Bolívar y su
concepción del periodismo
Parte I
Bolívar
La ciencia en la lengua
diaria
Ignacio de la Cruz
Caracas, 1971
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Un bien que pocos
hacen
“Poner la ciencia en lengua diaria: he
aquí un bien que pocos hacen...” Este anhelo de Martí cobra cada día mayor
vigencia. Jamás, como hoy, ha estado el hombre tan comprometido en su destino
con la ciencia.
Ponerla en lengua diaria es hacerla
penetrar en las masas, vincularla con el periodismo, cumplir con la difícil
misión de informar y educar.
Ningún campo, en el área de la prensa,
tiene quizá tanto valor informativo como la información científica. Aquí el
hecho que se comunica se integra en nuestra personalidad y la transforma:
produce un cambio en el conocimiento (de creencias), un cambio emocional (de
actitudes) y un cambio de la voluntad (de hábitos).
El criterio final de nuestro éxito en la
comunicación educativa o comunicación para el cambio social, es la modificación
de las acciones, es decir, de los hábitos y patrones de comportamiento, con el
objeto de aumentar su eficacia en la solución de los problemas de la vida
diaria.[1]
Este cambio de conciencia colectiva lo
hemos palpado en Maracaibo con los trasplantes de riñón, pues el periodismo,
poniendo la ciencia en lengua diaria, ha tendido un puente entre el científico y
las masas.
Esa es la función de los periodistas
científicos: ser los “altavoces, las cajas de resonancia de los hombres de
ciencia”[2]. En palabras de Jean Rostand: “hacer
participar el mayor número de personas en la dignidad soberana del
conocimiento”.[3] “Los que sirven de enlace entre los
técnicos y el público —ha dicho Bertrand Russell— cumplen una tarea que no sólo
es necesaria para el bienestar del hombre sino hasta para su supervivencia”.[4]
Es que la ciencia tiene también esa otra
alternativa: la destrucción del hombre en una guerra atómica o biológica, o
servir a políticas —de destrucción igualmente— que en lugar de plantear la
solución del problema del hambre en el cambio de las estructuras económicas y
sociales, la buscan en el control de la natalidad.
Puente, altavoz… Para que se cree el
clima necesario al f1orecimiento de la ciencia; para abrir e impulsar las
vocaciones y mostrar al científico en su dimensión humana; para vencer las
actitudes aferradas a la ignorancia y denunciar la superchería de las falsas
ciencias; para establecer un diálogo entre las distintas disciplinas
científicas, en contacto con la política, la filosofía y la moral; para que la
ciencia sirva exclusivamente al progreso, al bienestar, a la liberación del
hombre.
De este ser único que durante un millón
de años ha trajinado sobre la tierra para salir al universo y, por virtud de la
ciencia y de la técnica, lanzarse a lo infinito. De este ser al que se le
quiebra la voz cuando habla desde la luna. Y que no se llama Armstrong
solamente, sino Juan y Pedro y Luis, ya que, gracias a la unión de la
electrónica y el periodismo, en la noche del 20 de julio de 1969, todos y cada
uno de nosotros descendimos en el Mar de la Tranquilidad.
Eso es el periodismo. Mostrar, así, en
participación humana, la aventura de la ciencia y de la técnica para enaltecer
al hombre.
Nunca había visto el mundo, en íntima
emoción de familia, como ese día del descenso en la luna... lo que es capaz de
hacer la conjunción de ciencia y periodismo.
La libertad de
información
La sociedad tiene derecho a conocer todo
cuanto ocurre y la afecta. Únicamente sobre esa base puede adoptar una conducta
adecuada frente a los acontecimientos.
De esta necesidad surgen la institución
social del periodismo y el derecho a la información, que es “el derecho del
público al hecho”, según la definió Paul-Louis Bret, ex director general de la
Agencia France-Press. “En sus términos más sencillos, es el derecho a conocer
las cosas que son necesarias para la supervivencia y la búsqueda del
bienestar”.[5]
El derecho a la información entraña: 1)
el acceso al hecho, para obtener la noticia, y 2) su libre difusión nacional e
internacional.
Supone, asimismo, deberes de objetividad
y veracidad.
Se trata, en síntesis, de la libertad de
información. La censura —gubernamental o privada— constituye su negación, sea
que se ejerza en la fuente informativa, cuando se impide la consecución de la
noticia (acceso al hecho); sea que se produzca en el proceso de su difusión,
cuando se impide que se divulgue.
Para ser cabal, la libertad de prensa
requiere —dice la Declaración de Principios
de la Asociación Venezolana de Periodistas—
la libertad de información y el libre acceso a las fuentes informativas, único
medio de que dispone el profesional de prensa para ilustrar la opinión.
Es de ahí, como protección a la fuente
informativa, de donde emerge para el periodista el derecho de guardar el secreto
profesional, “y nadie, ni el Estado mismo, puede obligarle a revelarlo”.
Así como subleva la censura oficial,
debe sublevar la censura privada, sea cualquiera el grupo social de que
provenga.
No existe, por otra parte, contradicción
alguna entre la ética del periodista y la de las otras profesiones. Nada hay en
las normas de ética de la AVP que pueda perturbar la conciencia del médico en
sus relaciones con los periodistas. Son más bien la garantía de que esa
colaboración se desarrolla en el más elevado plano moral, para realizar “ese
bien que pocos hacen”, del que nos habla Martí.
Empresa de
cultura
Lo que la gente sabe hoy de la Luna y de
Marte, y de los trasplantes de órganos vitales, se lo debe al periodismo.
Vivimos en un mundo en constante
transformación, donde los cambios sociales, científicos o técnicos se suceden
rápidamente sin que, por ello mismo, maestros y profesores puedan disponer de
textos escolares al día. Como ya observaba en 1830 Lamartine: “el libro llega
demasiado tarde”.
Cuando aparece, se han producido nuevos
desarrollos en el pensamiento. Con el periódico ocurre lo contrario. Diariamente
registra la experiencia humana en sus hechos más significativos. Esa es la razón
por la cual hoy entra en las escuelas, convertido en instrumento de la educación
sistemática.
Pero junto a la educación dirigida está
la otra, la que se adquiere fuera del aula, la que proviene del ambiente, y en
la cual el periódico, con su presencia y su inaplazable lectura diaria,
desempeña papel principalísimo.
Joffre Dumazedier, director del Grupo de
Estudios del Ocio, la Cultura Popular y el Desarrollo Cultural del Centro de
Estudios Sociológicos de Francia, ha señalado cómo la sociología de la
comunicación colectiva ha experimentado la necesidad de prolongarse en una
sociología del desarrollo cultural. Entre otras razones, por “la expansión, en
el comienzo de la segunda mitad del siglo XX, de la necesidad de información
relativa a la formación”.[6]
Se sabe —escribe Dumazedier— que
mientras más desarrollada sea la educación escolar, en mayor medida se hará
sentir la necesidad de perfeccionamiento de la instrucción después de la
escuela. Vamos hacia una necesidad de información permanente post, peri y
extra-escolar. He ahí la situación en la que inciden los grandes medios de
información colectiva.[7]
Ahí está el gran campo de la divulgación
científica y técnica. Desarrollada no con el criterio de darle al lector la
ilusión de que, con lo que se le ha dicho, conoce todo lo que hay que saber en
esa área hasta ese momento. No, sino despertando su interés para que amplíe su
información en otras fuentes, en un proceso de autoformación.
Y en el caso de la comunicación médica,
para modificar actitudes y desarrollar hábitos que conduzcan al mejoramiento
físico, espiritual y social del hombre; y para orientar la conciencia colectiva
hacia la solución de los problemas de la salud pública. Por eso, desde hace
siete años, existe, en la Escuela de Periodismo de la Universidad del Zulia, la
cátedra de Periodismo Científico. Los resultados han comenzado a verse: la
prensa de Maracaibo concede cada vez mayor importancia a la ciencia y a la
técnica.
Altavoz de la
ciencia
El
periodista científico no es un técnico de la disciplina de que informa. No es
médico ni ingeniero, ni biólogo, ni agrónomo. Es simple y llanamente periodista,
un técnico de la comunicación colectiva. El geólogo en su campo y el médico en
el suyo saben más que él. Pero, en el de la comunicación social, el periodista
sabe más que ellos dos. Así, su posición es de enlace entre el científico y el
hombre de la calle. Su función es “poner la ciencia en lengua diaria”, traducir
el lenguaje técnico al lenguaje de la gente común, con claridad, exactitud y
amenidad, y sin menoscabar las verdades y características de la ciencia. Un
problema nada simple, por cierto.
Tal es también el criterio de los
científicos. Mario E. Teruggi, de la Universidad Nacional de La Plata y miembro
del Directorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de
la República Argentina, se ha referido a este punto en la mesa redonda del
Programa Interamericano de Periodismo Científico, celebrada en Buenos Aires en
1966, y que presidió el Premio Nobel Dr. Bernardo Houssay. Ha dicho lo
siguiente:
Los científicos en general tememos al
papel e incluso no sabemos redactar bien. Los pocos que saben escribir hacen su
obra divulgadora, pero esto no es suficiente. Para llegar a la conciencia social
se necesita mucho más. Y para la enorme legión de los que no sabemos cómo
dirigirnos al pueblo, los periodistas son nuestra pluma.[8]
Para escribir sobre temas científicos,
el periodista debe especializarse. Ha de penetrar, en lo posible, el
conocimiento teórico y práctico del campo que ha escogido, pues hoy el
conocimiento científico se aplica rápidamente y produce hondas transformaciones
sociales. Sólo así podrá transmitir con claridad y fidelidad, y en un lenguaje
accesible al público, los problemas de la ciencia y de la técnica.
No se trata de convertirlo en un
científico, sino de capacitarlo para que cumpla con acierto su misión de enlace.
La ciencia en la lengua
diaria
Digo “casa” y este grupo de sonidos se convierte en un estímulo que
provoca en el oyente la imagen de otro estímulo, la imagen de la casa. “La
lengua —dice Guiraud— es un sistema de signos que nos sirve para comunicar
nuestras ideas, evocando en la mente de otro las imágenes conceptuales de las
cosas que se forman en nuestra propia mente”[9]. La relación, como se ve, es puramente
psicológica.
De otro modo: toda comunicación, para
ser efectiva, debe realizarse en un nivel de comprensión. La palabra que yo
emplee debe significar lo mismo para mí que para quien me escuche o me lea. Para
dirigirme al hombre común, debo usar su propio vocabulario, un lenguaje simple,
que evite, traduciéndolos, los términos científicos o técnicos: nefrectomía, por
ejemplo, no pertenece a la lengua diaria; debe decirse extirpación del riñón.
En una información acerca de las dos
defunciones que ha habido en Maracaibo en los casos de trasplante de riñón, se
dice que una se debió a “hematemesis masiva”. He aquí dos términos científicos
juntos: hematemesis (vómito de sangre) y masivo, que en medicina indica el
límite máximo de tolerancia del organismo. Sin embargo, por connotación, masivo
puede significar algo totalmente distinto de lo que se expresa en esa frase.
Veámoslo:
Se cuenta de un misionero —escribe
Robert K. Merton, sociólogo de la comunicación colectiva— que, señalando a una
mesa, dijo repetidamente “mesa”, hasta que su auditorio de ágrafos pudo repetir
la palabra. Después de algún tiempo, se desalentó al saber que algunos ágrafos
llamaban “mesa” al árbol porque las dos cosas eran de color pardo. Otros
llamaban perros a las “mesas” porque unos y otros tenían cuatro patas. En
resumen, cada oyente había seleccionado algún aspecto del complicado objeto, que
para el misionero estaba perfectamente designado como un todo con la palabra
“mesa”.[10]
Igualmente, el Dr. Leví Vilches, del
Hospital de Valera, contó en el cursillo de periodismo que se dictó en esa
ciudad, y al cual él asistió, que la señora se negaba a enviar a su hija al
Sanatorio de Maracaibo para una operación de corazón: “A mi hija —decía— no me
la operan en el patio”. ¿La causa? Una noticia en la cual se informaba que en el
Sanatorio se habían hecho ya más de cien operaciones de corazón a cielo
abierto...
Entre los científicos también se da este
problema semántico. En el coloquio de Royaumont sobre el concepto de información
de la ciencia contemporánea se suscitó una discusión entre Norbert Wiener, el
padre de la cibernética, y André Lwoff, quien expuso El concepto de información en la biología molecular.
El problema surgió cuando Wiener se
refirió a la teoría matemática de los datos de reproducción de las máquinas.
Matemáticamente hablando, no veía que fuera tan absoluta —como sostenía Lwoff—
la oposición de las dos funciones: la de la reproducción de la máquina y la de
la reproducción del organismo. En la discusión, en la cual participaron otras
figuras científicas de tan alto relieve, las posiciones fueron irreductibles,
pues Lwoff consideraba que “el problema de la reproducción en escala molecular
es muy difícil de resolver si no se adopta la solución que encontró el organismo
vivo, la especificidad que reside en una secuencia de la unidad específica y la
complementariedad”.[11]
Término técnico y lenguaje
común
Esta cuestión de la equivalencia de las
palabras entre sí, y de lo que cada quien entiende por ellas, se complica, en
lugar de simplificarse, con la traducción del término técnico a la lengua
diaria. Varias son las razones.
Manuel Calvo[12] señala cuatro:
La propia complejidad de
algunas cuestiones. “¿Qué sentido tiene hablar de “distancia” cuando se trata de
galaxias o de “tamaño” al hablar de partículas elementales?”.
La oscuridad que la
especialización ha ido creando.
“… la penosa falta de
conocimiento de su propio idioma de que entre nosotros adolecen los profesores
y, en general, los dedicados a las profesiones liberales (…). Yo sospecho, dice
Calvo, que en la enseñanza media no se enseña a redactar en castellano, y
encuentro este defecto en los bachilleres a quienes tengo como alumnos en una
Escuela de Periodismo”. Lo mismo puede decirse de Maracaibo.
El retraso en la incorporación
al diccionario de la Real Academia de las nuevas palabras de la ciencia y de la
técnica.
Fablistán
Si deben traducirse los términos
técnicos de la lengua común, mayor razón existe para que se desechen las
palabras rebuscadas. Quien se llama a sí mismo fablistán niega su condición de
periodista.
Hace algunos años, en el curso que
sirvió de base para la creación de la Escuela de Periodismo, Ángel Rosenblat,
recordando a Antonio Machado, escribió en el pizarrón: “Los eventos
consuetudinarios que acontecen en la rúa”. Y pidió que se tradujera a poesía…
“Los hechos que ocurren en la calle”. Luego, con Antonio Machado, dijo:
—Eso es poesía.
Vemos así, en la buena compañía de
Rosenblat y Antonio Machado, cómo se dan la mano periodismo y poesía. Es que la
poesía y el periodismo huyen de lo afectado y del mal gusto.
Lenguaje
concreto
La necesidad de un lenguaje concreto es
también un requisito para la claridad. Digo: automóvil, bicicleta, camión,
autobús, camioneta, jeep, motocicleta, gabarra, avión, helicóptero, barco,
piragua, ferrocarril, satélite, y designo catorce cosas distintas. Digo
“vehículo” y las comprendo todas. Con un solo símbolo represento catorce
símbolos, catorce experiencias perceptivas concretas... En “choque de
vehículos”, ¿a qué vehículo en particular me refiero?
El lenguaje abstracto plantea
dificultades para la comprensión. Es más fácil para el individuo entender lo que
puede relacionar con su experiencia primaria. Cuanto más alejado el concepto de
esa experiencia, mayor riesgo de error y tergiversación. En periodismo hay que
“visualizar” los hechos para el lector: la mesa no tiene 95 centímetros, llega a
la cintura. El agua dulce que se escapa del lago de Maracaibo y se pierde en el
Golfo de Venezuela ha sido calculada por el Dr. Douglas B. Carter en 21 mil
millones de metros cúbicos por año. ¿Le dice esta cifra algo al lector? ¿O se
torna inimaginable por sí misma? ¡Qué comprensible resulta, en cambio, si la
colocamos en el campo de experiencia! Con esa cantidad de agua se pueden
satisfacer las necesidades, domésticas e industriales, de una población de 25
millones de habitantes, ¡dos veces y media la población de Venezuela!
Veamos cómo Alan E. Nourse y los
redactores de Life vuelven simple un problema complejo:
Como una gran ciudad, el cuerpo tiene
necesidad de un sistema de transporte para llevar y traer cargamentos vitales.
Esta red —en el sistema circulatorio o cardiovascular— tiene sus autopistas,
pasos en bajo, accesos laterales de dirección única, carreteras secundarias,
calles apacibles y pasajes. En la nomenclatura del cuerpo esas líneas de
suministro llevan nombres de arteria, arteriola, capilar, vénula y vena. La
distancia total que recorren es de 96.500 kilómetros.[13]
A veces se cree decir mucho con una
generalidad. Y no se dice nada. Algo de esto ocurre en la prensa con
“enfermedades peculiares de la primera infancia”. ¿Cuáles son? Las de los
primeros 28 días de vida del niño.
Algo se aclara, pero no mucho. Bajo esa
denominación se agrupa un conjunto de enfermedades que revela un mundo de
miseria y de ignorancia.
Una vez le oí decir a una mujer que
trabajaba en mi casa que no hay nada mejor, para secar el ombligo y que caiga,
que “ese polvito fino que se acumula en las esquinas”. De ese modo conocí una de
las causas del tétanos del recién nacido. Además, por un reportaje de una alumna
del tercer año de la Escuela de Periodismo, Teresa Osorio de Marín, me enteré de
que “la frecuencia de la prematuridad es mayor entre las madres de bajo nivel
económico y social”, y que su causa principal es la desnutrición.
Un crimen
periodístico
El “estilo florido”, que es para muchos
la quintaesencia de la buena redacción, constituye un crimen periodístico. Así
lo ha calificado John Hohenberg[14], de la Universidad de Columbia. Y en
verdad que lo es.
Tampoco pertenece a la literatura. Antón
Chejov, maestro del cuento universal, escribía a su hermano Alexander el 10 de
mayo de 1886:
Es necesario desechar los lugares
comunes, tales como “el sol poniente que se bañaba en las olas del mar
crepuscular derramaba su oro purpurino”; o como “las golondrinas volaban sobre
la superficie de las aguas y emitían sonidos de regocijo.[15]
Todavía, entre nosotros, algo queda de
ese estilo. Sobre la reaparición del paludismo en las zonas fronterizas, se lee
en un artículo:
Se reanuda el ciclo trágico del cual
sirve de instrumento la lanceta del zancudo impertinente.
Nada de eso. Las tres condiciones del
escritor son, según Azorín: naturalidad, naturalidad y... naturalidad.
Igualmente debe huirse de las frases
hechas: “a la luz del entendimiento”, “quemarse las pestañas”, “la lápida del
tiempo” y tantas más.
Los
adjetivos
Es fácil calificar las cosas. Decir, por
ejemplo, que una investigación científica es valiosa. Lo valioso es dar al
lector la hipótesis que orientó la investigación, los materiales y métodos
usados, los resultados, su discusión y las conclusiones a que se llegó.
Hechos, hechos, hechos… ¡Sustantivos! Le
corresponde al lector calificarlos. Sobre esa base, el lector dirá: “esta
investigación es buena”, o “esta investigación es mala”.
Afirma Huidobro que “el adjetivo, cuando
no da vida, mata”. André Maurois aconseja “preferir el sustantivo y el verbo al
adjetivo. Más tarde —añade— aprenderéis a manejar el adjetivo como lo hicieron
Chateaubriand y Proust, pero es difícil”.[16] y Azorín: “Si un sustantivo necesita
de un adjetivo, no lo carguemos con dos. El emparejamiento de adjetivos indica
esterilidad de pensamiento”.[17]
Lo que sobra hay que eliminarlo. Revisen
los adverbios.
Acción
Además de sencillo, el lenguaje ha de
ser eficaz. La vida es movimiento, y el estilo periodístico, que la refleja, ha
de ser como la vida.
Prefiera los verbos de acción, la voz
activa, el lenguaje vigoroso. En las redacciones de los periódicos a uno le
gritan: “¡Vibre!”. Como ha dicho Baroja, que era médico:
La pesadez, la morosidad, el tempo
lento, no puede ser una virtud. La morosidad es anfibiológica.
Cuando se estudia fisiología se ve que
en el cuerpo hay nervios con dos y tres y más funciones. No sé si por eso al
organismo se le llama economía. Lo que no se ve jamás en lo vivo es que lo que
se pueda hacer rápidamente se haga con lentitud, ni que lo que pueda hacer un
nervio lo hagan dos.[18]
Acción, siempre acción; empeño por
llegar al final. Todo lo que entrabe el desarrollo del pensamiento por arribar a
la meta es morosidad.
La clave es ir al grano. Y
no:
En las jornadas científicas de ayer
prosiguió la discusión de los problemas inmunológicos para combatir el rechazo
del organismo a los trasplantes.
Ahí falta la noticia: el resultado de la
discusión. Cuando lo accesorio suplanta a lo principal se cae en lo “pajoso”,
que es una forma de la lentitud. Y “la lentitud es el mayor enemigo del
estilo”.[19]
La precisión equivale a movimiento. Es
“una virtud del estilo que no consiente el empleo de más palabras que las que
son necesarias para expresarse”[20]. En
un artículo sobre el conflicto entre el Seguro Social y los bioanalistas se
emplean cuarenta y ocho palabras para lo que debió decirse en veintitrés:
El Instituto, guiado por una filosofía
que no se compadece con la más elemental actitud de la superación profesional,
expone en forma irresponsable a los beneficiarios del Seguro, empleados y
obreros, en su mayoría de humilde condición, a la privación de la determinación
del examen del Laboratorio Clínico.
Preciso:
El Instituto, por una actitud contraria
al mejoramiento profesional, expone a los asegurados y sus familiares a la
privación del examen de laboratorio.
La frase corta comunica dinamismo; y el
diálogo crea movimiento. Sin embargo, cuántas veces es necesario el período
amplio para dar sensación de reposo, o para quebrar, por contraste, la monotonía
del uso continuo de la frase breve. El secreto está en saberlas combinar.
Lenguaje
directo
Otra de las normas del estilo
periodístico, especialmente del informativo, es el lenguaje directo. Pero en
ningún momento extraña el empleo de figuras literarias si con ello gana en
claridad.
No recuerdo qué periódico dijo en una
ocasión: “Mientras los precios suben por el ascensor, los salarios lo hacen por
la escalera”. El periodismo es imaginación, limitada, eso sí —y esto es lo que
debemos recordar siempre— a la búsqueda de la claridad y la amenidad, y a
convertir al lector en testigo de los hechos, por lo cual hay que penetrar en el
hombre: en lo que hace, lo que siente, lo que opina, y en el ambiente en que se
desenvuelve. Hechos, acción, colorido. El otro gran crimen periodístico es el
aburrimiento.
Pero la metáfora no es un adorno de la
prosa. Es una manera intuitiva de aprehender la realidad. De expresar
rápidamente una relación. Es algo natural, que fluye de una tensión emocional
cuando no tenemos otra forma de definir lo que vemos y sentimos. Si no aclara
nada, si no precisa nada, hay que desecharla, se transforma en quincallería
verbal. Para Manuel Rojas, Premio Nacional de Literatura de Chile, el escritor
que abusa de la metáfora se vuelve sospechoso de tener poco que decir y de que
para decirlo carece de recursos expresivos.
Brevedad
Lord Rutherford, el creador del modelo
atómico como un minúsculo sistema planetario, escribió: “Si no se puede expresar
lo esencial de un pensamiento en menos de 500 palabras, es que algo no va bien
en ese pensamiento”.[21]
Brevedad, sí, para decirlo todo; no para
escamotearlo. Las encuestas revelan en muchas personas la existencia de un
conflicto entre la lectura y “la necesidad de guardar tiempo para otras cosas”.
Hay, pues, que evitar lo circunstancial y las digresiones, quedarse con la
médula.
La precisión, el ir al grano y la
rapidez por alcanzar el final son también normas para la brevedad. Así como el
uso de la frase corta, el rechazar la tentación del adjetivo y el adverbio, y la
eliminación de los incisos.
De igual modo, la concisión exige
propiedad: “hacer estudios” es estudiar; “hacer análisis”, analizar. El término
exacto elimina a veces una frase; y una oración precisa, un párrafo.
Claridad
La claridad es la condición esencial del
estilo periodístico. Cuanto hemos dicho tiende a ese fin. Lo que se busca es ser
comprensibles para todo el mundo. Como lo es Gamow cuando explica el átomo a
través de un sueño del señor Tompkins. Deben adecuarse, con este propósito,
fondo y forma. En su base, la claridad es cuestión de observación. Para
comunicar con claridad, hay que ver con claridad. Investigar para que no se
escape ni un detalle y confirmar todos y cada uno de esos hallazgos. Deben
responderse las seis preguntas de la noticia, que Rudyard Kipling ha elevado a
poesía:
Tengo seis honrados servidores
(que me enseñaron todo lo que sé):
Sus nombres son el Qué, el Por qué
y el Cuándo, el Cómo, el Dónde y el Quién.
Veámoslo en un ejemplo:
¿Qué? Una investigación para obtener proteínas del petróleo.
¿Quién? El doctor Eovaldo Hernández.
¿Dónde? En la Facultad de Agronomía de la Universidad del Zulia.
¿Cuándo? Actualmente.
¿Cómo? Alimentando bacterias con gas.
¿Por qué? Porque se necesitan proteínas, en abundancia y a bajo costo, para
resolver el
problema
del
hambre.
Estos son los hechos principales. Luego,
cada pregunta se amplía hasta lograr una información detallada de esa
investigación.
Una vez que se ha visto e investigado el
hecho noticioso —y quien no sea periodista jamás verá una noticia— se ordenarán
los datos de acuerdo con su importancia. Claros ya en lo que se va a comunicar,
se procede a escribir. Nada se dejará en el aire, se documentará cuanto se diga.
Pero solamente se comunicará una idea; en el ejemplo dado, la de la obtención de
proteínas del petróleo.
En el periodismo científico es
indispensable para la claridad un conocimiento apropiado de la disciplina de que
se trata, y la estrecha colaboración entre el científico y el periodista, para
que aquél le explique lo que éste no comprenda bien.
Sin embargo, ardua tarea es contar lo
que se ve, para decirlo en frase de Azorín. Más cuando hay que poner la ciencia
en lengua diaria, con fidelidad y con gracia.
Por la psicología sabemos que un
individuo expuesto a una multiplicidad de estímulos selecciona unos y elimina
otros, coloca unos en primer plano y les concede a otros un valor secundario. La
percepción entraña la organización de los estímulos.
La frase larga, salpicada de paréntesis,
incisos y digresiones, expone al lector a un bombardeo de estímulos que compiten
entre sí. Con frecuencia lo mete en un laberinto en el cual pierde el hilo. Para
encontrarlo ha de volver a leer. En términos de psicología, debe someterse a una
nueva estimulación.
De los estudios de la percepción, el
Comité de Periodismo Moderno, que integran cincuenta y siete profesores y
periodistas, saca esta conclusión:
Resulta más fácil de percibir y entender
una oración concisa que otra larga y digresiva (...), es menos probable que se
deforme la comunicación breve y concisa debido a que contiene menos detalles
para la selección y la condensación”.[22]
Lo ideal es una idea por oración. Lo
más, dos. Para André Maurois “hay que evitar, hasta que se llegue a maestro, las
frases largas”.[23]
Los otros aspectos, tratados ya, son:
lenguaje sencillo, directo, concreto; el empleo del vocablo propio, y de la
metáfora cuando aclara o precisa; así como de la correcta construcción
gramatical, afianzada por el coherente desarrollo de las ideas.
Exactitud
Como el de la claridad, el de la
exactitud es, primero, asunto de observación: de ver, de investigar a fondo y
comprobar cada uno de los datos; de ordenarlos y jerarquizarlos; y en el campo
de la ciencia, de una preparación idónea para poder interpretarlos.
Todavía más. Los autores[24] recomiendan que se dé a leer el
original al científico; si no hay tiempo, se le lee por teléfono. El otro riesgo
de la exactitud está en el manejo del lenguaje. Puede darse por defecto de
expresión
Conforme pasa el tiempo —afirma
Dumazedier— las cosas son tratadas con espíritu científico y, en consecuencia,
expresadas con palabras técnicas; no hay precisión científica sin palabras
técnicas. Entonces conviene introducir en la formación del periodista del futuro
verdaderos cursos sobre las equivalencias entre la lengua hablada y la lengua
sabia.[25]
El de la traducción del término
científico es, aunque el más importante, apenas un aspecto del problema general
del manejo del idioma. También el lenguaje corriente exige la precisión de sus
términos. Y la mala construcción, la oscuridad de una frase, un defecto de
puntuación pueden originar inexactitudes.
Hemos cometido errores. Por culpa
nuestra, hoy el número de puntos de sutura de una herida es sinónimo de
gravedad. Y puede no serlo. Depende de la localización anatómica de la herida y
de su profundidad. Una herida de cuatro puntos, pero profunda y en el abdomen,
puede dañar órganos vitales. Otra, de veinte puntos, pero en la piel, es
puramente superficial. Del contacto con el médico hemos ido aprendiendo, pero
tenemos que aprender más.
El de la exactitud es también un
problema de la fuente de información. Aunque esto casi nunca ocurra en el campo
de la ciencia, conviene señalarlo: “Se puede ser inexacto en la noticia bajo la
fe de alguien que nos merezca sumo respeto; no podríamos desdeñar el testimonio
de persona autorizada”.[26]
Lo dice Azorín y documentalmente lo
prueba.
La exactitud es la otra condición
esencial del periodismo.
Comienzo y
cierre
La primera tarea del periodista es
captar la atención; la segunda, retenerla. El contenido y la forma han de
despertar y mantener el interés del lector, único medio de que dispone el
periodista para el éxito. Ya lo dijo un maestro del estilo: “No existe, en arte,
ni largura ni cortedad; no hay más que interés o no interés; vida o no vida”.[27]
El título, por su tipografía desplegada
y lo expresivo de su contenido, es el que atrae la atención y mueve el interés.
Luego viene la entrada del escrito periodístico. Pues bien, por los estudios de
la percepción sabemos que en una serie de estímulos, los que se hallan al
comienzo imponen una dirección. La entrada, en consecuencia, es un elemento
fundamental.
Por otra parte, los estímulos finales
producen también un efecto más intenso y duradero que los que se encuentran en
el medio de la serie. En otras palabras: el cierre exige un tratamiento
cuidadoso.
Valen aquí —conviene recordarlo— las
mismas razones que Juan Bosch aduce, a este respecto, para el cuento, en donde,
como en el periodismo, la entrada y el final son esenciales.
Saber comenzar un cuento —escribe Juan
Bosch— es tan importante como saber terminarlo. El cuentista serio estudia y
practica sin descanso la entrada del cuento. Es en la primera frase donde está
el hechizo de un buen cuento; ella determina el ritmo y la tensión de la pieza.
Un cuento que comienza bien casi siempre termina bien. El autor queda
comprometido consigo mismo a mantener el nivel de su creación a la altura en que
la inició. Hay una sola manera de empezar un cuento con acierto: despertando de
un golpe el interés del lector.[28]
Lo mismo puede decirse para los
distintos géneros del periodismo: interés: he ahí el secreto.
Sensacionalismo
Sin embargo, el deseo de atrapar la
atención del lector ha llevado a excesos en el periodismo. Sobre todo en el
título y las gráficas se produce el fenómeno del sensacionalismo. Pero una cosa
es destacar la 28. Juan Bosch. “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”.
Revista Shell. Caracas: diciembre, 1960, p. 47. noticia importante,
sensacional —como la llegada del hombre a la luna, el primer trasplante de
corazón en el mundo, o el primer trasplante de riñón en Maracaibo—; y otra, el
despliegue con escándalo para vender el periódico. Lo primero es sensacional; lo
segundo, amarillismo.
El tono consiste, precisamente, en la
adecuación del estilo a la materia, al momento, a los estados de ánimo. Cuando
no se da esta correspondencia, el estilo es artificioso, y esta disonancia es
también fuente de inexactitud, se falsea la realidad: se abulta lo que es
pequeño y sin importancia, o se minimiza lo que de suyo es relevante.
El texto colabora asimismo con este
fenómeno. Pero el problema, en su conjunto, es de tratamiento. Y el mejor
tratamiento se logra con la comprensión de la ciencia, el contacto con el
científico y la cultura humanística. Con el robustecimiento y mejoramiento de la
Escuela de Periodismo, con intercambios y seminarios entre la Asociación
Venezolana de Periodistas y los gremios científicos, con el Colegio Médico.
La información médica, por su propio
contenido —dice Manuel Calvo— debe ser tratada con delicadeza extrema, con el
mismo cuidado con que el médico habla a sus pacientes sobre el curso de sus
dolencias y sobre su gravedad y posibilidades de curación. El médico que informa
a un paciente o el periodista que informa a una masa de lectores han de
encontrar un punto medio que equidiste de la vana esperanza y de la amargura
gratuita, y procurar que sus informaciones conduzcan, en el ánimo del profano, a
un optimismo prudente o a un pensamiento esperanzado. Interés especial merece el
caso de los anuncios sobre nuevos medicamentos.
Cada vez que un periodista maneje
informaciones de esta naturaleza, debe pensar que hay miles y quizá millones de
seres humanos a quienes lo que va a difundir afecta casi de vida o muerte, y que
no tiene derecho a despertar unas ilusiones que quizá pueden venirse abajo al
menor contacto con la realidad de la clínica o de la consulta del especialista.
No afirmemos nada rotundamente mientras no tengamos pruebas. Y entre tanto,
dejemos las puertas abiertas a la duda. Ahora que las gentes son menos
creyentes, suelen ser más crédulas, y al periodista no le está permitido jamás
abusar de la credulidad de sus lectores.[29]
El problema de la publicidad que el
médico obtiene cuando aparece mucho en la prensa es fácil de resolver. Basta, a
mi modo de ver, con unas buenas relaciones de prensa en los hospitales, en los
institutos de investigación, en el Colegio Médico. Eso sí, hay que respetar la
iniciativa del reportero; si se da cuenta de una noticia y la solicita, hay que
dársela; obtendrá una exclusiva. Si ese no es el caso, el organismo
correspondiente puede convocar una rueda de prensa, sin exclusiones, y ofrecer
la información.
En el periodismo se escribe para
auditorios que van desde los que apenas saben leer y escribir hasta quienes
poseen la más refinada cultura. ¡Qué difícil es situarse con dignidad entre
estos dos extremos y poner la ciencia en lengua diaria, como quería Martí! Sin
embargo, Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura, recordaba alguna vez las
reglas del estilo periodístico, que aprendió de reportero en el Star de
Kansas City:
“Fueron esas las mejores reglas que
aprendí para el oficio de escribir. Nunca las he olvidado”.
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Referencias:
[1]. Juan Díaz Bordenave. La
comunicación y el mejoramiento de la nutrición popular. Lima: Instituto
Interamericano de Ciencias Agrícolas de la OEA, Dirección Regional para la zona
Andina, 1965. p. 4.
[2]. Manuel Calvo. El periodismo científico. Quito:
Ciespal, 1965. p. 6.
[3]. Citado por Manuel Calvo en Op.
Cit. p. 18.
[4] .Ibídem. p. 16.
[5]. Wesley C. Clark. El derecho a la
información. Quito: Ciespal, 1962, p. 2.
[6]. Joffre Dumazedier. De la sociología de la comunicación colectiva a la
sociología del desarrollo cultural. Quito:
Ciespal, 1966. p. 23.[7]. Ibídem. Op. Cit. p. 24. [8]. Mario Teruggi. “Misión y responsabilidad del periodismo científico”. En Unión Panamericana: El periodismo científico en Iberoamerica. Washington, DC., 1968. p. 51. [9]. Pierre Guiraud. La Semántica. México: F. C. E., 1965. p. 27. [10]. Robert. K Merton. Teoría y estructura sociales. México: Fondo de Cultura Económica, 1965. p. 512. [11]. Coloquios de Royaumont. El concepto de información en la ciencia contemporánea. México: Siglo XXI, 1966. pp. 129-139. [12]. Manuel Calvo. Op. Cit. pp. 25-26. [13]. Alan E. Nourse y los redactores de LIFE. El cuerpo humano. (Colección científica de Life en Español). México, 1965. p. 77.
[14]. John Hohenberg. El periodista
profesional. México: Editorial Letras, S. A., 1962. p. 49.
[15]. Citado a su vez por Jaime Rest en
El cuento: de los orígenes a la actualidad. Buenos Aires: Centro Editor
de América Latina, S. A., 1968. p. 1.
[16]. Citado a su vez por Manuel Calvo en
Op. Cit. p. 59.
[17]. Azorin. Obras Completas. Tomo
VIII. Madrid: Aguilar, 1963. p. 678.
[18]. Citado por Gonzalo Martín Vivaldi en
Curso de Redacción. Madrid: Paraninfo, 1967, p. 256.
[19]. Azorín. Op. Cit.
[20]. Nicolás González Ruiz (compilador).
El periodismo - Teoría y práctica. Barcelona: Editorial Noguer, S. A.,
1960. p. 121.
[21]. Citado por Manuel Calvo. Op.
Cit. p. 42.
[22]. Committee on Modern Journalism.
Periodismo moderno. México: Editorial Letras, S. A., 1965. p.
82.
[23]. Citado por Manuel Calvo en Op.
Cit. p. 60.
[24]. Cfr.: John Hohenberg. Op.
Cit. p. 448; Stanley Johnson y Julian Harris. El reportero profesional. p.
230.
[25]. Joffre Dumazedier. Op. Cit.
p. 44.
[26]. Azorín. Op. Cit. p.
740.
[27]. Azorin. Op. Cit. p.
743.
[28]. Juan Bosch. “Apuntes sobre el arte
de escribir cuentos”. Revista Shell. Caracas: diciembre, 1960, p. 47.
[29]. Manuel Calvo. Op. Cit. p.
49.
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