Solo sabemos que no sabemos
Los opositores, en momentos de sinceridad, se declaran huérfanos de liderazgo
CLODOVALDO HERNÁNDEZ | EL UNIVERSAL
sábado 20 de junio de 2015 12:00 AM
Hay pocos puntos de coincidencia entre revolucionarios y opositores, pero hoy tal vez el más notable de ellos sea la incertidumbre acerca del rumbo que lleva su opción política. Es decir, los chavistas no saben hacia dónde marcha el proceso -si es que marcha hacia algún lado- y los antichavistas no saben cuál es la ruta alternativa, más allá de salir de la actual.
Tal vez sean ideas mías, pero esto puede comprobarse en conversaciones cotidianas en la intimidad del hogar, en el trabajo, en el lugar de estudio, en salas de espera, en vagones de metro y autobuses, en la barra de una tasca, en las colas del supermercado o la farmacia (¡uf!) y, por supuesto, en las redes sociales. Más allá de los fuegos fatuos de la polarización, casi todo el mundo termina confiándole sus dudas a algún amigo. Los chavistas concuerdan en que la dirección revolucionaria por "los hijos de Chávez" es considerablemente errática, tirando a veces a lo disparatada. Los opositores, por su lado, en esos momentos de sinceridad, se declaran huérfanos de liderazgo, hablan pestes de la MUD y deploran el estar en el aprieto de decidir entre un insípido señor que ejerce su liderazgo por Twitter y una banda de desquiciados, hambrientos de poder.
La interpretación del legado
La crisis en el chavismo es natural, era de esperarse y más bien hay que calificarla de benévola. Un movimiento político tan dependiente de un liderazgo, que se ve de pronto sin su cabeza hubiese podido incluso colapsar con la muerte del comandante Chávez. No lo hizo, en buena medida, porque el propio líder dejó clara la hoja de ruta, pero es obvio que dentro sigue habiendo una procesión. Y no se trata tanto de las rivalidades entre herederos (ese es otro asunto) sino de las diferencias de enfoque en torno a lo que es "el legado de Chávez" y, en términos menos abstractos, acerca del enigma de, ¿qué haría Chávez en esta circunstancia específica, aquí y ahora?
Casos como el del manejo de las relaciones con Estados Unidos luego del decreto intervencionista de Obama (y, más recientemente, del encuentro de Diosdado Cabello con Thomas Shannon), ponen de relieve estas discrepancias, pero es evidente que las angustias existenciales del chavista promedio son permanentes y se asocian con un sentimiento de duelo que no se extingue, sino que tiende a agudizarse.
Viendo el lado positivo, la confrontación interna alrededor de este tema es bastante ideológica, como deberían ser las discusiones políticas. Viendo el lado negativo de ese lado positivo, ese diálogo solo se escenifica en los espacios subacuáticos del espectro comunicacional, mientras en los grandes medios públicos el debate se plantea en forma unilateral y exclusivamente con (o, mejor dicho, contra) la oposición golpista y la burguesía parasitaria. ¿O serán ideas mías?
¿Y dónde está el piloto opositor?
En el lado antichavista la sensación de no saber "para dónde va esto" (referida a la estrategia política para reconquistar el poder) tiene síntomas evidentes en el comportamiento colectivo. La gente no atiende llamados a guarimbear, pero tampoco a cacerolear ni a marchar pacíficamente, y la mayoría tampoco está interesada en participar en elecciones primarias. Es una conducta digna de análisis, sobre todo si se consideran los antecedentes de una masa que rozaba los límites de la histeria y escandalizaba por cualquier cosa -real o imaginaria- que hiciera el rrrrégimen.
¿Qué les pasa? La respuesta ha de estar bajo las siete llaves del secreto profesional de los psicólogos y psiquiatras. Sin posibilidades de acceso a esa valiosa información, solo nos quedan los arranques de franqueza referidos antes. El opositor común no ve una línea coherente, a pesar de la pregonada unidad. Por el contrario, nota que hay proyectos personales o grupales mutuamente excluyentes que sobrenadan en el hirviente caldo de la MUD y sus alrededores.
El opositor silvestre percibe a la coalición como una sociedad muy rara en la que conviven (o se soportan) políticos fracasados, traidores del chavismo, oportunistas recién llegados y renegados de la vieja izquierda violenta, entre otros especímenes espeluznantes. Pero, sobre todo, el antichavista honesto y preocupado por el futuro nacional percibe que su liderazgo está demasiado comprometido con factores muy cuestionables, como empresarios chupasangre, gobiernos extranjeros, lobbys guerreristas, ONG de dudoso origen y figurones políticos desprestigiados y descontinuados en sus propios países.
Además, la confianza del opositor raso en su dirigencia se ha erosionado por tantas fallidas promesas cortoplacistas (¿recuerdan? Chávez de que se va, se va; Ningún gobierno aguanta quince días de paro de Pdvsa; Maduro no dura seis meses; las municipales van a ser un plebiscito; con un mes de guarimba, esto está listo... ). Es lógico que haya un cansancio, un hastío, un no sé qué que anda por ahí en la calle... A menos, claro, que sean ideas mías.
clodoher@yahoo.com
Tal vez sean ideas mías, pero esto puede comprobarse en conversaciones cotidianas en la intimidad del hogar, en el trabajo, en el lugar de estudio, en salas de espera, en vagones de metro y autobuses, en la barra de una tasca, en las colas del supermercado o la farmacia (¡uf!) y, por supuesto, en las redes sociales. Más allá de los fuegos fatuos de la polarización, casi todo el mundo termina confiándole sus dudas a algún amigo. Los chavistas concuerdan en que la dirección revolucionaria por "los hijos de Chávez" es considerablemente errática, tirando a veces a lo disparatada. Los opositores, por su lado, en esos momentos de sinceridad, se declaran huérfanos de liderazgo, hablan pestes de la MUD y deploran el estar en el aprieto de decidir entre un insípido señor que ejerce su liderazgo por Twitter y una banda de desquiciados, hambrientos de poder.
La interpretación del legado
La crisis en el chavismo es natural, era de esperarse y más bien hay que calificarla de benévola. Un movimiento político tan dependiente de un liderazgo, que se ve de pronto sin su cabeza hubiese podido incluso colapsar con la muerte del comandante Chávez. No lo hizo, en buena medida, porque el propio líder dejó clara la hoja de ruta, pero es obvio que dentro sigue habiendo una procesión. Y no se trata tanto de las rivalidades entre herederos (ese es otro asunto) sino de las diferencias de enfoque en torno a lo que es "el legado de Chávez" y, en términos menos abstractos, acerca del enigma de, ¿qué haría Chávez en esta circunstancia específica, aquí y ahora?
Casos como el del manejo de las relaciones con Estados Unidos luego del decreto intervencionista de Obama (y, más recientemente, del encuentro de Diosdado Cabello con Thomas Shannon), ponen de relieve estas discrepancias, pero es evidente que las angustias existenciales del chavista promedio son permanentes y se asocian con un sentimiento de duelo que no se extingue, sino que tiende a agudizarse.
Viendo el lado positivo, la confrontación interna alrededor de este tema es bastante ideológica, como deberían ser las discusiones políticas. Viendo el lado negativo de ese lado positivo, ese diálogo solo se escenifica en los espacios subacuáticos del espectro comunicacional, mientras en los grandes medios públicos el debate se plantea en forma unilateral y exclusivamente con (o, mejor dicho, contra) la oposición golpista y la burguesía parasitaria. ¿O serán ideas mías?
¿Y dónde está el piloto opositor?
En el lado antichavista la sensación de no saber "para dónde va esto" (referida a la estrategia política para reconquistar el poder) tiene síntomas evidentes en el comportamiento colectivo. La gente no atiende llamados a guarimbear, pero tampoco a cacerolear ni a marchar pacíficamente, y la mayoría tampoco está interesada en participar en elecciones primarias. Es una conducta digna de análisis, sobre todo si se consideran los antecedentes de una masa que rozaba los límites de la histeria y escandalizaba por cualquier cosa -real o imaginaria- que hiciera el rrrrégimen.
¿Qué les pasa? La respuesta ha de estar bajo las siete llaves del secreto profesional de los psicólogos y psiquiatras. Sin posibilidades de acceso a esa valiosa información, solo nos quedan los arranques de franqueza referidos antes. El opositor común no ve una línea coherente, a pesar de la pregonada unidad. Por el contrario, nota que hay proyectos personales o grupales mutuamente excluyentes que sobrenadan en el hirviente caldo de la MUD y sus alrededores.
El opositor silvestre percibe a la coalición como una sociedad muy rara en la que conviven (o se soportan) políticos fracasados, traidores del chavismo, oportunistas recién llegados y renegados de la vieja izquierda violenta, entre otros especímenes espeluznantes. Pero, sobre todo, el antichavista honesto y preocupado por el futuro nacional percibe que su liderazgo está demasiado comprometido con factores muy cuestionables, como empresarios chupasangre, gobiernos extranjeros, lobbys guerreristas, ONG de dudoso origen y figurones políticos desprestigiados y descontinuados en sus propios países.
Además, la confianza del opositor raso en su dirigencia se ha erosionado por tantas fallidas promesas cortoplacistas (¿recuerdan? Chávez de que se va, se va; Ningún gobierno aguanta quince días de paro de Pdvsa; Maduro no dura seis meses; las municipales van a ser un plebiscito; con un mes de guarimba, esto está listo... ). Es lógico que haya un cansancio, un hastío, un no sé qué que anda por ahí en la calle... A menos, claro, que sean ideas mías.
clodoher@yahoo.com
Cada día más totalitario
MIGUEL SANMARTÍN | EL UNIVERSAL
sábado 20 de junio de 2015 12:00 AM
La revolución vernácula (castrochavista), bajo la tutela de los herederos, decidió no guarda más las formas que configuran la democracia de hecho y de derecho, camarita. Se acabó el teatro. El fingimiento. Este es, por propósitos y desempeño, un régimen militarista-totalitario.
Con la desaparición física del comandante eterno comenzó a desvanecerse lo poco que quedaba del barniz bajo el cual el líder ausente pretendió, artificiosamente, preservar la apariencia democrática de su gobierno. Pero la administración actual, agobiada por las consecuencias de la crisis económica y social interna y una presión internacional incesante -incluso ejercida por aliados que hasta ayer fueron sus cómplices- dio otro paso al frente. Se despojó intencionadamente de la careta democrática que portaba -ladeada como cachucha de tuki- para mostrarse tal cual es: abusivo, despótico, controlador, represivo y violador de las libertades públicas y los derechos ciudadanos.
La más reciente demostración de arbitrariedad e intolerancia política -además de resultar una monumental torpeza diplomática- la cometió el régimen regente al impedir, mediante acciones de sus afectos violentos, el traslado desde Maiquetía a Caracas de la delegación de senadores brasileños que esta semana arribó al país con la intención de visitar y abogar por los presos políticos en huelga de hambre. Esta descortesía -muy fascistoide- no solo constituye un nuevo escándalo internacional que deja muy mal parado al gobierno venezolano sino que afecta la relación de éste con su principal aliado estratégico -después de Cuba- como lo ha sido Brasil. Ya la administración Rousseff exigió explicaciones a Caracas.
Este episodio reafirma el talante antidemocrático de un gobierno que no acepta ni cuestionamientos ni exhortaciones ni intercesiones. Tampoco destaca por indulgente. Demuestra que los improperios, descalificaciones e impedimentos durante las visitas anteriores de los expresidentes Felipe González, Andrés Pastrana, Jorge Quiroga, Felipe Calderón y Sebastián Piñera, entre otros, no fueron particulares ni circunstanciales. Forman parte de una sistemática conducta prepotente, anarquista y excluyente puesta en práctica contra cualquier forma de rechazo o resistencia a los designios celestiales de quienes se consideran perpetuos, infalibles y por encima de las normas, los códigos, la ética, la cortesía y los derechos universales de los ciudadanos.
Las contradicciones son la marca de origen de este régimen autocrático. Sus voceros puede que, en la mañana, prometan tender la mano al adversario político, se muestren partidarios del diálogo con comerciantes, empresarios, dirigentes gremiales y otros representantes de la sociedad civil democrática e, incluso, puede que den señales de pretender recomponer las relaciones bilaterales con "potencias injerencistas" como ellos califican a Estados Unidos, España o Colombia. Por la tarde -con toda seguridad- los mismos personajes rojos estarán amenazando con juicios y cárcel a líderes opositores, insultando a aquellos activistas que tildan de burguesía pelucona parasitaria y acusando de magnicidas y patrocinadores de golpes de Estado a gobiernos o personalidades que "osen" expresar su preocupación por la grave situación política, económica, social e institucional que hoy padece Venezuela, crisis que ellos niegan férreamente.
Mientras el mundo democrático observa con asombro y angustia cuánto ocurre en Venezuela y teme un inminente colapso económico-social, lo que ha motivado pronunciamientos de gobiernos de distintos países e instituciones internacionales, incluso del Papa Francisco, el régimen regente pasa raqueta desesperadamente para colectar algunos churupos que le permitan mantener esta farsa populista (socialismo del siglo XXI) hasta las elecciones parlamentarias, las que sienten perdidas. La más reciente cepillada es la venta de la refinería de Chalmette, en Louisiana, Estados Unidos. ¿Qué les queda por trapichear?
msanmartin@eluniversal.com
Con la desaparición física del comandante eterno comenzó a desvanecerse lo poco que quedaba del barniz bajo el cual el líder ausente pretendió, artificiosamente, preservar la apariencia democrática de su gobierno. Pero la administración actual, agobiada por las consecuencias de la crisis económica y social interna y una presión internacional incesante -incluso ejercida por aliados que hasta ayer fueron sus cómplices- dio otro paso al frente. Se despojó intencionadamente de la careta democrática que portaba -ladeada como cachucha de tuki- para mostrarse tal cual es: abusivo, despótico, controlador, represivo y violador de las libertades públicas y los derechos ciudadanos.
La más reciente demostración de arbitrariedad e intolerancia política -además de resultar una monumental torpeza diplomática- la cometió el régimen regente al impedir, mediante acciones de sus afectos violentos, el traslado desde Maiquetía a Caracas de la delegación de senadores brasileños que esta semana arribó al país con la intención de visitar y abogar por los presos políticos en huelga de hambre. Esta descortesía -muy fascistoide- no solo constituye un nuevo escándalo internacional que deja muy mal parado al gobierno venezolano sino que afecta la relación de éste con su principal aliado estratégico -después de Cuba- como lo ha sido Brasil. Ya la administración Rousseff exigió explicaciones a Caracas.
Este episodio reafirma el talante antidemocrático de un gobierno que no acepta ni cuestionamientos ni exhortaciones ni intercesiones. Tampoco destaca por indulgente. Demuestra que los improperios, descalificaciones e impedimentos durante las visitas anteriores de los expresidentes Felipe González, Andrés Pastrana, Jorge Quiroga, Felipe Calderón y Sebastián Piñera, entre otros, no fueron particulares ni circunstanciales. Forman parte de una sistemática conducta prepotente, anarquista y excluyente puesta en práctica contra cualquier forma de rechazo o resistencia a los designios celestiales de quienes se consideran perpetuos, infalibles y por encima de las normas, los códigos, la ética, la cortesía y los derechos universales de los ciudadanos.
Las contradicciones son la marca de origen de este régimen autocrático. Sus voceros puede que, en la mañana, prometan tender la mano al adversario político, se muestren partidarios del diálogo con comerciantes, empresarios, dirigentes gremiales y otros representantes de la sociedad civil democrática e, incluso, puede que den señales de pretender recomponer las relaciones bilaterales con "potencias injerencistas" como ellos califican a Estados Unidos, España o Colombia. Por la tarde -con toda seguridad- los mismos personajes rojos estarán amenazando con juicios y cárcel a líderes opositores, insultando a aquellos activistas que tildan de burguesía pelucona parasitaria y acusando de magnicidas y patrocinadores de golpes de Estado a gobiernos o personalidades que "osen" expresar su preocupación por la grave situación política, económica, social e institucional que hoy padece Venezuela, crisis que ellos niegan férreamente.
Mientras el mundo democrático observa con asombro y angustia cuánto ocurre en Venezuela y teme un inminente colapso económico-social, lo que ha motivado pronunciamientos de gobiernos de distintos países e instituciones internacionales, incluso del Papa Francisco, el régimen regente pasa raqueta desesperadamente para colectar algunos churupos que le permitan mantener esta farsa populista (socialismo del siglo XXI) hasta las elecciones parlamentarias, las que sienten perdidas. La más reciente cepillada es la venta de la refinería de Chalmette, en Louisiana, Estados Unidos. ¿Qué les queda por trapichear?
msanmartin@eluniversal.com
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