En horas de la noche fue atacado otro monumento de
la Divina Pastora en el estado Lara. Esta vez le
destruyeron el rostro tanto a imagen mariana como al
niño que posa en sus brazos. En la catedral de
Barquisimeto realizaron una misa para pedir
perdón por las ofensas causadas a la imagen
mariana. Los larenses despertaron este jueves con
la sorpresa de la imagen dañada en varios puntos de la ciudad
.
La alcaldesa de Barquisimeto, Amalia Sáez, condenó las acciones vandálicas contra el monumento de la virgen Divina Pastora, situado en la vía que une a la capital larense con Cabudare.
Las ovejas de la efigie amanecieron este jueves destrozadas, mientras el rostro de la virgen presenta un orificio provocado, presumiblemente, por un impacto de bala.
También uno de los murales de la Divina Pastora, localizado en la plaza Macario Yépez, en la avenida Lara con carrera 19, fue igualmente bañado de pintura.
Sáez catalogó estas acciones como “vandálicas y de personas desalmadas. Nos duelen profundamente estos hechos y los repudiamos”.
Informó que personal del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) ha iniciado una investigación sobre estos hechos.
A la par de la investigación para determinar “quién o quiénes están detrás de estos actos”, dijo que “desde hoy mismo se inició la restauración” de las obras de la intercomunal Barquisimeto-Cabudare y de la plaza Macario Yépez.
Sáez hizo un llamado de atención sobre el uso de la pintura roja para dañar la imagen de la plaza, esto “para inducir a la gente a que tome unas conclusiones determinadas”.
En ese sentido, destacó que “los chavistas, los bolivarianos, los socialistas, somos gente de fe, creemos en nuestra Divina Pastora y rechazamos estos actos vandálicos”.
El sacerdote Adolfo Rojas también condenó estos actos. “Estamos muy sorprendidos de estos hechos porque conocemos a fondo la creencia del pueblo en su Divina Pastora”.
Indicó que los responsables de esta situación son “personas totalmente disociadas, dislocadas, ante el avance de un proyecto progresista de país que ha traído justicia social y ha dignificado al pueblo”.
La Divina Pastora es la patrona espiritual de los larenses. La procesión de esta virgen, realizada todos los 14 de enero desde el pueblo de Santa Rosa hasta la Catedral de Barquisimeto, es la más multitudinaria de Venezuela.
Las ovejas de la efigie amanecieron este jueves destrozadas, mientras el rostro de la virgen presenta un orificio provocado, presumiblemente, por un impacto de bala.
También uno de los murales de la Divina Pastora, localizado en la plaza Macario Yépez, en la avenida Lara con carrera 19, fue igualmente bañado de pintura.
Sáez catalogó estas acciones como “vandálicas y de personas desalmadas. Nos duelen profundamente estos hechos y los repudiamos”.
Informó que personal del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) ha iniciado una investigación sobre estos hechos.
A la par de la investigación para determinar “quién o quiénes están detrás de estos actos”, dijo que “desde hoy mismo se inició la restauración” de las obras de la intercomunal Barquisimeto-Cabudare y de la plaza Macario Yépez.
Sáez hizo un llamado de atención sobre el uso de la pintura roja para dañar la imagen de la plaza, esto “para inducir a la gente a que tome unas conclusiones determinadas”.
En ese sentido, destacó que “los chavistas, los bolivarianos, los socialistas, somos gente de fe, creemos en nuestra Divina Pastora y rechazamos estos actos vandálicos”.
El sacerdote Adolfo Rojas también condenó estos actos. “Estamos muy sorprendidos de estos hechos porque conocemos a fondo la creencia del pueblo en su Divina Pastora”.
Indicó que los responsables de esta situación son “personas totalmente disociadas, dislocadas, ante el avance de un proyecto progresista de país que ha traído justicia social y ha dignificado al pueblo”.
La Divina Pastora es la patrona espiritual de los larenses. La procesión de esta virgen, realizada todos los 14 de enero desde el pueblo de Santa Rosa hasta la Catedral de Barquisimeto, es la más multitudinaria de Venezuela.
Los bárbaros que atacaron a la Virgen María en la
destrucción de la imagen de la Divina Pastora, no creo que
sepan la trascendencia de la Virgen más allá de la imagen,
más allá del odio a la Iglesia Católica, más allá de su
resentimiento a los "curas y monjas", se han metido un
símbolo sagrado.
Lean lo que escribe el P. Beda Hornung osb en su
blog "Por Cristo con El y en El"...No digo más nada...
domingo 15 de mayo de 2011
La Iniciativa es de Dios
El texto que más nos habla de María es el de la Anunciación. Es importante recordar una cosa: Todo el Evangelio, también el de la Anunciación, nos habla en primer término de Jesús. Las demás personas se pueden ver solamente en relación con Él, cómo actúan, cómo las afecta Él, qué cambios provoca en ellas. En este sentido, la Anunciación es un texto muy rico porque nos habla de un encuentro íntimo de María con Dios, y de las consecuencias que tiene esto para María. Otro punto importante es que este relato es un esquema, concretamente una combinación del esquema de vocación con el de una misión. Pero, dejemos esto a los estudiosos. Para nosotros lo importante es que, detrás de este esquema está una experiencia humana, una experiencia de Dios, con todas las actitudes y respuestas humanas que esto implica.
Dice el texto que “el ángel entró donde estaba ella” (Lucas 1,28). Dios toma la iniciativa. Eso nos recuerda lo que diría San Juan más tarde: “Por eso existe el amor: no porque amáramos nosotros a Dios, sino porque él nos amó a nosotros” (1Juan 4,10). Entra en nuestra vida, allí donde estamos.
El arte ha tratado de imaginarse qué estaba haciendo María en el momento en que el ángel llegó. La representa trabajando, por ejemplo, hilando, o también orando. La Escritura no nos dice nada de eso. Así tiene más énfasis el hecho de que Dios entra en nuestra vida, allí donde estamos nosotros.
Otros textos de la Biblia pueden darnos una idea del impacto que tiene esta entrada de Dios en nuestras vidas. Así tenemos a Moisés, para el momento el libertador fracasado de su pueblo. Había intentado liberar a su pueblo por su propia fuerza, según criterios humanos. Había tenido que huir del faraón, y había terminado como pastor de ovejas. Fue en la soledad del desierto y de este fracaso, cuando Dios se le apareció en la zarza ardiente, y lo envió a liberar a su pueblo (Éxodo 3,1-4,17).
Gedeón “estaba limpiando el trigo a escondidas, en el lugar donde se pisaba la uva para hacer vino, para que los madianitas no lo vieran”, cuando el ángel del Señor lo llamó a liberar a su pueblo (Jueces 6,11).
De igual manera, “cuando los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías”, Jesús resucitado entró en medio de ellos (Juan 20,19).
Y, como hemos meditado en otra entrada de este blog (25 de enero de 2011), Pablo estaba persiguiendo la Iglesia, cuando Cristo le salió al encuentro, y lo llamó a ser su apóstol (Hechos 9,1-18).
Para nosotros, esto es de suma importancia: para Dios no hay límites; Él escoge su gente, en el momento y en la situación cuando Él quiere, incluso en el pecado, como en el caso de Pablo. Entra en nuestra vida diaria, en nuestros escondites y por las puertas cerradas. Eso garantiza nuestra humildad, porque no podremos decir que haya habido méritos de nuestra parte.
Además, como la entrada de Dios en nuestra vida es toda una sorpresa, se excluye que todo sea imaginación nuestra. Dios rompe los esquemas de nuestros pensamientos: “Así como el cielo está por encima de la tierra, así también mis ideas y mi manera de actuar están por encima de las de ustedes” (Isaías 55,8-9).
Volviendo a María, nuestro ejemplo de una relación con Dios, lo que necesitamos es cierta apertura del corazón, para poder percibir a Dios cuando llega a nosotros. No se trata de tener expectativas, ni de imaginarse nada. Dios siempre es y será diferente. Recordemos a Moisés y a Gedeón: estaban en una situación de impotencia frente a fuerzas mayores que ellos. Era entonces cuando Dios se manifestó. De manera que precisamente nuestros fracasos, nuestra impotencia, pueden ser este suelo fértil donde Dios quiere actuar.
Adelantándonos un poco, el Evangelio hace énfasis en que María era virgen, y que no conocía varón. ¡Una situación imposible para tener un hijo! Pero Dios es especialista en cosas imposibles. Basta con que aceptemos nuestra pobreza; Él hará el resto.
sábado 14 de mayo de 2011
El Nombre de María
Antes de entrar en más detalles acerca de la Madre de Jesús, veamos primero si el nombre de ella nos da una idea que nos permita saber quién era ella, y qué pueda significar esto para nosotros. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento encontramos anuncios del nacimiento de un niño, junto con el significado de su nombre y la misión que tendrá. Por ejemplo, “le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1,21). “Jesús” significa “Dios salva”. En el caso de María, la madre de Jesús, no tenemos ninguna referencia o explicación de este tipo.
Sin embargo, como decían los antiguos romanos, “nomen est omen – el nombre es un presagio”, me gustaría indagar un poco en el significado de este nombre, para ver lo que ella pudo haber sido, y lo que Dios ha hecho en quien se llamaba así.
Nosotros la llamamos “María”; este es el nombre que tiene en el evangelio de Mateo. Lucas, en el original griego, la llama “Mariám”, que es la forma aramea de “Miriam”. ¿De dónde viene esta palabra? Miriam, la hermana mayor de Moisés, nos puede dar una pista. Su nombre tiene que ver con “rebelión” (Números 12,1-16). De hecho, la raíz de esta palabra (“mar” en hebreo) significa “rebelde, revoltoso, provocador, desobediente, contra, amargado, cambiado, provocación”. Como verbo, en su forma básica, “mará” significa “rebelarse, ser desobediente contra el padre o contra Dios”. En su forma causativa significa, mostrar todas estas actitudes. (Enhanced Strong’s Lexicon, [Oak Harbor, WA: Logos Research Systems, Inc.] 1995). Éstas no son precisamente características muy positivas.
Hoy en día ya no nos fijamos mucho en el significado del nombre. Sin embargo, mucha gente pone a sus hijos nombres de gente (a veces tristemente) famosa, o nombres compuestos de nombres de familiares cercanos; lo que hace pensar que el niño seguirá las huellas de sus antepasados. Otros sacan el horóscopo del momento del nacimiento, o practican cualquier otro método de adivinación, para saber el posible futuro de sus hijos, dando por sentado que ellos “van a ser así”. Con estas prácticas, por no tomar en cuenta a Dios, nos quedamos en el nivel inconsciente, por no decir de esclavitud, de nuestra vida.
Pero, volvamos a María, y saquemos nuestra información del Evangelio de Lucas. En este texto, el ángel llama a María la “llena de gracia; el Señor está – es – contigo” (El texto original admite ambos significados: “es” y “está”; Lucas 1,28). Por encima de lo que pueda significar su nombre, y del futuro que se le pueda vaticinar, ésta es su esencia: está llena de gracia, del favor y amor de Dios. Dios está con ella, no sólo al lado de ella, sino que “está de su parte”. Estas pocas palabras de Lucas nos permiten remontarnos al primer capítulo del libro Génesis, donde nuestros padres proclaman su fe: que TODO es bueno.
Por lo tanto, tendremos que leer todas las características de “Miriam” en clave positiva: me hace pensar en una joven que “no es del montón”, que es “fuera de serie”, que tiene personalidad propia, que no sigue la corriente de todo el mundo, que se atreve a cuestionar lo de siempre, que es libre; incluso su relación con Dios no es la de costumbre, como la de todo el mundo. En resumidas cuentas, es una mujer diferente que nos puede sorprender a todos. Por supuesto, ella no tenía necesidad de convertirse porque nunca se había alejado de Dios. Pero, eso sí, esta relación con Dios tuvo que madurar y profundizarse en el tiempo.
En este detalle está una primera buena noticia para nosotros: Dios nos deja saber que está con nosotros; que estamos llenos de su gracia, que nos ama. Y es más: ¡no hay gente mala! La Palabra de Dios nos recuerda que todos somos buenos (Gen 1).
Forzando un poco la gramática española, diría que “estamos malos” (algo circunstancial y pasajero), pero somos buenos (nuestra esencia). Nosotros estamos acostumbrados a vernos un poco malos y un poco buenos. Lo que queda “bajo la raya”, eso lo creemos que somos. Pero esto no es el Evangelio. Nuestra esencia es que somos buenos porque Dios nos ha creado. Y, como un árbol bueno no puede dar frutos malos, así nuestro Dios bueno no puede crear gente mala, o – como dicen algunos – Dios no crea basura. Si tenemos baja autoestima, si nos despreciamos, o si nos desprecian, es nuestra fe en la palabra de Dios que nos saca de este hoyo. Por supuesto, siempre habrá gente que nos menosprecia. Pero es nuestra decisión a quién le damos crédito: ¿a aquellos que nos rebajan, o a Dios que nos eleva a la dignidad de ser sus hijos?
Es lo que el P. Thomas Keating llama nuestra bondad básica. El aceptar esta bondad básica es un salto cualitativo en nuestro camino espiritual; en otras palabras: es entonces cuando realmente comenzamos a crecer. “Esta esencia de bondad puede crecer y desarrollarse de manera ilimitada, y llegar a convertirse en imagen de Cristo” (Mente Abierta, Corazón Abierto, capítulo 13, pg. 138).
Permítanme terminar con una pregunta indiscreta: ¿Estamos conscientes de todo esto cuando rezamos el “Ave María”?
martes 7 de diciembre de 2010
La Inmaculada
Celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Las imágenes que representan este misterio, muchas veces, nos dan la impresión de que la Virgen es una persona inalcanzable. “Ella es santa - ¿pero yo?”
Sin embargo, no se trata de recordar algún “estatus” inalcanzable para nosotros, sino al contrario: se trata de recordar y llevar a nuestra consciencia la vocación y el destino de todos nosotros; precisamente algo de lo que nos olvidamos normalmente.
¿Cómo nos vemos a nosotros mismos? Si quieres, haz la prueba. Escribe en un papel, en sendas columnas, tus rasgos positivos y negativos. ¿Cuál de las columnas es más larga? Lo que queda bajo la raya, eso creemos que somos. Muchas veces es la de los rasgos negativos. Entonces tenemos una autoimagen negativa de nosotros. Quizá un complejo de inferioridad, o complejos de culpa.
Y no estamos ni pendientes de un hecho de suma importancia: ¡que Dios nos ha creado BUENOS! Ya lo dice el libro de Génesis, en el primer capítulo. Y sigue diciendo en el segundo capítulo que Dios nos ha puesto en un paraíso, en una felicidad permanente, y que mantiene con nosotros una familiaridad como la hay entre amigos. ¡ESTO somos nosotros EN PRINCIPIO! Ésta es nuestra esencia, la de TODOS NOSOTROS, sí, ¡también de aquel que tú quisieras ver en lo más profundo del infierno! Porque Dios nos ha creado a todos; por eso, todos somos buenos.
Suena a muy ilusorio. Pero lo ilusorio es más bien lo que nosotros hemos hecho con este don de Dios. El tentador, en forma de serpiente, nos ha llevado a no buscar y vivir nuestra esencia, sino a buscar lo inmediato, como un animal rastrero que no ve más allá de sus narices.
En este caso, lo que vivimos no es nuestra esencia, no una situación hecha por Dios, sino por nosotros mismos y, por lo tanto, no puede ser duradera. Cuando aprendí español, al comienzo me costó entender la diferencia entre “ser” y “estar”, porque en mi idioma materno, y en muchos otros, no hay tal diferencia. Por fin lo capté: “ser” se refiere a algo permanente, esencial, mientras que “estar” se refiere a algo pasajero, circunstancial. Pues bien, usando esta diferencia, yo diría que “estamos malos, pero somos buenos”. Por supuesto, según la gramática, eso está dicho mal; pero, la gramática sólo refleja nuestra mentalidad. Tomando en cuenta nuestra fe en Dios, lo dicho por mí es correcto. Podemos no hacer caso de nuestra esencia, y pecar, pero no podemos sacudírnosla. Seguimos siendo hijos de Dios. Y eso nos permite que en cualquier momento podemos volver al Padre, igual que el hijo pródigo; y Él se alegra de nuestra vuelta porque ésta nos da la felicidad que nos había destinado desde el principio.
Al celebrar entonces la Inmaculada Concepción, recordamos y celebramos nuestra propia dignidad de hijos de Dios, y nuestras oportunidades inagotables de regresar adonde Él cuando nos demos cuenta de que nos hemos alejado de Él.
Autor Beda Hornung
viernes 22 de octubre de 2010
María, la Esclava del Señor
Dijo María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1,38).
Escuchamos este texto con tanta frecuencia que muchas veces no nos damos cuenta del alcance de su significado. “Esclava” es una palabra muy fuerte; en la palabra griega (“dule”) del texto original se percibe que esta persona está “atada” a alguien. No es libre en sus movimientos ni en sus decisiones. En el mundo antiguo, los esclavos no tenían lo que hoy llamaríamos derechos humanos. En Israel fue la ley de Moisés que comenzó a aliviar algunas situaciones de ellos. Pero su situación seguía siendo muy precaria. Eran la propiedad de sus señores: “No ambiciones la casa de tu prójimo, ni su campo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca” (Deuteronomio 5,21). Se enumera al esclavo y a la esclava junto con las demás pertenencias del dueño, cosas y animales.
Ahora bien, si María se llama “esclava del Señor”, ¿dónde queda su libertad? ¿Acaso Dios quiere nuestra esclavitud? De hecho, no faltaban teólogos que interpretaban este texto como apoyo al poder patriarcal-machista sobre las mujeres sometidas.
Sin embargo, estas preguntas provienen de una lectura fuera de contexto, y de una imagen equivocada de Dios y de nosotros mismos.
Fuera de contexto, porque se nos olvida quién es este Dios que se dirige a María, y cómo la trata. Es el Dios de Israel que siempre se ha preocupado por el pobre, el Dios que hace “obras grandes” en nosotros, como diría María más tarde en el himno del Magníficat (Lucas 1,46-55).
Es el Dios que la llama “llena de gracia”, que no sólo está, sino que ES con ella; es la presencia de Dios en nosotros. Es un Dios que ama a su creatura infinitamente, la crea “a su imagen y semejanza”, y por eso quiere lo mejor para ella. Es un Dios que nos saca de la modorra de lo acostumbrado de nuestras propias creaciones limitadas, para que podamos dejarnos crear por Él.
En cuanto a la imagen equivocada de nosotros mismos, cabe preguntar en qué consiste la libertad. Creemos que somos libres, para hacer lo que se nos ocurra. Y nos olvidamos de que, la mayor parte de nuestra vida, vivimos “en piloto automático”. Respondemos a nuestras necesidades instintivas, como son el afán de seguridad, de “ser alguien”, de estar en control. Y, muchas veces sin darnos cuenta, estamos presos del miedo a perder algo que consideramos nuestro, del “¿qué dirán?”, de perder el control sobre los demás o de una situación, de quedarnos sin apoyo.
La pregunta, entonces, no es si somos esclavos o no; porque siempre servimos a alguien o algo. La pregunta correcta es, de quién somos esclavos. ¿De nuestros miedos o de Dios? En el himno del Benedictus (Lucas 1,74-75) se dice que “libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos (a Dios) en santidad y justicia”. Es cuando dejamos ir todas estas preocupaciones, cuando superamos el miedo, entonces es cuando podemos servir a Dios y al prójimo.
De esta manera, el hacerse esclavos del Señor, en realidad, es la superación de la esclavitud; porque nos arranca de las ataduras a intereses ajenos, y nos permite dejar que Dios actúe en nuestras vidas para hacer las maravillas que sólo Él sabe hacer, para que lleguemos a ser lo que Él quiere que seamos; sólo eso nos da felicidad.
Por eso, Isabel llama “dichosa” a María porque “ha creído”, ha dado crédito a la palabra de Dios. Y María, más tarde, puede decir que “todas las generaciones la felicitarán”; no porque ella sea famosa, rica o poderosa, sino “porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí”.
Si hoy en día estamos tan interesados en conquistar nuestra “libertad”, ¿nos damos cuenta de que, muchas veces, sólo nos hacemos más esclavos de los poderes que nos rodean y manipulan? Por supuesto, la libertad auténtica lleva consigo el sufrimiento, el asumir las consecuencias de nuestras decisiones. Pero, ¿quién ha dicho que los esclavos no sufren? ¿Cuánta gente “libre” está deprimida y va al siquiatra – ¡que las llena de pastillas!? Pero el deseo de la auténtica libertad no se puede amordazar con drogas. La única respuesta a este deseo es la entrega en las manos del Señor. “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu; tú, el Dios leal, me librarás” (Salmo 3,5).
Autor Beda Hornung
lunes 27 de septiembre de 2010
María y la Lectio Divina
El Magníficat - un retrato del alma de María, por decirlo así - está completamente tejido por los hilos de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama.
Benedicto XVI en su Encíclica Deus Caritas Est (Dios es Amor), no. 41
Autor Beda Hornung
lunes 6 de septiembre de 2010
Nuestra Señora de Coromoto
Pintora del ícono: Titiana Popa |
El 11 de septiembre celebramos en Venezuela nuestra Patrona, la Virgen de Coromoto.
A comienzos del año 1651, en plena época de la colonia, la Virgen se apareció en la región entre Guanare y El Tocuyo, en los llanos venezolanos, a una familia de indios. La “Bella Mujer” les dijo que “salieran a donde estaban los blancos, que les echasen agua sobre la cabeza para ir al cielo”. Los indios, aunque después de cierta resistencia, cumplieron con este deseo de la “Bella Mujer”. Se trata pues de la invitación a bautizarse. Este detalle es de suma importancia, no sólo para los indios de aquel tiempo, sino incluso para nosotros hoy en día. Porque en nuestro país, como en el resto del mundo, sigue habiendo un choque de culturas y pareceres que dificulta la convivencia pacífica de los hombres.
Ahora bien, cuando hablo del bautismo, no me refiero a hacerse “católico como todo el mundo”, sino que me refiero a la recepción del sacramento de la iniciación cristiana: cuando el hombre acepta la oferta de Dios de ser hijo amado de Él; cuando ya no recibe su identidad de una cultura o raza determinada, sino que acepta el hecho de que su identidad viene de su condición de ser humano, de hijo de Dios; y que la cultura, aunque es una expresión importante de su vida, es solamente eso: una expresión de algo más profundo.
Con la ocasión de esta fiesta, vale la pena hacer un examen de consciencia, repasando nuestras promesas bautismales. Las renovamos cada año en la vigilia pascual; pero, después del cansancio de toda una noche larga, con su liturgia de la luz, y muchas lecturas, ¿estamos todavía conscientes de lo que respondemos? Hoy en día, en algunas parroquias la gente se prepara para la fiesta de la Coromoto con toda una novena. Bien pudiera ser un retiro de preparación para renovar las promesas bautismales. Reflexionemos brevemente sobre estas promesas:
¿RENUNCIAN A SATANÁS? “Satanás”: su nombre, en hebreo “Satán”, significa “el adversario, el acusador” en un juicio. En la Vida de San Benito, escrita por el Papa San Gregorio Magno (540-604), hay una escena que nos puede ilustrar lo que significa esta renuncia: un día, el Maligno se le aparece al “varón de Dios”, como llama San Gregorio a San Benito. Y, haciendo juego de palabras con su nombre, Benito, que significa “bendito”, le dice repetidas veces, “no bendito; sino maldito”. A lo mejor, no se nos aparece Satanás personalmente; pero muchas veces no se trata de una persona concreta, sino de una fuerza maligna que nos rodea. ¡Cuántas veces nos habrán dicho algo negativo! ¡Cuántas veces nosotros mismos hablamos mal de los demás, y nos fijamos en lo negativo de nuestro ambiente! ¡Cuántas veces, nosotros mismos nos vemos como malos! Respecto a eso, el Evangelio nos habla muy claro: Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado (Juan 3,17-18). Dios no nos condena; eso lo hacemos nosotros mismos, haciendo caso a la voz del adversario. - Pues bien, ¿qué hizo San Benito frente a estas palabras del maligno? Ni siquiera le dirigió la palabra. Alguien que cree en el amor de Dios, no se deja afectar por las descalificaciones. Siempre habrá gente que nos desprecia. Éste no es el problema. El asunto es, a quién le creo, a estas personas o a Dios. Por lo tanto, esta pregunta de si renunciamos a Satanás, es de vital importancia para nosotros. Porque nos lleva a la segunda pregunta:
¿RENUNCIAN A TODAS SUS OBRAS? Si le hacemos caso al que niega que Dios “ha creado todo bueno” (Génesis 1,31), nosotros intentaremos hacerlo “mejor”. Intentaremos buscar la seguridad, trataremos de dominar a los demás, de figurar y sobresalir. Pero lo haremos desde nuestro ego, entronizado como centro de atención. Y, como nuestro ego no es el único, las discordias y la desunión con los demás egos están programadas.
¿RENUNCIAN A SUS SEDUCCIONES? El adversario no quiere que veamos toda la verdad. Le gustan las medias verdades. Le conviene dirigir nuestra atención a la satisfacción de lo inmediato. Así ya lo hizo en el paraíso. Por algo será que el tentador vino en forma de serpiente, un animal rastrero que no ve mucho más allá de sus narices. Al renunciar a estas seducciones de lo inmediato, podemos abrirnos a toda la verdad que nos ofrece Dios en su Espíritu; este Espíritu que se representa con la imagen de una paloma, un pájaro que tiene la visión del panorama completo.
Hay dos detalles más en esta aparición: uno, que la Virgen apareció a toda una familia. En retrospectiva, esto es muy importante en nuestro ambiente. Dios quiere la familia, padre, madre e hijos. Una familia sana sigue siendo el fundamento de una sociedad sana. Cuando una sociedad comienza a “ponerse a inventar” otros tipos de relación entre varón y mujer, y padres e hijos, más temprano que tarde, ya lo sabemos por la historia, tal sociedad se derrumba.
El otro detalle: la imagen que dejó la Virgen en la mano del cacique, la representa sentada, con el niño Jesús sobre las rodillas de ella. Esta representación recuerda la “Sede de la Sabiduría”. Nuestra sabiduría está “asentada” sobre las actitudes de la Virgen, su humildad, su apertura a Dios. Nuestra inteligencia, sin humildad, se vuelve astucia, que busca lo inmediato, pero no va más allá de eso. Cuando queremos entregarnos a Dios, no podemos hacerlo sin renunciar a nuestros intereses egoístas, a todo lo que nos parece “llenar”, para que Dios lo llene de su plenitud. Sólo así alcanzaremos la sabiduría, y la plena libertad.
Lo anterior es, quizá, una reflexión poco “mariana” en la fiesta de nuestra patrona. Sin embargo, tengamos en cuenta lo que dice un gran devoto de la Virgen, San Luis María Grignión de Montfort (1673 – 1716): No es verdadera devoción a la Santísima Virgen rezarle muchas oraciones, pero mal dichas, sin darnos cuenta de lo que decimos. Y en otra ocasión dice: Cuando el Espíritu Santo encuentra a María en un alma, se siente atraído irresistiblemente hacia ella y en ella hace su morada.
Para la renovación de nuestra fe, en el marco de la misión continental, vale la pena retomar la primera palabra que nos dijo la Virgen en los comienzos de nuestra historia. Son palabras que nos remiten a su hijo, Jesús, y que no son otras de las que dijo ya en las bodas de Caná “Hagan lo que Él les diga” (Juan 2,5). Si las cumplimos, Dios nos dará “el vino mejor”, es decir una sociedad con una paz y un bienestar que ninguna lucha de clases o guerra podría traernos.
Autor Beda Hornung
sábado 28 de agosto de 2010
La Experiencia Cristiana del Siglo XXI
Introducción
En esta conferencia quisiera enfocar la figura de María. Lo que digo no ha crecido enteramente en mi jardín. La base es una conferencia de la Hna. Teresa Forcades i Vila, monja benedictina catalana. Yo sólo simplifico su lenguaje altamente teológico, y hago mis propias reflexiones para nosotros los que practicamos la oración centrante. Los que tengan interés en los escritos de la Hna. Teresa, los pueden conseguir en la página web de su monasterio: http://www.benedictinescat.com/Montserrat/indexceramcast.html
La Hna. Teresa comienza haciendo referencia a las ya famosas palabras que dijo Karl Rahner S.J., en el siglo pasado, que “el cristiano del próximo siglo – el nuestro - será místico, o no será”. Después, ella menciona dichos de otras personas que dicen algo semejante. A partir de allí, ella propone su tesis:
“La experiencia cristiana del siglo XXI será mariana, o no será”
Pone énfasis en la palabra “experiencia”. Y desarrolla su tesis meditando sobre los cuatro dogmas de la iglesia que se refieren a María. A propósito, “dogmas”: No son simplemente unas “verdades” que hay que creer aunque nos cueste; ¡no! Son formulaciones que quieren evitar precisamente unas explicaciones facilonas, y nos invitan a ir, no contra la razón, sino más allá de ella; nos invitan a establecer una relación personal e íntima con Dios, en confianza y amor. Sólo entonces veremos que estos dogmas tienen sentido porque echan una luz sobre lo que puede ser también nuestra experiencia.
Veamos entonces los cuatro dogmas, y su relación posible con nuestra experiencia.
1. María Madre de Dios (“Theotokos”), Concilio de Éfeso, año 431
A lo largo de los primeros tres siglos, la iglesia había definido los dogmas sobre Dios como uno en tres personas (la Santísima Trinidad), y sobre Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre (dos naturalezas en una sola persona). La pregunta que se planteaba entonces era, si María era solamente la Madre de Jesús de Nazaret, de su naturaleza humana, como afirmaban unos, o si era Madre de Dios, como afirmaban otros. Después de muchos debates, finalmente prevaleció el criterio de que ella era Madre de Dios, porque una mujer no da a luz a una naturaleza, sino a una persona concreta, en este caso Jesús, que es Dios y hombre en una sola persona.
Nosotros, por conveniencia hablamos entonces de la “Madre” de Dios. Sin embargo, en la definición del dogma se habla de “Theotokos”, la “engendradora” de Dios. Creo que no me equivoco si traduzco esta palabra del griego antiguo correctamente al venezolano de hoy, si digo “la que trajo a Dios al mundo”. Por eso ella es imagen de la iglesia que sigue trayendo a Dios al mundo. Y con eso llegamos al tema que nos interesa: ¿Qué hacemos cada uno de nosotros que formamos la iglesia, para que Dios pueda seguir manifestándose en el mundo?
En primer término, hay que recordar que Dios no impuso a su Hijo a María, sino que respetó su libertad. Dios no nos trata como siervos sino como amigos, de tú a tú. Dios se hace dependiente de nuestra libertad, se muestra como el que recibe. El Hijo recibe todo del Padre y, como hombre, recibe su cuerpo de María; es receptividad pura. En la medida en que asumimos nuestra libertad podemos amar y ponernos al servicio de la manifestación de Dios en el mundo. El cántico de Zacarías (Lc 1,68-79) dice: “Libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos en santidad y justicia todos nuestros días.”
Dice la Hna. Teresa: “El culmen de la creación está iniciado en María, pero no está todavía cumplido. Sólo lo estará cuando cada uno de nosotros haga como ella y exprese desde el núcleo más íntimo de la propia libertad el Fiat (es decir “hágase”, nuestro consentimiento) que engendra la Luz en el mundo.” Y, ya muchos siglos antes, el místico Angelus Silesius dice: “Si Cristo no nace en tu corazón, en vano habrá nacido en Belén.” Aplicando esto a nosotros podemos decir: en la oración, por ejemplo del Padre Nuestro, consentimos a la presencia y acción de Dios en nosotros (“hágase tu voluntad”). Esta presencia muchas veces está escondida bajo nuestra condición humana, nuestro ego; quiere salir a la luz, manifestarse. En la medida en que practicamos la oración, “damos a luz”, manifestamos a Dios en nosotros. Todo eso es obra del Espíritu Santo, la presencia de Dios en nosotros. Es necesario que le dejemos actuar a Él. Si no, lo que nacería no sería el fruto del Espíritu Santo sino una criatura de nosotros, un pobre fruto de nuestro ego, que muchas veces resulta un monstruo. Pero, con la práctica de la oración, poco a poco se manifestarán los frutos y dones del Espíritu. El P. Thomas Keating escribió todo un libro sobre este tema. Así, María puede cantar en el Magníficat (Lc 1,46-55) que el Señor ha hecho obras grandes por ella.
Recordemos también que en el último juicio se nos dirá, esto me lo han hecho a mí. Y San Pablo oye, cerca de Damasco, que Cristo le pregunta, ¿por qué me persigues? San Benito exhorta a sus monjes a que vean a Cristo en el abad, en el peregrino, el enfermo, el anciano, etc. Por lo tanto, si vamos a las relaciones personales hay que decir que, desde la presencia de Dios en nosotros, podemos ver la presencia de Dios en el prójimo y sacar a relucirla.
De esta manera participamos directamente en la renovación de la iglesia. En el futuro ya no habrá una iglesia de masas, sino una iglesia de testigos que tienen una relación personal e íntima con Dios. Estos podrán ser pocos en número, pero serán un fermento que se hará sentir en la sociedad, porque permitirán que la luz de Cristo ilumine las diferentes situaciones.
En resumen: la maternidad de María nos recuerda a cada uno que Dios se relaciona con nosotros como Hijo, como aquel que recibe. Espera nuestra cooperación para manifestarse en el mundo.
2. María Virgen (Sínodo del Letrán, año 649)
Si entendemos la virginidad en primer término como un asunto de castidad, como ausencia de relaciones sexuales, el peligro es que, por falta de amor y por la incapacidad de relaciones humanas, podríamos convertirnos en gente que quizá es casta, pero estéril. No engendra nada, no trae la Luz al mundo.
La virginidad de María apunta a algo mucho más importante. Dice la Hna. Teresa: “Nuestra realización personal, nuestra cristificación, la plenitud de nuestro potencial humano no depende de si tenemos o no pareja, o de si tenemos o no relaciones sexuales; depende sólo de nuestra capacidad de amar a Dios, y esta capacidad de amar a Dios se reconoce en el amor a los demás, sobre todo a los que no cuentan.”
En nuestra sociedad parece ocurrir lo contrario: hay un énfasis exagerado en el sexo, casi como artículo de consumo de primera necesidad. Hasta tal punto que hoy en día hay gente que vive separada, pero sabe a quién llamar cuando quieren sexo; son como parejas separadas. O gente que se busca simplemente un “resuelve”, una relación para satisfacer los deseos sexuales, sin ir más allá hacia una relación personal. Los desórdenes de mucha gente de la farándula son sólo un reflejo de lo que pasa en la sociedad a todos los niveles. En este contexto habrá que ver también las arremetidas constantes contra el celibato de los sacerdotes; porque es una piedra en el zapato de los que buscan sólo el placer. Pero cuando uno ve un poco más el panorama completo, se da cuenta de que la gente que vive así está muy vacía interiormente; hay muchos y muchas que van al siquiatra. Éste, lo único que sabe hacer es, llenarlas de calmantes. Sin embargo, el problema verdadero no es de siquiatras ni psicólogos, sino un problema humano: la capacidad de donarse, de entrar en relación con otra persona.
La no-dependencia, la libertad radical, hace posible amar a Dios “de todo corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”. Para esto no es necesario tener pareja. Por eso, frente a Dios, todos necesitamos una buena dosis de virginidad, entendida como esta independencia y libertad, que no espera si los demás también van por el mismo camino. Me recuerda la conversación de Jesús y Pedro después de la resurrección, junto al lago de Tiberíades. Jesús invita a Pedro a seguirle. Pedro pregunta que va a pasar con Juan. Y Jesús le contesta “A ti, ¿qué? Tú, ¡sígueme!” En nuestra cooperación con Dios para que la Luz nazca en el mundo, experimentamos nuestra soledad, si bien una soledad habitada por la presencia del Espíritu.
Centrándonos en la oración dejamos de lado todo lo que nos atrae, sensaciones, pensamientos, emociones. Puede ser que en nuestro ambiente seamos la única persona que ora así. No hay que desanimarse. Nuestro punto de referencia no son los demás ni lo que pasa dentro de nosotros; es únicamente Dios.
En el ambiente “hipersexualizado” que nos rodea observamos mucha dependencia, chantaje, abuso y manipulación. La gente no asume, ni es educada a asumir, su dignidad de hombres y mujeres. Nosotros, como uno de los frutos de la oración, experimentamos también nuestra dignidad. Cuando somos fieles a la práctica, después de un tiempo nos vemos con una sana autoestima; nos vemos con más seguridad interior. Ya no nos pueden asustar o manipular.
De esta manera, la virginidad de María, entendida así, hace posible que sea madre de Dios. Le da esta seguridad interior por saberse amada por Dios, y esta libertad con que ella responde a este amor. Como dice la Hna. Teresa, a la maternidad de María le co-rresponde la noción de “co-creación”, y a la virginidad la noción de “libertad radical” que la hace posible.
3. María Inmaculada (Papa Pio IX, 8 diciembre 1854)
Este dogma nos recuerda un hecho importantísimo: nuestra bondad básica. Dios nos ha creado buenos; ésta es nuestra esencia. “El pecado no es parte de nuestra humanidad tal como ha sido creada por Dios”, dice la Hna. Teresa. Y sigue diciendo: “El pecado no es nunca fruto de la libertad, sino únicamente del miedo a la libertad, del miedo de amar como Dios ama.” Si amáramos así, no pecaríamos, pero como tenemos miedo, acumulamos un pecado tras otro.
Ahora bien, hay un punto muy importante: Estar sin pecado no significa que María no haya tenido tentaciones. Incluso Jesús fue tentado. La tentación no es pecado, ni dice que somos malos. La tentación es la ocasión de decidir en cada momento, en cada situación concreta, qué es amar. Es la oportunidad de superar nuestro miedo, de poner toda nuestra confianza en Dios y decirle que sí a lo que nos pide. María no está protegida de la duda, no lo entiende todo (“Hijo, ¿por qué nos has tratado así?”). Es importante comparar en este contexto a Zacarías con María. Ambos dudaron, no veían cómo podría darse lo que estaba diciendo el ángel. Pero, Zacarías absolutiza el propio horizonte de comprensión; lo que él no entiende, no puede ser. Implícitamente, María pasa más allá de su entendimiento, y da su consentimiento a que se cumpla en ella la palabra del Señor.
En la práctica sincera de la oración, tarde o temprano, llegaremos a este punto donde tenemos que decidir si realmente le permitimos a Dios que actúe en nosotros. Sabemos por experiencia que el obstáculo más grande es el miedo, el miedo de no entender, de perder el control. En la fe vamos más allá de este miedo, y ponemos toda nuestra confianza en Dios. Es entonces cuando Él podrá hacer “sus obras grandes” en cada uno de nosotros.
La Hna. Teresa termina diciendo que “el punto decisivo de la inmaculada concepción de María es que cualquier persona es totalmente redimible porque su pecado no pertenece a su esencia, y porque lo único que Dios le pide es un acto de confianza que está siempre a su alcance”. Y yo añadiría algo más: como el pecado no es parte de nuestra esencia, siempre es posible volver a Dios, a nuestra bondad básica que, sí, es nuestra esencia. La parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) lo explica muy bien.
4. María Asunta (Papa Pio XII, 1 noviembre 1950)
El último dogma que consideramos es el de la asunción de María al cielo en cuerpo y alma. Yo era un adolecente cuando se proclamó este dogma. Recuerdo que lo acepté sin cuestionamientos, y me escandalicé de la gente que tenía sus dificultades con este dogma. En aquel entonces, esa era mi manera de obedecer a la iglesia. Hoy pienso distinto. Ya lo expliqué en la introducción. Este dogma nos remite a una apreciación correcta del cuerpo y de la materia en general.
La cosmovisión dualista es incompatible con nuestra visión cristiana del mundo aunque, hay que reconocerlo, a simple vista parece más lógica. Es una filosofía que viene de los antiguos persas y, pasando por Grecia, llegó hasta nuestro mundo occidental. A pesar de la presencia del Evangelio, ha seguido latente entre nosotros a lo largo de los siglos.
Una de las formas en que se manifiesta, es el dualismo entre cuerpo y espíritu. Especialmente en buena parte del siglo pasado había un materialismo que negaba toda dimensión espiritual. Como lo ponía un filósofo: “La paloma cree que sin aire volaría más rápido”. Y, para no ir tan lejos, también en nuestro ambiente observamos esta negación, ya no por razones ideológicas, sino por una práctica inconsciente. Pensemos sólo en las competencias deportivas, los gimnasios, los concursos de belleza, en el sinfín de cirugías estéticas, en el afán de mantenerse en forma. El cuerpo parece ser todo. Ya hemos visto más arriba cómo termina la gente que se deja esclavizar por este culto.
Pero igualmente había en nuestra cultura, y hay todavía, un sobreénfasis en lo espiritual. En la antigüedad, ya el filósofo Platón consideraba el cuerpo como la prisión del alma. Y en siglos más recientes había la corriente del Jansenismo, que veía todo lo físico mal, especialmente el cuerpo, y en éste especialmente el sexo. No recuerdo dónde lo leí que, según esta manera de ver, lo más virulento es el cuerpo de la mujer: puro peligro. Esto produjo hombres y mujeres acomplejados que no lograban aceptar su cuerpo, con infinitos problemas de pareja y, según el grado de rebelión, infidelidades con mujeres más complacientes. Relacionado con esto está el puritanismo que todavía hoy es una corriente fuerte en Estados Unidos (¡parece mentira!). Pero el cuerpo, y el sexo en especial, no se dejan reprimir. Por eso vemos cómo el péndulo ahora está en el otro extremo: pura permisividad.
En la práctica de la oración como relación personal con Dios aprendemos a no rechazar ni reprimir nada. Todo viene de Dios y, por lo tanto, es bueno.
Jesús vino a darle al cuerpo su justo valor. Él mismo tomó un cuerpo en María. Ella lo trajo al mundo, un proceso físico, que implica a todo el cuerpo, también los órganos reproductivos. También el sexo es parte integral del cuerpo. Y todo este cuerpo es templo del Espíritu Santo. El cuerpo no se opone al espíritu sino que es su manifestación. Lo que se le opone al espíritu es únicamente el miedo a la libertad. Hoy en día hablamos del lenguaje corporal; los gestos y movimientos del cuerpo nos indican lo que pasa en el alma. Es interesante ver en este contexto cómo Jesús se manifiesta en su cuerpo, con la mirada, oyendo, hablando, abrazando, tocando, etc. Su muerte en la cruz no fue solamente un asunto espiritual, sino también eminentemente físico. Así nos manifiesta “hasta el extremo” el amor de Dios.
San Pablo habla del “cuerpo terrenal” y del “cuerpo espiritual”. Proclamamos la “resurrección de la carne”. En la resurrección, Cristo asumió un cuerpo glorioso, pero un cuerpo que reflejaba su identidad. Los discípulos lo reconocían por sus llagas. Lo mismo creemos de la Virgen cuyo cuerpo estuvo enteramente al servicio del Espíritu. Y ésta es la promesa para nosotros, que estaremos en el cielo no sólo como espíritus, sino también en nuestro cuerpo que es la expresión de nuestra individualidad.
Conclusión
Si hablamos entonces de la experiencia cristiana de nuestro siglo que apenas comienza, es necesario tener presente a María, y su relación con Dios. Ella nos invita a asumir nuestra dignidad, no como una conquista, sino como un don de Dios que nos invita a dejarle hacer obras grandes en nosotros, nos brinda su confianza. Es esta relación con Dios que nos hace realmente humanos, no las relaciones de pareja o relaciones sexuales. Somos esencialmente buenos, el pecado no es parte de nuestra esencia. Por lo tanto, podemos aspirar a vivir alguna vez sin pecado: en el cielo no habrá pecado. En este cielo estaremos toda la persona, nuestra individualidad, en cuerpo y alma
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