Alfonso Betancourt ||
Desde el Meridiano 68
4, 5, 14 y 24 de Julio
Siglo XVIII. Siglo de las luces. Siglo extraordinario. El hijo de la revolución, que venía empollándose a través de centurias, desde la Edad Media, rompió la cáscara y la aurora de un nuevo destino se anunció y se abrió para la humanidad. De ese destino todavía estamos viviendo en Filosofía, Doctrinas, Sistemas e instituciones y también, como en aquellos tiempos, ahora, querámoslo o no, estamos metidos en las incertidumbres de una crisis universal que nos tiene confusos porque la humanidad está rompiendo con la herencia del iluminismo, de la ilustración, y alumbrando un nuevo camino, distinto al que hemos tenido. De ahí la angustia y la desesperación que nos envuelve. Primero, por el resquebrajamiento de los moldes, de los valores en que nos hemos formado; y segundo, por las interrogantes que se nos plantean, como le ha sucedido al hombre en todos los tiempos cruciales de su existencia en las civilizaciones, por el futuro lleno de incógnitas que le vendrá.
El 4 de julio de 1776 las 13 colonias inglesas de la América del Norte, se independizan. La Metrópoli hará todo lo posible por retenerlas. Imposible. Dialécticamente es un hecho irreversible. Los colonos, en contraste al coloniaje hispano, han practicado la tolerancia religiosa, efectivo ejercicio del gobierno en las comunidades, libertades y amor al trabajo, etc. Todo en concordancia con las nuevas ideas surgidas del racionalismo cartesiano a través de la ilustración y el Enciclopedismo. Franklin, Jefferson y otros, cuando vieron el momento oportuno, declararon la independencia. Y fue el relámpago de la revolución que alumbró todos los horizontes de la tierra. Primero que en Francia porque entre los colonos estaban dadas todas las condiciones. Bastó que el gobierno inglés, como sucede en todos los hechos históricos, moviera la mata para que el fruto maduro cayera. Y cayó. Y también cayó en Francia, 13 años después. Con los Estados Generales en reunión, la Asamblea Nacional, la Asamblea Nacional Constituyente, la Asamblea Legislativa, la Convención y el Directorio, en lapso de diez años se cumplió el ciclo vital de la gran Revolución Francesa. En los momentos estelares de la misma, el 14 de julio de 1789, ahora día de Francia y el mundo, La Bastilla, símbolo del antiguo régimen, esto es: del absolutismo político de origen divino, de los odiosos privilegios de la nobleza y el clero y el feudalismo en que se apoyan, zozobran e irán desapareciendo el empuje del pueblo, mejor del estado llano del que la burguesía forma parte y motoriza la revolución para la de la cárcel siniestra. Después serán los Derechos del Hombre y el Ciudadano, la República, el liberalismo y la democracia.
Entre tanto aquí en América Hispana, un 24 de julio de 1783, nace Bolívar. Uno de los geniales intérpretes de esa humanidad en crisis y en la alborada de un nuevo destino. En este continente le corresponde el papel protagónico que a otros, en otras latitudes, para abrir el sendero de los nuevos tiempos. En muchos aspectos los superará. Los biógrafos lo han señalado. Nace siete años después de declarada la independencia de las 13 colonias norteamericanas y tiene seis años cuando se inicia la Revolución Francesa. Es un hombre cuya cultura corre inmersa en las grandes ideas que sirven de pilar ideológico a las revoluciones de su tiempo y al devenir de una nueva edad histórica que conocemos como Edad Contemporánea. Será Bolívar, con 28 años de edad, quien en notable discurso pronunciado en la Sociedad Patriótica, corta el nudo gordiano de la indecisión entre los representantes del Congreso, para que se declare solemnemente la Independencia de Venezuela el 5 de julio de 1811. De esto, hace 200 años. Antes, por más de tres siglos, éramos súbditos de sus carísimas majestades los Reyes de España. ¡Cómo cambiaron los tiempos!
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