Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 8 de abril de 2012

¿QUÉ DEBO SENTIR COMO VENEZOLANA: ¿PERDON? ¿COMPASION? O QUE ESTOY MONTADA EN UNA GRAN FARSA TEATRAL CON RECHAZO ABSOLUTO A SEGUIR AHI

No llores por mí, Venezuela

La periodista y escritora mexicana Alma Guillermoprieto recorrió Venezuela durante el mes de julio y escribió tres crónicas para la prestigiosa publicación The New York Review of Books. En ellas reflexiona sobre el proceso político venezolano que lidera el presidente Hugo Chávez y ofrece una desapasionada mirada acerca de los aciertos y yerros de la oposición y el Gobierno. Hoy, la primera entrega de esta serie que publica El Espectador en exclusiva para Colombia.

En el reality show que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, protagoniza a intervalos irregulares pero frecuentes para beneficio de su nación, él es la única estrella. Casi todos los domingos se le puede ver en su programa de todo un día de duración, Aló Presidente, una referencia obligada para todo aquel que pueda estar interesado en conocer la agenda política de la semana siguiente. Pero además, hay interrupciones no pautadas de los noticieros y telenovelas en horario nocturno, cuando el Presidente se apodera de los canales para hablar de cualquier cosa que pase por su mente.

La televisión es su medio natural: expresivo, franco, apenas un poquito pasado de peso, completamente a sus anchas, campechano incluso cuando increpa a la prensa o a un miembro rezagado de su gabinete, Chávez resulta indiscutiblemente fascinante y a veces hasta entrañable cuando se apodera de los canales de transmisión. En Aló Presidente, que por lo general comienza alrededor de las 11 de la mañana, suele entregarse a reminiscencias de algún episodio de su pasado, como la intentona golpista que lo puso por vez primera en la palestra pública en 1992, cuando era un teniente coronel soñador. (En momentos como ese, es probable que recite un poema o que cante).

El Presidente también comparte brevemente la pantalla con invitados al estudio. Les pide a los beneficiarios de algún programa particular del Gobierno que describan su participación en él. A intelectuales y embajadores de visita les pide que animen a la multitud. Miembros de su gabinete dan su reporte. Los asistentes en la primera fila escuchan y aplauden, y también, quizás, piensan extensamente en la cena y en un baño –pues una vez admitidos a un espectáculo que dura mucho más que los Oscar, a los invitados no se les permite salir–, mientras Chávez discursea sobre política, Jesucristo, historia, los acontecimientos de la semana, el béisbol y, en gran medida, sobre sí mismo. El show de Chávez es interminable, pero como cualquier otro reality, nunca dura lo suficiente. ¿A quién increpará o despedirá esta vez Chávez el aire? ¿Qué le dirá a su esposa en vísperas del Día de los Enamorados? (La respuesta es: “Marisabel, mañana te doy lo tuyo”). Y, dado que ya logró convencer al almibarado baladista Julio Iglesias de entonar O Sole Mio con él y Jiang Zemin, entonces presidente de la República Popular de China, ¿con quién cantará ahora?

Cuando se toma todas las estaciones privadas de televisión para la charla –formando una “cadena nacional”– Chávez está en lo suyo: “¡Qué tal mis amigas! ¡Qué tal mis amigos! Muy buenas noches. Cadena nacional. No hay límites de tiempo. Hemos vuelto a la estrategia original. Hicimos un cambio, una curva a la esquina de afuera por algunas semanas con las cadenas de los jueves. Pero no, hoy volvemos al lanzamiento original, esto es, cuando sea conveniente, cada vez que sea conveniente. Pudiera ser una cadena a la semana o tres o cinco cadenas a la semana, eso dependerá de la dinámica de los acontecimientos.

O una al mes. Ya veremos. Sobre la marcha vamos tomando la decisión en función de la evaluación de lo que esté ocurriendo en Venezuela y en el mundo. Y además, sin límite de tiempo. Son las nueve y cuarto de la noche, pienso que terminaremos al filo de la media noche. Vamos a hablar de una serie de temas y tengo muchísimo interés en explicarles, en reflexionar con ustedes, porque estamos en tiempos donde se requiere mucha reflexión, mucho pensamiento –y acción, por supuesto–. Estamos viviendo un momento cumbre en la historia de venezuela y todos los venezolanos y venezolanas debemos estar a la altura de este momento supremo. ¡Ojo pelao! Alertas. Cuidado, porque hay muchas campañas que intentan desinformar, todos los días. Debemos entonces tener las cosas muy claras los revolucionarios. Los bolivarianos debemos tenerlo claro ¿Qué sucede? ¿Por dónde camina la revolución? ¿Cómo marcha el proceso revolucionario? Cada día con más optimismo. Cada día tengo más optimismo. Cada día estoy más alegre: esta mañana cantaba por ahí y esta noche estaba cantando no recuerdo qué canción. Más adelante, a lo mejor, la recuerdo. ¡Cantando! ¡Feliz! ¡Atendiendo a la gente!

De alguna manera, en la pantalla, todo tiene sentido. Es difícil imaginar a otros jefes de Estado presentando este espectáculo semana tras semana, por cerca de seis años. Fidel Castro es demasiado inhibido. George Bush carece de imaginación, y a cualquier otro mandatario que se venga a la mente le falta el poder. De éste, el presidente de Venezuela tiene una cantidad. Hace diez años, cuando era un ex golpista fracasado y militar retirado, Chávez dependía de sus amigos para cubrir sus necesidades diarias y de transporte. Hoy, a sus 51 años de edad, está a la cabeza de un Estado con uno de los mayores flujos de caja del mundo, goza de índices de popularidad de 80%, enfrenta a una oposición vehemente pero desmoralizada y quizá terminalmente desorganizada, y, según parece, es un imán para las mujeres. Ha sido un extraordinario ascenso de poder.

1 Hugo Chávez nació en el seno de una familia muy pobre en una época en la que el petróleo estaba convirtiendo a Venezuela en una nación inmensamente rica. Los Chávez vivían lejos de las provincias donde se desarrollaba el fantástico boom petrolero, en un poblado en la frontera de los vastos llanos venezolanos. Su padre, Hugo, terminó el sexto grado y eventualmente logró ser maestro rural, pero aún así no ganó lo suficiente como para mantener unida a su familia. Luego de su nacimiento, Hugo hijo y su hermano mayor fueron enviados a vivir en un pequeño pueblo cercano, Sabaneta, con su abuela paterna, Rosa Inés. Chávez le ha contado a uno de sus biógrafos, Aleida Guevara, hija del Che, que era un niño activo, feliz, correteando por Sabaneta después de la escuela para vender los dulces de frutas acarameladas que su abuela cocinaba en una olla en casa. Anecdotista simpático, Chávez habla de cuando trepaba árboles de aguacate, de escapadas furtivas al cine para ver comedias mexicanas, y de ayudar a la mujer que llamaba Mamá Rosa a regar el jardín, mientras ella les charlaba a las plantas para ayudarlas a crecer y él les cantaba. Pero también está esto:

(Luego del nacimiento de su hermano menor, Narciso, sus padres también se mudaron a Sabaneta) “y mi padre construyó una pequeña casa... diagonal a la de mi abuela, que estaba hecha de paja. Mis padres vivieron allí con los otros niños... (La suya) era una pequeña casa de (bloques de cemento), una casa rural, pero tenía techo de asbesto y piso de cemento”. Chávez no dice qué pensó de ese arreglo, pero aun cuando ha mantenido términos absolutamente cordiales con sus padres (su madre, Elena, es la matriarca de los Chávez), su lealtad y su amor filial están reservados a la memoria de Mamá Rosa.

Hugo Chávez padre parece haberle transmitido a su hijo su insaciable deseo de ser alguien, y su amor por la política. El maestro de escuela sería promovido con el tiempo a director de educación en su estado natal, Barinas (actualmente es gobernador de este estado), pero ello no había ocurrido cuando Chávez hijo, contra los deseos de Mamá Rosa pero buscando abrirse paso en el mundo, decidió enrolarse en la Academia Militar en Caracas.

En su biografía indispensable, Hugo Chávez sin uniforme, Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka ofrecen un relato sobre el futuro presidente, en el cual Chávez aparece como un joven cadete provinciano, tímido y de buen comportamiento –nada de escapadas nocturnas, parrandas y tragos–, sopesando siempre sus posibilidades sociales en relación con sus ambiciones. Ama el Ejército, se siente como en casa en él. Fue el octavo en su promoción. Juega béisbol, el deporte nacional en Venezuela, más que bien, y sus compañeros se sorprenden de ver a este provinciano de maestro de ceremonias en un concurso de belleza –con mucha soltura, uno asume–. Un hombre locuaz y simpático, a los 21 años –con el título en ingeniería militar y énfasis en comunicación–, se convierte en la estrella de su propio programa de radio.

Durante casi 20 años, Chávez abrigó su conspiración vaga y romántica, inspirada no en el Marxismo o cualquier otra ideología, sino en políticos, intelectuales y combatientes del siglo XIX, que eran sus héroes incluso antes de ser cadete. Richard Gott dedica útiles capítulos a ellos en su biografía Hugo Chávez: la revolución bolivariana en Venezuela. Uno fue Ezequiel Zamora, líder de las fuerzas federales en las interminables guerras de siglo XIX: él peleaba con el eslogan “tierra y hombres libres, elecciones populares, el horror de la oligarquía”. Estuvo Simón Rodríguez, el maravillosamente cosmopolita pensador y aventurero político que firmaba “Robinson” –como Crusoe– y fue mentor de Simón Bolívar. Y Bolívar mismo, supremo: el valiente y temerario héroe que liberó las provincias andinas una a una del yugo español y quien tardíamente comprendió que, una vez separadas, las nuevas naciones de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia jamás se fundirían en la gran patria que había soñado.

Chávez venera a Bolívar, conoce de memoria sus proclamas, considera punto de honor visitar los monumentos alegóricos al Libertador donde quiera que va: el hogar del héroe en Bogotá, los sitios de todas sus grandes batallas, el árbol bajo cuya sombra solía descansar el Libertador.Marcano y Barrera señalan que desde sus primeras fases, quien habría de convertirse en líder de Venezuela se empeñó en vincular todos los momentos fundamentales de su propia vida política con fechas bolivarianas. Una vez en el poder, también cambiaría el nombre de su país por “La República Bolivariana de Venezuela”. Pero la imagen inolvidable es una que ellos reportan como un rumor, que les contó uno de los muchos mentores de Chávez que perdieron su afecto, quien asegura haberlo visto: durante las primeras reuniones de gabinete en el Palacio de Miraflores, la residencia oficial, el presidente Chávez ponía una silla libre para Bolívar.

¿Cómo diablos pudo llegar a Miraflores? Viéndolo canturrear y reclamar y regañar en las pantallas de sus televisores, los miembros de la desconsolada oposición luchan por entender. En buena parte, lo logró porque quiso. A los 23 años, formó su primera célula clandestina dentro del Ejército, trabajó constantemente para expandirla, recorrió el país con el propósito de consolidar un grupo central de conspiradores de izquierda quienes, como él, soñaban con una Venezuela mejor y el papel heroico que tendrían en su génesis. Ellos podían cambiar para bien su tierra, insistía Chávez, sin saber cómo. Era bueno en discursos exhortativos tanto a sus tropas como frente a los estudiantes a los que terminó instruyendo en historia en la Academia Militar.

Cuando conoció a Herma Marksman, una joven y muy linda historiadora (su primera esposa, Nancy, y sus hijos estaban de vuelta en Sabaneta), le dijo de entrada que no podía casarse con ella (en parte porque su madre no le daría permiso de divorciarse de Nancy) pero que quería que compartiera su vida y sus sueños con él. Lo hizo, por nueve años, llevando mensajes por todo el país, tomando notas en reuniones, haciendo las llamadas necesarias para mantener la conspiración andando. ¿Conspiración para hacer qué? Chávez parecía estar esperando que una voz interna se lo dejara saber. Contactó a ex guerrilleros y antiguos líderes de izquierda, vivió de manera modesta, escaló en las filas. Extrañamente, parece nunca haber pensado en volverse activo en la política.

2 Chávez desarrolló su inquietud política en un país que, al igual que él, había mejorado significativamente sus perspectivas. En 1935, a la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, Venezuela logró acceder a la era moderna –entró, finalmente, al siglo XX, les gusta decir a los historiadores–. Tenía una población de apenas 3,5 millones de habitantes para ese entonces, 90% de analfabetismo, una casi total ausencia de servicios de salud, un entrehilado de carreteras polvorientas en lugar de un sistema de autopistas: a Gómez, un monstruo con una sonrisa amable, que se convertiría en el modelo de inspiración de muchos tiranos de la ficción, le gustaba gobernar su país como si fuera una hacienda. El modelo le funcionó; gobernó por 27 años y murió en su cama. Otro dictador, el general Marcos Pérez Jiménez, el último de una serie de tiranos militares que gobernaron Venezuela durante la mayor parte de su historia independiente, fue derrocado en 1958, cuando Hugo Chávez tenía cuatro años. A medida que Chávez crecía, gozaba de los beneficios de la estabilidad y modernización generados por los regímenes civiles que le siguieron a la dictadura militar de Pérez Jiménez.

La envidiable estabilidad política del país fue posible, en gran parte, gracias a la abundancia de petróleo que salía de sus puertos en aquellos años. Siete presidentes, todos sobrevivientes de la lucha contra la dictadura, se sucedieron uno tras otro de manera ordenada, alternando en el poder a dos partidos –uno, Acción Democrática, miembro de la Internacional Socialista, y el otro, Copei, aliado de los Demócratas Cristianos–. El debate político se convirtió en intercambios electorales proforma entre los dos partidos, pero más con el interés de preservar los privilegios de la élite gobernante que en reestructurar una cada vez más injusta sociedad. Hubo una gran cantidad de corrupción, de despilfarro a medida que la población rural migraba hacia los territorios petroleros y Caracas, de una vasta acumulación de pobreza urbana y escasez de políticas públicas para atender las necesidades de los pobres.

Pero no todo el ingreso petrolero se perdía a manos de la corrupción y el manirrotismo: se crearon ambiciosos sistemas educativos, autopistas, museos, represas y programas de salud y vivienda para una población que se multiplicaba demasiado rápido. (El último censo contabilizó unos 25 millones de habitantes). El más reciente de los despilfarradores del tesoro público fue Carlos Andrés Pérez, quien nacionalizó la industria petrolera y presidió una era conocida como la Venezuela Saudita. La bonanza petrolera mantuvo la tasa de cambio por la moneda (el bolívar, por supuesto) tan alta en esos años, que miembros de las nuevas clases altas venezolanas, en centros comerciales desde Argentina hasta Francia, llegaron a ser conocidos por la frase “Está barato. Deme dos”. La corrupción pasó a ser un modo de vida y cuando Pérez dejó la Presidencia, en 1979, el sistema bipartidista de Venezuela parecía estar quebrado. Pese a las acusaciones de grandes actos de corrupción personal que golpearon su reputación, CAP, como siempre se le conoció, era un ídolo popular luego de su primer período de gobierno. Es recordado como la más carismática y fuerte figura en la vida política hasta el advenimiento de Chávez, quien preparó el golpe fallido en su contra. Aparte del petróleo, Venezuela no produce nada de valor exportable. La compañía petrolera estatal, Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA), genera el 80% de los ingresos por concepto de exportaciones, aporta el 27% del PIB y el 40% del presupuesto gubernamental. Estos fondos resultaron insuficientes para financiar los interminables gastos de CAP: le heredó a su sucesor una alta tasa de inflación y de desempleo, una abrumadora deuda externa y las arcas nacionales vacías.

En 1988, CAP lanzó nuevamente su candidatura y resultó victorioso para un segundo período presidencial. Para entonces un converso al enfoque de mercado conocido como el Consenso de Washington, Pérez se declaró a favor de una devaluación de la moneda nacional, aumentos de precios para todos los servicios públicos y el fin de los subsidios gubernamentales –un grupo de medidas que se estaban aplicando de manera similar en toda la región con la esperanza de que la economía, si no se recuperaba, al menos se haría más atractiva a los ojos de los bancos e inversionistas de Estados Unidos. Tres semanas después, los residentes de Caracas protagonizaron la primera revuelta del siglo. Miles de caraqueños bajaron de los cerros donde suelen estar confinados, incendiaron cuadras completas y saquearon todo lo que hallaron a su paso.

Cuando el Presidente ordenó al ejército tomar las calles y declaró el estado de sitio, ya docenas de personas yacían sin vida en las calles. Al final, más de 250 personas murieron. Chávez quedó con la sensación, como se lo contó a Gabriel García Márquez, de haber perdido el “minuto estratégico”: gente pobre desesperada atravesaba por una estrechez económica sin precedentes, mientras que el gobierno la defraudaba, primero imponiendo medidas de austeridad en lugar de prestarle asistencia urgente y luego disparándole para sofocar la rebelión. Los políticos eran corruptos, al servicio de los ricos, e incompetentes para completar.

El sistema bipartidista civil que Chávez había conocido toda su vida estaba extinto. Pensó que era hora de entrar en escena y había dejado pasar el momento justo. De modo que crearía uno nuevo. Cualesquiera que hayan sido sus intenciones originalmente el 4 de febrero de 1992, cuando finalmente concretó su intentona golpista –para derrocar a CAP e instaurar un gobierno provisional o abrirle paso a una junta que convocaría una asamblea constituyente– la rebelión fue un completo fracaso. Sus compañeros de conspiración de tanto tiempo lucharon con valentía en otras partes del país, pero el Ejército no se dividió y el propio Chávez se rindió en Caracas casi sin haber disparado una bala. Sin embargo, su destino estaba trazado. A la mañana siguiente de haberse entregado, los líderes del Ejército le permitieron hacer una declaración televisada sobre el fallido golpe con la intención de que disuadiera a los rebeldes que aún se mantenían en sus posiciones. Habló menos de 90 segundos, pero fue suficiente para que estableciera un vínculo emotivo con los televidentes tan intenso, que le garantizaría un lugar permanente en la política nacional. “Por ahora”, el golpe había fracasado, dijo, dos palabras que le habrían costado a un golpista común una sentencia de prisión mucho más severa. Pero este hombre de suerte debe haber tenido buenos amigos en las altas esferas del Ejército: Chávez y sus camaradas sólo fueron acusados de “rebelión”. Dos años más tarde salió de prisión y se le concedió un retiro honorable del servicio. Cuatro años después, en 1998, luego de tomar la decisión, después de todo, de unirse a la política, se puso al frente de su movimiento y ganó las elecciones presidenciales de diciembre con 56% de los votos.

La dimensión de la victoria de Chávez es interesante, porque durante los seis años que lleva en el poder se han celebrado varios tipos de elecciones (entre ellas una elección presidencial, otra para elegir una Asamblea Constituyente y dos referendos) y su porcentaje de aprobación en esos comicios nunca ha alcanzado el nivel de 60%. En un país donde su audiencia objetivo –los pobres y muy pobres– representó el 68% de la población el año pasado, casi la mitad de las personas que acuden a las urnas siguen negándole su apoyo electoral al actual Presidente. Y casi tres cuartos de la población adulta se ha abstenido de participar en los últimos procesos electorales. Hugo Chávez, que conoce bien esos resultados electorales, ha optado por un juego de alto riesgo: gobierna, no como si fuese el presidente de una nación dividida, sino como si estuviese investido de un mandato nacional para llevar a cabo su bien conocida Revolución Bolivariana.

La definición que el Presidente maneja de la Revolución Bolivariana bajo la Quinta República, dentro de un sistema de democracia participativa, sigue siendo poco nítida. Como Bolívar, Chávez quisiera unificar toda América Latina. En Venezuela, él es el centro del poder: en varios contextos y de varias formas ha dicho que no le molesta la palabra caudillo. Los pobres son la prioridad más urgente de esta revolución, que tiene algunos elementos del socialismo (aunque Chávez y Fidel no siempre fueron tan amigos). A veces es una revolución anticapitalista, otras no. Chávez, quien suele hablar mucho de su fe religiosa, ha dicho que el capitalismo es el demonio, pero muchos empresarios han prosperado bajo su gobierno y él ha dejado en claro que considera que el sector privado tiene una función significativa, en especial la inversión extranjera. Para lo que no parece haber mucho lugar es para la oposición.

Tres meses después de su toma de posesión, el nuevo presidente ganó un referendo que lo facultó para autorizar la convocatoria de una asamblea constituyente, la cual reemplazó la antigua Constitución “moribunda” por otra que concentra buena parte del poder en sus manos y que además amenaza con extinguir la existencia misma de una oposición: actualmente el financiamiento de las campañas electorales de los partidos políticos por parte del gobierno está proscrito.

Además, la mayoría chavista en la Asamblea Nacional –que bajo la nueva Constitución remplazó al viejo cuerpo legislativo bicameral– incrementó el número de jueces en las altas cortes de 20 a 32, y se aseguró de que los nuevos fueran pro-Chávez, de manera que el Presidente tuviera una mayoría. En el transcurso de una confrontación prolongada y de alto riesgo con la compañía petrolera estatal, PDVSA, Chávez también remplazó a la vieja meritocracia por un nuevo cuerpo directivo de su propia escogencia. Básicamente, esto le ha permitido ejercer una política exterior basada en la venta de petróleo a países pobres en condiciones sumamente favorables (y a cambio de su respaldo en la arena internacional), y utilizar la renta petrolera para financiar sus diversos proyectos nacionales.

Por su parte, Washington está trabado en su política exterior con respecto a Venezuela. Aunque el gobierno Bush aparentemente detesta a Chávez y sus políticas pro-Castro, Venezuela abastece casi el 15% del consumo petrolero de Estados Unidos.

3 En el centro de Caracas, una tarde me senté en una confortable oficina para hablar con Marcel Granier, dueño de RCTV, la más grande cadena de Televisión en Caracas. Habíamos hablado de las dificultades para operar una estación de televisión productiva cuando es sujeto de tantas y tan largas interrupciones inesperadas de sus programas por parte de Chávez. Granier estaba recordando el día que maleanteschavistas intentaron incendiar las instalaciones de RCTV (con todo el personal adentro). Eché un vistazo al panel de pantallas de su oficina y vien un canal a un hombre que lucía muy agitado manoteando con la primera página de El Universal, uno de los principales diarios venezolanos. “¿Ese?”, dijo Granier. “Ese es Isaías Rodríguez –el procurador general– opinando sobre este o aquel artículo”.

Resultaba alarmante ver a un ministro del gabinete en una agitación pública por un artículo de periódico, pero Granier no le prestó mayor atención; este tipo de cosas suceden todo el tiempo, dijo. Phil Gunson, del Miami Herald y Newsweek, y Juanita León, de la revista Semana de Colombia, también han sido sorprendidos de verse denunciados al aire por funcionarios de alto nivel –León por el propio Chávez, en un “Aló Presidente” dominical–, una especie de distinción.

Luego leí la transcripción de la conferencia de prensa de Rodríguez: sus acusaciones eran complicadas y confusas, pero entendí que se quejaba de que su oficina estaba siendo sistemáticamente atacada por un cuerpo esquemático de abogados y organizaciones internacionales de derechos humanos, específicamente Human Rights Watch. Estos estaban, decía él, trabajando en concierto con la prensa y el Departamento de Estado de EU, y la prueba –o parte de la misma, al menos– era que el periódico El Universal había escrito un editorial alegando que la administración de justicia era corrupta, ineficiente y apenas funcional bajo su comando. Esto no era justo, venía directamente del nuevo manual de golpes de la CIA, e iba a presentar una queja ante la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, acusando a los conspiradores de acoso al gobierno.

En realidad, Rodríguez tenía a mano un recurso más expedito. Podía llevar al autor del ofensivo editorial a la corte bajo cargos de insultar, o manchar el honor, de un servidor público. Existe una vieja ley que cubre dicha ofensa, pero casi nunca fue aplicada en el pasado y la pena consistía en el pago de una multa. Sin embargo, gracias a una revisión del Código Penal por parte de la Asamblea Nacional –en la cual los miembros chavistas ahora requieren apenas de una mayoría de la mitad más uno para aprobar legislación– si Rodríguez ganara su caso contra El Universal (las bajas cortes también están repletas de chavistas profesos por estos días), el autor del ofensivo editorial, podría terminar pagando de tres a cinco años de cárcel. Con todo, esto no es probable que suceda; igual que con otra reciente legislación de control de cambios para individuos, por ejemplo, la ley está diseñada para ser aplicada selectivamente, y para intimidar.

Otros ataques a aquellos que se oponen a Chávez son más aterradores pero apartados del ojo público; en el Ejército, el castigo por oposición se ha vuelto despiadado, y a veces fatal. Cuando cinco cabos fueron incinerados en sus celdas, un general salió al aire a explicar cómo era posible que pudieran haber utilizado sopletes para matarlos. Fue sentenciado a cinco años de prisión.

El instrumento que Hugo Chávez utiliza con mayor frecuencia contra sus detractores es conocido en todas partes simplemente como la lista, la cual contiene las firmas que se presentaron en 2004 para solicitar un referendo para revocarle su mandato. Los firmantes de esta lista no tienen acceso a cargos en el gobierno, tampoco se les considera elegibles para muchos de los programas de bienestar social impulsados por el Presidente ni para obtener contratos otorgados por el gobierno.

En el pasado, esta lista se utilizaba subrepticiamente: los funcionarios pedían la cédula o el número de identificación del registro electoral y luego revisaban si el ciudadano en cuestión estaba en la lista. Pero desde diciembre, cuando un miembro chavista de la Asamblea Nacionalcolgó la lista en la internet, se ha venido usando abiertamente. “Sin duda, la lista cumplió una función importante en un momento dado, pero ahora es cosa del pasado”, señaló Chávez, probablemente con un dejo de complicidad, ante los funcionarios electos de su partido en el mes de abril. Una joven aspirante a un doctorado, a quien conocí en julio, había ido a la Biblioteca Nacional una semana antes de nuestro encuentro para hacer algunas investigaciones. La empleada que autorizaba los pases le solicitó que presentara su cédula antes de darle acceso. Sorprendida, la joven le preguntó por qué, a lo que la mujer le respondió: “Ay, mi amor, para la lista”.

Aún es demasiado pronto para juzgar qué tanto han servido los muchos ambiciosos programas de educación y de bienestar social lanzados por el presidente Chávez –conocidos como misiones– para subsanar las profundas desigualdades que imperan en Venezuela. Pero desde ya los aflige un defecto fundamental: como todo lo que Chávez crea, su existencia depende de él. Esto parece ser el reflejo de la sensación que aparentemente tiene el Presidente de que todo lo que ocurre, lo que ha ocurrido –en Venezuela, y también en el hemisferio–, de algún modo está relacionado con él.

En una reunión con inversionistas uruguayos el pasado mes de julio, Chávez observó que faltaban pocos días para celebrar el Día de la Independencia de Uruguay. “¡Qué coincidencia”, dijo. “En julio también, el 26 de julio de 1953, Fidel lanzó su ataque sobre las barracas de Moncada. Y otro 26 de julio, pero en 1952, Evita, Evita Perón, falleció. Y apenas dos días después, el 28 de julio de 1954, nací yo. ¡Imagínense!”. Ahí está el don melodramático de Chávez, su vestimenta simbólica, su amor genérico por los pobres y el autoritarismo: uno podría pensar de hecho que es la reencarnación de Evita, y de Perón también, de no ser porque Perón falleció en 1975, demasiado tarde como para que se diera una transmigración adecuada de sus almas.

Es en estos términos alucinantes que puede uno fácilmente acabar discutiendo la realidad política de Venezuela. En Caracas hoy muchas veces parece que no hubiera temas, sino sólo furia biliosa o devoción incondicional –o desconcierto pasmado–, todo provocado por un presidente que absorbe tanto oxígeno que no deja espacio en el cual uno se pueda sentar a discutir, por ejemplo, de los muchos méritos de su programa de salud Barrio Adentro, sus relaciones con Cuba, o si las desbordantes reservas internacionales de la nación deberían utilizarse simplemente para apuntalar el tipo de cambio o para financiar, tal como Chávez lo ha hecho, sus misiones cada vez más numerosas.

¿Cómo puede uno discutir razonablemente si la alta administración de la compañía petrolera estaba envuelta en una conspiración golpista mientras el Presidente está ocupado en la salida de siete de ellos en “Aló Presidente”, diciendo: “¡Están despedidos!” y soplando un silbato de árbitro? ¿Cómo puede un entrevistador, en este caso Jorge Gestoso de CNN en español, discutir los méritos de dicho método con Chávez, cuando Gestoso debe comenzar por insistirle que ese hecho en realidad ocurrió? El uso oficial de mentiras, las declamaciones terroríficas de la oposición, el abandono de la civilidad en la prensa y la televisión suceden por fuera del ámbito de la política y eliminan la razón.

El problema es que todo esto desafía la descripción. Una observadora ha escrito: “... Por eso es que los críticos están totalmente perdidos; no saben cuál es el punto débil de la política chavista, porque es una nunca vista combinación de cosas poco conocidas con un resultado totalmente nuevo. El elemento populista, el aura de niño bueno, el espíritu marcial, la testarudez, el delirio bolivariano, el pragmatismo económico y la arbitrariedad monárquica son conocidas, como también el autoritarismo del viejo compadre caudillista. Nada de eso es nuevo, pero la combinación de todo (a lo cual habría que agregar su suerte, de la que él tiene mucha) es lo que resulta incomprensible”.

Así, en un complicado, a veces brillante diario, la columnista Colette Capriles, quien escribe como si hubiera gastado buena parte de los últimos años tirada en su sofá en un estado de depresión moderada, ve los eventos desplegarse en la pantalla de televisión.

Incluso después de una visita de apenas dos semanas, uno puede comenzar a sentirse claustrofóbico en Venezuela; es como si todos allí vivieran adentro de la cabeza de Chávez, con algunos tratando de escapar entre aulliditos lastimeros. Pero el Presidente no tiene preocupaciones a la vista. Las misiones –en pro de la cultura indígena, la alfabetización, la nivelación académica, la atención médica en los barrios, la defensa de los niños de la calle– prosperan, en gran medida, porque hay decenas de miles de cubanos altamente capacitados a quienes Fidel Castro ha enviado a encargarse de ellas, y también porque cuentan con un generoso financiamiento del cual pueden beneficiarse los ministerios de la salud y educación. Quién sabe, dice Chávez, podría seguir en el poder hasta 2024, o incluso 2030

Y por qué no? En un país con una economía equivalente a la de la República Checa, las reservas internacionales de Venezuela hoy en día totalizan 30 millardos de dólares. Todo parece indicar que los precios del petróleo no bajarán en el corto plazo. El gobierno del presidenteBush, pese a toda su hostilidad hacia Chávez, no parece tener la capacidad para hacerle un daño significativo. Hay programadas elecciones locales y nacionales de varios tipos para cada año de ahora hasta 2013, y Chávez y sus partidos políticos (tiene dos) pueden razonablemente esperar el triunfo en todas ellas. Mejor aún, no hay ningún político del escenario nacional –desde luego ninguno dentro de su propio movimiento– que ponga en peligro su popularidad. Puede sonreír y avanzar, cantando. Contento. Resolviendo problemas. Mirando hacia el futuro.


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