La ruta segura
Aquel 12 de febrero fue el abreboca de lo que vendría una vez iniciada oficialmente la campaña
ANTONIO COVA MADURO | EL UNIVERSAL
miércoles 15 de agosto de 2012 12:00 AM
Suelo recalcar a mis estudiantes que estudiar, lo que se dice estudiar, no sólo se hace con las guías y los temidos libros -de los cuales hay un placer morboso en medir y medir su grosor para declararse derrotados antes de siquiera leer el índice- sino también aprovechando las más variadas oportunidades, una de ellas la buena televisión, no la de los reality shows o programas picantes, sino una que esté interesada en informar, e informar bien, sin huirle al entretenimiento.
Todo esto viene a cuento por haber tenido la oportunidad de disfrutar el recorrido ofrecido por la televisión española por uno de los conventos admirables que su historia imperial le dejó. De pronto, el programa se detiene en un monje agustino que fue notorio miembro de esa comunidad religiosa en el singular siglo XVI. El personaje, cuyo nombre no recuerdo, mereció pasar a la historia por una hazaña realizada antes de hacerse monje. Y aquí es donde viene la enseñanza.
Este personaje fue navegante en el inmenso océano, que hoy conocemos como el "Pacífico", recién descubierto por los españoles -por Vasco Núñez de Balboa, para ser exactos. Incapaces de detenerse en las proezas de Colón y sus inmediatos imitadores, los españoles, ya duchos en el Atlántico, se empeñaron en repetir la hazaña en el Pacífico. Y por ese esfuerzo llegaron al archipiélago que, en honor a su rey, bautizaron las Filipinas.
De inmediato se les presentó un problema que no sabían cómo resolver: descubierta la ruta de ida, no había forma que dieran con la de vuelta. En ese momento caí en cuenta de que yo estaba descubriendo algo: ir no es igual queregresar -y mucho menos por el mar, imagino. Viéndolo bien, quizás a eso se deban dos sensaciones que siempre me han lucido extrañas, la primera, constatar que ir hacia algún lugar siempre me resulta más largo que regresar; y la segunda, que cuando hago un mismo camino al revés me parece que no es el mismo, que es otro.
Pues bien, el que descubrió la ruta "de vuelta" hacia México fue el fulano monje, de allí su importancia, y de allí también lo útil que nos resulta su ejemplo. Es por esta razón por la que opino que muchos programas de televisión pueden aclararnos cosas -interrogantes viejas, incluso- que no tienen relación directacon lo que estamos viendo. Díganme si no, ¿qué diablos tiene que ver un navegante español tornado monje en el siglo XVI español, con la fructífera rutaque la democracia venezolana encontró después de 14 años de intentos fallidos -que no fueron tales, por lo visto?
Muy rápido, entre 1992 y 1998, un aventurero encontró la ruta para liquidar nuestra enfermiza democracia, a lo que nosotros ayudamos con tesón, como lo plantea Martínez Meucci en su libro "El apaciguamiento"; pero ese personaje tenía un talón de Aquiles, que su engreimiento le impedía ver, y algo más grave para sus propósitos, un desconocimiento radical de las energías ocultas que esa democracia había logrado almacenar en su corto tiempo de existencia. Demasiado preciosa resultó ser para los venezolanos, como para arriesgarla con un experimento suicida.
Desde que captamos la intención final del Terminator criollo, comenzamos a buscar la ruta. No resultó fácil, y una y otra vez, desconsolados, parecíamos volver al comienzo: habíamos topado con otra calle ciega y había que desandarel camino hecho para reiniciarlo de nuevo.
En el camino, incluso, nos topamos con uno de esos personajes infernales de los cuentos fantásticos, uno que desde su viñeta televisiva no cesaba de augurarnos que nuestras pequeñas peleas y envidiejas ocultas harían imposible la piedra filosofal que habíamos descubierto: la Unidad. Sin posponer nuestras legítimas diferencias, en efecto, jamás lograríamos enfrentar con éxito al supremo liquidador de la comarca.
Lograda esa Unidad se trataba ahora de encontrar su representante, a quien la voluntad de todos tornaría un David frente al Goliat petrolero. Y el pueblo ahora se impuso completamente: ese representante sería escogido por ellos luego de una fatigosa campaña por lograr su favoritismo. El milagro se logró en el más glorioso 12 de febrero que hemos tenido desde 1814.
Ese día descubrimos que el clamor por el cambio no era exclusivamente caraqueño y que sería nuestro "interior" de donde brotaría el renacimiento de nuestra democracia. Aquel 12 de febrero fue el abreboca de lo que vendría una vez iniciada oficialmente la campaña y ya sus frutos se ven por doquier. Próximamente explicaremos este sorprendente desarrollo.
antave38@yahoo.com
Todo esto viene a cuento por haber tenido la oportunidad de disfrutar el recorrido ofrecido por la televisión española por uno de los conventos admirables que su historia imperial le dejó. De pronto, el programa se detiene en un monje agustino que fue notorio miembro de esa comunidad religiosa en el singular siglo XVI. El personaje, cuyo nombre no recuerdo, mereció pasar a la historia por una hazaña realizada antes de hacerse monje. Y aquí es donde viene la enseñanza.
Este personaje fue navegante en el inmenso océano, que hoy conocemos como el "Pacífico", recién descubierto por los españoles -por Vasco Núñez de Balboa, para ser exactos. Incapaces de detenerse en las proezas de Colón y sus inmediatos imitadores, los españoles, ya duchos en el Atlántico, se empeñaron en repetir la hazaña en el Pacífico. Y por ese esfuerzo llegaron al archipiélago que, en honor a su rey, bautizaron las Filipinas.
De inmediato se les presentó un problema que no sabían cómo resolver: descubierta la ruta de ida, no había forma que dieran con la de vuelta. En ese momento caí en cuenta de que yo estaba descubriendo algo: ir no es igual queregresar -y mucho menos por el mar, imagino. Viéndolo bien, quizás a eso se deban dos sensaciones que siempre me han lucido extrañas, la primera, constatar que ir hacia algún lugar siempre me resulta más largo que regresar; y la segunda, que cuando hago un mismo camino al revés me parece que no es el mismo, que es otro.
Pues bien, el que descubrió la ruta "de vuelta" hacia México fue el fulano monje, de allí su importancia, y de allí también lo útil que nos resulta su ejemplo. Es por esta razón por la que opino que muchos programas de televisión pueden aclararnos cosas -interrogantes viejas, incluso- que no tienen relación directacon lo que estamos viendo. Díganme si no, ¿qué diablos tiene que ver un navegante español tornado monje en el siglo XVI español, con la fructífera rutaque la democracia venezolana encontró después de 14 años de intentos fallidos -que no fueron tales, por lo visto?
Muy rápido, entre 1992 y 1998, un aventurero encontró la ruta para liquidar nuestra enfermiza democracia, a lo que nosotros ayudamos con tesón, como lo plantea Martínez Meucci en su libro "El apaciguamiento"; pero ese personaje tenía un talón de Aquiles, que su engreimiento le impedía ver, y algo más grave para sus propósitos, un desconocimiento radical de las energías ocultas que esa democracia había logrado almacenar en su corto tiempo de existencia. Demasiado preciosa resultó ser para los venezolanos, como para arriesgarla con un experimento suicida.
Desde que captamos la intención final del Terminator criollo, comenzamos a buscar la ruta. No resultó fácil, y una y otra vez, desconsolados, parecíamos volver al comienzo: habíamos topado con otra calle ciega y había que desandarel camino hecho para reiniciarlo de nuevo.
En el camino, incluso, nos topamos con uno de esos personajes infernales de los cuentos fantásticos, uno que desde su viñeta televisiva no cesaba de augurarnos que nuestras pequeñas peleas y envidiejas ocultas harían imposible la piedra filosofal que habíamos descubierto: la Unidad. Sin posponer nuestras legítimas diferencias, en efecto, jamás lograríamos enfrentar con éxito al supremo liquidador de la comarca.
Lograda esa Unidad se trataba ahora de encontrar su representante, a quien la voluntad de todos tornaría un David frente al Goliat petrolero. Y el pueblo ahora se impuso completamente: ese representante sería escogido por ellos luego de una fatigosa campaña por lograr su favoritismo. El milagro se logró en el más glorioso 12 de febrero que hemos tenido desde 1814.
Ese día descubrimos que el clamor por el cambio no era exclusivamente caraqueño y que sería nuestro "interior" de donde brotaría el renacimiento de nuestra democracia. Aquel 12 de febrero fue el abreboca de lo que vendría una vez iniciada oficialmente la campaña y ya sus frutos se ven por doquier. Próximamente explicaremos este sorprendente desarrollo.
antave38@yahoo.com
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