Alfonso Betancourt ||
Desde el Meridiano 68
El imperio de la grosería
Progresivamente el pueblo venezolano ha venido perdiendo virtudes que lo caracterizaron como atento, cortés y hospitalario. Para gozar de tales cualidades y otras que no comentaremos para ceñirnos estrictamente a las descritas, no era imprescindible haber estudiado para saber aplicar el uso de las mismas. Por cualquier lugar del país en que uno se desplazara, desde los de mayor actividad hasta los más ayunos de tan apreciable don pero donde había una educación innata que partía del hogar o del círculo familiar, la práctica de las virtudes señaladas era la característica. En unas regiones más que en otras, pero siempre sobresaliendo esos rasgos que tanto distinguen la calidad humana de un pueblo.
Basta con leer a viajeros foráneos de los siglos XVIII y XIX para ratificar lo que exponemos. Es más, en el curso del presente siglo diversos medios de comunicación, tanto extranjeros como nacionales, se hicieron voceros para expresar tan excelentes comportamientos del pueblo venezolano. Sin embargo, pudiera indicarse -y parecería paradójico- que el ejercicio de tales virtudes se corresponde más con la Venezuela de vida agropecuaria y rural que con la Venezuela petrolera, urbana y en proceso de industrialización. Los cambios sustanciales operados en esos sistemas de producción inevitablemente se han reflejado en la conducta del ciudadano, a medida que el primero ha sido desplazado por el petróleo, urbano y en proceso de industrialización. Desde luego, como ahora está ocurriendo con el surgimiento de nuevos problemas producto del crecimiento, no se tomaron, ni se han tomado, medidas más educativas que de otra índole para el venezolano atento, cortés y hospitalario no perdiera esos rasgos que actualmente, por desconocerlos, tanto desdicen de su pasada hidalguía.
Así que la Venezuela del presente es la del imperio de la grosería. En otras palabras, la de un pueblo mal educado, es el funcionario de gestos y ademanes soberbios en sus relaciones con el usuario. De nada, para ese empleado público, valen las pragmáticas emanadas de los altos poderes para que su conducta cambie y se humanice. Se ríe descaradamente ante los reclamos del contribuyente o del turista visitante que por encima de todo busca atención, cortesía y buen servicio.
Entre paréntesis, este es un factor muy negativo que extendido a otras escalas ajenas al del servidor público, es rémora para la proyección de una buena política de turismo. Es grosero, mal educado, el ciudadano que violenta permanentemente la convivencia y la armonía social al romper con normas que, de ser observadas, mantendrían un clima de paz y de sosiego como son: tirar basura a diestra y siniestra, "comerse" los semáforos y las flechas, destruir y abandonar bienes públicos que han sido establecidos para su disfrute (alumbrado, plazas, parques, zonas verdes, sitios recreacionales y culturales, etc). Es grosero, mal educado, el ciudadano que atropella físicamente o de palabras a sus congéneres. Las expresiones con permiso", por favor, muchas gracias, buenos días, buenas noches, etc. si acaso en venezolanos de la vieja escuela se escuchan todavía. En niños y jóvenes, lo normal es el gesto rudo o el desplante con vocablos groseros de los cuales hacen gala tantos varones como hembras. Peor aún, niños, jóvenes y hasta adultos, repitan modelos de pésima conducta venidos de fuera que la televisión -esa caja de fabricar idiotas cuando es mal empleada como lo es generalmente entre nosotros- continuamente vive trasmitiendo. Y si la atención y la cortesía pasaron a la historia de una Venezuela que fue, de igual manera lo ha sido la hospitalidad. Se cierran las puertas al visitante al preverse su anuncio o llegada con variadas excusas que están muy lejos, por supuesto, de las que inevitablemente hay que tomar con el sospechoso de delincuente o se es avaro del gesto bondadoso y caritativo. Olímpicamente nos encerramos en un egoísmo que niega ayuda o socorro a las víctimas que se podrían salvar si otra fuera nuestra conducta.
De continuar con los ejemplos, la cuenta iría para largo. Verdaderamente, ¡cómo añoramos a ese venezolano atento, cortés y hospitalario! A ese venezolano educado que lo era aun sin haber ido a la escuela. Pero ¡qué va! Ahora hasta desde la presidencia de la República se da el mal ejemplo anotado.
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