Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

sábado, 28 de mayo de 2011

Pais roto (I)



País roto
La República vive en estos momentos un indeseado proceso de involución hacia una variante rústica, confusa y demodée del comunismo, grotescamente contradictoria con su nivel de desarrollo y generación de riqueza
Por: Antonio Pasquali







Ignoro cuán ejemplar pueda ser este testimonio personal, no tengo otro. La República vive en estos momentos un indeseado proceso de involución hacia una variante rústica, confusa y demodée del comunismo, grotescamente contradictoria con su nivel de desarrollo y generación de riqueza, resucitadora de peligrosos resentimientos y polarizaciones sociales que se creían superados y piloteada por un militar autócrata ducho en practicar formas sofisticadas del gradualismo el cual, por primera vez en la historia del país, instrumentaliza sistemáticamente la Educación, la Cultura y la Comunicación como fuertes soportes ideológicos de su proyecto hegemónico.

Este proceso representa una brutal e innecesaria cesura en cuatro décadas de exitoso auto-aprendizaje de la Democracia, un salto atrás hacia formas de gobierno ya sentenciadas a muerte por la historia, que nos están imponiendo ­ contra una voluntad mayoritaria varias veces expresada en las urnas­ un manípulo de iluminados, resentidos y ávidos de poder y riquezas cuyo delirio ideológico, bajo cociente intelectual, altísima corrupción y abismal incompetencia le están impidiendo a Venezuela subirse al tal vez último tren de la modernidad y el bienestar.

Un manípulo de militares, ex guerrilleros y encapuchados que ha concentrado todos los poderes ejecutivos, legislativos y judiciales en la persona del Presidente, un ex teniente coronel, poderosamente armado y amenazante, ayudado por más de sesenta mil cubanos castristas traídos al país, con ingresos petroleros y no petroleros a las arcas públicas de más de mil millardos de dólares en menos de 12 años, una peligrosa diplomacia de alianzas con Cuba, Libia, Bielorrusia, China, Vietnam, Irán y Siria y una violencia interna ­muy alimentada por el incesante discurso presidencial del odio a "la burguesía escuálida, apátrida y vendida a la Cía"­ que ha convertido a Venezuela en el país más violento del mundo, con más de quince mil asesinatos al año.

Sin ser psiquiatra, me atrevo a afirmar que el país está seria y nada metafóricamente enfermo de Chávez quien ­como ya se ha dicho del castrismo­ le está infligiendo a Venezuela un profundo daño antropológico por intoxicación ideológica, exasperación de viejos resentimientos sociales y de clase, y desfiguración de la ancestral moral social del país.

De su paso huracanado por la historia, de estos años perdidos, sólo nos quedarán ranchos por instituciones, armas inútiles, pacotilla jurídica, inseguridad de bajos fondos, alianzas peligrosas, montañas de chatarra tecnológica no apta, incompatible y de baja calidad, tal vez un cuarto de millón de jóvenes asesinados y un desastre moral generalizado del que costará reponerse.

Conceptualmente hablando, me considero seguidor de Nicolai Hartmann, de su especial sensibilidad por la moral a futuro, por nuestros deberes sin recompensa hacia los descendientes y las generaciones que vendrán.

Esto me ha llevado a ocuparme menos de búsquedas arqueológicas y más de visiones prospectivas, a ocuparme del porvenir de mis descendientes más que por llenar álbumes de viejas fotos. He dedicado lo grueso de mi vida al intento de explicar a mis contemporáneos qué es Comunicación, sus implicaciones socio-políticas y culturales, lo que pensé hacer hasta el final.

La "circunstancia" me obligó a modificar parcialmente esos planes de vida, a dedicar una parte importante de ésta a contrarrestar el peligro totalitario del proyecto chavista y a luchar con armas legítimas, en terrenos de mi competencia, contra ese intento antidemocrático y anti-pluralista que haría de la vida de nuestros descendientes, si triunfare, un infierno tipo cubano, coreano del norte o cambodgiano.

Nuestra sociedad, hoy agobiada por una mensajería ideológica más aplastante y peligrosa de la comercial que le atosigó la vida durante decenios, anda en búsqueda de puntos de referencia, de criterios interpretativos no condicionados ni por el mercado ni por la ideología oficial. Quienes conservamos el privilegio de poder emitir mensajes tenemos el deber de proporcionárselos.

Me ha tocado vivido intensamente, en ocasiones entre los protagonistas, la vida cultural y comunicacional del país del medio siglo recién transcurrido. Entre 1936 y 1966, fecha de creación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes INCIBA, la cultura nacional estaba reducida a la Dirección de Cultura del Min. de Educación Nacional, en que un director y una secretaria administraban, desde una oficina de 15 metros cuadrados, un presupuesto que en sus mejores momentos llegó al millón de bolívares anuales, justo para que sobreviviera la Orquesta Sinfónica Venezuela y se publicara mensualmente la Revista Nacional de Cultura.

La totalidad del ya relevante aparato institucional, infraestructural y jurídico con que hoy cuenta la cultura nacional, y de cuya renta vive por cierto el régimen actual, fue obra de los cuarenta años de democracia de que disfrutó el país, del INCIBA primero y del Consejo Nacional de la Cultura CONAC a partir de 1975: desde la gran Biblioteca Nacional de la Plaza del Panteón al Teatro Teresa Carreño, uno de los más hermosos del mundo, desde el Ateneo de Caracas al Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos CELARG, desde las Leyes de Cine, Patrimonio Cultural, Derecho de Autor, Depósito Legal y Fomento Artesanal a la red de museos viejos y nuevos, desde Monte Ávila Editores o el Instituto de Etnomusicología a la explosión de las hoy mundialmente conocidas Orquestas Juveniles, el intento de convertir en Canal 8 en gran servicio público o el fallido Proyecto RATELVE que pretendía dotar al país de una gran Radiotelevisión pública no-gubernamental.

No todo marchó sobre rieles, siempre faltó dinero, hubo lentitudes culposas y enemigos taimados, pero fue una labor titánica en gran parte realizada y entregada al país. Siento el deber de recordar, en estos momentos obscuros, la figura de uno de los principales motores de la modernización cultural de la Venezuela democrática, Juan Liscano, un poeta y antropólogo que había salvado de la desaparición el acervo musical de la zona barloventeña, traído al país la moda de las ediciones millonarias a ínfimo precio, ayudado a desenclavar la Colonia Tovar, el primero en ver el potencial del proyecto musical de Antonio Abreu de las Orquestas Juveniles y de los pocos, con Agustín Catalá, que se la jugó con un texto anti-perezjimenista que publicó en 1956 Les
Temps Modernes que dirigía Sartre.

Para llevar adelante su labor de rescate de lo autóctono y de fundaciones institucionales, Liscano no necesitó ni la mascarada ideológica ni el liberticidio de sus actuales y enanos epígonos. Corrían los años del primer mandato presidencial del recién fallecido Carlos Andrés Pérez, un político que un par de años después, presionado por el entonces poderoso lobby de los radio-teledifusores privados, archivaría la mejor idea salida del recién nacido Consejo Nacional de la Cultura, el Proyecto RATELVE por una Radiotelevisión Pública Nacional.

Pero en octubre de 1974, cuando al concluir las labores de la Comisión Organizadora del CONAC que presidiera, Liscano subió a Miraflores para una decisión final: Consejo o Ministerio, Carlos Andrés Pérez le contestó textualmente: "Consejo: que no se diga más nunca que la cultura del país es dirigida desde el gobierno." El 29 de abril de 2.008, el decreto habilitante 6.042 que liquidaba el CONAC sonó el consummatum est para lo que quedaba de democracia cultural venezolana: la Cultura volvía a ser dirigida, ya oficialmente, desde el gobierno.

Por voluntad autocrática, ella conforma ahora un Ministerio, no ya de un gobierno democrático sino de un régimen personalista y dictatorial que busca la regimentación de las conciencias y necesita que dicha dependencia, junto a la de Comunicación (donde la política oficial es lograr "una hegemonía comunicacional") y la de Educación (donde el gobierno trata desesperadamente de pasar una ley que suprima las autonomías universitarias) afinen y difundan orgánicamente el pensamiento único oficial, la doctrina chavista del "socialismo del siglo XXI".

La exposición de motivos del citado Decreto es digna de aquel estalinismo hace poco recordado que iba borrando de las fotos oficiales, una tras otra, la imagen de los jerarcas que caían en desgracia. El CONAC, se afirma allí, era "un relicto legal carente de todo sentido... concebido para la domesticación de la vanguardia artística... con base en... gastados preceptos elitistas que desde una visión eurocéntrica identificaban Cultura con Bellas Artes...".

¿Qué distancia media entre democracia y totalitarismo culturales? A comienzos de los ’90, valga este solo ejemplo, un grupo de personas vinculadas al Proyecto Ratelve y sensibilizadas en la materia fundamos un Comité por una Radiotelevisión de Servicio Público que luchó duramente ante el entonces Tribunal de Salvaguarda contra la privatización del Canal 5 y de la CANTV, la companía telefónica histórica nacional, y por la conversión de los medios gubernamentales en radiotelevisión de servicio público, independiente y desgubernamentalizada. Durante tres años, y sabiendo perfectamente que usábamos un dinero público para disentir con vigor de la política comunicacional del gobierno, el democrático CONAC nos aseguró un modesto aporte anual sin poner condiciones de ningún tipo.

El régimen actual ha estatizado, potenciado y cerrado totalmente a la oposición el sistema mediático "público", suprimido en él el último rasgo de pluralismo, y entregado su rejilla programática a la voluntad absoluta del Presidente de la República, que nombra personalmente los directores de cada una de las numerosas emisoras. En 2008, desconfiando hasta de sus inmediatos colaboradores y mediante un Plan de Estrategia Comunicacional, el mismo Presidente suprimió todas las oficinas de prensa del gobierno menos la de Miraflores, tras haber contratado la instalación de las emisoras comunitarias de radio y televisión, unas 550, a la cubana COPEXTEL dirigida por el exjefe de la policía política de la isla Ramiro Valdés, la cual asegura al régimen la correcta instalación del equipo y de la ideología de uso. Hay razones para no ser pesimistas.

Durante el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez (1950-1958) todos los medios nacionales se adaptaron a convivir con la dictadura, anteponiendo el interés comercial al político. En la presente autocracia algunos de esos mismos medios han tomado la valiente decisión de anteponer el interés político nacional a la propia razón comercial, pagándolo a veces al precio más alto, lo que el país le reconocerá. Es principalmente a través de esos medios (una parte sustantiva de la mejor prensa nacional, un porcentaje aún relevante de emisoras radiales, la televisora Globovisión de Caracas y otras locales del interior del país, todos bajo el acoso incesante del gobierno, y en muchos casos ya reducidos a alguna forma de autocensura) como la parte democrática de la opinión pública venezolana nacional puede mantener en vida, entre dificultades, un discurso anti-totalitario y una esperanza de resurrección.

¿Prioridades del intelectual en un país cuyo Presidente, en menos de doce años, lleva 3.750 horas hablando por radiotelevisión mediante más de 2.000 "cadenas" obligatorias para todos los medios , al promedio de 56 minutos diarios? Al obsesivo, omnipresente, tedioso, agresivo y monocorde discurso hegemónico que baja desde el poder, el intelectual debe oponer ­en toda la medida de sus posibilidades y haciendo uso inteligente de los nuevos canales de comunicación­ la brevedad de alta significación, la pertinencia sin divagaciones, el tolerante pluralismo y la apología de la concordia.

La inteligencia nacional también debe asegurar en permanencia el análisis cualitativo y multidisciplinario ­semiológico, psicoanalítico, sicosocial e histórico-cultural­ de la voz del amo y de sus mensajes, que permitan racionalizar lo irracional y oponer resistencias puntuales. Es una tarea urgente que nadie, por el momento, pareciera haber emprendido.



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