"Queremos que se imponga la cultura y no la violencia barbárica"
El investigador, que asumió la Dirección de Cultura de la UCV en enero, dice que el conflicto que existía con los trabajadores del Aula Magna está en vía de ser subsanado completamente
José Rafael Herrera asumió la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela en un momento álgido dentro y fuera del campus. A pesar de las trabas que implica la crisis presupuestaria y, por consiguiente, las protestas, llegó al despacho con la convicción de que desde esa dependencia podían surgir soluciones a varios de los problemas más graves de la institución. “Debemos recuperar el ambiente de paz y hermandad que los universitarios tenemos que proyectar hacia la sociedad”, dice en su oficina, en el edificio de la Biblioteca Central. “Por más discrepancias que existan de pensamiento e ideología, podemos seguir caminando juntos de la mano. De eso se trata la universidad: de que las diferencias se pongan de manifiesto para que surja la verdad”.
Herrera es ucevista de arriba abajo. Tiene más de 30 años como docente. Es licenciado en Filosofía y doctor en Ciencias Políticas. Fue director de la Escuela de Filosofía de la UCV y, en los únicos dos años que no estuvo en su adorada alma máter, fue rector de la Universidad Rómulo Gallegos. Es autor de siete libros sobre filosofía de la praxis, dialéctica e historicismo filosófico; además, tradujo al castellano El príncipe de Nicolás Maquiavelo.
—¿En qué consiste la campaña UCV Cultura de Paz?
—Estamos viviendo una época en la cual existe un clima de violencia generalizado en el país y Caracas es uno de sus epicentros. Como ésta es una ciudad universitaria abierta, porque lamentablemente no se pudieron poner puertas como se planteó, la violencia cotidiana se introdujo en el campus. Pero el proyecto no es sólo una idea. Ha sido el resultado de un trabajo de investigación que arrojó un hallazgo francamente innovador. Es el hecho de que la violencia que se generaba desde el punto de vista político era externa, mientras que la que se ha manifestado en esta oportunidad en el ámbito universitario es interna y ha causado no sólo daños enormes en un patrimonio de la humanidad, sino zozobra en una comunidad que es mayoría con relación a estos sectores.
—¿A través de qué vías se neutralizarían esos sectores?
—Llegamos a la conclusión de que la forma ideal es retomar los espacios y eso se logra a través de la organización de eventos de carácter cultural que provienen no sólo de la dirección, sino de las facultades. Nos hemos trazado un plan común para que en pasillos y plazas se lleven a cabo actividades de danza, música... Y creo que hemos recuperado un ambiente de mayor reconciliación. Los hemos combinado con actos en el Aula Magna y la Sala de Conciertos, que fueron objeto de una intervención. Los hemos rescatado porque estaban en un estado de deterioro muy grande. La directora que me antecedió en el cargo (Olga Durán) se abocó a ese proyecto de restauración y ya hemos comenzado a generar espectáculos de envergadura para que la comunidad caraqueña también pueda disfrutar.
—Ha habido muchos conflictos con los trabajadores del Aula Magna, que obligaron a mudar el show de Ensamble Gurrufío a una locación diferente y posponer otro de María Teresa Chacín, por ejemplo. ¿Han evolucionado positivamente esas negociaciones?
—Hemos tenido ocho asambleas con ellos. El problema eran las horas extras y los fines de semana, pero ya lo hemos superado. Estamos trabajando para que la solución sea definitiva. Hemos tenido paralizaciones en la semana, pero se han originado por otras razones que tienen que ver con la situación actual de la universidad. Ha habido paros de profesores y obreros, lo que ha detenido la marcha de las actividades que teníamos previstas. Hay que tomar en cuenta que se trata de una lucha justa porque los universitarios estamos en una situación de ahorcamiento en todas las instancias. No es algo que afecta a los profesores recién contratados o a los instructores. Nos afecta absolutamente a todos. Y no sólo perjudica financieramente a cada miembro de la universidad; también incide en la investigación, la cultura, las bibliotecas y no permite que la academia funcione como debería. A pesar de las dificultades, hemos tratado de manejar la situación.
—¿Cuáles fueron los retos durante su gestión como subdirector y director encargado de Cultura entre 1996 y 1999?
—Hace 16 años me tocó enfrentar la violencia en Las Tres Gracias y en la entrada del Hospital Universitario. Precisamente esa fue la motivación que dio origen al proyecto Cultura de Paz. En aquel momento decidimos colocar tarimas para ofrecer conciertos y otras actividades, y los resultados fueron muy buenos porque los encapuchados terminaban presenciando el espectáculo.
—Es interesante que el tema de la violencia se ataque desde la cultura...
—Sí. Pero no se trata de una estrategia para una coyuntura que tarde o temprano va a pasar. Estamos proyectando al país una forma de reconciliación, una necesidad: queremos que se imponga la cultura y no la violencia barbárica para resolver los problemas fundamentales de la sociedad venezolana. Considero que esto es clave.
—¿Cómo se conjuga la filosofía en la gestión de un director de cultura universitario?
—Mucha gente piensa que una cosa no tiene que ver con la otra, pero yo creo que es al revés. Los grandes filósofos han diseñado lo que significa hoy el término moderno de cultura. En la primera mitad del siglo XX se presentaron grandes discusiones acerca de la filosofía de cultura, que me han inspirado para estar al frente de esta dirección. La cultura no es una cosa técnica. Es una manera de vivir. Y en ese sentido es perfectamente compatible con lo que entendemos por una concepción del mundo.
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