En casi todas las comunidades populares se ha hecho lugar común la presencia de bandas delictivas
La lucha por la participación comunitaria tiene una larga y fecunda historia, cuyos protagonistas fundamentales han sido y siguen siendo los líderes populares y vecinos y vecinas de las organizaciones de sus sectores. Así, en los barrios de nuestras ciudades encontramos la presencia de consejos comunales y otras instancias a través de las cuales las personas participan en la solución de sus problemas, ejerciendo derechos y asumiendo responsabilidades.
En este largo camino se han madurado y consolidado muchos factores que hacen posible la viabilidad de un proceso tan complejo como este. Hoy existe una mayor preparación y experiencia acumulada en las organizaciones comunitarias, especialmente en su liderazgo. Se cuenta en casi todas con diagnósticos elaborados y aprobados por sus pobladores, y existe un marco jurídico que ampara y promueve la organización y participación como un instrumento de la gestión pública compartida. Con sus avances y retrocesos y con sus fortalezas y debilidades, el proceso de organización y participación avanza y tiene mucho para dar. Pero hay un fenómeno que amenaza con paralizar la continuidad de este proceso y es el de la violencia armada.
En casi todas las comunidades populares se ha hecho lugar común la presencia de bandas delictivas que no dudan en enfrentarse a tiros para dirimir sus pleitos (derivados de las luchas por mantener el control sobre un determinado territorio), atracar a vecinos y vecinas y hasta "resolver" un conflicto personal. Parece dar lo mismo el motivo, el asunto se resuelve disparando contra el otro.
Este fenómeno ocasiona un inmenso dolor por la irreparable pérdida de vidas humanas, pero al mismo tiempo, ha afectado la vida cotidiana de la gente, imponiendo una suerte de "toque de queda" en las comunidades populares, quienes deben vivir en un estado permanente de alerta y zozobra, resguardados en sus casas y limitados para transitar o reunirse en los espacios del barrio, por temor a ser alcanzados por una bala. Y aunque no es exactamente así en todas las comunidades, nos animamos a decir que es un fenómeno bastante extendido.
A sus efectos no escapan los procesos de participación, ya que parte de ellos se gestan y producen en los sitios donde la gente convive y se reúne: la cancha, la casa del vecino, la calle a cielo abierto y cualquier otro sitio donde se pueda hacer una reunión, conversar, analizar, discutir o asistir a un taller. Desplazarse de un sector a otro es peligroso, así como reunirse en la noche o invitar a alguien extraño al barrio a participar en alguna actividad. Y esto es así porque frente al uso de las armas no hay diálogo ni negociación posible. Ya pasó el tiempo en que un o una líder podía enfrentarse con algún muchacho "mala conducta" y neutralizarlo. Hoy, esos "mala conducta" forman parte de grupos organizados que delinquen incluso contra su propia gente, armas en mano y dispuestos a halar el gatillo.
Pareciera que además de cegar tantas vidas y sembrar tanto dolor, este fenómeno amenaza también con paralizar y hasta destruir un proceso tan largamente luchado y tan hermosamente construido como lo es la participación comunitaria.
fernandogiuliani58@gmail.com
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