La mujer del preso
FRANCISCO GÁMEZ ARCAYA | EL UNIVERSAL
miércoles 23 de mayo de 2012 03:23 PM
Ha debido ser a mediados de la década de los ochenta, cuando de niño, caminando por el centro de Caracas de la mano de mi papá, pasamos frente al edificio Universidad. Ese edificio era entonces la sede de los tribunales penales de Caracas. En medio del bullicio, mi papá me detuvo intencionalmente frente al edificio del que salía una larga fila de presos, esposados de dos en dos, que subían a un autobús azul. Al terminar el embarque y puesto en marcha el motor, mi padre entonces me señaló aquella escena que marcaría mi vida para siempre. Una joven señora con un pequeño en brazos y otros dos niños pegados a su falda, desde la acera decía adiós con la mano a uno de los reclusos que se asomaba por la enrejada ventana de aquel autobús. El preso, cuyo rostro pegado al vidrio nunca más pude olvidar, tenía la mirada perdida mas sin embargo fingía cierta naturalidad en sus gestos para aliviar el peso de su familia.
Quien escucha el nombre "Casa de Reeducación y Trabajo Artesanal de El Paraíso" podría imaginar una edificación construida sobre una soleada colina. Ahí, en esa "casa", un grupo de hombres estudiando y otros tantos haciendo trabajos en madera de pino, convivirían circunscritos, por pecados del pasado, a un perímetro cerrado y custodiado. Las autoridades de la "casa", formados para ese delicado oficio de la reeducación y con conocimientos en trabajo artesanal, serían nada más y nada menos, los responsables de reinsertar en la sociedad a aquellos trasgresores. Al salir de la "casa", luego de cumplida una sentencia justa, dictada a tiempo y por el tiempo que la ley dispone, el individuo saldría transformado hacia el bien, rumbo a los brazos de su familia y optaría inmediatamente a los puestos de trabajo vacantes en una economía siempre en crecimiento y nunca discriminatoria.
La diferencia es que la Casa de Reeducación y Trabajo Artesanal de El Paraíso es en realidad la terrible cárcel conocida como La Planta. Un tenebroso depósito humano con capacidad para cuatrocientos presos y donde cohabitaban más de dos mil, donde la droga y el delito eran cotidianidad y las autoridades, cómplices y socios. La Planta, infierno caraqueño a la vista de todos, era gobernada por los reclusos que ganaban su liderazgo a punta de maldad.
En vista de tal inhumana situación, repetida en todas las cárceles del país, el Gobierno, único responsable de velar por estas cosas, opta, no por construir nuevas cárceles que sean verdaderas casas para la reeducación y el trabajo; o desarmar a los reclusos y desmantelar las bandas de narcotráfico; o remover las autoridades y funcionarios militares corruptos. No. La solución fue clausurar La Planta y trasladar a sus más de dos mil reclusos a otras cárceles del país, engrosando su hacinamiento y donde les esperan más drogas, delitos y muerte.
Mientras tanto, las mujeres, madres y esposas de los presos, casi todas libres de culpa pero tan prisioneras como ellos, recorren los lejanos infiernos carcelarios del país buscando el paradero de los suyos. Es entonces cuando aquella mujer frente al edificio Universidad vuelve a mi memoria.
@GamezArcaya
Quien escucha el nombre "Casa de Reeducación y Trabajo Artesanal de El Paraíso" podría imaginar una edificación construida sobre una soleada colina. Ahí, en esa "casa", un grupo de hombres estudiando y otros tantos haciendo trabajos en madera de pino, convivirían circunscritos, por pecados del pasado, a un perímetro cerrado y custodiado. Las autoridades de la "casa", formados para ese delicado oficio de la reeducación y con conocimientos en trabajo artesanal, serían nada más y nada menos, los responsables de reinsertar en la sociedad a aquellos trasgresores. Al salir de la "casa", luego de cumplida una sentencia justa, dictada a tiempo y por el tiempo que la ley dispone, el individuo saldría transformado hacia el bien, rumbo a los brazos de su familia y optaría inmediatamente a los puestos de trabajo vacantes en una economía siempre en crecimiento y nunca discriminatoria.
La diferencia es que la Casa de Reeducación y Trabajo Artesanal de El Paraíso es en realidad la terrible cárcel conocida como La Planta. Un tenebroso depósito humano con capacidad para cuatrocientos presos y donde cohabitaban más de dos mil, donde la droga y el delito eran cotidianidad y las autoridades, cómplices y socios. La Planta, infierno caraqueño a la vista de todos, era gobernada por los reclusos que ganaban su liderazgo a punta de maldad.
En vista de tal inhumana situación, repetida en todas las cárceles del país, el Gobierno, único responsable de velar por estas cosas, opta, no por construir nuevas cárceles que sean verdaderas casas para la reeducación y el trabajo; o desarmar a los reclusos y desmantelar las bandas de narcotráfico; o remover las autoridades y funcionarios militares corruptos. No. La solución fue clausurar La Planta y trasladar a sus más de dos mil reclusos a otras cárceles del país, engrosando su hacinamiento y donde les esperan más drogas, delitos y muerte.
Mientras tanto, las mujeres, madres y esposas de los presos, casi todas libres de culpa pero tan prisioneras como ellos, recorren los lejanos infiernos carcelarios del país buscando el paradero de los suyos. Es entonces cuando aquella mujer frente al edificio Universidad vuelve a mi memoria.
@GamezArcaya
El botánico teniente
MIGUEL E. WEIL DI MIELE | EL UNIVERSAL
miércoles 23 de mayo de 2012 03:19 PM
"Depósito" fue la palabra que retumbó con mayor sonoridad en las declaraciones que hiciera el perfilado de la semana para la sucesión de la silla del padre de todos los helados, teniente diputado. Lo ocurrido en La Planta trasciende -o al menos debería- el elemental predio de las críticas que hacemos usualmente como oposición, pues es quizás un evento que ha de marcar los designios de nuestro país. O quizás no ha de marcar nada y será una mancha más en la década perdida que nos ha tocado vivir.
La realidad es que La Planta como problema, ha tenido mucho riego y mucho abono durante demasiados años, y como cualquier otra planta a la que se le sirve lo suficiente de aquello, creció hasta alcanzar una frondosidad cuyo espesor generó demasiadas sombras. Allí en La Planta vimos a más de 1.500 tipos en batalla campal, algunos condenados por hechos que cometieron, otros en proceso y demasiados para lo que puede considerarse como aceptable, sin imputación alguna. Todos en el depósito. Pero también los vimos hablando de sus derechos, y de su dignidad como seres humanos, de presunción de inocencia y otros conceptos cuyo significado entienden a la perfección, o al menos mucho mejor que tantos funcionarios. Los depositarios y depositantes a la vez.
La Planta no es producto único y exclusivo de la revolución. El asunto carcelario en general, es uno de tantos otros lastres derivados del desdén de los gobiernos anteriores, que el malquerer progresivo, revolucionario e in crescendo del presente gobierno acabó por convertir en uno de los desastres internos que más ha llamado a la atención de la prensa internacional. Y es que lo de La Planta sacó a la luz esos problemas que tenemos y la realidad de nuestra capacidad para denigrar la dignidad de quien sea.
Una espiral de violencia que ha crecido exponencialmente promovida desde el centro del poder que la justifica en interpretaciones propias del bien y del mal demasiado alejadas de cualquier argumento de racionalidad como para ser aceptables. Cuando después de 13 años de gobierno el presidente de la Asamblea Nacional declara que "las cárceles son un depósito", como queriendo decir que allí se tira a la gente y luego vaya usted a saber, admite la existencia de un problema que podría ser responsabilidad de este gobierno, o de los anteriores, o de los dos. Pero sobre todo, admite su percepción, y la de su gobierno al respecto: la de un desdén absoluto por solventar los problemas que realmente nos estancan como sociedad. Se distingue con orgullo de la cuarta, el teniente. Que si distinguirse del pasado fuese suficiente para evadir responsabilidades, más le valdría compararse con los inquisidores españoles.
El atentado de casi la totalidad de aquellos que manejan la institucionalidad en nuestro país contra el Estado de derecho ha sido sin duda el mejor de los fertilizantes de esa planta. El reconocimiento de que aquello es un depósito, es vocabulario demasiado acertado para comprender la realidad jurídica que el gobierno consciente o inconscientemente ha puesto sobre el tapete. Una realidad según la que la norma es aquello que dice el jefe, y según la cual el debido proceso y las garantías a la integridad personal y otras posturas humanitarias son cosas de segunda mano. De depósito para cuando haga falta. Mientras tanto, el teniente botánico seguirá regando y abonando, porque aunque no tenga planta, las semillas las ha sacado de "heroico" momento, y el estiércol a él como que siempre le sobra.
@weilmiguel
La realidad es que La Planta como problema, ha tenido mucho riego y mucho abono durante demasiados años, y como cualquier otra planta a la que se le sirve lo suficiente de aquello, creció hasta alcanzar una frondosidad cuyo espesor generó demasiadas sombras. Allí en La Planta vimos a más de 1.500 tipos en batalla campal, algunos condenados por hechos que cometieron, otros en proceso y demasiados para lo que puede considerarse como aceptable, sin imputación alguna. Todos en el depósito. Pero también los vimos hablando de sus derechos, y de su dignidad como seres humanos, de presunción de inocencia y otros conceptos cuyo significado entienden a la perfección, o al menos mucho mejor que tantos funcionarios. Los depositarios y depositantes a la vez.
La Planta no es producto único y exclusivo de la revolución. El asunto carcelario en general, es uno de tantos otros lastres derivados del desdén de los gobiernos anteriores, que el malquerer progresivo, revolucionario e in crescendo del presente gobierno acabó por convertir en uno de los desastres internos que más ha llamado a la atención de la prensa internacional. Y es que lo de La Planta sacó a la luz esos problemas que tenemos y la realidad de nuestra capacidad para denigrar la dignidad de quien sea.
Una espiral de violencia que ha crecido exponencialmente promovida desde el centro del poder que la justifica en interpretaciones propias del bien y del mal demasiado alejadas de cualquier argumento de racionalidad como para ser aceptables. Cuando después de 13 años de gobierno el presidente de la Asamblea Nacional declara que "las cárceles son un depósito", como queriendo decir que allí se tira a la gente y luego vaya usted a saber, admite la existencia de un problema que podría ser responsabilidad de este gobierno, o de los anteriores, o de los dos. Pero sobre todo, admite su percepción, y la de su gobierno al respecto: la de un desdén absoluto por solventar los problemas que realmente nos estancan como sociedad. Se distingue con orgullo de la cuarta, el teniente. Que si distinguirse del pasado fuese suficiente para evadir responsabilidades, más le valdría compararse con los inquisidores españoles.
El atentado de casi la totalidad de aquellos que manejan la institucionalidad en nuestro país contra el Estado de derecho ha sido sin duda el mejor de los fertilizantes de esa planta. El reconocimiento de que aquello es un depósito, es vocabulario demasiado acertado para comprender la realidad jurídica que el gobierno consciente o inconscientemente ha puesto sobre el tapete. Una realidad según la que la norma es aquello que dice el jefe, y según la cual el debido proceso y las garantías a la integridad personal y otras posturas humanitarias son cosas de segunda mano. De depósito para cuando haga falta. Mientras tanto, el teniente botánico seguirá regando y abonando, porque aunque no tenga planta, las semillas las ha sacado de "heroico" momento, y el estiércol a él como que siempre le sobra.
@weilmiguel
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