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Notitarde 25/05/2013 La dialéctica de la inmundicia
- Columnista, Notitarde, Antonio Sánchez García. (Notitarde / )
Antonio Sánchez García
Es la perversa dialéctica de la cantidad que desfigura la calidad de los horrores y perversiones del totalitarismo. La maldad también genera adicciones. Y como tan bien lo expresara Jean Paul Sartre, "lo más aburrido del mal es que a uno lo acostumbra."
1
No son los actos estrafalarios, los golpes de efectos o las boutades, como llaman los franceses a las salidas de madre, lo que le ha faltado a Venezuela en estos tres lustros. Han sobrado. Y grave error sería suponer que estas acciones rocambolescas no pertenecen a la historia de la República desde tiempos inmemoriales. Tan enraizadas se encuentran en la triste y desangelada historia de nuestra República, que uno comienza a sospechar que son propias, inherentes a la naturaleza del país. Aquel que Joseph Conrad intentara describir en 1903 en una de sus más extraordinarias novelas, Nostromo, y bautizara con un nombre de evidentes resonancias grancolombianas como República de Costaguana, capital Sulaco, y del cual uno de sus personajes, don Pepe, quien según propia confesión habría combatido bajo las órdenes del corajudo general Páez, dijese: "No es extraño que merodeen bandidos en el Campo cuando en el gobierno de la capital no hay más que ladrones, petardistas y macacos sanguinarios…"
Expresaba una verdad del tamaño de una catedral. El crimen de los de abajo es mero reflejo especular de los crímenes de los de arriba. A mayor criminalidad gobernante, mayor criminalidad en aledaños y barriadas de la Nación. Una matemática indiscutible: A golpistas en el Poder, asesinos en las calles. A asesinos al mando, asesinos mandados. ¿O alguien tiene una explicación más certera de la causa y razón de estos doscientos mil asesinatos que no sea el ejemplo inducido por el gobierno de quienes asesinaron en pocas horas dos centenas de inocentes aquel aciago, nefando y siniestro 4 de febrero de 1992? Dele el poder a un asesino y verá proliferar los asesinatos como arroz.
De allí que sea lo más lógico del mundo que en nuestra República de Costaguana, evidentemente gobernada por ladrones y macacos sanguinarios desde del malhadado capricho chaveciano, tales actos abunden. Como quedara de manifiesto en la prehistoria de esta inmundicia de macacos y asesinos cuando, aún en vida del caudillo y mientras nadie osaba siquiera imaginarse que tenía los días contados, el magistrado Aponte Aponte nos entregara la más descarnada confesión de la pudrición global de todo el sistema judicial, de jueces del TSJ a escabinos insignificantes; las reuniones de gabinete en que se montaban listas de sujetos dignos de ser perseguidos, apresados y, si el caso fuere necesario, asesinados a mano de los macacos sanguinarios que controlan los poderes, manejan y amañan juicios, aseguran el tráfico de armas y narcóticos enriqueciéndose favorecidos por altos oficiales de las Fuerzas Armadas. Involucrados en tales eventos y por lo tanto obsecuentes engranajes del hamponato reinante.
2
Del ex juez militar Eladio Aponte Aponte, como del venezolano de origen sirio Walid Makled, monarca de la coca a escala planetaria, entregado a las ergástulas del régimen por el mafioso de maquillaje y peluquería que preside el país vecino, y supuestamente detenido y condenado al silencio perpetuo en alguna mazmorra del régimen en condiciones dignas del Hombre de la Máscara de Hierro, nos olvidamos todos: gobierno y oposición, la decencia y la indecencia nacional. Hasta la DEA y el Departamento de Estado, del que algún ingenuo opositor, de los que tanto de buena como de muy mala fe nos han sobrado, esperó acciones contundentes y plenamente justificadas, como declarar forajido al gobierno de Hugo Chávez, con todas las consecuencias económicas y políticas del caso. Habiéndolo debido sacar a patadas, que infinitos mayores merecimientos tuvo para tan ominoso castigo que el pobre infeliz general Noriega.
Ese caso, reflejo mejorado del otrora famoso caso del fiscal Danilo Anderson, el retrato hablado de cuyo supuesto asesino intelectual continúa disfrutando si no del prestigio y la honra nacionales - se le dibuja a diario como el ser más pernicioso, corrupto, perverso y ruin engendrado en algunos de los oscuros rincones de la bastardía gomecista - pasó a la historia sin pena ni gloria. Y como ése, otros asesinatos vinculados a las mafias "de ladrones, petardistas y macacos sanguinarios" que ya aburren al imaginario de los sucesos nacionales. No se hable de los desfalcos, traslados de lingotes de oro, fraudes electorales, expropiaciones de empresas, fincas, montajes de financieras, bancos y empresas aseguradoras brotadas de la noche a la mañana gracias a un guiño del Macky el cuchillero dueño de esta Ópera de los tres peniques. Ésos y toda suerte de ruines y viles procedimientos que nos aproximan a ese imperio del mal poseído por el Rey Leopoldo de Bélgica, bautizado como el Congo Belga, que explotara a discreción, poseyera como una empresa privada de su exclusiva propiedad, y bañara en sangre en una de las operaciones colonialistas más repugnantes de la historia. Objeto de otra maravillosa novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, llevada al cine por Francis Ford Coppola bajo el nombre de Apocalypsis Now.
De este jaez fue la acción ordenada por el último macaco sanguinario, saldada con narices rotas, pómulos fracturados y otras linduras muy propias del Congreso de nuestra República de Costaguana, según se ha hecho del conocimiento del planeta entero. Así toda suerte de gobiernos cómplices, alcahuetes y desvergonzados se hagan los soberanos pendejos. Y presidentes aparentemente serios y honorables, riquísimos empresarios de postín o viudas papales se rasguen sus vestiduras en nombre de la autonomía e independencia de las Naciones. Una acción de la cual solo hampones y macacos sanguinarios podían vanagloriarse como en efecto lo hiciera el hampón congresal que luego de esa insólita acción de matonaje propio de un portero de prostíbulo tercermundista dijese que lo volvería a hacer gustoso, si las circunstancias se lo ordenasen. Sin que el capataz de tal recinto -en rigor el dueño de la circunstancia- sintiese una pizca de remordimiento o el más mínimo deseo de darles a sus mafiosos un suave barniz de respetabilidad parlamentaria.
3
Como bajo la epidémica acción de los derrumbes sufridos por regímenes en estadios terminales, tales actos de incuria, criminalidad e indecencia se hacen más repetitivos, reiterados y próximos, no habían transcurrido ni dos semanas para que Sulaco se viera anonadada por las revelaciones de un esbirro mediático, agente de la miserable "potencia extranjera" -isla en estado de anorexia- que vive de las tetas de Costaguana y que decidiera poner a funcionar el ventilador para no dejar cabeza gobernante con sombrero, ni poderoso del régimen sin sus correspondientes salpicaduras. Parafraseando a Maquiavelo, que recomendaba que de hacer el mal había que hacerlo con premeditación, en descampado y con alevosía, los gobernantes de la satrapía ordenaron encharcar a todos los enanos de su reino, para lo cual manejaron desde La Habana los cordones que atan al pelele privilegiado del insepulto. Aquel que le asistía con sus chismes, chascarros e inmundicias en sus violentas noches de insomnio.
Seguían los Castro la ley del materialismo dialéctico de los ladrones y macacos asesinos de Costaguana: No hay mejor ni más eficiente método para tapar inmundicias que otra carretonada de inmundicias ni forma más operativa de encubrir escándalos que con un escándalo exponencialmente mayor. Viéndose el navajero aspersor, bajo tan evidentes instigaciones nacionales y extranjeras y persiguiendo el propósito de sembrar el caos y el desconcierto, obligado de esa guisa a dirigir su andanada excremental hacia el otro clan de la misma tribu costaguanera y su líder, el macaco asesino de la Asamblea de Sulaco. Todo lo cual dentro de la dinámica revolucionaria, según la cual, como lo confesara Robespierre, ssentado entre cabezas degolladas y ríos de sangre, "la revolución devora a sus hijos". Máxime si tal bochinche no es un revolución y todos sus hijos son bastardos. De lo cual hay manifiestas evidencias.
A riesgo de pergeñar hipótesis absurdas, me inclino a pensar que tan alta frecuencia de escándalos, latrocinios y atentados terroristas persiguen, como en las truculentas escenas de los museos del Horror, provocar la parálisis de las buenas gentes de Costaguana, inducir la apatía, el adormecimiento y la abrumadora catalepsia que pueden llegar a generar los grandes horrores en las conciencias libres de siniestras psicopatologías. Castro fue el primer tirano latinoamericano en descubrir que el caos daba los mejores réditos y que le hacía tanto bien a un régimen totalitario, como sembrar la disgregación, el desorden, la anomia. Trátase, además, de un evidente ejemplo de la hegeliana dialéctica de la cantidad y la calidad: Un escándalo provoca la estupefacción. Dos escándalos indignan. Tres escándalos aburren. Muchos escándalos fastidian. Como los asesinatos cometidos por los mismos regímenes totalitarios. Cuenta el gran dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht con amargura el doloroso impacto que provocaba en el exilio saber de la muerte de un conocido bajo la hoz del nazismo. Y la indiferencia, si no la apatía, con que se recibían las noticias de decenas de miles de gasificados.
Es la perversa dialéctica de la cantidad que desfigura la calidad de los horrores y perversiones del totalitarismo. La maldad también genera adicciones. Y como tan bien lo expresara Jean Paul Sartre, "Lo más aburrido del mal es que a uno lo acostumbra."
E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com
Twitter: @sangarccs
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No son los actos estrafalarios, los golpes de efectos o las boutades, como llaman los franceses a las salidas de madre, lo que le ha faltado a Venezuela en estos tres lustros. Han sobrado. Y grave error sería suponer que estas acciones rocambolescas no pertenecen a la historia de la República desde tiempos inmemoriales. Tan enraizadas se encuentran en la triste y desangelada historia de nuestra República, que uno comienza a sospechar que son propias, inherentes a la naturaleza del país. Aquel que Joseph Conrad intentara describir en 1903 en una de sus más extraordinarias novelas, Nostromo, y bautizara con un nombre de evidentes resonancias grancolombianas como República de Costaguana, capital Sulaco, y del cual uno de sus personajes, don Pepe, quien según propia confesión habría combatido bajo las órdenes del corajudo general Páez, dijese: "No es extraño que merodeen bandidos en el Campo cuando en el gobierno de la capital no hay más que ladrones, petardistas y macacos sanguinarios…"
Expresaba una verdad del tamaño de una catedral. El crimen de los de abajo es mero reflejo especular de los crímenes de los de arriba. A mayor criminalidad gobernante, mayor criminalidad en aledaños y barriadas de la Nación. Una matemática indiscutible: A golpistas en el Poder, asesinos en las calles. A asesinos al mando, asesinos mandados. ¿O alguien tiene una explicación más certera de la causa y razón de estos doscientos mil asesinatos que no sea el ejemplo inducido por el gobierno de quienes asesinaron en pocas horas dos centenas de inocentes aquel aciago, nefando y siniestro 4 de febrero de 1992? Dele el poder a un asesino y verá proliferar los asesinatos como arroz.
De allí que sea lo más lógico del mundo que en nuestra República de Costaguana, evidentemente gobernada por ladrones y macacos sanguinarios desde del malhadado capricho chaveciano, tales actos abunden. Como quedara de manifiesto en la prehistoria de esta inmundicia de macacos y asesinos cuando, aún en vida del caudillo y mientras nadie osaba siquiera imaginarse que tenía los días contados, el magistrado Aponte Aponte nos entregara la más descarnada confesión de la pudrición global de todo el sistema judicial, de jueces del TSJ a escabinos insignificantes; las reuniones de gabinete en que se montaban listas de sujetos dignos de ser perseguidos, apresados y, si el caso fuere necesario, asesinados a mano de los macacos sanguinarios que controlan los poderes, manejan y amañan juicios, aseguran el tráfico de armas y narcóticos enriqueciéndose favorecidos por altos oficiales de las Fuerzas Armadas. Involucrados en tales eventos y por lo tanto obsecuentes engranajes del hamponato reinante.
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Del ex juez militar Eladio Aponte Aponte, como del venezolano de origen sirio Walid Makled, monarca de la coca a escala planetaria, entregado a las ergástulas del régimen por el mafioso de maquillaje y peluquería que preside el país vecino, y supuestamente detenido y condenado al silencio perpetuo en alguna mazmorra del régimen en condiciones dignas del Hombre de la Máscara de Hierro, nos olvidamos todos: gobierno y oposición, la decencia y la indecencia nacional. Hasta la DEA y el Departamento de Estado, del que algún ingenuo opositor, de los que tanto de buena como de muy mala fe nos han sobrado, esperó acciones contundentes y plenamente justificadas, como declarar forajido al gobierno de Hugo Chávez, con todas las consecuencias económicas y políticas del caso. Habiéndolo debido sacar a patadas, que infinitos mayores merecimientos tuvo para tan ominoso castigo que el pobre infeliz general Noriega.
Ese caso, reflejo mejorado del otrora famoso caso del fiscal Danilo Anderson, el retrato hablado de cuyo supuesto asesino intelectual continúa disfrutando si no del prestigio y la honra nacionales - se le dibuja a diario como el ser más pernicioso, corrupto, perverso y ruin engendrado en algunos de los oscuros rincones de la bastardía gomecista - pasó a la historia sin pena ni gloria. Y como ése, otros asesinatos vinculados a las mafias "de ladrones, petardistas y macacos sanguinarios" que ya aburren al imaginario de los sucesos nacionales. No se hable de los desfalcos, traslados de lingotes de oro, fraudes electorales, expropiaciones de empresas, fincas, montajes de financieras, bancos y empresas aseguradoras brotadas de la noche a la mañana gracias a un guiño del Macky el cuchillero dueño de esta Ópera de los tres peniques. Ésos y toda suerte de ruines y viles procedimientos que nos aproximan a ese imperio del mal poseído por el Rey Leopoldo de Bélgica, bautizado como el Congo Belga, que explotara a discreción, poseyera como una empresa privada de su exclusiva propiedad, y bañara en sangre en una de las operaciones colonialistas más repugnantes de la historia. Objeto de otra maravillosa novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, llevada al cine por Francis Ford Coppola bajo el nombre de Apocalypsis Now.
De este jaez fue la acción ordenada por el último macaco sanguinario, saldada con narices rotas, pómulos fracturados y otras linduras muy propias del Congreso de nuestra República de Costaguana, según se ha hecho del conocimiento del planeta entero. Así toda suerte de gobiernos cómplices, alcahuetes y desvergonzados se hagan los soberanos pendejos. Y presidentes aparentemente serios y honorables, riquísimos empresarios de postín o viudas papales se rasguen sus vestiduras en nombre de la autonomía e independencia de las Naciones. Una acción de la cual solo hampones y macacos sanguinarios podían vanagloriarse como en efecto lo hiciera el hampón congresal que luego de esa insólita acción de matonaje propio de un portero de prostíbulo tercermundista dijese que lo volvería a hacer gustoso, si las circunstancias se lo ordenasen. Sin que el capataz de tal recinto -en rigor el dueño de la circunstancia- sintiese una pizca de remordimiento o el más mínimo deseo de darles a sus mafiosos un suave barniz de respetabilidad parlamentaria.
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Como bajo la epidémica acción de los derrumbes sufridos por regímenes en estadios terminales, tales actos de incuria, criminalidad e indecencia se hacen más repetitivos, reiterados y próximos, no habían transcurrido ni dos semanas para que Sulaco se viera anonadada por las revelaciones de un esbirro mediático, agente de la miserable "potencia extranjera" -isla en estado de anorexia- que vive de las tetas de Costaguana y que decidiera poner a funcionar el ventilador para no dejar cabeza gobernante con sombrero, ni poderoso del régimen sin sus correspondientes salpicaduras. Parafraseando a Maquiavelo, que recomendaba que de hacer el mal había que hacerlo con premeditación, en descampado y con alevosía, los gobernantes de la satrapía ordenaron encharcar a todos los enanos de su reino, para lo cual manejaron desde La Habana los cordones que atan al pelele privilegiado del insepulto. Aquel que le asistía con sus chismes, chascarros e inmundicias en sus violentas noches de insomnio.
Seguían los Castro la ley del materialismo dialéctico de los ladrones y macacos asesinos de Costaguana: No hay mejor ni más eficiente método para tapar inmundicias que otra carretonada de inmundicias ni forma más operativa de encubrir escándalos que con un escándalo exponencialmente mayor. Viéndose el navajero aspersor, bajo tan evidentes instigaciones nacionales y extranjeras y persiguiendo el propósito de sembrar el caos y el desconcierto, obligado de esa guisa a dirigir su andanada excremental hacia el otro clan de la misma tribu costaguanera y su líder, el macaco asesino de la Asamblea de Sulaco. Todo lo cual dentro de la dinámica revolucionaria, según la cual, como lo confesara Robespierre, ssentado entre cabezas degolladas y ríos de sangre, "la revolución devora a sus hijos". Máxime si tal bochinche no es un revolución y todos sus hijos son bastardos. De lo cual hay manifiestas evidencias.
A riesgo de pergeñar hipótesis absurdas, me inclino a pensar que tan alta frecuencia de escándalos, latrocinios y atentados terroristas persiguen, como en las truculentas escenas de los museos del Horror, provocar la parálisis de las buenas gentes de Costaguana, inducir la apatía, el adormecimiento y la abrumadora catalepsia que pueden llegar a generar los grandes horrores en las conciencias libres de siniestras psicopatologías. Castro fue el primer tirano latinoamericano en descubrir que el caos daba los mejores réditos y que le hacía tanto bien a un régimen totalitario, como sembrar la disgregación, el desorden, la anomia. Trátase, además, de un evidente ejemplo de la hegeliana dialéctica de la cantidad y la calidad: Un escándalo provoca la estupefacción. Dos escándalos indignan. Tres escándalos aburren. Muchos escándalos fastidian. Como los asesinatos cometidos por los mismos regímenes totalitarios. Cuenta el gran dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht con amargura el doloroso impacto que provocaba en el exilio saber de la muerte de un conocido bajo la hoz del nazismo. Y la indiferencia, si no la apatía, con que se recibían las noticias de decenas de miles de gasificados.
Es la perversa dialéctica de la cantidad que desfigura la calidad de los horrores y perversiones del totalitarismo. La maldad también genera adicciones. Y como tan bien lo expresara Jean Paul Sartre, "Lo más aburrido del mal es que a uno lo acostumbra."
E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com
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