8 DE ABRIL DE 2011
El observador y la realidad
Si alguien nos preguntara qué entendemos por realidad tal vez la pregunta nos parecería ociosa. La realidad es aquello que todo el mundo puede ver y que es explicable por sí misma. Cierto. Entonces ¿por qué discutimos acerca de la percepción que cada uno de nosotros tiene acerca de la realidad? Interesante cuestión.
La realidad no es única sino que depende de quién la observa. La mirada del observador es tan poderosa que logra construir una percepción distinta de un mismo hecho. Por tanto, no hay una única realidad sino tantas como observadores estén presentes.
Lo que hace distinta una mirada de otra son los filtros de observación. No existe la realidad objetiva sino aquella que se construye en base a nuestro sistema de creencias largamente alimentado desde nuestra educación y posteriormente completado con nuestra cultura colectiva y experiencia individual. Todo ello conforma un sistema de creencias que, una vez solidificado, permanece inmutable con el paso del tiempo.
Hoy los conocimientos técnicos son necesarios pero no suficientes. Lo que crea las distinciones es precisamente nuestro punto de vista como observador. Pero este punto de vista, normalmente excluyente de otros puntos de vista, nos limita. No buscamos entender el punto de vista de otros sino reafirmarnos en nuestras creencias. Tener razón es algo a lo que difícilmente renunciamos.
Sin embargo, eso equivaldría a admitir que el observador nunca cambia, lo que no es cierto. Si mi sistema de creencias no se modificara no podría adaptarme al mundo en el que vivo en cada momento y mi capacidad de poner en duda mis creencias para adaptarlas a nuevas formas de mirar explica mi capacidad o incapacidad para aceptar y adaptarme al cambio.
Normalmente, esa capacidad de modificar mi posición como observador no es uniforme. Lo que está sujeto a modas no suele producir problemas. Nunca volveríamos a comprar el coche que teníamos hace quince años y que nos parecía entonces el colmo de la modernidad. Hoy ese mismo vehículo lo veríamos anticuado en cuanto a formas y aunque siguiera estando disponible en el mercado probablemente no sería una opción de compra en la actualidad.
Lo mismo sucede con nuestras ropas, muebles y enseres. Incluso con los colores. Por ejemplo, pocos hombres se habrían puesto un polo de color rosa hace veinte años. Lo que lo hace posible hoy es que hemos cambiado nuestras creencias respecto a lo que es apropiado o no.
No sucede lo mismo con creencias más profundas. No hablo de estereotipos sino de creencias particulares y profundas que permanecen inmutables en nuestro interior y que siguen explicando nuestra mirada como observador aunque esa creencia se fundara en un momento de la vida en que yo era claramente distinto del que soy hoy. ¿Cuál es nuestra capacidad de revisitarlas con nuestros ojos de hoy? ¿Convendría hacerlo? ¿Opinaríamos lo mismo en este momento?
La respuesta a estas preguntas determina quiénes somos y por tanto, cuál es la percepción de la realidad y de nuestra capacidad de adaptación. Con independencia de otras consideraciones podemos tomar un ejemplo reciente. José Luis Sampedro (economista, pensador y literato español) y Stèphane Hessel (judío francés de origen alemán, perseguido por los nazis, miembro de la resistencia y filósofo de enorme prestigio) son amigos y tienen la misma edad: 94 años. El primero acaba de publicar un libro titulado Reacciona que sigue la misma senda que el del segundo titulado ¡¡Indignaos!! y que está causando furor. Sólo con leer los títulos ya se ve que son obras provocadoras que versan sobre los peligros del amodorramiento de las conciencias de nuestra sociedad.
Las preguntas que cabe hacerse son ¿es lo esperable de personas tan ancianas? Sus puntos de vista ¿se corresponden con las personas de su misma edad? Sus posiciones ¿no implican una modificación de su sistema de creencias por encima de lo que aprendieron y creyeron cuando eran más jóvenes?
Sin ir a posiciones tan llamativas, te invito a una experiencia que tiene que ver con esto. Piensa en una creencia que tengas fuertemente instalada. Trata de recordar en qué momento esa creencia tomó vida, cómo eras entonces. Pregúntate si ahora eres la misma persona que entonces y si es posible que esa creencia debiera ser modificada porque tu experiencia es distinta. En definitiva, si eres el mismo observador ahora que antes y si no es así, de qué forma te limita actuar con supuestos que no tienen sentido.
La respuesta es posible que te sorprenda. De la misma forma que añoramos ser como las personas que admiramos más que como somos genuinamente, es probable que descubramos que dentro de nosotros mantenemos juicios y creencias que tampoco nos corresponden. No como somos ahora.
La realidad no es única sino que depende de quién la observa. La mirada del observador es tan poderosa que logra construir una percepción distinta de un mismo hecho. Por tanto, no hay una única realidad sino tantas como observadores estén presentes.
Lo que hace distinta una mirada de otra son los filtros de observación. No existe la realidad objetiva sino aquella que se construye en base a nuestro sistema de creencias largamente alimentado desde nuestra educación y posteriormente completado con nuestra cultura colectiva y experiencia individual. Todo ello conforma un sistema de creencias que, una vez solidificado, permanece inmutable con el paso del tiempo.
Hoy los conocimientos técnicos son necesarios pero no suficientes. Lo que crea las distinciones es precisamente nuestro punto de vista como observador. Pero este punto de vista, normalmente excluyente de otros puntos de vista, nos limita. No buscamos entender el punto de vista de otros sino reafirmarnos en nuestras creencias. Tener razón es algo a lo que difícilmente renunciamos.
Sin embargo, eso equivaldría a admitir que el observador nunca cambia, lo que no es cierto. Si mi sistema de creencias no se modificara no podría adaptarme al mundo en el que vivo en cada momento y mi capacidad de poner en duda mis creencias para adaptarlas a nuevas formas de mirar explica mi capacidad o incapacidad para aceptar y adaptarme al cambio.
Normalmente, esa capacidad de modificar mi posición como observador no es uniforme. Lo que está sujeto a modas no suele producir problemas. Nunca volveríamos a comprar el coche que teníamos hace quince años y que nos parecía entonces el colmo de la modernidad. Hoy ese mismo vehículo lo veríamos anticuado en cuanto a formas y aunque siguiera estando disponible en el mercado probablemente no sería una opción de compra en la actualidad.
Lo mismo sucede con nuestras ropas, muebles y enseres. Incluso con los colores. Por ejemplo, pocos hombres se habrían puesto un polo de color rosa hace veinte años. Lo que lo hace posible hoy es que hemos cambiado nuestras creencias respecto a lo que es apropiado o no.
No sucede lo mismo con creencias más profundas. No hablo de estereotipos sino de creencias particulares y profundas que permanecen inmutables en nuestro interior y que siguen explicando nuestra mirada como observador aunque esa creencia se fundara en un momento de la vida en que yo era claramente distinto del que soy hoy. ¿Cuál es nuestra capacidad de revisitarlas con nuestros ojos de hoy? ¿Convendría hacerlo? ¿Opinaríamos lo mismo en este momento?
La respuesta a estas preguntas determina quiénes somos y por tanto, cuál es la percepción de la realidad y de nuestra capacidad de adaptación. Con independencia de otras consideraciones podemos tomar un ejemplo reciente. José Luis Sampedro (economista, pensador y literato español) y Stèphane Hessel (judío francés de origen alemán, perseguido por los nazis, miembro de la resistencia y filósofo de enorme prestigio) son amigos y tienen la misma edad: 94 años. El primero acaba de publicar un libro titulado Reacciona que sigue la misma senda que el del segundo titulado ¡¡Indignaos!! y que está causando furor. Sólo con leer los títulos ya se ve que son obras provocadoras que versan sobre los peligros del amodorramiento de las conciencias de nuestra sociedad.
Las preguntas que cabe hacerse son ¿es lo esperable de personas tan ancianas? Sus puntos de vista ¿se corresponden con las personas de su misma edad? Sus posiciones ¿no implican una modificación de su sistema de creencias por encima de lo que aprendieron y creyeron cuando eran más jóvenes?
Sin ir a posiciones tan llamativas, te invito a una experiencia que tiene que ver con esto. Piensa en una creencia que tengas fuertemente instalada. Trata de recordar en qué momento esa creencia tomó vida, cómo eras entonces. Pregúntate si ahora eres la misma persona que entonces y si es posible que esa creencia debiera ser modificada porque tu experiencia es distinta. En definitiva, si eres el mismo observador ahora que antes y si no es así, de qué forma te limita actuar con supuestos que no tienen sentido.
La respuesta es posible que te sorprenda. De la misma forma que añoramos ser como las personas que admiramos más que como somos genuinamente, es probable que descubramos que dentro de nosotros mantenemos juicios y creencias que tampoco nos corresponden. No como somos ahora.
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