Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 9 de octubre de 2011

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Notitarde 08-10-2011 | 

En homenaje a Carlos Andrés Pérez

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Han transcurrido veinte largos y tormentosos años desde esos trágicos acontecimientos. Hemos retrocedido un siglo. Pero se equivoca quien crea que el caso Carlos Andrés Pérez es agua pasada y que más vale dar vuelta a la página en bien de la unidad nacional. Ni el proyecto de modernización y liberalización de nuestra economía ha perdido una gota de vigencia –así sobren candidatos que prefieren escalar hasta el poder montados sobre los hombros del populismo– ni la irresponsabilidad política de propios y extraños que lo empujaran a él y al país al abismo de la anarquía y la disgregación han perdido el control de la Nación.
A Antonio Ledezma
"Hubiera preferido otra muerte"
Carlos Andrés Pérez, 20 de mayo de 1993
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Este 6 de octubre de 2011 llegó a su fin uno de los más tristes episodios de la desventurada historia de un país que una vez fuera grande, libre y poderoso, isla de democracia en un archipiélago de dictaduras: los funerales de Carlos Andrés Pérez, muerto en el destierro, como tantos de sus predecesores. Un episodio que irrumpiera brutalmente en nuestras vidas un 4 de febrero de 1992 abriendo de un solo tajo las heridas centenarias causadas por nuestras reiteradas automutilaciones. Para empujarnos después, por ese acto de lesa patria, a soltar por la borda nuestras mejores certidumbres, echándonos en brazos de la irracionalidad, la deslealtad, la traición y la barbarie.
No fue un sepelio cualquiera. Mientras aún después de casi veinte años del nefando acontecimiento usurpan los altares del poder los conspiradores causantes directos de su virtual asesinato político y de la sistemática devastación de la República liberal democrática que entonces se precipitara a su naufragio. Sin que aquellos compañeros de ruta que coadyuvaron al homicidio moral de la víctima –medios, tribunales, parlamento, partidos y la misma sociedad civil– hayan hecho fe de autocrítica práctica por su culposo comportamiento. Muchos de los cuales copan la escena política de hoy y continúan avivando el fuego de la discordia.
Fue el sepelio de un estadista que fue castigado por intentar torcer el destino de una Nación habituada a vivir parasitando de la renta petrolera, incapaz de asumir el costo en trabajo y responsabilidad individual necesarios para ser una sociedad productiva, cuya riqueza descanse en el esfuerzo y el talento de sus hombres. No en el parasitismo clientelar de una sociedad postrada ante el maná petrolero y la dádiva populista. Proyecto que de no haber sido incomprendido y aviesamente fracturado a partir del 4F por la conspiración de las coaligadas fuerzas de la reacción, nos hubiera situado al día de hoy a la vanguardia del desarrollo y la modernidad en la región. El peso de la noche pudo más que el intento por un nuevo amanecer.
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Carlos Andrés Pérez, arrojado, polémico y contradictorio, fue un hombre que intentó uno de los más difíciles cometidos existenciales de un gran político: corregir los errores de su pasado y tratar, vana, ilusoriamente, de llevar a la práctica un gobierno que, contrariando la voluntad popular que lo eligiera en la esperanza de volver a escamotear los desafíos del futuro, y la complicidad de medios y partidos, hiciera lo que era imperativo hacer ante la grave crisis política, económica y social que ya entonces, y por lo menos desde el nefasto Viernes Negro, pusiera a Venezuela al borde de este abismo. Hacer lo que la sensatez y el sentido común recomendaban: sincerar la economía, situarnos a nuestra verdadera altura para iniciar la refundación de la República, hacer lo que una sana y secular tradición económica recomienda: taparnos hasta donde alcanzaba la cobija. Ya dramáticamente recortada por los graves errores de políticas populistas, clientelares y demagógicas. Políticas fiscales y alcabalas estatistas que, más preocupadas por afianzar el dominio cautelar de los mandatarios de turno que poner orden en la casa, habían agotado nuestros recursos y puesto la nación al borde de la bancarrota. ¿U olvidaremos que al momento de asumir su segundo mandato las bóvedas del Banco Central se encontraban prácticamente exhaustas mientras los responsables disfrutaban del clamoroso respaldo de la encuestocracia?
Esa sensatez, que la estulticia imperante de tirios y troyanos bautizara de "neoliberal", y que algún provocativo editor acusara incluso de "pinochetista", lo llevó a comprender que de no torcer las taras del comportamiento existencial del venezolano –a la que él mismo, he allí la tragedia, contribuyera de manera fundamental empañando otras notables ejecutorias de su anterior gobierno– terminaríamos hundidos en el pantanal de la tiranía, el despilfarro y la devastación. De allí sus proféticas palabras al evaluar 4 años después su propia desgracia: "Espero que esta crisis sirva para iniciar una rectificación nacional de las conductas que nos precipitan a impredecibles situaciones de consecuencias dramáticas para la economía del país y la propia vigencia del sistema democrático". No había que ser un genio para augurarlo, pero como en la reiteración de una tragedia las pasiones ya habían logrado el cometido de enceguecer a los inconscientes victimarios.
Esas palabras de alerta no llegaron a oídos generosos, como estos 13 años de desafueros y devastación lo demuestran. Pues se cumplió al pie de la letra su sombrío pronóstico de un crítico futuro para Venezuela por esta absurda, -digámoslo sin ambages-, canallesca, mezquina y miserable decisión sin precedentes en nuestra historia de humillar a un mandatario a meses de concluir su mandato constitucional e iniciar el proceso de demolición de nuestro frágil sistema democrático más por rencores y odios cainitas del establecimiento político –incluso el suyo propio, que lo expulsara en uno de sus actos más infames de su gloriosa historia– que por necesidades del proceso histórico mismo. Sirviendo objetivamente al torvo propósito del asalto al poder por parte de las fuerzas más retrógradas y reaccionarias de la nación.
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Han transcurrido veinte largos y tormentosos años desde esos trágicos acontecimientos. Hemos retrocedido un siglo. Pero se equivoca quien crea que el caso Carlos Andrés Pérez es agua pasada y que más vale dar vuelta a la página en bien de la unidad nacional. Ni el proyecto de modernización y liberalización de nuestra economía ha perdido una gota de vigencia –así sobren candidatos que prefieren escalar hasta el poder sobre los peldaños del populismo– ni la irresponsabilidad política que lo empujaran a él y al país al abismo de la anarquía y la disgregación han perdido el control de la Nación. Se equivoca quien crea que las causas que llevaron a su infamante defenestramiento no siguen determinado el comportamiento de hombres, partidos y personalidades. Aprisionados por el temor a enfrentar la verdad y hacer con coraje, con lucidez y con valentía lo que la historia nos demanda. El populismo, el estatismo y el clientelismo siguen siendo la fuente nutricia de quienes consideran, pervirtiendo con ello el sentido mismo de la democracia, que para alcanzar el gobierno se requiere del engaño, la promesa, la adulación y la complicidad. Y que antes de emular a los grandes líderes que asumieron sus países al borde de la catástrofe prometiendo esfuerzos, sangre, sudor y lágrimas, siguen arando en el mar del clientelismo y la seducción, esclavos de la encuestocracia. No promoviendo mediante una auténtica cruzada moral la emancipación cultural, espiritual y política de las mayorías.
De allí la inmensa trascendencia de recibir sus restos, escoltados por miles de viejos y nuevos combatientes de la única Acción Democrática que aún combate, despojarlos de la nebulosa que aún los envuelven y airear las heridas que acabaron con su vida. Los responsables de nuestra tragedia siguen dominando el país y sus cómplices acechando en los claroscuros del poder. Incluso en nuestras propias filas. Llegó la hora de reconocer nuestras faltas, de asumir con grandeza la corrección de nuestros errores y de reencontrarnos asumiendo nuestra historia con límpida sinceridad. De lo contrario, la unidad de los demócratas será una ficción o, peor aún, una coartada para alcanzar el poder. Como dijera Antonio Ledezma con su preclara e indiscutible conciencia de estadista, "Carlos Andrés Pérez ha regresado para unirnos". O sucumbiremos baja la admonición de George Santayana: quien olvida el pasado, corre el riesgo de repetirlo.
E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com
Twitter: @sangarccs

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