El Carabobeño 12 mayo 2011
dpabon@el-carabobeno.com
El cielo del Peñalver
es autopista para 72
especies de vistosas aves
Daniel Pabóndpabon@el-carabobeno.com
El Parque Fernando Peñalver se une al Negra Hipólita hecho en tiempos de
Luis Herrera Campins por un puente
Imagen Tomada del blog: Mary-Valencia
Con levantar la mirada es suficiente. A unos 500 metros sobre el nivel del mar decenas trotan, caminan o simplemente conversan. Pero sólo un poco más arriba, a pesar de sus 20 hectáreas y de ser una isla verde inserta en un mar de concreto, el parque Fernando Peñalver ostenta una importante densidad de aves. Existen 72 especies inventariadas: 66 residentes y seis migratorias (porque lo visitan en septiembre y se retiran en marzo).
La autonomía de vuelo de cada pájaro dificulta un censo más detallado, explica el biólogo Luis Cornejo, jefe del Departamento de Ambiente de la Dirección de Parques, adscrita a Fundalegría. Las guacamayas verdes, por ejemplo, pasean en la tarde y después descansan un rato. Si ven oferta de alimento (semillas de jabillo, sus preferidas) retornan. Pero siguen, porque como en una estación de autobús, están de paso diurno.
El parque, atravesado por el río Cabriales, es parte esencial de los corredores biológicos de Valencia. Funciona como una autopista muy transitada por las aves. Cornejo recuerda que existe una interconexión natural de este caudal y sus quebradas tributarias. De hecho, una tesista de la Unellez acaba de culminar una investigación que ratificó el rol conector de la quebrada Camoruco con el parque Peñalver y el cerro Casupo.
"Hay un movimiento permanente de aves entre estas dos áreas protegidas, y entre el Peñalver con el San Esteban y con el Lago de Valencia", comenta el biólogo. Sorprende, pero en la Gran Valencia no sólo hay tráfico a nivel del asfalto. El corazón vegetal de la ciudad sirve de punto de encuentro. Así será de atractivo, de parada obligada, que más de cuatro especies de garzas lo frecuentan, algo inusual en un espacio verde sin lagunas.
Además de las viajeras, otras, insectívoras pequeñas, no gustan pasear. Allí han vivido, de hecho, sus generaciones anteriores.
Inventario permanente
En diciembre de 2008 inició el programa de monitoreo de aves en el Fernando Peñalver, que incluye el inventario ocular y fotográfico, el seguimiento del rol ecológico de cada especie (si es polinizadora, dispersoras de semillas, depredadoras de insectos o de peces...) y su importancia como ente participante de la dinámica del parque.
Este lugar es refugio y sede de reproducción de especies como el chicuaco (Butorides striata), en cuyo nido habrá parto próximo. "Estimamos que 20 por ciento de las especies se reproduce dentro del parque", puntualiza Cornejo al exponer otro valor agregado del área.
Hay épocas del año en que el alimento natural escasea, o desaparece. Se erige entonces una "crisis" entre ellas. En alianza con dos estudiantes de la UC, los especialistas del parque están inventariando todos los árboles, así como el seguimiento de oferta de alimento en cada período. "Queremos cruzar esta información con la presencia o ausencia de aves a lo largo del año. Eso nos permitirá diseñar estrategias: incorporar algunos árboles que puedan suplir las deficiencias que se presenten en algún momento del año", prevé el biólogo de la ULA, con posgrado en Botánica por la UCV.
Sin ánimos de intervenir el paisaje, en el Peñalver planifican un sendero de interpretación de la naturaleza, autoguiado, para que los visitantes puedan conocer datos de todas las especies de aves y árboles. En las últimas páginas de la revista Río Arte, órgano cultural de la Fundación Festival del Cabriales, se publican fichas coleccionables con la descripción de cada especie. Una meta futura es llevarlas a libro.
Banquete de insectos
El Peñalver alberga desde el churica (Brotogeris jugularis), un periquito de 18 centímetros y 65 gramos que está bajo amenaza según el Libro Rojo de la Fauna Venezolana, hasta la paraulata ojo de candil (Turdus nudigenis), una de las poblaciones de aves más abundante.
La paraulata es toda una obrera de esa comunidad en el control de plagas. Le gusta posarse en los bambuzales, tiene un anillo amarillo alrededor del ojo, emite un canto muy suave y ahora mismo está en época de reproducción. Lo refrendan varios nidos a lo largo del cinturón verde que es el Peñalver.
Ellas son insectívoras, una característica que describe al grupo más numeroso dentro de las aves del parque. Cornejo refiere que el alimento predominante a lo largo del año son los insectos. Existen muchas atrapamoscas, como el emblemático cristofué (Pitangus sulphuratus), la elegante garza blanca real (Ardea alba) con sus plumas color rosa desteñido, o el tucuso barranquero (Galbula ruficauda), un vigilante de las riberas del río que captura insectos en el aire, mientras mueve sus alas verde tornasol y alza su pecho rojo. Escuchar cómo varios trinan al tiempo, es obsequiarle a los oídos una sinfonía natural.
Con levantar la mirada es suficiente. A unos 500 metros sobre el nivel del mar decenas trotan, caminan o simplemente conversan. Pero sólo un poco más arriba, a pesar de sus 20 hectáreas y de ser una isla verde inserta en un mar de concreto, el parque Fernando Peñalver ostenta una importante densidad de aves. Existen 72 especies inventariadas: 66 residentes y seis migratorias (porque lo visitan en septiembre y se retiran en marzo).
La autonomía de vuelo de cada pájaro dificulta un censo más detallado, explica el biólogo Luis Cornejo, jefe del Departamento de Ambiente de la Dirección de Parques, adscrita a Fundalegría. Las guacamayas verdes, por ejemplo, pasean en la tarde y después descansan un rato. Si ven oferta de alimento (semillas de jabillo, sus preferidas) retornan. Pero siguen, porque como en una estación de autobús, están de paso diurno.
El parque, atravesado por el río Cabriales, es parte esencial de los corredores biológicos de Valencia. Funciona como una autopista muy transitada por las aves. Cornejo recuerda que existe una interconexión natural de este caudal y sus quebradas tributarias. De hecho, una tesista de la Unellez acaba de culminar una investigación que ratificó el rol conector de la quebrada Camoruco con el parque Peñalver y el cerro Casupo.
"Hay un movimiento permanente de aves entre estas dos áreas protegidas, y entre el Peñalver con el San Esteban y con el Lago de Valencia", comenta el biólogo. Sorprende, pero en la Gran Valencia no sólo hay tráfico a nivel del asfalto. El corazón vegetal de la ciudad sirve de punto de encuentro. Así será de atractivo, de parada obligada, que más de cuatro especies de garzas lo frecuentan, algo inusual en un espacio verde sin lagunas.
Además de las viajeras, otras, insectívoras pequeñas, no gustan pasear. Allí han vivido, de hecho, sus generaciones anteriores.
Inventario permanente
En diciembre de 2008 inició el programa de monitoreo de aves en el Fernando Peñalver, que incluye el inventario ocular y fotográfico, el seguimiento del rol ecológico de cada especie (si es polinizadora, dispersoras de semillas, depredadoras de insectos o de peces...) y su importancia como ente participante de la dinámica del parque.
Este lugar es refugio y sede de reproducción de especies como el chicuaco (Butorides striata), en cuyo nido habrá parto próximo. "Estimamos que 20 por ciento de las especies se reproduce dentro del parque", puntualiza Cornejo al exponer otro valor agregado del área.
Hay épocas del año en que el alimento natural escasea, o desaparece. Se erige entonces una "crisis" entre ellas. En alianza con dos estudiantes de la UC, los especialistas del parque están inventariando todos los árboles, así como el seguimiento de oferta de alimento en cada período. "Queremos cruzar esta información con la presencia o ausencia de aves a lo largo del año. Eso nos permitirá diseñar estrategias: incorporar algunos árboles que puedan suplir las deficiencias que se presenten en algún momento del año", prevé el biólogo de la ULA, con posgrado en Botánica por la UCV.
Sin ánimos de intervenir el paisaje, en el Peñalver planifican un sendero de interpretación de la naturaleza, autoguiado, para que los visitantes puedan conocer datos de todas las especies de aves y árboles. En las últimas páginas de la revista Río Arte, órgano cultural de la Fundación Festival del Cabriales, se publican fichas coleccionables con la descripción de cada especie. Una meta futura es llevarlas a libro.
Banquete de insectos
El Peñalver alberga desde el churica (Brotogeris jugularis), un periquito de 18 centímetros y 65 gramos que está bajo amenaza según el Libro Rojo de la Fauna Venezolana, hasta la paraulata ojo de candil (Turdus nudigenis), una de las poblaciones de aves más abundante.
La paraulata es toda una obrera de esa comunidad en el control de plagas. Le gusta posarse en los bambuzales, tiene un anillo amarillo alrededor del ojo, emite un canto muy suave y ahora mismo está en época de reproducción. Lo refrendan varios nidos a lo largo del cinturón verde que es el Peñalver.
Ellas son insectívoras, una característica que describe al grupo más numeroso dentro de las aves del parque. Cornejo refiere que el alimento predominante a lo largo del año son los insectos. Existen muchas atrapamoscas, como el emblemático cristofué (Pitangus sulphuratus), la elegante garza blanca real (Ardea alba) con sus plumas color rosa desteñido, o el tucuso barranquero (Galbula ruficauda), un vigilante de las riberas del río que captura insectos en el aire, mientras mueve sus alas verde tornasol y alza su pecho rojo. Escuchar cómo varios trinan al tiempo, es obsequiarle a los oídos una sinfonía natural.
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