Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 18 de mayo de 2014

A pocos debe quedarles duda de que estamos en medio del vendaval y de que vivimos posiblemente la más grave crisis de nuestra historia. Pues a la salida de ninguna de las crisis del pasado, y las hemos tenido, como las revoluciones, por decenas y decenas, estuvo en cuestión no un Gobierno, una coalición, un acuerdo, una Constitución, un pacto, sino la República misma.

Notitarde 17/05/2014 

Dios y el diablo en la tierra del sol, la traición de las élites


Antonio Sánchez García
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A pocos debe quedarles duda de que estamos en medio del vendaval y de que vivimos posiblemente la más grave crisis de nuestra historia. Pues a la salida de ninguna de las crisis del pasado, y las hemos tenido, como las revoluciones, por decenas y decenas, estuvo en cuestión no un Gobierno, una coalición, un acuerdo, una Constitución, un pacto, sino la República misma. Dicho categóricamente: el sistema de vida que nos ha sustentado durante los últimos dos siglos. Y en este caso particular: la República Liberal Democrática implantada por las fuerzas populares luego de la rebelión del 23 de enero de 1958. En ninguna de esas crisis, y, repito,  se cuentan por decenas, se vivieron disyuntivas existenciales. Como en ésta, de cuyo desenlace depende que sigamos siendo hombres libres, o esclavos: dueños de nuestros destinos o zombis al servicio del partido; sombras vivientes vacías de alma en manos de la camarilla cívico militar que lo detenta. Como ya lo es toda su servidumbre política.

Es una crisis material y espiritual que afecta a la esencia de nuestra identidad. Basta constatar que, por ahora, nuestros destinos están en manos de una satrapía obediente a las directrices de la tiranía cubana y que el curso de nuestra Patria ha dejado de estar en nuestras manos para ser un espantajo movido por la desquiciada e interesada voluntad de tiranos extranjeros, para comprender la dimensión de la tarea que enfrentamos, las gigantescas dificultades que deberemos sortear y el ingente costo en vidas y bienes que deberemos sacrificar para volver a ser una Patria Soberana. Y nuestros conciudadanos, seres libres y plenamente independientes. No espantajos movidos a discreción de una nomenklatura corrupta y asesina.
Para quienes carecen de un vínculo existencial con nuestra identidad y no ven a Venezuela más que como terreno fértil para su satisfacción material, vale decir: para quienes Venezuela no es más que la generosa e inagotable fuente de su enriquecimiento, su provecho y ganancia, no está en juego la Patria. Están en juego sus caudales. Pero si ya los tienen fuera de nuestras fronteras, poco importa el destino de nuestros hijos, mientras tengan a salvo sus cuentas bancarias. Así de simple: no tienen otra nacionalidad que la de sus divisas. Ni más compromisos que aquellos que los vinculan a los parapetos empresariales y políticos que los custodian.
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Es lo que se ha puesto trágicamente de manifiesto con lo sucedido en la Comisión de Política Exterior del Senado Norteamericano en Washington, este 8 de mayo pasado. De la que más allá de indigentes desmentidos y padres nuestros sólo queda en claro que personalidades extremadamente influyentes en nuestro mundo político, social y económico carecen del más elemental patriotismo  y anteponen sus intereses personales, familiares y políticos a la irrestricta solidaridad con la Patria y quienes han estado regando con su sangre las calles de nuestros pueblos y ciudades en defensa del derecho a la autodeterminación, la decencia, la libertad, la soberanía.

Es, desde luego, apenas una mancha comparado con el inmundo lodazal en el que chapotean millones de venezolanos, a los que difícilmente cabe considerar "compatriotas", dada su insólita disposición a entregarse en brazos de la servil satrapía al servicio de una tiranía extranjera, esclavizar su voluntad ante otras banderas que la tricolor, perder toda honra y toda moral en aras de algunos mendrugos y descender en la escala social al más ramplón y rastrero infantilismo intelectual. Son los complacidos esclavos del caudillo. Así su lamentable estado de miseria -mucho más espiritual que material- lleve a algunos de nuestros líderes carentes de la más elemental grandeza política a someterse a sus designios, de lo contrario no contemos con ellos para mover un dedo en contra de la tiranía que nos amenaza.

Pero hay, he allí la tragedia, evidentes connivencias entre los cabilderos de Washington y la satrapía venezolana, por un lado; y entre quienes prefieren que nada cambie en el laberinto de negociaciones funambulescas y quienes les han conferido el encargo de cambiarlo todo.  Entre los equilibristas de la cuerda floja y los dueños del circo habanero. Un amasijo de turbios intereses conspira en la sombra de compadrazgos, vínculos familiares, intereses crematísticos, alianzas y desaforadas ambiciones políticas  en las que chapotea la mediocridad nacional. Todo ello al margen y en perjuicios de una generación que se desangra en las calles para reconquistar la libertad y un pueblo que sufre en silencio la inquina, la maldad, la brutalidad sin nombre de la dictadura que campea por sus fueros. Ya desatada y sin rumbo.

Inolvidables las palabras del gran publicista e historiador alemán Sebastian Haffner cuando recordaba en uno de sus libros de memorias el desprecio que cundió entre las buenas gentes de la Alemania de Weimar, antes del ascenso al Poder del caporal austríaco,  contra comunistas y socialdemócratas, católicos de centro y conservadores, que carecieron de la lucidez, el coraje y la decencia de unirse contra el monstruo hitleriano. Para el hombre común dotado de un resquicio moral, más culpables por el ascenso y entronización del nacionalsocialismo fueron ellos, dice Haffner, que los propios nazis. Por lo visto, no fue el primero ni será el último de los casos en que una elite decadente traiciona los sagrados principios de la identidad nacional.
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La razones de la insólita incapacidad de nuestras élites para entender el pantanal en que nos encontramos están alojadas en sus más profundas circunvalaciones cerebrales. Y sólo le encuentro explicación plausible en la teoría de Elisabeth Burgos, quien señala que toda la clase política latinoamericana, y la venezolana muy en particular,  -de conservadores a liberales y de democristianos a socialdemócratas- es desde los sesenta rehén de los Castro.  Y yo agregaría: desde siempre del populismo caudillesco, del estatismo benéfico, del antiimperialismo de guardería infantil. Y de una esquizofrenia por ahora insanable: todo lo que sea de izquierda está bendecido por una solidaridad automática, por la buena fe, por el perdón, por la comprensión, la bondad, el respeto. Por un principio moral marcado a sangre y fuego en nuestras buenas conciencias progresistas: ser de izquierda es bueno. Por estúpidas que sean las acciones de esa izquierda, por desastrosas que sean sus gestiones, por irracionales que sean sus apuestas, por canallescos que sean sus regímenes. Llegado el caso: meras desviaciones circunstanciales que no afectan a su esencia incorruptible. Asunto tan insólito, que para nuestro liderazgo vale como principio ético y gnoseológico de aplicación automática: si es malo, no puede ser de izquierda. Por malo, tiene que ser de derecha. Lo ha repetido hasta el cansancio Henrique Capriles. La izquierda es como Jalisco, el personaje de la ranchera: nunca pierde. Y si pierde, la culpa es de la derecha, del imperialismo, de los ricos, de los fascistas, de los radicales, de los extremistas. O del azar.

De allí la cerrazón mental que le ha impedido -y continúa impidiéndole- al liderazgo de la oposición venezolana y latinoamericana aceptar que un caudillo popular, así haya sido un milico felón, traidor y golpista, aclamado por la pobresía y licenciado recién liberado de la cárcel por felón como revolucionario Summa Cum Laude por Fidel Castro en el Paraninfo de la Universidad de La Habana pudiera siquiera haber tenido el propósito de imponernos una dictadura a los venezolanos.  Y servir de plataforma a la injerencia de Cuba en América Latina. Jamás olvidaré el escándalo que provoqué en la Comisión Política de la Coordinadora Democrática, hace más de 10 años, cuando dije que Chávez era un tirano en potencia y un caudillo militarista y autocrático que se encontraba pavimentando la vía hacia  una dictadura con todas las de la ley. Y en la que ya nos encontrábamos. Uno de mis buenos amigos, militantes de Unión, el partido de Teodoro Petkoff, que entonces reconocía a su líder máximo en la ya por entonces más que dudosa figura del actual gobernador del Zulia Francisco Arias Cárdenas y solía sentarse a mi derecha, se paró indignado y me grito a voz en cuello: "¡Una dictadura que permite que estemos aquí reunidos y discutiendo no es una dictadura!". O como cuando en otra reunión del Comité asesor que presidía nuestro querido Alberto Quirós Corradi tuve la desfachatez de sugerir que Chávez era un "castrocomunista" y Petkoff, echado en su silla reclinable con los pies sobre la mesa replicó con indignación: "¡Ésa es una estúpida consigna, un invento de la godarria!" Para quien fuera uno de los más lúcidos intelectuales de la izquierda democrática occidental que había tenido el coraje de enfrentarse a la Nomenklatura soviética, el castrocomunismo era un espantajo inventado en los salones del Country Club.
Escribiré algún día mis recuentos de una extraña aventura en medio de un tropel de miopes, blandengues, acomodados, minusválidos e indigentes dirigentes políticos que permitieron que una pandilla de ultraizquierdistas y unos milicos corruptos les arrebataran la Patria. Por cierto: no lo leerá nadie. En Venezuela, leer es un pecado. Pensar, un delito de lesa humanidad. Aún así: a esta dictadura nuestros hijos ya le quebraron las patas. Está hundida en sus iniquidades. Con o sin la aquiescencia de las élite miopes, terminará por echarla al basurero de la historia. Que Dios y los hombres los auxilien en la tarea..

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