¿Puro chisme?
No hacer nada para que este episodio reciba castigo nos deja en el pantano de las murmuraciones
ELÍAS PINO ITURRIETA | EL UNIVERSAL
domingo 26 de mayo de 2013 12:00 AM
Las revelaciones del señor Mario Silva son la comidilla de la población, pero parece que no pasan de allí. El régimen ha reaccionando como lo hizo ante el escándalo que promovieron, no sé exactamente cuándo porque nadie habla en la actualidad de ellas, las afirmaciones del magistrado Aponte Aponte, esto es, arremetiendo contra el portavoz a través de descalificaciones groseras y negando la posibilidad de una investigación. No han sido cuestiones menudas las desembuchadas por estos connotados miembros de la cúpula "revolucionaria", pero se han condenado a reposar en el limbo debido a que nadie del gobierno se conmueve hasta el extremo de asomar siquiera la posibilidad de una somera averiguación.
Se puede comprender la conducta de los sujetos aludidos por el señor Silva, pues a nadie le gusta la exhibición de sus trapos sucios desde un vigoroso ventilador que está a la vista de todos. Mientras mayor sigilo, menos peligro corren las reputaciones de quienes forman parte del elenco de individuos a quienes una grabación, repetida ahora a través de la televisión y en las primeras planas de los periódicos, presenta como una pandilla de rufianes. Los rufianes ocultan su calidad de rufianes para seguir llevando a cabo sus tropelías, desde luego, especialmente cuando las instituciones están de su lado y les garantizan impunidad. El problema se remite entonces hacia nosotros, los perplejos receptores de la noticia. Se nos descubre un fragmento fundamental de la realidad ante cuya aparición debería ocurrir una reacción de peso, de esas que recogen los periódicos y preocupan al gobierno, pero, hasta la fecha, apenas nos hemos conformado con regodearnos ante la noticia y con hacer comentarios mordaces en el tuíter, sin la expresión de respuestas susceptibles de presentar ante las sociedades que nos rodean, pero especialmente ante nosotros mismos, la existencia de una repulsa cónsona con la podredumbre que nos han arrojado en la cara mediante una grabación que no deja dudas en cuanto a la autenticidad de su origen, ni sobre la demasiado conocida identidad de quien prestó la voz para decir lo que dijo sin siquiera parpadear. Pero quizá nosotros apenas parpadeamos ante lo que oímos en medio del asombro, sin pasar a mayores.
Pasar a mayores es cosa seria, hasta el punto de que no sepa quien escribe cómo hacer hoy día para concretar semejante conducta, pero es evidente que se trata de un asunto susceptible de reflexión. No será cuestión de marcharnos para las guerrillas, ni de levantar barricadas frente a la residencia del teniente Cabello, por ejemplo, pero parece razonable manifestar disconformidad ante la actitud de quienes apenas nos atrevemos a hablar sobre el escándalo con el vecino como si fuese una nadería. Pareciera que apenas nos hemos sentido concernidos en la superficie, como si el asunto no fuera con nosotros. O, para encontrar alguna explicación que no nos deje tan desairados, que sólo hemos topado con una noticia que conocíamos hasta la saciedad, con delitos sobre cuya existencia sabíamos desde hace años, con rufianes rutinarios a quienes ahora se pesca en vagabunderías que veían protagonizando en los últimos lustros y ante las cuales no existe la alternativa de sorprenderse. Puede ser una explicación de la indiferencia frente a la magnitud de los delitos propalados, pero no es como para ufanarnos ni para quedar pendientes con tranquilidad de conciencia del próximo capítulo del espectáculo.
Entre muchos pormenores que nos puedan obligar a despertar de veras ante el desfile de trapacerías y felonías que revela la grabación del señor Silva, tal vez destaque el hecho de que sea o fue su portavoz el animador del programa estelar de la "revolución". No es o fue "La hojilla" un espacio cualquiera de VTV, sino la esencia informativa del régimen, la palabra vengadora a cargo de un sujeto bendecido por el presidente Chávez como custodio de los explotados y como martillo de la macabra burguesía; el set más buscado por los líderes por el sólo hecho de contar con el favor de quien había convertido el comandante en su heraldo predilecto; el pontífice diario que marcaba la pauta a los intelectuales y a los burócratas del régimen; la alcabala para ascender cuando se buscaba promoción, o la ocasión de aclarar situaciones ante el jefe cuando el viento se enrarecía; una manera de comunicar que debía imitarse en otros programas de TV y radio afectos a la "revolución" y también, por desdicha, el miedo rampante ante la posibilidad de recibir los dardos envenenados del conductor, que era como sentir las candelas del infierno antes del Juicio Final. Nadie puede dudar de la autoridad del señor Silva en los predios de la "revolución", ni el fervor que despierta o despertaba en una audiencia cautiva y entusiasta que en su sintonía coleccionaba argumentos para usarlos después contra la oposición. La consideración de estos elementos tal vez pueda orientar la reacción que hasta ahora no se ha producido frente a una grabación que tanta atención ha ocupado en estos días, sin desembocar en actitudes enfáticas.
Que los aludidos por el señor Silva afirmen que apenas están frente a un chisme que no merece comentarios ya es escandalosamente perverso, pero que nosotros no hagamos nada para que un episodio así de monstruoso reciba el castigo que merece, nos deja varados en el infructuoso pantano de las murmuraciones. Sin receta para ver cómo hacemos, apenas se asoma ahora el punto para que de veras ocurran, algún día, situaciones capaces de enorgullecernos como pueblo.
eliaspinoitu@hotmail.com
Se puede comprender la conducta de los sujetos aludidos por el señor Silva, pues a nadie le gusta la exhibición de sus trapos sucios desde un vigoroso ventilador que está a la vista de todos. Mientras mayor sigilo, menos peligro corren las reputaciones de quienes forman parte del elenco de individuos a quienes una grabación, repetida ahora a través de la televisión y en las primeras planas de los periódicos, presenta como una pandilla de rufianes. Los rufianes ocultan su calidad de rufianes para seguir llevando a cabo sus tropelías, desde luego, especialmente cuando las instituciones están de su lado y les garantizan impunidad. El problema se remite entonces hacia nosotros, los perplejos receptores de la noticia. Se nos descubre un fragmento fundamental de la realidad ante cuya aparición debería ocurrir una reacción de peso, de esas que recogen los periódicos y preocupan al gobierno, pero, hasta la fecha, apenas nos hemos conformado con regodearnos ante la noticia y con hacer comentarios mordaces en el tuíter, sin la expresión de respuestas susceptibles de presentar ante las sociedades que nos rodean, pero especialmente ante nosotros mismos, la existencia de una repulsa cónsona con la podredumbre que nos han arrojado en la cara mediante una grabación que no deja dudas en cuanto a la autenticidad de su origen, ni sobre la demasiado conocida identidad de quien prestó la voz para decir lo que dijo sin siquiera parpadear. Pero quizá nosotros apenas parpadeamos ante lo que oímos en medio del asombro, sin pasar a mayores.
Pasar a mayores es cosa seria, hasta el punto de que no sepa quien escribe cómo hacer hoy día para concretar semejante conducta, pero es evidente que se trata de un asunto susceptible de reflexión. No será cuestión de marcharnos para las guerrillas, ni de levantar barricadas frente a la residencia del teniente Cabello, por ejemplo, pero parece razonable manifestar disconformidad ante la actitud de quienes apenas nos atrevemos a hablar sobre el escándalo con el vecino como si fuese una nadería. Pareciera que apenas nos hemos sentido concernidos en la superficie, como si el asunto no fuera con nosotros. O, para encontrar alguna explicación que no nos deje tan desairados, que sólo hemos topado con una noticia que conocíamos hasta la saciedad, con delitos sobre cuya existencia sabíamos desde hace años, con rufianes rutinarios a quienes ahora se pesca en vagabunderías que veían protagonizando en los últimos lustros y ante las cuales no existe la alternativa de sorprenderse. Puede ser una explicación de la indiferencia frente a la magnitud de los delitos propalados, pero no es como para ufanarnos ni para quedar pendientes con tranquilidad de conciencia del próximo capítulo del espectáculo.
Entre muchos pormenores que nos puedan obligar a despertar de veras ante el desfile de trapacerías y felonías que revela la grabación del señor Silva, tal vez destaque el hecho de que sea o fue su portavoz el animador del programa estelar de la "revolución". No es o fue "La hojilla" un espacio cualquiera de VTV, sino la esencia informativa del régimen, la palabra vengadora a cargo de un sujeto bendecido por el presidente Chávez como custodio de los explotados y como martillo de la macabra burguesía; el set más buscado por los líderes por el sólo hecho de contar con el favor de quien había convertido el comandante en su heraldo predilecto; el pontífice diario que marcaba la pauta a los intelectuales y a los burócratas del régimen; la alcabala para ascender cuando se buscaba promoción, o la ocasión de aclarar situaciones ante el jefe cuando el viento se enrarecía; una manera de comunicar que debía imitarse en otros programas de TV y radio afectos a la "revolución" y también, por desdicha, el miedo rampante ante la posibilidad de recibir los dardos envenenados del conductor, que era como sentir las candelas del infierno antes del Juicio Final. Nadie puede dudar de la autoridad del señor Silva en los predios de la "revolución", ni el fervor que despierta o despertaba en una audiencia cautiva y entusiasta que en su sintonía coleccionaba argumentos para usarlos después contra la oposición. La consideración de estos elementos tal vez pueda orientar la reacción que hasta ahora no se ha producido frente a una grabación que tanta atención ha ocupado en estos días, sin desembocar en actitudes enfáticas.
Que los aludidos por el señor Silva afirmen que apenas están frente a un chisme que no merece comentarios ya es escandalosamente perverso, pero que nosotros no hagamos nada para que un episodio así de monstruoso reciba el castigo que merece, nos deja varados en el infructuoso pantano de las murmuraciones. Sin receta para ver cómo hacemos, apenas se asoma ahora el punto para que de veras ocurran, algún día, situaciones capaces de enorgullecernos como pueblo.
eliaspinoitu@hotmail.com
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