¿Quién ganó?: ¡nadie!
MIGUEL BAHACHILLE M. | EL UNIVERSAL
lunes 29 de junio de 2015 12:00 AM
Chávez tuvo la habilidad de sembrar la idea entre la mayoría, sobre todo de clase media, que los políticos del puntofijismo habían creado una distinción insalvable entre los dueños del dinero y el resto del país; que fijaron una fractura cristalizada e insalvable entre ambos grupos. Hoy, según las encuestas serias, la fisura instituida por el gobierno ha hecho a la mayoría más pobre. De allí que el 80% del país lo adverse. La excepción son los elegidos revolucionarios.
Así, pues, con el imaginario colectivismo nadie ganó y, por contrario, perdió la mayoría. El salario mínimo de Bs. 6.746,98 mensual (15 dólares al cambio libre) no es suficiente para adquirir siquiera un par de zapatos para niños en cualquier "mercado popular". La lucha entre poseedores y desposeídos está planteada no en dos mitades, como tanto lo predicó el fenecido con su mito marxista, sino entre un pequeñísimo grupo privilegiado y el resto del país. Sin duda ese es un socialismo muy raro que puso a perder al pueblo.
Por ejemplo, la resignación forzada surgida en las colas ha perdurado más allá del diagnóstico sesudo de los "expertos sociales". La gente las soporta invadida por temor al hambre como si se tratara de un escenario de guerra en el cual hay que abastecerse como sea. Hasta ese teatro, por demás cruel, es maquinado con animosidad por el inmenso aparato informativo del gobierno. "Los culpables son otros": el patrono, la oligarquía, guerra económica, o lo que invente cualquier inédito revolucionario. Así, pues el pobre pierde mientras se ensancha la ineptitud gubernativa.
La propiedad y control de medios de comunicación, como toda forma de propiedad, ha estado siempre al alcance de los dueños del capital. En efecto este gobierno millonario, como administrador del gran capital de la nación, controla casi todas las estaciones de radio y televisión, diarios, revistas, películas, emisión de libros, etc.
Así el aparato estatal se siente envalentonado para continuar su papel hegemónico en este proceso interventor. Sin embargo basta analizar las encuestas serias para colegir cómo en este ámbito también pierde el régimen. La propaganda sobre igualitarismo es inútil ante la agrandada pobreza igualmente acosada por el hampa.
Ya no tienen efectos los artificios condicionantes para encubrir la crisis. La seducción al estilo Dakazo quedó revelada como lo que fue desde el principio: otra treta electoral. Esa experiencia se vislumbra irrepetible. Mientras el país remata activos como su parte de la refinería de Chalmette (EEUU) y las reservas internacionales bajan a 16,5 millardos de dólares, el gobierno persiste en hablar del éxito de la revolución. Allí también perdió; pero más perdió el pueblo que no encuentra sus medicinas usuales. Ahora las boticas se dedican a vender sardinas.
Los procesos de control y "conquista de voluntades" dejaron de ser seductivos y, por contrario, se develan como lo que siempre fueron: cruel maniobra. Por ejemplo, cualquier producto adquirido a precio Dakazo cuesta, cuando hay, diez o 15 veces más que el coste electorero. El gobierno también echa mano de otros avíos "para entretener" como, por ejemplo, conspiración sin conspiradores. Allí también pierde; sólo los fanáticos lo asumen como válido.
El 6 de diciembre es la gran ocasión para dejar de perder. Quince años sufriendo por escasez, inflación, inseguridad, destrucción institucional, es demasiado tiempo. Es hora de ganar y eso se logra votando masivamente contra un sistema que sigue pauperizando el nivel de vida de la mayoría.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
Opinión
Antonio Sánchez García
ND
El insondable foso del conformismo
¿Hasta dónde, hasta cuándo hasta qué límites y medidas puede el hombre resistir el hambre, las privaciones, el atropello, la sed, los abusos, las penurias, las injusticias, las torturas, las promesas incumplidas, las mentiras, la desesperanza, el caos? Primo Levi, en un libro estremecedor, con razón calificado como una de las obras cumbres de la literatura testimonial del Siglo XX, Se questo è un uomo, Si esto es un hombre, intentó dar la respuesta. Vivió con los ojos abiertos y una conciencia indomable la más aterradora experiencia que les haya sido dada vivir a los hombres: Auschwitz. De la que, sepa Dios gracias a qué conjunciones del destino, logró salir con vida. En rigor sin otra voluntad y otro propósito que tratar de narrar lo inenarrable: cuándo un ser humano desciende en la escala hasta ser despojado de todos los atributos que tras cientos de miles, tal vez millones de años le han convertido en el ser supremo de la escala animal, el hijo predilecto de Dios, posiblemente su creador y su máxima criatura.
La misma pregunta, sin el trágico perfil de la narración de Primo Levi que va describiendo paso a paso la metódica operación del nazismo alemán que tras elementales medidas de despojamiento, en pocos días, convertían a un ser humano en un estropajo, sin otra seña de identidad visible que un número tatuado en el antebrazo, nos la hicimos cuando intentamos definir el concepto de necesidad, para comprender al Marx de juventud y saber con un mínimo nivel de exactitud científica el significado de su prometeica promesa, la medida que una vez cumplida se habría alcanzado la felicidad plena: del hombre según sus capacidades y al hombre según sus necesidades. ¿Dónde comienzan y terminan sus capacidades? ¿Dónde, sus necesidades? ¿Bastan algunas horas de trabajo para medir la capacidad del hombre? ¿Basta un mendrugo de pan y un vaso de agua para saciar sus necesidades? ¿No se trata, antes bien, de variables históricas, mudables, reducibles al mínimo imaginable, ampliables al infinito de sus deseos?
Auschwitz fue la última frontera del nacionalsocialismo. Como los campos de concentración y el Archipiélago Gulag fueron la última frontera del totalitarismo soviético. En ambos extremos, Hitler y Stalin. Pero allí, al cabo de algunas millas náuticas, del otro lado del mar, millones de cubanos dan lo que pueden y reciben lo que se les arroja. ¿Dan de sus capacidades? ¿Suplen sus necesidades? Ni lo uno ni lo otro: han aprendido a sobrevivir practicando el arte del conformismo: sudar lo mínimo y agradecer lo que se les tire. Por lo visto, al pueblo de cimarrones le basta con muy poco. Y ese poco le basta menos. Están en el fondo del pozo del conformismo y en el colmo de la alienación creen que los que no tienen qué comer son los otros, a quienes les sobra, y que ellos pueden dar su sangre hasta el heroísmo por una siniestra ficción.
Venezuela lleva dieciséis años aprendiendo en cámara lenta, ahora con mayor velocidad, cuánto y hasta dónde aguanta. ¿Cuántos asesinatos resisten los barrios populares? ¿25.000 por año? ¿O pueden ser más? ¿Cuántos presos políticos? ¿100, 200, 1.000? ¿O pueden ser más? ¿Cuánta inflación? ¿El 200%? ¿O puede ser más? ¿Cuánto desabastecimiento? ¿Leche, harina, huevos, queso, medicinas? ¿O puede ser más? ¿Cuánto fraude, cuánto engaño, cuánta mentira? ¿Un referéndum revocatorio, cuatro elecciones presidenciales, varias parlamentarias y municipales? ¿O pueden ser más? ¿Cuántas toneladas de cocaína traficada por las autoridades? ¿5 a la semana o pueden ser más? ¿Cuánta tiranía, cuánto maltrato, cuánta humillación, cuánta injusticia?
Las dictaduras comunistas, es decir: aquellas que pretenden eternizarse hasta pulverizar las instituciones, lo divino en lo humano, la dignidad de los ciudadanos, la grandeza de sus pueblos y el orgullo de sus naciones logran sus propósitos amaestrando a los hombres, exactamente como un hombre obtiene lo que quiere de un león o de un chimpancé con algunos terrones de azúcar y el chasquido amenazante de un látigo. Temo que el terrón de azúcar sean los votos y el chasquido del látigo nuestros presos políticos. Temo que una fecha en un calendario sea más importante que el sol luminoso que esperamos de ese, como de cualquier otro día. Temo que hayamos comenzado a dejar de ser lo que fuimos. Temo que nos estemos hundiendo en el foso insondable del conformismo.
@sangarccs
Así, pues, con el imaginario colectivismo nadie ganó y, por contrario, perdió la mayoría. El salario mínimo de Bs. 6.746,98 mensual (15 dólares al cambio libre) no es suficiente para adquirir siquiera un par de zapatos para niños en cualquier "mercado popular". La lucha entre poseedores y desposeídos está planteada no en dos mitades, como tanto lo predicó el fenecido con su mito marxista, sino entre un pequeñísimo grupo privilegiado y el resto del país. Sin duda ese es un socialismo muy raro que puso a perder al pueblo.
Por ejemplo, la resignación forzada surgida en las colas ha perdurado más allá del diagnóstico sesudo de los "expertos sociales". La gente las soporta invadida por temor al hambre como si se tratara de un escenario de guerra en el cual hay que abastecerse como sea. Hasta ese teatro, por demás cruel, es maquinado con animosidad por el inmenso aparato informativo del gobierno. "Los culpables son otros": el patrono, la oligarquía, guerra económica, o lo que invente cualquier inédito revolucionario. Así, pues el pobre pierde mientras se ensancha la ineptitud gubernativa.
La propiedad y control de medios de comunicación, como toda forma de propiedad, ha estado siempre al alcance de los dueños del capital. En efecto este gobierno millonario, como administrador del gran capital de la nación, controla casi todas las estaciones de radio y televisión, diarios, revistas, películas, emisión de libros, etc.
Así el aparato estatal se siente envalentonado para continuar su papel hegemónico en este proceso interventor. Sin embargo basta analizar las encuestas serias para colegir cómo en este ámbito también pierde el régimen. La propaganda sobre igualitarismo es inútil ante la agrandada pobreza igualmente acosada por el hampa.
Ya no tienen efectos los artificios condicionantes para encubrir la crisis. La seducción al estilo Dakazo quedó revelada como lo que fue desde el principio: otra treta electoral. Esa experiencia se vislumbra irrepetible. Mientras el país remata activos como su parte de la refinería de Chalmette (EEUU) y las reservas internacionales bajan a 16,5 millardos de dólares, el gobierno persiste en hablar del éxito de la revolución. Allí también perdió; pero más perdió el pueblo que no encuentra sus medicinas usuales. Ahora las boticas se dedican a vender sardinas.
Los procesos de control y "conquista de voluntades" dejaron de ser seductivos y, por contrario, se develan como lo que siempre fueron: cruel maniobra. Por ejemplo, cualquier producto adquirido a precio Dakazo cuesta, cuando hay, diez o 15 veces más que el coste electorero. El gobierno también echa mano de otros avíos "para entretener" como, por ejemplo, conspiración sin conspiradores. Allí también pierde; sólo los fanáticos lo asumen como válido.
El 6 de diciembre es la gran ocasión para dejar de perder. Quince años sufriendo por escasez, inflación, inseguridad, destrucción institucional, es demasiado tiempo. Es hora de ganar y eso se logra votando masivamente contra un sistema que sigue pauperizando el nivel de vida de la mayoría.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
Opinión
Antonio Sánchez García
ND
El insondable foso del conformismo
¿Hasta dónde, hasta cuándo hasta qué límites y medidas puede el hombre resistir el hambre, las privaciones, el atropello, la sed, los abusos, las penurias, las injusticias, las torturas, las promesas incumplidas, las mentiras, la desesperanza, el caos? Primo Levi, en un libro estremecedor, con razón calificado como una de las obras cumbres de la literatura testimonial del Siglo XX, Se questo è un uomo, Si esto es un hombre, intentó dar la respuesta. Vivió con los ojos abiertos y una conciencia indomable la más aterradora experiencia que les haya sido dada vivir a los hombres: Auschwitz. De la que, sepa Dios gracias a qué conjunciones del destino, logró salir con vida. En rigor sin otra voluntad y otro propósito que tratar de narrar lo inenarrable: cuándo un ser humano desciende en la escala hasta ser despojado de todos los atributos que tras cientos de miles, tal vez millones de años le han convertido en el ser supremo de la escala animal, el hijo predilecto de Dios, posiblemente su creador y su máxima criatura.
La misma pregunta, sin el trágico perfil de la narración de Primo Levi que va describiendo paso a paso la metódica operación del nazismo alemán que tras elementales medidas de despojamiento, en pocos días, convertían a un ser humano en un estropajo, sin otra seña de identidad visible que un número tatuado en el antebrazo, nos la hicimos cuando intentamos definir el concepto de necesidad, para comprender al Marx de juventud y saber con un mínimo nivel de exactitud científica el significado de su prometeica promesa, la medida que una vez cumplida se habría alcanzado la felicidad plena: del hombre según sus capacidades y al hombre según sus necesidades. ¿Dónde comienzan y terminan sus capacidades? ¿Dónde, sus necesidades? ¿Bastan algunas horas de trabajo para medir la capacidad del hombre? ¿Basta un mendrugo de pan y un vaso de agua para saciar sus necesidades? ¿No se trata, antes bien, de variables históricas, mudables, reducibles al mínimo imaginable, ampliables al infinito de sus deseos?
Auschwitz fue la última frontera del nacionalsocialismo. Como los campos de concentración y el Archipiélago Gulag fueron la última frontera del totalitarismo soviético. En ambos extremos, Hitler y Stalin. Pero allí, al cabo de algunas millas náuticas, del otro lado del mar, millones de cubanos dan lo que pueden y reciben lo que se les arroja. ¿Dan de sus capacidades? ¿Suplen sus necesidades? Ni lo uno ni lo otro: han aprendido a sobrevivir practicando el arte del conformismo: sudar lo mínimo y agradecer lo que se les tire. Por lo visto, al pueblo de cimarrones le basta con muy poco. Y ese poco le basta menos. Están en el fondo del pozo del conformismo y en el colmo de la alienación creen que los que no tienen qué comer son los otros, a quienes les sobra, y que ellos pueden dar su sangre hasta el heroísmo por una siniestra ficción.
Venezuela lleva dieciséis años aprendiendo en cámara lenta, ahora con mayor velocidad, cuánto y hasta dónde aguanta. ¿Cuántos asesinatos resisten los barrios populares? ¿25.000 por año? ¿O pueden ser más? ¿Cuántos presos políticos? ¿100, 200, 1.000? ¿O pueden ser más? ¿Cuánta inflación? ¿El 200%? ¿O puede ser más? ¿Cuánto desabastecimiento? ¿Leche, harina, huevos, queso, medicinas? ¿O puede ser más? ¿Cuánto fraude, cuánto engaño, cuánta mentira? ¿Un referéndum revocatorio, cuatro elecciones presidenciales, varias parlamentarias y municipales? ¿O pueden ser más? ¿Cuántas toneladas de cocaína traficada por las autoridades? ¿5 a la semana o pueden ser más? ¿Cuánta tiranía, cuánto maltrato, cuánta humillación, cuánta injusticia?
Las dictaduras comunistas, es decir: aquellas que pretenden eternizarse hasta pulverizar las instituciones, lo divino en lo humano, la dignidad de los ciudadanos, la grandeza de sus pueblos y el orgullo de sus naciones logran sus propósitos amaestrando a los hombres, exactamente como un hombre obtiene lo que quiere de un león o de un chimpancé con algunos terrones de azúcar y el chasquido amenazante de un látigo. Temo que el terrón de azúcar sean los votos y el chasquido del látigo nuestros presos políticos. Temo que una fecha en un calendario sea más importante que el sol luminoso que esperamos de ese, como de cualquier otro día. Temo que hayamos comenzado a dejar de ser lo que fuimos. Temo que nos estemos hundiendo en el foso insondable del conformismo.
@sangarccs
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