Los papas y la Independencia de Venezuela
Pío VII, León XII y Pío VIII atrapados por la necesidad de rescatar la posición del Vaticano
Los papas a quienes concierne la Independencia de Venezuela viven tiempos de alteración y presión que no les permiten apreciar con lucidez los procesos de ultramar y llegar a conclusiones adecuadas para los intereses de la Santa Sede, para la tranquilidad de sus fieles y para la marcha del proceso que se experimenta entre nosotros. Tres pontífices deben atender la situación - Pío VII, León XII y Pío VIII- atrapados por la necesidad de rescatar la posición del Vaticano en el concierto internacional después de la caída de Napoleón. Para la comprensión de la conducta de los pontífices debe recordarse el cautiverio que sufren, primero en Savona (1809) y después en Fontainebleu( 1812-1813), capaz de obligarlos a calcular con precaución los pasos; a evitar el retorno a situaciones de temor y sojuzgamiento como las que habían experimentado desde el comienzo de la Revolución Francesa y, en especial, a partir del ascenso de Bonaparte.
El rompecabezas de la Iglesia romana encuentra origen en la necesidad de enfrentar el fenómeno de la legitimidad de los borbones, pero también de todos los regímenes absolutistas, a que obliga la Santa Alianza después de Waterloo. La situación no es sencilla, en la medida en que gravitan sobre su cúpula las presiones del Zar Alejandro, las necesidades de Austria, los tejemanejes insistentes de Meternich; y, desde luego, los nexos con la monarquía católica, sostenidos por un Regio Patronato firmado desde antiguo y mediante el cual el trono de Madrid y el trono de San Pedro han establecido caro condominio. No la tienen fácil los Secretarios de Estado de la época, cardenales Consalvi y Della Somaglia, aunque tampoco parecen dispuestos a mirar con ojos benévolos a los colonos convertidos en insurgentes. En especial cuando las noticias que se posan en el escritorio de Consalvi (1815), dan cuenta de una situación favorable a los ejércitos realistas de América. En especial cuando dos fuerzas políticas que pueden influir en favor de la Independencia, Inglaterra y Estados Unidos, carecen entonces de representación directa ante el Estado pontificio. Por si fuese poco, en el Tratado de Verona, firmado por los plenipotenciarios de Austria, Francia, Prusia y Rusia, la unidad entre el altar y las Coronas se establece como premisa primordial. De allí que la Iglesia haga sus más fuertes apuestas en el tapete de lo que se denomina "restauración cristiana", es decir, por el retorno a una "legitimidad" de naturaleza panorámica alejada del ateísmo y de los pregonados excesos de la democracia. ¿Por qué no arrojarse entonces, con comodidad, en el regazo de Fernando VII?
En medio del referido ambiente, el Papa Pío VII publica la encíclica Etsi Longuissimo (1816), en cuyo contenido encarece las virtudes de Fernando VII, "para quien nada hay más precioso que la religión y la felicidad de sus súbditos", y ordena el respeto de su autoridad. Todavía más: manda que el clero de América desarraigue "la funesta cizaña de los alborotos", mediante la condena de los movimientos de independencia política. El Gobernador Eclesiástico de Venezuela, Manuel Vicente de Maya, divulga el documento pontificio en texto público (1817) en el cual deplora "los males físicos y morales" que han provocado los rebeldes e insiste en la bendición del sistema colonial. El Obispo de Cartagena de Indias, dos años más tarde, divulga una Pastoral en la cual afirma que Bolívar es "el monstruo más horrendo del género humano". La conducta de otros prelados es distinta, sin embargo. Los cabildos eclesiásticos y los obispos de Mérida, Trujillo, Bogotá, Popayán, Charcas y Santa Cruz de la Sierra remiten correspondencia secreta al Papa, en la cual exaltan las cualidades del Libertador y las ventajas de la Independencia. Insisten en la existencia de un movimiento de regeneración de la sociedad que ha contado con el apoyo de centenares de religiosos, que ha respetado escrupulosamente el culto católico y desea el restablecimiento de los vínculos con la Santa Sede. Son misivas que no viajan en vano, en especial una remitida por Lasso de la Vega, mitrado de Mérida, que impacta en el ánimo de Pío VII y lo anima a mirar el panorama desde perspectivas diversas.
La política vaticana también varía debido a los manejos diplomáticos de Bolívar, quien envía a Roma delegados de Venezuela y de la Nueva Granada a plantear la situación partiendo de la realidad de la naciente república (1820), oficios que influyen en la construcción de una relación menos tirante. León XII anuncia que revisará la situación de Venezuela y de toda Hispanoamérica "con mayor cuidado" (1823), tendencia que se profundiza en adelante, cuando se hace cada vez más evidente que el proceso de la Independencia es irreversible. Entonces comienza la provisión de mitras vacantes, sin traumas y después de escuchar la opinión de las autoridades republicanas. Al año siguiente, el Vicario Apostólico destacado en Santiago de Chile anuncia el regocijo que producirá "el restablecimiento de las relaciones entre Su Excelencia el señor Libertador y el Supremo Pontífice". Ahora Napoleón es un habitante del más allá, la Santa Alianza no determina la escena europea, el cardenal Consalvi ya no ocupa su despacho en Roma y Fernando VII sólo puede atender a duras penas los sucesos peninsulares. La Independencia de Venezuela recibirá la bendición apostólica.
eliaspinoitu@hotmail.com
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