Las visitas dejan más dudas que respuestas
En las instituciones que albergan las más importantes colecciones de arte del país se encuentran guías con poca preparación, salones en mantenimiento, falta de iluminación y escaso material informativo
El patio central del Museo de Bellas Artes es una buena señal. La fuente, la grama y las esculturas circundantes auguran un recorrido didáctico y placentero. Pero la esperanza se esfuma en la sala 1 del complejo.
“No soy guía, soy informante o custodia”, contesta la persona encargada. No tiene datos sobre los artistas de la muestra. “Si quiere algún folleto puede ir a la Dirección de Educación”, dice con entusiasmo. Quiere hacer su trabajo bien, pero las lagunas en su formación no se lo permiten.
La oficina a la que remite está lejos de ser un centro de información para el público. “Eso que quieres lo tienen los guías. Podemos darte estos papeles que nos quedan de casualidad”, dice una mujer que se para de su silla y entrega dos librillos, uno sobre la exhibiciónVisionarias y otro de Arte y ciencia. Diálogos y divergencias, que estuvo abierta hasta abril.
De los dos elevadores, solo sirve uno. Es el primer día del ascensorista, un veinteañero que se pone nervioso cuando se le preguntan los pisos donde se pueden ver obras. “No sé. Estoy comenzando”, se justifica. Pulsa el botón del número 5. Pero a esas alturas no hay nada atractivo. Una escalera metálica, cemento esparcido y tajos de pintura seca en el suelo es lo que destaca a primera vista. La sala está cerrada y las rampas mal iluminadas. Un vigilante se acerca. “Subimos por el ascensor”, le dice uno de los visitantes. Sin averiguar más, el hombre sigue su camino.
En otro piso, en las salas 13 y 14, están las piezas de Discursos de la controversia. Arte contemporáneo a debate. La encargada no tiene mucho qué informar sobre lo que cuelga en las paredes. “Toma esto, te puede ayudar”, dice luego de buscar un papel que tiene impreso el texto de curador Félix Hernández y tres pequeñas fotografías, dos de ellas de Francisco Solórzano, mejor conocido como Frasso, tomadas durante El Caracazo.
En la sala 12, un joven con una franela de la Fundación Museos Nacionales no se extiende al hablar de artistas como Grete Stern, Yeni y Nan, Tina Modotti o Helena Chapellín Wilson. Solo afirma: “Son fotografías… De paisajes”.
Avestruces en tepuyes. Del otro lado de la plaza, en el Museo de Ciencias, la lógica de la premura parece predominar. Una de las muestras clásicas de la institución es la colección de animales disecados.
Es día de visitas guiadas. Un grupo de niños escucha con atención a la persona que les informa sobre cada una de las especies.
Todo parece ir bien, pero la puesta en escena confunde. La guía habla en el diorama de los tepuyes. La escenografía, con poca iluminación, debería estar repleta de fauna de esa región, pero no. Un avestruz destaca entre los antílopes. “Es que la parte de África está en restauración”, afirma la joven, que también acomoda los carteles que identifican a cada criatura. Un pequeño venado es tildado de guepardo o chita.
La muestra ¡A ponerse las alpargatas que lo que viene es joropo!parece una tienda de artesanías. En las paredes cuelgan instrumentos como el cuatro y la maraca acompañados de figuras de animales como caimanes y tortugas.
Al frente, se le rinde un tributo a Jacinto Convit. En un pequeño espacio hay microscopios, cachicamos disecados, tubos de ensayos, todo lo necesario para simular un laboratorio. En el centro se exponen unas ratas, pero la persona encargada no conoce la razón. “No sé por qué están ahí”.
La organización Activos Institucionales y Monumentos de Venezuela, dirigida por Nina Fuentes, ha denunciado a través de su página web estos errores.
En el cubículo de información tampoco tienen folletos. “Vaya al Infocentro que está a mano izquierda”, dice el encargado. Pero ahí solo tienen uno, remendado con cinta adhesiva. “Lo puedes ver, pero no te lo lleves. También le puedes tomar fotos. Es el único catálogo que tenemos”.
Información oral. A pocas cuadras, el Museo de Arte Contemporáneo está vacío un miércoles en la mañana. Solo dos jóvenes ven con curiosidad los cuadros de Pablo Picasso. Están abiertas 9 de las 11 salas. “Hay varios salones en mantenimiento. Dependemos del tiempo de los obreros, se escapa de nosotros. El resto sí está disponible y puedes recorrerlos sin problema”, dice Marta, a secas, la mujer que suministra información en la entrada.
En la Galería de Arte Nacional, buena parte del espacio expositivo del primer nivel está cerrado. Hay un lugar pequeño para los retratos hechos por Tulio Márquez. En el piso de arriba hay un despliegue de obras de Antonio Herrera Toro.
Osmaira Rodríguez, como se identifica la guía, indica sin titubeos cómo está organizada la muestra. Es pausada al hablar. Durante el recorrido da detalles del contenido de cada sala: artistas contemporáneos con el pintor, la faceta como retratista de personajes del poder como Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, sus obras religiosas, las piezas de contenido social y los cuadros hechos por sus alumnos del Círculo de Bellas Artes. Hay material impreso con datos básicos. También tienen un folleto con información más detallada, pero cuesta 150 bolívares.
En el Museo Alejandro Otero no hay público ni guías en la hora de almuerzo. La institución estuvo aproximadamente siete años sin aire acondicionado y temporalmente fue refugio de damnificados, pero las cuatro salas operativas se encuentran en buen estado.
Las obras de Otero no están identificadas. Los baños, como en los museos anteriores, se encuentran en relativo buen estado. Algunos urinarios están fuera de servicio, tampoco hay jabón ni papel. El horario, por el ahorro energético, es de 10:00 am a 4:00 pm, como en todos los demás.
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