El escocés presentó el sábado los éxitos de Jethro Tull y de su carrera solista
El líder de Jethro Tull saltó por todo el escenario del Anfiteatro
del Sambil sin desafinar manaure quintero
A JORGE MATA
En los años sesenta, Ian Anderson, entonces de largos cabellos castaños ensortijados, hechizaba con su flauta y el rock progresivo de Jethro Tull. El sábado pasado, en el Anfiteatro del Sambil, Anderson tenía pañoleta negra que le ocultaba la calva pero su hechizo continuaba intacto.
A las 7:30 de la noche el cuarteto venezolano Mojo Pojo fue el abreboca con su rock experimental con mucha fusión de jazz y tras cinco temas abandonó la tarima entre aplausos.
A las 8:26 de la noche sonó la introducción del scherzo de la novena sinfonía de Beethoven, la gente quedó atenta y se ubicó en sus asientos.
Pocos minutos después apareció Anderson, líder de Jethro Tull, saltando cual flautista de Hamelin tocando las notas de Living in the Past. Rodeó a los cuatro integrantes de la banda que le acompañaban y comenzó a hacer su magia. El escocés movía con gracia su pierna izquierda y con ella marcaba el tempo en el aire logrando mantener su equilibrio. Inquieto, con saltos de un lado al otro que en ningún momento interrumpían su sonido.
En A New Day Yesterday intercambió la flauta por la armónica y al final se dirigió a la audiencia, pero no para decir buenas noches, o gracias, sino para decir el año (1971) del siguiente tema: Up to me.
Anderson habla como pirata y al cantar parece un predicador que intenta convencer, alza el dedo, señala, se enerva. Rodea a sus músicos, le da indicaciones y presenta Hare in the Wine Cup, un tema más celta, más místico, que terminó arrancando aplausos luego de un contrapunteo de percusión entre bongós y derbake.
Presentó lo nuevo de su proyecto solista y se reía porque aún no sabía cómo llamarle. Le siguió Songs from the wood.
Había contraste en el público: jóvenes conocedores de rock curiosos de ver al músico, y personas que pasaban el umbral de los 50 que querían comprobar si Ian tocaba igual que en los setenta. Se escuchó decir a una señora: "¡Wow! Sigue sonando como antes"
La molestia constante estaba a cargo de los mesoneros que en plena presentación vociferaban: "¡Cerveza, whisky, agua!" y se atravesaban entre los asistentes atentos para vender sus bebidas.
A mitad de concierto llegó el reto: ¿Cómo hacer que la música barroca compagine con el rock? Pues, lo logró haciendo un Preludio en Do mayor de Sebastian Bach como introducción a Boureé. Parecía un duende, caminaba casi de cuclillas y su voz trataba de salir al mismo tiempo que hacía sonar la flauta transversa.
Thick as a Brick fue celebrada con el coro del público y con una ovación de pie. Al finalizar el tema, Ian agradeció por primera vez en toda la noche a la audiencia por sus aplausos.
La bien lograda fusión entre el barroco y el rock volvió a protagonizar la noche con la versión heavy metal de Tocata y Fuga de Bach del guitarrista Florian Opahle
A Change of Horses, My God (donde libró una batalla imaginaria con su flauta),Budapest y Aqualung siguieron. El hechizo de Anderson culminó tras hora y media de concierto con el tema Locomotive Breath que hizo a más de un asistente levantarse de sus asientos para bailar con los ojos cerrados en las escalinatas del anfiteatro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario