La organización de las cárceles centradas en un pran ha dado resultado. El caos anterior, con una violencia desordenada que convertía al presidio en el reino de la absoluta inseguridad, con la aparición del sistema de pranes ha sido en gran parte eliminado y la violencia organizada. Ya no está a merced de grupos dispersos y enfrentados que en cualquier momento y sin ninguna planificación producían muertos y heridos sino que ha sido sometida a la voluntad del pran que decide cuándo, cómo y contra quién ha de ejercerse en castigo por el incumplimiento de las normas que el mismo jefe de todos ha dictado, eso que llaman “comerse la luz”, o por la voluntad del mismo mandón cuyas razones guarda en su más secreto interior. Concentrar en una persona con poder absoluto toda la organización interna de la cárcel tiene además otras ventajas. Los altos y bajos funcionarios del Estado saben con quién tratar, con quién establecer acuerdos lícitos e ilícitos, personales y afectivos también, y por cuáles vías poner a circular los múltiples y lucrativos negocios para cuyo desarrollo un penal es el ambiente propicio. De esta manera, la cárcel se convierte en una sociedad perfectamente organizada bajo un poder absoluto y centralizado con lo cual este Estado estará de acuerdo. El pran por su parte, de ello obtiene importantes privilegios que van desde organizar pomposas y orgiásticas diversiones para los internos, de las que lucrarse también, hasta convertir el local en lugar seguro contra intervenciones policiales de todo tipo y para el refugio de compinches perseguidos fuera por la justicia, además del derecho a entrar, salir y circular por la ciudad, y las ciudades, a placer.
¿Si la cárcel funciona tan bien así, por qué la sociedad entera no pudiera funcionar del mismo modo? El ideal socialista en el fondo ha sido siempre la perfecta racionalización de la economía y de la vida de los grupos humanos, de sus necesidades, de sus relaciones, de sus pensamientos. Surge en algún momento la idea, quizás de forma vaga que luego se fue convirtiendo… ¿en proyecto? Lo primero fueron convenios del Estado, al margen de las comunidades, con las bandas de delincuentes: no intervención policial, impunidad –¿transitoria?–, compromiso de implicarse en proyectos productivos y culturales, financiación para ello. Como producto de tales acuerdos, la localidad de esas bandas iba a ser “zona de paz” y así se la definió.
¿Por qué no implantar en los barrios, por ahora, y luego en todos los ámbitos sociales, el “sistema cárcel”?
Seguiremos en el tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario