Alfonso Betancourt || Desde el Meridiano 68
Bajo el signo chantaje
Si no es el atraco, es el robo directo o suavemente disimulado, o la estafa solapada. Y todos, en esta sociedad enferma en que vivimos, encubiertos bajo el signo del chantaje que atemoriza a muchos e inhibe a los más porque una como madeja de hilos sutiles que mueve el chantajista, aborta la acción para la denuncia o para el enfrentamiento a la delincuencia común o a la de cuello blanco.
De esta manera la sociedad, en todos sus estratos, es vapuleada y manipulada por aquella que se mantiene en un clima de impunidad porque tanto los individuos como los organismos del estado que habrían de impedirlo, o están influidos o chantajeados, o como decimos en buen criollo, también forma parte de la pomada.
Uno es chantajeado por policías de uniforme o por quienes portan carnets de tales, porque esas son credenciales que llaman a la obediencia, impidiendo que el ciudadano accione como lo haría ante un delincuente común. Ignora que los tales son delincuentes de camuflaje en los cuerpos policiales. Así el ciudadano es violentado, robado o muerto. De ahí la expresión que se ha venido popularizando: “le temo más a los policías que a los delincuentes”.
Signo revelador de un cuadro grave de descomposición social. Por supuesto, el chantaje, como lo dije antes, tiene en el miedo de las víctimas, su mejor aliado. Si vemos maltratando o hiriendo a alguien para robarlo, nos hacemos los “locos”. No queremos implicaciones ni compromisos de ningún género. Así los delincuentes actúan a su gusto, incluso a pleno día y en presencia de grupos.
La familia que regresa, encuentra su casa totalmente desvalijada. Los vecinos, por miedo, no dan la cara a los ladrones que en pleno día, y con camión a la vista, realizaban el hurto. Los vecinos se esconden y observan, porque eso sí, para ser curiosos, les sobra valentía; pero nada, absolutamente nada, hacen por impedir el delito.
Y algunos tienen el tupé de decirle a los agraviados: “ah, nosotros creíamos que ustedes se estaban mudando”. Las matracas de fiscales de tránsito y de muchos funcionarios públicos a veces están revestidas de una imaginación chantajista que no tiene nombre. Sería tan largo el rosario de estos pormenores, que no quisiéramos entrar en detalles.
Sin embargo, para ser objetivos, vamos con un caso. Con sus prestaciones, el cesanteado se pone a comerciar en quesos. Es un inexperto e ignora que el funcionario que le ha revisado la cava y lo ha detenido, a pesar de que tiene todo en regla, no le ha regalado unos kilos del sabroso producto de la consorte del toro. Conocido el requisito, más nunca sería detenido.
¿Cómo acusar al delincuente? Eso sería meterse en camisa de once varas. Hay más. Pero chico, cómo se te ocurre ir a denunciar a ese joven. No ves que es el hijo del senador, del ministro o diputado tal? Hazte el loco, te concluye el consejero.
Y por temor a las implicaciones, Ud. Se inhibe. Es el chantaje del miedo, en una de sus caras de mejor autor. Y así el joven impunemente, sigue subiendo por la escalera del delito. Ahora, a la inversa de lo que señaláramos con los policías camuflados o de los chantajistas funcionarios corruptos, los policías y funcionarios honestos, para conservar sus puestos o puestecitos, se dejan chantajear por la prepotencia del poderoso que exige ser complacido en sus exigencias.
Pues bien, el chantaje como actor. En sus múltiples actuaciones y una de sus facetas más conocidas como lo es la infamia y la calumnia, se ha multiplicado en estos términos a través de un anonimato que les ha producido pingües dividendos, ya no sobre individuos o familias ajenas a cualquier sospecha sino incluso ante poderosas instituciones que han tenido que ocurrir a desmentidos para tratar de subsanar el mal que se les ha hecho.
Por último, para no alargar más este artículo, está el poder judicial. En él debería apoyarse la más recta aplicación de la justicia para el pleno ejercicio de la seguridad y de libertad ciudadanas. No es así. Es el poder donde el chantaje hace sus mejores interpretaciones, al extremo de que la sociedad está pidiendo a gritos una radical reforma del mismo estableciendo dos puntos claves: no ser apéndice de partidos políticos y saneándolo al expulsar del cuerpo a quienes lo desacreditan.
Gobierno de Chávez está divorciado de la realidad
Alfredo FermínPara el gobernador Henrique Fernando Salas, el gobierno del presidente Chávez está tan divorciado de la realidad que, el mayor contacto que tiene con el pueblo, es a través de las cadenas por televisión donde "los anuncios que hace no son para ayudar al pueblo sino con el propósito de mantenerse en el poder".
"Sorprende que el ministro de Planificación, Jorge Giordani, se felicite porque ha logrado bajar la inflación a 25 por ciento, cuando ésta es una de las más altas del mundo. Tanto es así que Perú tiene 3 por ciento anual".
Por esta observación, el gobernador afirmó que aquí hay dos tipos de inflación: la que manejan los ministros del Gobierno, "que no van al mercado" y la que sufre el pueblo, que ya no puede comprar los alimentos fundamentales porque sus precios se duplicaron, desde que el Gobierno Nacional devaluó la moneda de 2,15 a 4,30 bolívares por dólar.
Comentó que la canasta familiar llegó a 6.636 bolívares mensuales lo que significa que para su adquisición se necesitan más de cuatro salarios mínimos o que toda la familia esté trabajando, lo que es sumamente difícil en un país donde aumenta el desempleo.
"Ya basta de que el Gobierno Nacional -afirmó- estafe al pueblo venezolano al no enviarle los recursos que pertenecen a todos los pueblos del país, con el propósito de acabar con las gobernaciones y las alcaldías".
Entrega de créditos
Salas hizo estas consideraciones, ayer en la mañana, en el Salón Amazonia, de Mañongo, donde entregó créditos a pequeños empresarios, los cuales, durante esta gestión, "suman 2.580 que han creado 43 mil empleos directos e indirectos, a pesar de los pocos recursos que suelta el Gobierno Nacional".
Acompañado por los secretarios Maritza Padrón, de Planificación; y de Manaure Hernández, de Desarrollo Social, luego de entregar los créditos, pronunció un discurso en el espacioso salón lleno de centenares de personas de sectores populares.
A la pregunta de si será candidato presidencial, reiteró que está lanzado con la agenda social, como lo más importante, en este año, cuando se ha disparado la inflación. "El tema electoral será tocado en su momento".
Manuel Barreto H. || Los valores a la porra
Los valores a la porra
Se denomina valores al conjunto de pautas que la sociedad establece para las personas en las relaciones sociales. En sentido humanista, se entiende por valor lo que hace que un hombre sea tal, sin lo cual perdería la humanidad o parte de ella.
El valor se refiere a una excelencia o a una perfección. Por ejemplo, se considera un valor decir la verdad y ser honesto; ser sincero en vez de ser falso; es más valioso trabajar que robar. La práctica del valor desarrolla la humanidad de la persona, mientras que el contravalor le quita esa cualidad.
Nuestro país vive una crisis de valores que se ha propiciado y se acrecienta debido a la impunidad, a la intolerancia, al temor, a la corrupción, a la carencia de un sistema de justicia imparcial, al exagerado control de todos los poderes del Estado y su inocultable sumisión ante el “incuestionable” mandato del Ejecutivo; a la falta de seguridad social, a una inseguridad que demuestra cifras cual partes de guerra; y en muchas ocasiones, a la violación de las garantías y derechos individuales.
Más que un problema político o de legislación, todo cuanto acontece responde a la falta de valores y principios morales. Acá las nociones de lo justo y de lo injusto, de lo bueno y lo malo, de lo que es decente y de lo que no lo es, se fueron -tal como diría mi viejo- a la porra. (*) Ejemplos sobran: 2010 culminó sin respuestas ni culpables sobre pudrición de alimentos de PDVAL (titular principal de este medio el 6 de enero de 2011).
¿Por qué y quién decidió en el Gobierno otorgarle al señor Walid Makled la concesión de la administración del primer puerto de Venezuela, como es Puerto Cabello? ¿Por qué y quién decidió en el Gobierno otorgarle al señor Walid Makled la concesión para operar una compañía aérea? ¿Por qué y quién decidió en el Gobierno otorgarle al señor Walid Makled la concesión para comercializar la urea producida por la petroquímica del Estado venezolano? Pregunta el Movimiento 2D en “El Nacional” del 11 de abril de 2011.
Esta crisis de valores aflora, se permea, aparece a flor de piel, y queda al descubierto cuando los ciudadanos nos hacemos partícipes de un sistema deteriorado, y optamos por acomodarnos a la situación y hacernos la vista gorda ante los hechos claramente ubicados al margen de las leyes y de la justicia.
Los sobornos para evadir trámites, la violación a los reglamentos, la participación de comisiones o negocios ilícitos con el régimen, el no denunciar tanta sirvengüenzura, tantos abusos, son ejemplos de la forma en que los valores sociales se encuentran en crisis, y de que a veces conviene la complicidad con un sistema corrompido que sabe moverse con mucha destreza mediante, la intriga, la mentira y la impudicia que caracteriza el accionar del régimen.
Existen casos en los que las formas corruptas o apáticas de actuación son criticadas en algunos sectores de la sociedad, sin embargo, es común que se desconozca la manera de participar para transformar el rumbo de la sociedad hacia formas democráticas más sanas.
No resulta fácil la posibilidad de influir desde nosotros mismos en el cambio social, e inclusive en ciertas ocasiones los caminos que se proponen van exactamente en dirección contraria. En virtud a cuanto acontece se hace tan vigente el pensamiento de Adela Cortina, fiel activista de estos nobles principios, quien sostiene que uno de los grandes desafíos del siglo XXI es conseguir que la gente que tenga poder tenga también ética. Que la ética llegue al poder será parte de la salvación de la humanidad.
(*) Esta frase proviene del lenguaje militar. Consistía en una orden para castigar las faltas leves de la tropa. La “porra” era como se conocía al bastón que llevaba el tambor mayor en los antiguos regimientos. Cuando la guarnición se hallaba fuera de su cuartel, este bastón o “porra” se clavaba en un lugar determinado, y a dicho punto debían acudir los soldados que habían sido arrestados para cumplir su castigo.
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