El acuerdo (im)posible
Sin el líder los demás elementos de la ecuación de poder se disgregan y riñen entre sí
ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 7 de mayo de 2013 12:00 AM
La reconciliación, el acuerdo, la equidad, el cogobierno, la coalición, el consenso y demás términos que en democracia implican el pacto entre partes diferentes, es una de las negaciones fundamentales en cualquier régimen que se precie de marxista, de algo parecido o al menos aproximado a concepciones como la lucha de clases. Por eso a estas alturas ya resulta un lugar común afirmar que las tesis de aquel barbudo cascarrabias y antipático se han convertido en el gran pretexto que sostuvo, al menos en la teoría, buena parte de los regímenes totalitarios del siglo XX.
Pero no sólo eso, el modelo marxista ha justificado la masificación del crimen, la persecución, deportación y aniquilación de pueblos enteros, así como el perfeccionamiento y refinación de las técnicas de opresión y sometimiento de miles de millones de seres humanos. En el nombre de la igualdad, de la redención de los oprimidos, de presuntas dignidades nacionales y retóricas similares, todo aquel con posiciones enfrentadas queda reducido a la condición de gusano, renegado, reaccionario, pequeño burgués, apátrida, arrastrado, desgraciado o cualquier otra denominación que varía de acuerdo a los países, a las épocas y al talante de la clase dominante.
Bajo el escudo moralmente irreprochable, en apariencia, de la lucha, generalmente inexistente, contra cualquier entidad opuesta a la materialización del supuesto dogma convertido en religión científica (bien sea "el imperialismo norteamericano o las burguesías nacionales), se entronizan entonces auténticas oligarquías, cuyos características más evidentes son la impunidad, la represión y una corrupción desatada por falta de controles. Todo provocado por el quebrantamiento total del equilibrio de poderes y una monolítica estructura montada sobre las fortalezas de un líder, la posesión de las armas y el mecanismo, nunca bien compenetrado (al menos en Venezuela), del Estado-gobierno-partido.
Por eso de poco pueden valer los expertos en acuerdos y sus tesis, hechas en democracia y para resolver conflictos en democracia, con actores de diferentes afiliaciones pero democráticos, a la hora de buscar salidas a crisis como la venezolana, donde un régimen de cuestionada legitimidad y demostrada inclinación totalitaria, inicia una fuga hacia delante en el peor momento porque ha perdido el centro y eje de la ecuación líder, fuerzas armadas, Estado-partido-gobierno sobre la cual se sostenía.
Sin el líder, que todo lo controlaba, (y pretendió dejarlo todo atado y bien atado después de su muerte) los demás elementos se disgregan, riñen entre sí y se niegan al acuerdo necesario ante un país que, por contraste, cada día fortalece más su anhelo de vivir en una verdadera democracia.
@rgiustia
Pero no sólo eso, el modelo marxista ha justificado la masificación del crimen, la persecución, deportación y aniquilación de pueblos enteros, así como el perfeccionamiento y refinación de las técnicas de opresión y sometimiento de miles de millones de seres humanos. En el nombre de la igualdad, de la redención de los oprimidos, de presuntas dignidades nacionales y retóricas similares, todo aquel con posiciones enfrentadas queda reducido a la condición de gusano, renegado, reaccionario, pequeño burgués, apátrida, arrastrado, desgraciado o cualquier otra denominación que varía de acuerdo a los países, a las épocas y al talante de la clase dominante.
Bajo el escudo moralmente irreprochable, en apariencia, de la lucha, generalmente inexistente, contra cualquier entidad opuesta a la materialización del supuesto dogma convertido en religión científica (bien sea "el imperialismo norteamericano o las burguesías nacionales), se entronizan entonces auténticas oligarquías, cuyos características más evidentes son la impunidad, la represión y una corrupción desatada por falta de controles. Todo provocado por el quebrantamiento total del equilibrio de poderes y una monolítica estructura montada sobre las fortalezas de un líder, la posesión de las armas y el mecanismo, nunca bien compenetrado (al menos en Venezuela), del Estado-gobierno-partido.
Por eso de poco pueden valer los expertos en acuerdos y sus tesis, hechas en democracia y para resolver conflictos en democracia, con actores de diferentes afiliaciones pero democráticos, a la hora de buscar salidas a crisis como la venezolana, donde un régimen de cuestionada legitimidad y demostrada inclinación totalitaria, inicia una fuga hacia delante en el peor momento porque ha perdido el centro y eje de la ecuación líder, fuerzas armadas, Estado-partido-gobierno sobre la cual se sostenía.
Sin el líder, que todo lo controlaba, (y pretendió dejarlo todo atado y bien atado después de su muerte) los demás elementos se disgregan, riñen entre sí y se niegan al acuerdo necesario ante un país que, por contraste, cada día fortalece más su anhelo de vivir en una verdadera democracia.
@rgiustia
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