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Notitarde Valencia 11/05/2013 Nuevos vientos para América Latina
- Columnista, Notitarde, Antonio Sánchez García (Notitarde / )
Antonio Sánchez García
La muerte del caudillo ha venido a descalabrar por ahora el proyecto del Foro de Sao Paulo. La indisimulable derrota electoral del llamado chavismo sin Chávez deja ver una tendencia irreversible provocada por el agotamiento del proyecto neofascista del castrochavismo y la grave crisis política, económica y social que arrastra Venezuela hacia un desenlace aún imprevisible, pero irreversible: El retorno a su Estado de Derecho. Comienzan a soplar nuevos vientos en América Latina.
1
No es culpa de Dios si los hombres se niegan a aceptar la verdad que se les restriega en sus narices. Un senador chileno me afirmó en Santiago, a pocos meses de celebrarse nuestro Referéndum Revocatorio, que el saliente presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso, se había mostrado muy preocupado por el poder que estaba acumulando el Presidente de Venezuela, advirtiéndole: "Mucho cuidado con Chávez, que es un fascista de tomo y lomo".
Siendo un muy importante ministro del presidente Ricardo Lagos, quien disfrutaba por entonces de un magnífico nombre en la región, cercano a Cardoso por oficio y cultura, es absolutamente inimaginable que La Moneda y la cancillería chilena no estuvieran perfectamente al tanto de los puntos que calzaba el fallecido golpista venezolano, en rigor un fascista de tomo y lomo. Como que usó todo el instrumentario hitleriano para meterse en el bolsillo a los desarrapados de su patria, entronizarse en el Poder y mantenerlo firmemente bajo sus designios hasta que se le atravesó la muerte. Quien quiera comprobarlo, que se consiga un ejemplar de MI LUCHA y se haga con el abecedario del caudillo de masas: La grosería, la amenaza, el rojo, la mentira, el desparpajo, la jugada al todo o nada, el descaro, el abuso mediático, la osadía, la persecución, la concentración absoluta del Poder y el uso de la justicia como instrumento de persecución y sometimiento. Y un detalle que suele pasar inadvertido: La capacidad para estirar la cuerda de sus avances y tanteos para probar la capacidad de reacción del adversario, quien, paralizado por las artes de su dominio, suele permitir lo impensable. Todo lo cual adobado con un olfato carroñero capaz de advertir a leguas de distancia la debilidad crucial del adversario y manejarlo hasta la muerte o el total sometimiento. Una reproducción ampliada del juego del gato y el ratón.
Que dos adversarios de tanto peso, prestigio y reconocida sabiduría como Cardoso y Lagos fueran impotentes como para enfrentarlo y contribuir a desalojarlo del poder sobre un país que sabían condenado a la perdición de no mediar ese desalojo, o directamente se negaran a asumir sus responsabilidades regionales sobre el cuidado y la preservación de sus instituciones democráticas, a pesar de existir suficientes herramientas como la famosa Carta Democrática de la OEA y las cláusulas pertinentes de todos los convenios multilaterales de la región, es uno de los enigmas más indescifrables de estos tres lustros perdidos. Máxime cuando Brasil y Chile, contradictoriamente y a pesar del acendrado democratismo y la admirable estabilidad institucional de que harían gala, terminarían sirviendo de vigas maestras de su entronización.
2
En efecto, Chile, gracias al rol jugado por el hombre que Lagos puso al frente de la OEA, su correligionario José Miguel Insulza, quien neutralizaría cualquier intento por cuestionar regionalmente el mandato de quien todo el mundo sabía no ser un dechado de institucionalidad ni un hombre incapaz de trampear, engañar y matar, si le era necesario, para montar un régimen totalitario. En sus dos mandatos, el papel jugado por Insulza pasará a la historia de la infamia de la diplomacia regional. Independientemente de sus declaradas intenciones y propósitos, puso la OEA al servicio del castrochavismo y el Foro de Sao Paulo, como quedaría vergonzosamente de manifiesto cuando se suscitara el caso de Gabriel Zelaya y la ominosa intromisión de Venezuela, Cuba y Brasil a favor del depuesto y asilado ex presidente en contra de los esfuerzos de los sectores democráticos hondureños por superar la crisis afianzando sus principios constitucionales.
Y Brasil, que caería en las manos de una ficha del castrismo en la región, como Lula da Silva, de quien todo el mundo sabía el rol que jugaba en el tablero latinoamericano al servicio de la izquierda castrista desde el llamado Foro de Sao Paulo -que fundara junto a Fidel Castro en 1992- y recibiría espesas y jugosas recompensas y acuerdos comerciales de la cuantiosa renta petrolera venezolana por su labor de apalancamiento de un hombre que jugaba en la cuerda floja. Basta seguir la evolución de nuestra deficitaria balance de pagos con Brasil para reafirmarlo.
Insulza y Lula -vale decir: Chile y Brasil- estaban perfectamente conscientes de que el proyecto bolivariano había recibido el pláceme del Foro de Sao Paulo, en el que militaban desde las Farc colombianas hasta el MIR y el Partido Comunista chilenos, los tupamaros uruguayos, los montoneros y el peronismo de ultraizquierda argentinos; que tras Hugo Chávez quien movía los hilos desde La Habana era Fidel Castro, a quien no solo se había rendido personalmente, sino a quien le entregaría el manejo de las palancas claves del poder del Estado venezolano, desde las fuerzas armadas al control ciudadano de notarias, identificación, etc.; que el control del petróleo venezolano había pasado a manos del castrochavismo y que su cuantiosísima renta -millones de millones de dólares contantes y sonantes- sería empleada masiva y descaradamente al servicio de un proyecto injerencista en todos los países de América Latina luego de oxigenar al Deus Ex Machina de ese proyecto totalitario desde los tiempos de la Guerra Fría: El castrismo cubano.
No solo lo sabían: Lula lo protagonizaba. Y tanto fue su empeño en convertirse en el agente del chavismo en el exterior, que en el colmo de la ignorancia y la impostura afirmó ante una importante audiencia de grandes empresarios alemanes reunidos en Hamburgo, que el de Chávez era el mejor gobierno que había tenido Venezuela en sus últimos cien años. Un despropósito indigno de quien lideraba la octava potencia económica del planeta.
3
Las razones para un lobby de tamaña magnitud no son difíciles de imaginar. Es perfectamente imaginable que su campaña para la presidencia fuera financiada desde el Banco Central de Venezuela. Como los hilos y los medios financieros que desestabilizaron la frágil democracia boliviana siguiendo un guión diseñado en La Habana y financiado en Caracas. Como también sucediera con el inevitable ascenso de Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, el cura Lugo en Paraguay y, last but not least, la monarquía de los Kirchner en Argentina. La estrategia de desestabilización de los frágiles gobiernos democráticos de Ecuador y Bolivia siguieron estrictamente el guión ensayado con éxito en Venezuela: Golpes de Estado, fractura de la institucionalidad, debilitamiento extremos de las hegemonías hasta derrumbar los sostenes populares y asaltar el poder en andas de mayorías electorales: Fascismo del siglo XXI.
No corrieron los presidentes de gran parte de los países latinoamericanos o sus enviados especiales a visitar al moribundo en el Cimeq impulsados por sus corazones: Todos debían sus presidencias al manirroto teniente coronel venezolano, pieza dúctil del maromero de la Sierra Maestra. Basta recordar la comedia de los maletines, punta de una madeja que de haber sido deshilvanada como correspondía, hubiera mostrado la putrefacción que vinculaba -y sigue vinculando- a los países del Alba, de Unasur y de la OEA con el manoseo corruptor del tirano caribeño.
Imposible pasar por alto que en un momento que pudo haber sido trágico para el futuro de América Latina, la aceitosa mancha del petróleo castrochavista estuvo a punto de inundar al Perú y a México, cuando Ollanta Humala y Manuel López Obrador estuvieron a un tris de convertirse en fichas gobernantes del castrochavismo en su primer esfuerzo por conquistar los gobiernos respectivos. Muy posiblemente financiados por el binomio venecubano. Y que un recurso extremo desalojó del Poder a Zelaya cuando se encaminaba a dar su golpe de Estado plebiscitario, a la mode de Caracas. Con lo cual América Latina hubiera terminado por someterse al sueño de Fidel Castro desde los tempranos años sesenta: Dominar sobre todo el continente gracias no ya a guerrillas triunfantes, sino al gigantesco poder corruptor de la renta petrolera venezolana y el montaje con democracias electoreras y populistas. De signo clientelar y estatólatra, siempre al fila de la legalidad.
La muerte del caudillo ha venido a descalabrar por ahora el proyecto forista. La indisimulable derrota electoral del llamado chavismo sin Chávez deja ver una tendencia irreversible provocada por el agotamiento del proyecto neofascista del castrochavismo y la grave crisis política, económica y social que arrastra Venezuela hacia un desenlace aún imprevisible, pero irreversible: El retorno a su Estado de Derecho y la convivencia democrática. Insulza abandona la gendarmería. La Sra. Kirchner enfrenta un turbio horizonte. La alcahuetería del Yago colombiano se derretirá en el fuego de su próximo fracaso electoral. Y el Perú democrático da muestras de asumir la ofensiva contra las imposiciones castrocomunistas. El derrumbe ha demorado 14 años en iniciar su inevitable decadencia. Demasiada tardanza.
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No es culpa de Dios si los hombres se niegan a aceptar la verdad que se les restriega en sus narices. Un senador chileno me afirmó en Santiago, a pocos meses de celebrarse nuestro Referéndum Revocatorio, que el saliente presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso, se había mostrado muy preocupado por el poder que estaba acumulando el Presidente de Venezuela, advirtiéndole: "Mucho cuidado con Chávez, que es un fascista de tomo y lomo".
Siendo un muy importante ministro del presidente Ricardo Lagos, quien disfrutaba por entonces de un magnífico nombre en la región, cercano a Cardoso por oficio y cultura, es absolutamente inimaginable que La Moneda y la cancillería chilena no estuvieran perfectamente al tanto de los puntos que calzaba el fallecido golpista venezolano, en rigor un fascista de tomo y lomo. Como que usó todo el instrumentario hitleriano para meterse en el bolsillo a los desarrapados de su patria, entronizarse en el Poder y mantenerlo firmemente bajo sus designios hasta que se le atravesó la muerte. Quien quiera comprobarlo, que se consiga un ejemplar de MI LUCHA y se haga con el abecedario del caudillo de masas: La grosería, la amenaza, el rojo, la mentira, el desparpajo, la jugada al todo o nada, el descaro, el abuso mediático, la osadía, la persecución, la concentración absoluta del Poder y el uso de la justicia como instrumento de persecución y sometimiento. Y un detalle que suele pasar inadvertido: La capacidad para estirar la cuerda de sus avances y tanteos para probar la capacidad de reacción del adversario, quien, paralizado por las artes de su dominio, suele permitir lo impensable. Todo lo cual adobado con un olfato carroñero capaz de advertir a leguas de distancia la debilidad crucial del adversario y manejarlo hasta la muerte o el total sometimiento. Una reproducción ampliada del juego del gato y el ratón.
Que dos adversarios de tanto peso, prestigio y reconocida sabiduría como Cardoso y Lagos fueran impotentes como para enfrentarlo y contribuir a desalojarlo del poder sobre un país que sabían condenado a la perdición de no mediar ese desalojo, o directamente se negaran a asumir sus responsabilidades regionales sobre el cuidado y la preservación de sus instituciones democráticas, a pesar de existir suficientes herramientas como la famosa Carta Democrática de la OEA y las cláusulas pertinentes de todos los convenios multilaterales de la región, es uno de los enigmas más indescifrables de estos tres lustros perdidos. Máxime cuando Brasil y Chile, contradictoriamente y a pesar del acendrado democratismo y la admirable estabilidad institucional de que harían gala, terminarían sirviendo de vigas maestras de su entronización.
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En efecto, Chile, gracias al rol jugado por el hombre que Lagos puso al frente de la OEA, su correligionario José Miguel Insulza, quien neutralizaría cualquier intento por cuestionar regionalmente el mandato de quien todo el mundo sabía no ser un dechado de institucionalidad ni un hombre incapaz de trampear, engañar y matar, si le era necesario, para montar un régimen totalitario. En sus dos mandatos, el papel jugado por Insulza pasará a la historia de la infamia de la diplomacia regional. Independientemente de sus declaradas intenciones y propósitos, puso la OEA al servicio del castrochavismo y el Foro de Sao Paulo, como quedaría vergonzosamente de manifiesto cuando se suscitara el caso de Gabriel Zelaya y la ominosa intromisión de Venezuela, Cuba y Brasil a favor del depuesto y asilado ex presidente en contra de los esfuerzos de los sectores democráticos hondureños por superar la crisis afianzando sus principios constitucionales.
Y Brasil, que caería en las manos de una ficha del castrismo en la región, como Lula da Silva, de quien todo el mundo sabía el rol que jugaba en el tablero latinoamericano al servicio de la izquierda castrista desde el llamado Foro de Sao Paulo -que fundara junto a Fidel Castro en 1992- y recibiría espesas y jugosas recompensas y acuerdos comerciales de la cuantiosa renta petrolera venezolana por su labor de apalancamiento de un hombre que jugaba en la cuerda floja. Basta seguir la evolución de nuestra deficitaria balance de pagos con Brasil para reafirmarlo.
Insulza y Lula -vale decir: Chile y Brasil- estaban perfectamente conscientes de que el proyecto bolivariano había recibido el pláceme del Foro de Sao Paulo, en el que militaban desde las Farc colombianas hasta el MIR y el Partido Comunista chilenos, los tupamaros uruguayos, los montoneros y el peronismo de ultraizquierda argentinos; que tras Hugo Chávez quien movía los hilos desde La Habana era Fidel Castro, a quien no solo se había rendido personalmente, sino a quien le entregaría el manejo de las palancas claves del poder del Estado venezolano, desde las fuerzas armadas al control ciudadano de notarias, identificación, etc.; que el control del petróleo venezolano había pasado a manos del castrochavismo y que su cuantiosísima renta -millones de millones de dólares contantes y sonantes- sería empleada masiva y descaradamente al servicio de un proyecto injerencista en todos los países de América Latina luego de oxigenar al Deus Ex Machina de ese proyecto totalitario desde los tiempos de la Guerra Fría: El castrismo cubano.
No solo lo sabían: Lula lo protagonizaba. Y tanto fue su empeño en convertirse en el agente del chavismo en el exterior, que en el colmo de la ignorancia y la impostura afirmó ante una importante audiencia de grandes empresarios alemanes reunidos en Hamburgo, que el de Chávez era el mejor gobierno que había tenido Venezuela en sus últimos cien años. Un despropósito indigno de quien lideraba la octava potencia económica del planeta.
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Las razones para un lobby de tamaña magnitud no son difíciles de imaginar. Es perfectamente imaginable que su campaña para la presidencia fuera financiada desde el Banco Central de Venezuela. Como los hilos y los medios financieros que desestabilizaron la frágil democracia boliviana siguiendo un guión diseñado en La Habana y financiado en Caracas. Como también sucediera con el inevitable ascenso de Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, el cura Lugo en Paraguay y, last but not least, la monarquía de los Kirchner en Argentina. La estrategia de desestabilización de los frágiles gobiernos democráticos de Ecuador y Bolivia siguieron estrictamente el guión ensayado con éxito en Venezuela: Golpes de Estado, fractura de la institucionalidad, debilitamiento extremos de las hegemonías hasta derrumbar los sostenes populares y asaltar el poder en andas de mayorías electorales: Fascismo del siglo XXI.
No corrieron los presidentes de gran parte de los países latinoamericanos o sus enviados especiales a visitar al moribundo en el Cimeq impulsados por sus corazones: Todos debían sus presidencias al manirroto teniente coronel venezolano, pieza dúctil del maromero de la Sierra Maestra. Basta recordar la comedia de los maletines, punta de una madeja que de haber sido deshilvanada como correspondía, hubiera mostrado la putrefacción que vinculaba -y sigue vinculando- a los países del Alba, de Unasur y de la OEA con el manoseo corruptor del tirano caribeño.
Imposible pasar por alto que en un momento que pudo haber sido trágico para el futuro de América Latina, la aceitosa mancha del petróleo castrochavista estuvo a punto de inundar al Perú y a México, cuando Ollanta Humala y Manuel López Obrador estuvieron a un tris de convertirse en fichas gobernantes del castrochavismo en su primer esfuerzo por conquistar los gobiernos respectivos. Muy posiblemente financiados por el binomio venecubano. Y que un recurso extremo desalojó del Poder a Zelaya cuando se encaminaba a dar su golpe de Estado plebiscitario, a la mode de Caracas. Con lo cual América Latina hubiera terminado por someterse al sueño de Fidel Castro desde los tempranos años sesenta: Dominar sobre todo el continente gracias no ya a guerrillas triunfantes, sino al gigantesco poder corruptor de la renta petrolera venezolana y el montaje con democracias electoreras y populistas. De signo clientelar y estatólatra, siempre al fila de la legalidad.
La muerte del caudillo ha venido a descalabrar por ahora el proyecto forista. La indisimulable derrota electoral del llamado chavismo sin Chávez deja ver una tendencia irreversible provocada por el agotamiento del proyecto neofascista del castrochavismo y la grave crisis política, económica y social que arrastra Venezuela hacia un desenlace aún imprevisible, pero irreversible: El retorno a su Estado de Derecho y la convivencia democrática. Insulza abandona la gendarmería. La Sra. Kirchner enfrenta un turbio horizonte. La alcahuetería del Yago colombiano se derretirá en el fuego de su próximo fracaso electoral. Y el Perú democrático da muestras de asumir la ofensiva contra las imposiciones castrocomunistas. El derrumbe ha demorado 14 años en iniciar su inevitable decadencia. Demasiada tardanza.
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