La soberbia en el poder
La soberbia provoca excesos en el uso del poder, ciega la autocrítica, facilita el atropello en nombre de la ley, genera resentimientos, y resta autoridad moral en el ejercicio del mismo
PEDRO DELGADO MACHADO | EL UNIVERSAL
miércoles 27 de mayo de 2015 12:00 AM
En democracia el poder debe ser mesurado e inclusivo, porque si no, es soberbio. Soberbia es la estimación excesiva de sí mismo y el menosprecio de los demás. La soberbia provoca excesos en el uso del poder, ciega la autocrítica, facilita el atropello en nombre de la ley, genera resentimientos, y resta autoridad moral en el ejercicio del mismo. La soberbia es una característica psicológica frecuente del ejercicio del poder. En una democracia aparece a cualquier nivel de la estructura del estado, pero en los niveles superiores es donde causa más daño. Termina deteriorando la legitimidad del gobernante.
El poder soberbio piensa que tiene un cheque en blanco para gobernar y tiende a actuar con convicción mesiánica. El mesianismo es ciego y sordo, incapaz de admitir errores y ser autocrítico para corregir faltas o excesos.
El poder Soberbio atropella, hace de la visión sesgada la verdad absoluta, y la trata de imponer con el uso de sus ventajas. Cultiva el desprecio por el otro a quien percibe como enemigo aun cuando le este mostrando la realidad de su equivocación. El poder soberbio no convoca voluntades, sino que crea rivalidades y atropella. Excluye, no incluye. Desprecia al disidente, y trata de someter a quien percibe débil por intimidación, aprovechándose de su ventaja sin saber que la fuerza está en la razón y no en la imposición. Es ostentoso, domina en coto cerrado (o en cayapa como decimos en criollo) con grupillos autosuficientes incapaces de tomar el pulso del contexto. Trata de callar la protesta con descalificación porque se siente por encima del bien y del mal, poseído por su soberbia. Disfruta de la sumisión, se derrite ante la adulación, y su visión especular de la vanidad solo permite verse a si mismo. Se cree dueño del poder en un error que contribuye siempre a su desgracia. Siempre minimiza al adversario. Gana sumisión genuflexa y adhesión oportunista. Es enemigo de la humildad y de la reparación del exceso, condición indispensable para la convivencia eficiente. Es inclemente con el contrincante y laxo con el aliado. Actúa con solidaridad automática con los que supone suyos. Es débil al halago la zalamería y la carantoña. Le cuesta la apertura , la creatividad y privilegia el corto plazo al largo plazo.
Ante una sociedad, de vocación y convicción claramente democrática, no se puede interpretar el silencio como aprobación tácita. Cuando predomina la soberbia en el poder, crece silentemente la indignación colectiva, y si el ejercicio del poder se acompaña de ineficiencia y frustración creciente de la mayoría combinado como suele con bienestar ostentoso de la élite del poder y sus acólitos, crece el descontento que siempre termina pasando factura.
Proyecto HUMANA 58 212 2846015 2862912
Twitter : @fundacionhumana, Facebook: fundacionhumana,
correo: contacto@fundacionhumana.org
El poder soberbio piensa que tiene un cheque en blanco para gobernar y tiende a actuar con convicción mesiánica. El mesianismo es ciego y sordo, incapaz de admitir errores y ser autocrítico para corregir faltas o excesos.
El poder Soberbio atropella, hace de la visión sesgada la verdad absoluta, y la trata de imponer con el uso de sus ventajas. Cultiva el desprecio por el otro a quien percibe como enemigo aun cuando le este mostrando la realidad de su equivocación. El poder soberbio no convoca voluntades, sino que crea rivalidades y atropella. Excluye, no incluye. Desprecia al disidente, y trata de someter a quien percibe débil por intimidación, aprovechándose de su ventaja sin saber que la fuerza está en la razón y no en la imposición. Es ostentoso, domina en coto cerrado (o en cayapa como decimos en criollo) con grupillos autosuficientes incapaces de tomar el pulso del contexto. Trata de callar la protesta con descalificación porque se siente por encima del bien y del mal, poseído por su soberbia. Disfruta de la sumisión, se derrite ante la adulación, y su visión especular de la vanidad solo permite verse a si mismo. Se cree dueño del poder en un error que contribuye siempre a su desgracia. Siempre minimiza al adversario. Gana sumisión genuflexa y adhesión oportunista. Es enemigo de la humildad y de la reparación del exceso, condición indispensable para la convivencia eficiente. Es inclemente con el contrincante y laxo con el aliado. Actúa con solidaridad automática con los que supone suyos. Es débil al halago la zalamería y la carantoña. Le cuesta la apertura , la creatividad y privilegia el corto plazo al largo plazo.
Ante una sociedad, de vocación y convicción claramente democrática, no se puede interpretar el silencio como aprobación tácita. Cuando predomina la soberbia en el poder, crece silentemente la indignación colectiva, y si el ejercicio del poder se acompaña de ineficiencia y frustración creciente de la mayoría combinado como suele con bienestar ostentoso de la élite del poder y sus acólitos, crece el descontento que siempre termina pasando factura.
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