La huella de Juan Pablo II en Venezuela
El Papa visitó el país en 1985 y 1996. Ofició multitudinarias misas y convocó a millones de personas, animadas por la fe católica. Mientras él cumplía con un intenso programa público, muchas anécdotas sencillas y emotivas rodearon sus viajes
Una tarde, en un momento libre del trajín de su agenda, tomó una siesta en el Palacio Arzobispal, en la habitación que usualmente utilizaba monseñor Baltazar Porras, organizador de la visita papal y arzobispo de la Arquidiócesis del estado andino. Allí, el sumo pontífice encontró una pelota firmada por los jugadores de los Leones del Caracas de la temporada de 1983, con rúbricas de peloteros excepcionales como Antonio Armas y Baudilio Díaz.
Sin saberlo, tenía entre sus manos una prueba de fe.
"Yo conservo esa pelota como uno de mis grandes trofeos. Las señoras que estaban organizando el cuarto querían quitarla y poner la figura de un santo en su lugar. Yo les dije: `Dejen la pelota, que el Papa es deportista'. Después él me preguntó por el beisbol y yo le expliqué cómo se jugaba, cuáles eran sus reglas y la importancia para el país. Era muy sencillo y cercano; me atrevería a decir que se reía de sí mismo", recuerda Porras, uno de los hombres que más cerca estuvo de Karol Wojtyla durante los dos viajes que hizo a Venezuela. El primero, hace 26 años, cuando conoció del juego de pelota esa otra religión venezolana y el segundo, en 1996, cuando el país había cambiado demasiado.
El sábado 26 de enero de 1985, a las 3:55 de una tarde con sol y brisa oportuna, aterrizó el jet DC-10 Luigi Pirandello de Alitalia en la pista del aeropuerto de Maiquetía. De la nave con nombre de dramaturgo se bajó el papa Juan Pablo II, de 65 años de edad, para comenzar la que sería la primera de sus dos visitas a Venezuela. Lo recibieron cientos de personas con entusiasmo y banderas, niños cantando, religiosas emocionadas, sacerdotes, seminaristas; el entonces presidente de la República, Jaime Lusinchi, y la primera dama, Gladys Castillo,
con sombrero. "Me trae un objetivo bien preciso: tratar de consolidar aquella primera siembra evangélica que se operó en las playas de Cumaná y que halló pronto expresión visible en la primera Diócesis, la de Coro, declarada Ciudad Pontificia por uno de mis predecesores.
Hacía tiempo que deseaba venir a veros, queridos hermanos y hermanas de Venezuela", fueron sus primeras palabras en tierra venezolana, antes de abordar el Papamóvil que lo llevó hasta Miraflores, mientras miles de personas lo saludaban desde las orillas de la carretera y, en algunos tramos, desbordaban los diques de seguridad.
Hoy, Juan Pablo II fallecido en 2005 será beatificado, en la antesala a la santidad.
Benévolas expresiones y mejores titulares de prensa antecedieron esta cita con el Papa. A pesar de la devaluación del bolívar el Viernes Negro dos años antes y la sospecha creciente de que el petróleo no daba para tanto ta' barato, la presencia del pontífice en el país fue vista según reportó la prensa como una oportunidad para renovar la fe cristiana.
Por el contrario, en 1996, con las heridas del Caracazo y el golpe de Estado de Chávez todavía supurando y la economía casi desmantelada, una intensa batalla verbal ocupó los diarios. Críticas al costo de la visita del santo padre, a sus posturas conservadoras contra el aborto, la anticoncepción y la homosexualidad, y hasta extravagantes peticiones hechas por algunos políticos, como esa de proponer al Papa que pidiera la condonación de la deuda externa. Era la politización de la religión como síntoma.
La raqueta y Guacarán
Organizar, sin contratiempos que lamentar, dos enormes visitas papales a Venezuela con actos en varias ciudades y ante millones de personas casi pudiera considerarse otro milagro de Juan Pablo II. Mérida, Maracaibo, Guanare, Ciudad Guayana y Caracas fueron las ciudades que acogieron al Papa, sus mensajes y su sonrisa de marcador punta fina.
En las dos oportunidades se creó una comisión, dirigida por monseñor Porras, con participación de civiles en altos cargos de Gobierno y militares, así como ingenieros y arquitectos que colaboraron con el diseño de las tarimas y la distribución de los espacios.
Pero hubo decenas de comisiones mínimas, ocupadas de delicadas pinceladas, animadas por el motor de alta cilindrada de la devoción. En Maracaibo, por ejemplo, las alumnas del Instituto Pitahaya centro de capacitación de la mujer del Opus Dei se encargaron en 1985 de la preparación de la habitación del sumo pontífice, donde lo recibieron con una fotografía de su madre, que llevaba escrito un nombre: Lolek, como ella lo llamaba de niño. El apodo también se usó a gran formato. "En el camino del aeropuerto hacia Caracas, antes del antiguo peaje, había una valla inmensa que decía `La bendición Lolek'. Fue bello", recuerda María Virginia García, voluntaria que colaboró en la elaboración de los misales.
Otras mujeres bordaron con flores la casulla y los ornamentos que usó. En 1996, jóvenes fervorosos esperaban sentados en la calle, de madrugada, hasta que el Papa abriera la ventana de su habitación en la Nunciatura Apostólica, en Caracas, para cantarle serenatas y recibir su tempranera bendición.
María Mercedes Lepervanche, también miembro de la obra, aporta otro recuerdo revelador del gusto de Juan Pablo II por los deportes. "Cuando eligieron al Papa, yo estaba estudiando en Roma un doctorado. Allí se conocía la anécdota de un muchacho que se decía ateo pero fue a la Plaza de San Pedro porque era fotógrafo y tenía una colección de imágenes de personajes importantes.
Cuando miró al Papa no pudo tomarle la foto porque su presencia le impactó. El santo padre se le acercó y el muchacho le dijo: 'Soy ateo'. El Papa le dio la bendición y lo invitó a jugar tenis.
"Entonces, cuando vino a Caracas la segunda vez, le regalamos una raqueta de tenis. Después, él nos envió una carta de agradecimiento en la que animaba al deporte. La carta la guardan instancias mayores, ni siquiera sé si está en Caracas. La escribió el Papa, forma parte de la historia".
Monseñor Jesús González Zárate, obispo auxiliar de Caracas, también atesora memorias. Y una libreta con notas. Entonces era seminarista y fue el apuntador de deberes durante la preproducción de la visita. "Monseñor Porras me pidió que lo acompañara para tomar nota cuando el hoy cardenal Roberto Tucci, coordinador de las visitas papales en la primera etapa del pontificado de Juan Pablo II, vino a ver los lugares donde se iban a hacer las concentraciones y a dar las indicaciones sobre el mejor sitio para poner las tarimas, el cuidado que debíamos tener con el sol, etcétera. Eso fue unos meses antes de la visita.
Toda la información que nos pedían se enviaba por correo tradicional, fue un trabajo de carpintería".
Recuerda el obispo que hubo muchas actividades que "surgieron de la espontánea voluntad de la feligresía de rendir un homenaje al Papa". Tal vez la más famosa de las salidas fue la que protagonizó Adrián Guacarán en Ciudad Guayana, entonces un niño de 11 años de edad, hoy asistente de investigación legislativa en la Asamblea Nacional.
Guacarán tiene en su perfil de Facebook una fotografía suya con el Papa, aquel día en Ciudad Guayana. Saluda y se despide con un "Dios te bendiga".
Habla con serena emoción del día que le cantó al Papa el tema "El peregrino", que él había aprendido un par de años antes para su primera comunión en una escuela de Caucagua.
"Estudiaba en un colegio de monjas y a la directora, Amanda Rivas, la trasladaron a Puerto Ordaz y la nombraron coordinadora de los coros para la visita papal. Por cosas de Dios, se acordó de mí. Me llamó para participar en el coro y mi mamá le dio la idea de cantar ’El peregrino’. Ella hizo lo posible para que yo fuera solista, pero los organizadores dijeron que no. El mismo día del acto tomó la decisión de que me acercara. Fue una sorpresa".
Guacarán cuenta que un sacerdote le explicó cómo comportarse. Pero no tuvo éxito en su tarea pedagógica. "Cuando me le acerqué no pude inclinarme mucho. Bajé la cabeza, él me abrió los brazos y yo me le tiré encima de la emoción".
El pino y el retén
Un testimonio del concierto de esfuerzos que hizo posible la logística de la visita papal está sembrado en La Hechicera, en pleno páramo, y crece mirando al cielo.
Con ayuda de una escardilla, Juan Pablo II sembró un pino laso, una conífera autóctona de la selva nublada andina de Venezuela. La ecológica idea fue del pastor evangélico Pedro Tablante Garrido, que se ocupó durante los tres primeros años de cuidar la salud del árbol.
"Ese gesto revela el sentido ecuménico de la población venezolana. El pino está enorme. Se le sacó un gajito que se sembró en la plaza Bolívar de Mérida. Tiene una placa en la que se explica la procedencia", dice monseñor Porras y añade que en La Hechicera se celebra cada 28 de enero el aniversario de aquel encuentro con el Papa.
Porras ve claramente los dos países que recibieron a Juan Pablo II en 1985 y 1996. "La segunda visita nos costó más.
Fue difícil que el gobierno de Caldera aceptara la visita al Retén de Catia; eso se quiso quitar del programa hasta último momento para evitar que el Papa viera esa cara no tan oculta de la pobreza y de la situación carcelaria, que lamentablemente continúa". Los diarios de la época reseñaron que al edificio se le hizo un maquillaje únicamente en la fachada que vería Juan Pablo II desde el Papamóvil.
Para Porras, la primera vez hubo una preparación espiritual mayor. "En 1996 el clima de deterioro de la convivencia social y el desánimo eran mayores. El Papa, consciente de ello, pidió que incrementáramos el trabajo evangelizador. Al final de ese año, siendo monseñor Ovidio Pérez Morales, se comenzó la preparación del Concilio Plenario de Venezuela".
Guacarán, que no fue convocado, apenas pudo saludar a Juan Pablo II unos minutos detrás de una tarima, adonde fue llevado por unos guardias nacionales. Los organizadores le habían aclarado que las espontaneidades estaban proscritas del programa. "Me reconoció. Estaba bien viejito. Me dio la bendición y me dijo que estaba grande y gordo".
"El Papa siempre hizo alusión a que su primera visita a Venezuela fue muy distendida, bonita, con un calor humano muy grande y un contacto no sólo con el mundo católico, sino con amplios sectores", relata Porras. Él lo asocia a la fraternidad que se respiraba por entonces. "Lo que se logró fue bien indicativo del buen ambiente que se creó entre todos los sectores del país, con una gran rigurosidad técnica, durante meses, en jornadas de 16, 18, 20 horas diarias. Cerca de 80% de lo que se invirtió en los preparativos fue donado.
En momentos como los que vivimos, de tanta tensión, de vivir de espaldas los unos a los otros, añoro ese clima de conversar con gente de todo tipo de pensamiento, teniendo por delante simplemente el bien común".
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