “Solicitan medida de protección para dirigente estudiantil oficialista Kevin Ávila”, reza la noticia. Después de un día de ignominia en la UCV con lesionados aquí y allá, el gobierno se preocupa por un solo apellido. El resto espera en cuenta regresiva el fogonazo de una bala, una borrasca de golpes, o el escarnio de su desnudez.
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Viajo
con Tania Sarabia y Claudio Nazoa hacia Valencia para presentar una
disertación sobre el amor en clave de comedia. En estos días donde el
odio anda tan empoderado, quizás no es mala idea un pequeño contrapeso.
Mientras tratamos de surfear los embates noticiosos de un domingo que
terminaría siendo muy negro, recorremos la Autopista Regional del
Centro. Recuerdo en voz alta que un día como ese, tres meses atrás,
asesinaron a Mónica Spear y a su esposo. La conmoción fue tal que, desde
entonces, la chispa de la indignación ha cobrado forma de incendio
nacional. A nuestro lado se extiende lo que alguna vez llamaron “Los
Rieles del Buen Vivir”. El chofer nos señala cabillas oxidadas, tramos
inconclusos, viaductos corroídos, vestigios de lo que iba a ser y no
fue. La revolución también es pródiga en elefantes blancos. En un ya
viejo reportaje del año 2011, en esa “artillería del pensamiento” que
es El Correo del Orinoco, se hablaba de que Venezuela ya era
“pionera a escala internacional con la consolidación de 13.665
kilómetros de vías ferrocarrileras”. Pomposamente se alardeaba de una
inversión de 7 mil millones de dólares. Una promesa gorda en dinero. Hoy
solo sobreviven 3 muñecos simulando ser obreros que, como perros
guardianes, cuidan día y noche el olvido que allí reina.Mientras avanzamos en paralelo con las vías abandonadas del tren, una vieja camioneta Dodge nos supera por el lado derecho de la autopista. Sobre el vidrio posterior se ve una extraña composición plástica: Un rollo de papel tualé, agitado por el viento. Una foto de un antiguo comediante de la televisión, Jorge Tuero. Y, en letras grandes, la frase que inmortalizó en un sketch: “Los gobiernos pasan, pero el hambre queda”.
Nos reímos, con una tristeza llena de fracaso.
El cinismo del poder se puede coleccionar en forma de barajitas. Se nos iría la vida llenando el álbum.
Leonardo Padrón
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