Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

sábado, 6 de octubre de 2012

En esta conferencia quisiera enfocar la figura de María


SÁBADO, 28 DE AGOSTO DE 2010

Tomado del blog Por Cristo con El y en El del P. Beda Hornung osb.

La Experiencia Cristiana del Siglo XXI












Introducción

En esta conferencia quisiera enfocar la figura de María. Lo que digo no ha crecido enteramente en mi jardín. La base es una conferencia de la Hna. Teresa Forcades i Vila, monja benedictina catalana. Yo sólo simplifico su lenguaje altamente teológico, y hago mis propias reflexiones para nosotros los que practicamos la oración centrante. Los que tengan interés en los escritos de la Hna. Teresa, los pueden conseguir en la página web de su monasterio:http://www.benedictinescat.com/Montserrat/indexceramcast.html
La Hna. Teresa comienza haciendo referencia a las ya famosas palabras que dijo Karl Rahner S.J., en el siglo pasado, que “el cristiano del próximo siglo – el nuestro - será místico, o no será”. Después, ella menciona dichos de otras personas que dicen algo semejante. A partir de allí, ella propone su tesis:
“La experiencia cristiana del siglo XXI será mariana, o no será”
Pone énfasis en la palabra “experiencia”. Y desarrolla su tesis meditando sobre los cuatro dogmas de la iglesia que se refieren a María. A propósito, “dogmas”: No son simplemente unas “verdades” que hay que creer aunque nos cueste; ¡no! Son formulaciones que quieren evitar precisamente unas explicaciones facilonas, y nos invitan a ir, no contra la razón, sino más allá de ella; nos invitan a establecer una relación personal e íntima con Dios, en confianza y amor. Sólo entonces veremos que estos dogmas tienen sentido porque echan una luz sobre lo que puede ser también nuestra experiencia.
Veamos entonces los cuatro dogmas, y su relación posible con nuestra experiencia.

1. María Madre de Dios (“Theotokos”), Concilio de Éfeso, año 431
A lo largo de los primeros tres siglos, la iglesia había definido los dogmas sobre Dios como uno en tres personas (la Santísima Trinidad), y sobre Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre (dos naturalezas en una sola persona). La pregunta que se planteaba entonces era, si María era solamente la Madre de Jesús de Nazaret, de su naturaleza humana, como afirmaban unos, o si era Madre de Dios, como afirmaban otros. Después de muchos debates, finalmente prevaleció el criterio de que ella era Madre de Dios, porque una mujer no da a luz a una naturaleza, sino a una persona concreta, en este caso Jesús, que es Dios y hombre en una sola persona.
Nosotros, por conveniencia hablamos entonces de la “Madre” de Dios. Sin embargo, en la definición del dogma se habla de “Theotokos”, la “engendradora” de Dios. Creo que no me equivoco si traduzco esta palabra del griego antiguo correctamente al venezolano de hoy, si digo “la que trajo a Dios al mundo”. Por eso ella es imagen de la iglesia que sigue trayendo a Dios al mundo. Y con eso llegamos al tema que nos interesa: ¿Qué hacemos cada uno de nosotros que formamos la iglesia, para que Dios pueda seguir manifestándose en el mundo?
En primer término, hay que recordar que Dios no impuso a su Hijo a María, sino que respetó su libertad. Dios no nos trata como siervos sino como amigos, de tú a tú. Dios se hace dependiente de nuestra libertad, se muestra como el que recibe. El Hijo recibe todo del Padre y, como hombre, recibe su cuerpo de María; es receptividad pura. En la medida en que asumimos nuestra libertad podemos amar y ponernos al servicio de la manifestación de Dios en el mundo. El cántico de Zacarías (Lc 1,68-79) dice: “Libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos en santidad y justicia todos nuestros días.”
Dice la Hna. Teresa: “El culmen de la creación está iniciado en María, pero no está todavía cumplido. Sólo lo estará cuando cada uno de nosotros haga como ella y exprese desde el núcleo más íntimo de la propia libertad el Fiat (es decir “hágase”, nuestro consentimiento) que engendra la Luz en el mundo.” Y, ya muchos siglos antes, el místico Angelus Silesius dice: “Si Cristo no nace en tu corazón, en vano habrá nacido en Belén.” Aplicando esto a nosotros podemos decir: en la oración, por ejemplo del Padre Nuestro, consentimos a la presencia y acción de Dios en nosotros (“hágase tu voluntad”). Esta presencia muchas veces está escondida bajo nuestra condición humana, nuestro ego; quiere salir a la luz, manifestarse. En la medida en que practicamos la oración, “damos a luz”, manifestamos a Dios en nosotros. Todo eso es obra del Espíritu Santo, la presencia de Dios en nosotros. Es necesario que le dejemos actuar a Él. Si no, lo que nacería no sería el fruto del Espíritu Santo sino una criatura de nosotros, un pobre fruto de nuestro ego, que muchas veces resulta un monstruo. Pero, con la práctica de la oración, poco a poco se manifestarán los frutos y dones del Espíritu. El P. Thomas Keating escribió todo un libro sobre este tema. Así, María puede cantar en el Magníficat (Lc 1,46-55) que el Señor ha hecho obras grandes por ella.
Recordemos también que en el último juicio se nos dirá, esto me lo han hecho a mí. Y San Pablo oye, cerca de Damasco, que Cristo le pregunta, ¿por qué me persigues? San Benito exhorta a sus monjes a que vean a Cristo en el abad, en el peregrino, el enfermo, el anciano, etc. Por lo tanto, si vamos a las relaciones personales hay que decir que, desde la presencia de Dios en nosotros, podemos ver la presencia de Dios en el prójimo y sacar a relucirla.
De esta manera participamos directamente en la renovación de la iglesia. En el futuro ya no habrá una iglesia de masas, sino una iglesia de testigos que tienen una relación personal e íntima con Dios. Estos podrán ser pocos en número, pero serán un fermento que se hará sentir en la sociedad, porque permitirán que la luz de Cristo ilumine las diferentes situaciones.
En resumen: la maternidad de María nos recuerda a cada uno que Dios se relaciona con nosotros como Hijo, como aquel que recibe. Espera nuestra cooperación para manifestarse en el mundo.

2. María Virgen (Sínodo del Letrán, año 649)
Si entendemos la virginidad en primer término como un asunto de castidad, como ausencia de relaciones sexuales, el peligro es que, por falta de amor y por la incapacidad de relaciones humanas, podríamos convertirnos en gente que quizá es casta, pero estéril. No engendra nada, no trae la Luz al mundo.
La virginidad de María apunta a algo mucho más importante. Dice la Hna. Teresa: “Nuestra realización personal, nuestra cristificación, la plenitud de nuestro potencial humano no depende de si tenemos o no pareja, o de si tenemos o no relaciones sexuales; depende sólo de nuestra capacidad de amar a Dios, y esta capacidad de amar a Dios se reconoce en el amor a los demás, sobre todo a los que no cuentan.”
En nuestra sociedad parece ocurrir lo contrario: hay un énfasis exagerado en el sexo, casi como artículo de consumo de primera necesidad. Hasta tal punto que hoy en día hay gente que vive separada, pero sabe a quién llamar cuando quieren sexo; son como parejas separadas. O gente que se busca simplemente un “resuelve”, una relación para satisfacer los deseos sexuales, sin ir más allá hacia una relación personal. Los desórdenes de mucha gente de la farándula son sólo un reflejo de lo que pasa en la sociedad a todos los niveles. En este contexto habrá que ver también las arremetidas constantes contra el celibato de los sacerdotes; porque es una piedra en el zapato de los que buscan sólo el placer. Pero cuando uno ve un poco más el panorama completo, se da cuenta de que la gente que vive así está muy vacía interiormente; hay muchos y muchas que van al siquiatra. Éste, lo único que sabe hacer es, llenarlas de calmantes. Sin embargo, el problema verdadero no es de siquiatras ni psicólogos, sino un problema humano: la capacidad de donarse, de entrar en relación con otra persona.
La no-dependencia, la libertad radical, hace posible amar a Dios “de todo corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”. Para esto no es necesario tener pareja. Por eso, frente a Dios, todos necesitamos una buena dosis de virginidad, entendida como esta independencia y libertad, que no espera si los demás también van por el mismo camino. Me recuerda la conversación de Jesús y Pedro después de la resurrección, junto al lago de Tiberíades. Jesús invita a Pedro a seguirle. Pedro pregunta que va a pasar con Juan. Y Jesús le contesta “A ti, ¿qué? Tú, ¡sígueme!” En nuestra cooperación con Dios para que la Luz nazca en el mundo, experimentamos nuestra soledad, si bien una soledad habitada por la presencia del Espíritu.
Centrándonos en la oración dejamos de lado todo lo que nos atrae, sensaciones, pensamientos, emociones. Puede ser que en nuestro ambiente seamos la única persona que ora así. No hay que desanimarse. Nuestro punto de referencia no son los demás ni lo que pasa dentro de nosotros; es únicamente Dios.
En el ambiente “hipersexualizado” que nos rodea observamos mucha dependencia, chantaje, abuso y manipulación. La gente no asume, ni es educada a asumir, su dignidad de hombres y mujeres. Nosotros, como uno de los frutos de la oración, experimentamos también nuestra dignidad. Cuando somos fieles a la práctica, después de un tiempo nos vemos con una sana autoestima; nos vemos con más seguridad interior. Ya no nos pueden asustar o manipular.

De esta manera, la virginidad de María, entendida así, hace posible que sea madre de Dios. Le da esta seguridad interior por saberse amada por Dios, y esta libertad con que ella responde a este amor. Como dice la Hna. Teresa, a la maternidad de María le co-rresponde la noción de “co-creación”, y a la virginidad la noción de “libertad radical” que la hace posible.

3. María Inmaculada (Papa Pio IX, 8 diciembre 1854) 
Este dogma nos recuerda un hecho importantísimo: nuestra bondad básica. Dios nos ha creado buenos; ésta es nuestra esencia. “El pecado no es parte de nuestra humanidad tal como ha sido creada por Dios”, dice la Hna. Teresa. Y sigue diciendo: “El pecado no es nunca fruto de la libertad, sino únicamente del miedo a la libertad, del miedo de amar como Dios ama.” Si amáramos así, no pecaríamos, pero como tenemos miedo, acumulamos un pecado tras otro.
Ahora bien, hay un punto muy importante: Estar sin pecado no significa que María no haya tenido tentaciones. Incluso Jesús fue tentado. La tentación no es pecado, ni dice que somos malos. La tentación es la ocasión de decidir en cada momento, en cada situación concreta, qué es amar. Es la oportunidad de superar nuestro miedo, de poner toda nuestra confianza en Dios y decirle que sí a lo que nos pide. María no está protegida de la duda, no lo entiende todo (“Hijo, ¿por qué nos has tratado así?”). Es importante comparar en este contexto a Zacarías con María. Ambos dudaron, no veían cómo podría darse lo que estaba diciendo el ángel. Pero, Zacarías absolutiza el propio horizonte de comprensión; lo que él no entiende, no puede ser. Implícitamente, María pasa más allá de su entendimiento, y da su consentimiento a que se cumpla en ella la palabra del Señor.
En la práctica sincera de la oración, tarde o temprano, llegaremos a este punto donde tenemos que decidir si realmente le permitimos a Dios que actúe en nosotros. Sabemos por experiencia que el obstáculo más grande es el miedo, el miedo de no entender, de perder el control. En la fe vamos más allá de este miedo, y ponemos toda nuestra confianza en Dios. Es entonces cuando Él podrá hacer “sus obras grandes” en cada uno de nosotros.
La Hna. Teresa termina diciendo que “el punto decisivo de la inmaculada concepción de María es que cualquier persona es totalmente redimible porque su pecado no pertenece a su esencia, y porque lo único que Dios le pide es un acto de confianza que está siempre a su alcance”. Y yo añadiría algo más: como el pecado no es parte de nuestra esencia, siempre es posible volver a Dios, a nuestra bondad básica que, sí, es nuestra esencia. La parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) lo explica muy bien.

4. María Asunta (Papa Pio XII, 1 noviembre 1950)
El último dogma que consideramos es el de la asunción de María al cielo en cuerpo y alma. Yo era un adolecente cuando se proclamó este dogma. Recuerdo que lo acepté sin cuestionamientos, y me escandalicé de la gente que tenía sus dificultades con este dogma. En aquel entonces, esa era mi manera de obedecer a la iglesia. Hoy pienso distinto. Ya lo expliqué en la introducción. Este dogma nos remite a una apreciación correcta del cuerpo y de la materia en general.
La cosmovisión dualista es incompatible con nuestra visión cristiana del mundo aunque, hay que reconocerlo, a simple vista parece más lógica. Es una filosofía que viene de los antiguos persas y, pasando por Grecia, llegó hasta nuestro mundo occidental. A pesar de la presencia del Evangelio, ha seguido latente entre nosotros a lo largo de los siglos.
Una de las formas en que se manifiesta, es el dualismo entre cuerpo y espíritu. Especialmente en buena parte del siglo pasado había un materialismo que negaba toda dimensión espiritual. Como lo ponía un filósofo: “La paloma cree que sin aire volaría más rápido”. Y, para no ir tan lejos, también en nuestro ambiente observamos esta negación, ya no por razones ideológicas, sino por una práctica inconsciente. Pensemos sólo en las competencias deportivas, los gimnasios, los concursos de belleza, en el sinfín de cirugías estéticas, en el afán de mantenerse en forma. El cuerpo parece ser todo. Ya hemos visto más arriba cómo termina la gente que se deja esclavizar por este culto.
Pero igualmente había en nuestra cultura, y hay todavía, un sobreénfasis en lo espiritual. En la antigüedad, ya el filósofo Platón consideraba el cuerpo como la prisión del alma. Y en siglos más recientes había la corriente del Jansenismo, que veía todo lo físico mal, especialmente el cuerpo, y en éste especialmente el sexo. No recuerdo dónde lo leí que, según esta manera de ver, lo más virulento es el cuerpo de la mujer: puro peligro. Esto produjo hombres y mujeres acomplejados que no lograban aceptar su cuerpo, con infinitos problemas de pareja y, según el grado de rebelión, infidelidades con mujeres más complacientes. Relacionado con esto está el puritanismo que todavía hoy es una corriente fuerte en Estados Unidos (¡parece mentira!). Pero el cuerpo, y el sexo en especial, no se dejan reprimir. Por eso vemos cómo el péndulo ahora está en el otro extremo: pura permisividad.
En la práctica de la oración como relación personal con Dios aprendemos a no rechazar ni reprimir nada. Todo viene de Dios y, por lo tanto, es bueno.
Jesús vino a darle al cuerpo su justo valor. Él mismo tomó un cuerpo en María. Ella lo trajo al mundo, un proceso físico, que implica a todo el cuerpo, también los órganos reproductivos. También el sexo es parte integral del cuerpo. Y todo este cuerpo es templo del Espíritu Santo. El cuerpo no se opone al espíritu sino que es su manifestación. Lo que se le opone al espíritu es únicamente el miedo a la libertad. Hoy en día hablamos del lenguaje corporal; los gestos y movimientos del cuerpo nos indican lo que pasa en el alma. Es interesante ver en este contexto cómo Jesús se manifiesta en su cuerpo, con la mirada, oyendo, hablando, abrazando, tocando, etc. Su muerte en la cruz no fue solamente un asunto espiritual, sino también eminentemente físico. Así nos manifiesta “hasta el extremo” el amor de Dios.
San Pablo habla del “cuerpo terrenal” y del “cuerpo espiritual”. Proclamamos la “resurrección de la carne”. En la resurrección, Cristo asumió un cuerpo glorioso, pero un cuerpo que reflejaba su identidad. Los discípulos lo reconocían por sus llagas. Lo mismo creemos de la Virgen cuyo cuerpo estuvo enteramente al servicio del Espíritu. Y ésta es la promesa para nosotros, que estaremos en el cielo no sólo como espíritus, sino también en nuestro cuerpo que es la expresión de nuestra individualidad.

Conclusión
Si hablamos entonces de la experiencia cristiana de nuestro siglo que apenas comienza, es necesario tener presente a María, y su relación con Dios. Ella nos invita a asumir nuestra dignidad, no como una conquista, sino como un don de Dios que nos invita a dejarle hacer obras grandes en nosotros, nos brinda su confianza. Es esta relación con Dios que nos hace realmente humanos, no las relaciones de pareja o relaciones sexuales. Somos esencialmente buenos, el pecado no es parte de nuestra esencia. Por lo tanto, podemos aspirar a vivir alguna vez sin pecado: en el cielo no habrá pecado. En este cielo estaremos toda la persona, nuestra individualidad, en cuerpo y alma.

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