San Benito, protégenos
Te conjuramos, espíritu del Mal, para que no te acerques a estas páginas, ni a sus autores, ni a sus familias; y que te alejes de esta medalla de San Benito bajo cuya protección y amparo han sido colocadas; en el nombre de Dios Padre Omnipotente, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos se contiene. Asimismo, que desaparezcan y se alejen de esta medalla toda la fuerza del Adversario, todo el poder del Diablo, todos los ataques e ilusiones de Satanás, a fin de que todos los que la usaren gocen de la salud de alma y cuerpo. Amén. Así sea.
Te conjuramos, espíritu del Mal, para que no te acerques a estas páginas, ni a sus autores, ni a sus familias; y que te alejes de esta medalla de San Benito bajo cuya protección y amparo han sido colocadas; en el nombre de Dios Padre Omnipotente, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos se contiene. Asimismo, que desaparezcan y se alejen de esta medalla toda la fuerza del Adversario, todo el poder del Diablo, todos los ataques e ilusiones de Satanás, a fin de que todos los que la usaren gocen de la salud de alma y cuerpo. Amén. Así sea.
Desde que entré en la Abadía "San José" en 1992 y conoci la Vida de
San Benito Abad me siento viviendo en una época similar muchos siglos
después ...
Texto que reproduzco a continuación fue tomado del blog del
P. Beda Hornung osb "Con Cristo
por El y en EL".
por El y en EL".
"La Vida de San Benito, escrita por el Papa San Gregorio Magno, no es una biografía en el sentido moderno de la palabra, sino más bien una radiografía que muestra lo esencial de lo que hace a un santo; es como un ícono, no una fotografía.
Cuando hablamos de San Benito de Nursia, nos imaginamos muchas veces a un monje que vive su vida tranquila, lejos del ruido y los problemas del mundo. Sin embargo, vale la pena ubicarnos en su época, para ver su vida en el contexto de los acontecimientos. De allí, podemos sacar consecuencias para la calidad de su vida monástica – ¡y de la nuestra!
Según la tradición, San Benito vivió entre los años 480 y 547, aunque los estudiosos modernos prefieren hablar de su nacimiento no antes del año 490, poniendo su muerte tan tarde como 560. En todo caso, es la misma época.
Después de una larga decadencia, por fin el imperio romano occidental, con la capital en Roma, cae en 476. Comienzan a reinar los godos. Podemos imaginarnos los desórdenes que traía la caída de un imperio que había durado casi mil años, y que había dominado con mano férrea todo el ambiente alrededor del mar mediterráneo. Es en esta época cuando nace Benito.
La parte oriental del imperio romano, con sede en Constantinopla – hoy Estambul – se sentía responsable por el rescate de la parte occidental, que ahora estaba en manos de los “bárbaros”. Así, en 535, comenzó una guerra que, después de18 largos años, terminó en 553, buena parte de la vida de Benito. En este tiempo, Roma cambia de amo cinco veces y sufre tres sitios, el primero de los cuales dura un año entero, y el segundo termina con la evacuación completa de la ciudad, la cual permanece desierta durante cuarenta días. Milán fue totalmente destruida y su población masculina fue pasada a cuchillo. Hubo hambruna, también en la provincia, huidas o deportaciones, confiscaciones de bienes, masacres de rehenes, y otras atrocidades.
Esa es la época en que vivía San Benito. También él tuvo que sufrir los coletazos de esta situación. Nuestra pregunta es entonces, ¿cómo asumió él su responsabilidad de hombre y de cristiano frente a tanto sufrimiento? ¿Qué hizo él?
Pues, ya antes de la guerra, se había ido a Roma, para estudiar. Asqueado por el ambiente decadente, abandonó los estudios hacia los años 510 ó 515. Se retiró a la soledad. El problema no está “allí fuera”, sino dentro de uno mismo. Esto sólo se descubre en la soledad, cuando ya no hay nadie a quien se le puede echar la culpa.
Así dice el Papa Gregorio, que “Benito, deseando más sufrir los desprecios del mundo que recibir sus alabanzas, y fatigarse con trabajos por Dios más que verse ensalzado con los favores de esta vida, huyó, y buscó el retiro de un lugar solitario, llamado Subiaco, distante de la ciudad de Roma unas cuarenta millas.” Más tarde nos cuenta que, después de haber estado en un monasterio vecino, donde los monjes le habían pedido que fuera su abad, pero después intentaron envenenarlo, “regresó a su amada soledad y allí vivió consigo mismo, bajo la mirada del celestial Espectador.” Y sigue explicando estas palabras: “Por eso dije, que este venerable varón habitó consigo mismo, porque teniendo continuamente los ojos puestos en la guarda de sí mismo, viéndose siempre ante la mirada del Creador, y examinándose continuamente, no salió fuera de sí mismo, echando miradas al exterior.”
Esta descripción es como un resumen de la vida monástica. Aunque vivamos en comunidad, cada uno asume su responsabilidad por lo que es. No es introspección, en el sentido que se le podría dar hoy en día. El monje se ve siempre “ante la mirada del Creador”.
Esto es de suma importancia. Porque nuestra consciencia se inclina a acusarnos, a vernos malos, inferiores, de poca monta. Como eso no nos gusta, buscamos las fallas fuera, en los demás, o las tapamos con distracciones de todo tipo. Es por eso que la soledad absoluta es un infierno. ¿Has intentado alguna vez estar solo, y en silencio? Si no, inténtalo. Entonces sabrás de qué estoy hablando. Sólo la soledad frente a Dios nos permite crecer, porque nos invita a vernos como Él nos ve. Él nos ha creado buenos, Él nos ama. Es aceptando este amor, que podemos aceptar nuestra bondad básica, y permitirle a Dios que nos sane, y nos transforme en aquellos hombres que Él tenía en mente cuando nos creó.
Más tarde, en la Vida de Benito, Gregorio relata un incidente donde el diablo se le aparece al Santo y, haciendo juego de palabra con su nombre, Benito, que significa “Bendito”, le dice, “¡no!, ben(d)ito no, ¡maldito!” Sabiéndose amado por Dios, Benito ni siquiera le contesta al diablo; eso no es con él. Ya san Pablo dice “si Dios está con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros?”
Aparentemente, Benito no hizo nada para resolver los graves problemas que aquejaban su época. Pero, a largo plazo, nos marcó un camino para apaciguar los ánimos, para buscar primero la gloria de Dios, en vez de la gratificación de nuestros deseos e intereses egoístas. Este camino está redactado en su Regla para los monjes que, doscientos años más tarde, fue introducida en toda Europa occidental, y contribuyó a la civilización de la Edad Media, de la cual todos nosotros somos herederos."
Cuando hablamos de San Benito de Nursia, nos imaginamos muchas veces a un monje que vive su vida tranquila, lejos del ruido y los problemas del mundo. Sin embargo, vale la pena ubicarnos en su época, para ver su vida en el contexto de los acontecimientos. De allí, podemos sacar consecuencias para la calidad de su vida monástica – ¡y de la nuestra!
Según la tradición, San Benito vivió entre los años 480 y 547, aunque los estudiosos modernos prefieren hablar de su nacimiento no antes del año 490, poniendo su muerte tan tarde como 560. En todo caso, es la misma época.
Después de una larga decadencia, por fin el imperio romano occidental, con la capital en Roma, cae en 476. Comienzan a reinar los godos. Podemos imaginarnos los desórdenes que traía la caída de un imperio que había durado casi mil años, y que había dominado con mano férrea todo el ambiente alrededor del mar mediterráneo. Es en esta época cuando nace Benito.
La parte oriental del imperio romano, con sede en Constantinopla – hoy Estambul – se sentía responsable por el rescate de la parte occidental, que ahora estaba en manos de los “bárbaros”. Así, en 535, comenzó una guerra que, después de18 largos años, terminó en 553, buena parte de la vida de Benito. En este tiempo, Roma cambia de amo cinco veces y sufre tres sitios, el primero de los cuales dura un año entero, y el segundo termina con la evacuación completa de la ciudad, la cual permanece desierta durante cuarenta días. Milán fue totalmente destruida y su población masculina fue pasada a cuchillo. Hubo hambruna, también en la provincia, huidas o deportaciones, confiscaciones de bienes, masacres de rehenes, y otras atrocidades.
Esa es la época en que vivía San Benito. También él tuvo que sufrir los coletazos de esta situación. Nuestra pregunta es entonces, ¿cómo asumió él su responsabilidad de hombre y de cristiano frente a tanto sufrimiento? ¿Qué hizo él?
Pues, ya antes de la guerra, se había ido a Roma, para estudiar. Asqueado por el ambiente decadente, abandonó los estudios hacia los años 510 ó 515. Se retiró a la soledad. El problema no está “allí fuera”, sino dentro de uno mismo. Esto sólo se descubre en la soledad, cuando ya no hay nadie a quien se le puede echar la culpa.
Así dice el Papa Gregorio, que “Benito, deseando más sufrir los desprecios del mundo que recibir sus alabanzas, y fatigarse con trabajos por Dios más que verse ensalzado con los favores de esta vida, huyó, y buscó el retiro de un lugar solitario, llamado Subiaco, distante de la ciudad de Roma unas cuarenta millas.” Más tarde nos cuenta que, después de haber estado en un monasterio vecino, donde los monjes le habían pedido que fuera su abad, pero después intentaron envenenarlo, “regresó a su amada soledad y allí vivió consigo mismo, bajo la mirada del celestial Espectador.” Y sigue explicando estas palabras: “Por eso dije, que este venerable varón habitó consigo mismo, porque teniendo continuamente los ojos puestos en la guarda de sí mismo, viéndose siempre ante la mirada del Creador, y examinándose continuamente, no salió fuera de sí mismo, echando miradas al exterior.”
Esta descripción es como un resumen de la vida monástica. Aunque vivamos en comunidad, cada uno asume su responsabilidad por lo que es. No es introspección, en el sentido que se le podría dar hoy en día. El monje se ve siempre “ante la mirada del Creador”.
Esto es de suma importancia. Porque nuestra consciencia se inclina a acusarnos, a vernos malos, inferiores, de poca monta. Como eso no nos gusta, buscamos las fallas fuera, en los demás, o las tapamos con distracciones de todo tipo. Es por eso que la soledad absoluta es un infierno. ¿Has intentado alguna vez estar solo, y en silencio? Si no, inténtalo. Entonces sabrás de qué estoy hablando. Sólo la soledad frente a Dios nos permite crecer, porque nos invita a vernos como Él nos ve. Él nos ha creado buenos, Él nos ama. Es aceptando este amor, que podemos aceptar nuestra bondad básica, y permitirle a Dios que nos sane, y nos transforme en aquellos hombres que Él tenía en mente cuando nos creó.
Más tarde, en la Vida de Benito, Gregorio relata un incidente donde el diablo se le aparece al Santo y, haciendo juego de palabra con su nombre, Benito, que significa “Bendito”, le dice, “¡no!, ben(d)ito no, ¡maldito!” Sabiéndose amado por Dios, Benito ni siquiera le contesta al diablo; eso no es con él. Ya san Pablo dice “si Dios está con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros?”
Aparentemente, Benito no hizo nada para resolver los graves problemas que aquejaban su época. Pero, a largo plazo, nos marcó un camino para apaciguar los ánimos, para buscar primero la gloria de Dios, en vez de la gratificación de nuestros deseos e intereses egoístas. Este camino está redactado en su Regla para los monjes que, doscientos años más tarde, fue introducida en toda Europa occidental, y contribuyó a la civilización de la Edad Media, de la cual todos nosotros somos herederos."
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