La guerra de Pedro Elías
El Nacional 16 DE MAYO 2014 - 00:01
Hace no mucho tiempo conversaba con mi tía Hilda Mayobre, hermana menor de mi papá, sobre lo sucedido en Cumaná en 1929 y ella me habló de la guerra de Pedro Elías. Se refería a lo que la mayoría de los venezolanos conocemos como la invasión del Falke. Le pregunté por qué la llamaba de esa forma y me contestó que así era conocida en la Cumaná de la época. Ella era para entonces una niña y se le quedó la frase desde entonces. Me aclaró que para el momento de los acontecimientos mi padre se encontraba en Caracas, adonde hacía poco había viajado.
Para quienes llegaron tarde, quiero decir los jóvenes, debo aclarar que la expedición del Falke fue uno de los principales intentos para terminar con la dictadura de Juan Vicente Gómez. Un grupo comandado por el general Román Delgado Chalbaud, que comprendía desde viejos caudillos hasta estudiantes de la Generación del 28, navegó desde Danzig, Polonia, hasta la boca del río Manzanares con el objeto de desembarcar, tomar la ciudad e iniciar desde ella una insurrección nacional. El plan contemplaba, además, un ataque casi simultáneo por tierra de tropas compuestas en su mayoría por indios guaiqueríes, comandadas por Pedro Elías Aristeguieta, quien había entrado previamente a Venezuela de manera clandestina.
El desembarco tuvo lugar el 11 de agosto y las fuerzas rebeldes avanzaron desde el puerto por la llamada calle larga (hoy avenida Bermúdez) hasta el puente sobre el Manzanares que comunica con el centro de Cumaná. Ahí se produjo el encuentro. Tanto Delgado Chalbaud como el presidente del estado, general Emilio Fernández, iban al frente de sus tropas. Ambos murieron, con minutos de diferencia, cada uno en un extremo del puente. Las fuerzas se dispersaron. Pedro Elías Aristeguieta logró tomar la plaza al día siguiente, pero por falta de armamento no pudo resistir. Se retiró al pueblo El Pilar donde libró combate con fuerzas del gobierno y fue herido de muerte. Hay una excelente novela de Federico Vegas que narra estos sucesos.
Pedro Elías era miembro de una de las familias más tradicionales de Cumaná, emparentada con el Mariscal Sucre. Antes de embarcarse desde Trinidad hacia la península de Araya con el objeto de participar en la aventura, remitió a un amigo sus memorias. Están recogidas en el libro Los desterrados y Juan Vicente Gómez de otro insigne cumanés, don Diego Córdoba.
De ellas son las siguientes citas que considero instructivas para la Venezuela del siglo XXI.
“Mayo 10, 1929: Los patriotas venezolanos dejan de ser patriotas cuando dejan de ser decentes, cuando su decencia y su patriotismo llegan al punto de la ‘locha’. El doctor Dominici (quien sería presidente en caso de triunfar la insurrección) suplica, insiste y se entristece… Un buen número de sus amigos ricos les ponen velas a los santos con tal de verlo en el poder para gozar el poder a sus anchas, pero no le dan ni una ‘locha”.
“Mayo 21: Voy a escribir un poema. En los días de gloria de nuestros estudiantes, los jefes de la Academia Militar tendieron en fila a los cadetes. En la arenga ‘épica’ les dijeron que debían estar listos para cumplir su deber, para disparar contra el pueblo y contra los estudiantes. En silencio, crecidos de grandeza, los cadetes depusieron las armas y se encerraron en los sótanos de la Academia. ¡El poema está ahí escrito!”.
Es un poema. Pero alguien más astuto y más moderno, quizás el comandante eterno, quien conocía bien a los cadetes, o su padre barbado con sus sabios consejos de ultramar, anticipándose a esa grandeza de las fuerzas armadas institucionales, urdió que fueran otros los llamados a disparar contra el pueblo y contra los estudiantes. Y en el siglo XXI los dotó de motocicletas, armas, aparatos electrodomésticos chinos y hasta viviendas. Los llamó colectivos. Cuando la dictadura de Juan Vicente Gómez se denominaban “La Sagrada”. Pero eso es otra historia.
Lo cierto es que la guerra de Pedro Elías no triunfó. Hubo que esperar a que el dictador muriera de muerte natural, a finales de 1935, para que comenzara un lento y accidentado camino hacia la libertad y la democracia. Su sucesor pedía calma y cordura. En el siglo XXI, el sucesor, también designado por un presidente que falleció por causa natural, aunque más joven, no atina a decidirse entre pedir calma y cordura o declarar la guerra a muerte. Parece que no ha madurado. O que todavía está tratando de contar los cabellos que quedan de lo que una escritora tránsfuga bautizó como la rebelión de los ángeles.
En conclusión: la guerra de Pedro Elías, a quien Diego Córdoba define como un santo de la patria, aún está pendiente.
Para quienes llegaron tarde, quiero decir los jóvenes, debo aclarar que la expedición del Falke fue uno de los principales intentos para terminar con la dictadura de Juan Vicente Gómez. Un grupo comandado por el general Román Delgado Chalbaud, que comprendía desde viejos caudillos hasta estudiantes de la Generación del 28, navegó desde Danzig, Polonia, hasta la boca del río Manzanares con el objeto de desembarcar, tomar la ciudad e iniciar desde ella una insurrección nacional. El plan contemplaba, además, un ataque casi simultáneo por tierra de tropas compuestas en su mayoría por indios guaiqueríes, comandadas por Pedro Elías Aristeguieta, quien había entrado previamente a Venezuela de manera clandestina.
El desembarco tuvo lugar el 11 de agosto y las fuerzas rebeldes avanzaron desde el puerto por la llamada calle larga (hoy avenida Bermúdez) hasta el puente sobre el Manzanares que comunica con el centro de Cumaná. Ahí se produjo el encuentro. Tanto Delgado Chalbaud como el presidente del estado, general Emilio Fernández, iban al frente de sus tropas. Ambos murieron, con minutos de diferencia, cada uno en un extremo del puente. Las fuerzas se dispersaron. Pedro Elías Aristeguieta logró tomar la plaza al día siguiente, pero por falta de armamento no pudo resistir. Se retiró al pueblo El Pilar donde libró combate con fuerzas del gobierno y fue herido de muerte. Hay una excelente novela de Federico Vegas que narra estos sucesos.
Pedro Elías era miembro de una de las familias más tradicionales de Cumaná, emparentada con el Mariscal Sucre. Antes de embarcarse desde Trinidad hacia la península de Araya con el objeto de participar en la aventura, remitió a un amigo sus memorias. Están recogidas en el libro Los desterrados y Juan Vicente Gómez de otro insigne cumanés, don Diego Córdoba.
De ellas son las siguientes citas que considero instructivas para la Venezuela del siglo XXI.
“Mayo 10, 1929: Los patriotas venezolanos dejan de ser patriotas cuando dejan de ser decentes, cuando su decencia y su patriotismo llegan al punto de la ‘locha’. El doctor Dominici (quien sería presidente en caso de triunfar la insurrección) suplica, insiste y se entristece… Un buen número de sus amigos ricos les ponen velas a los santos con tal de verlo en el poder para gozar el poder a sus anchas, pero no le dan ni una ‘locha”.
“Mayo 21: Voy a escribir un poema. En los días de gloria de nuestros estudiantes, los jefes de la Academia Militar tendieron en fila a los cadetes. En la arenga ‘épica’ les dijeron que debían estar listos para cumplir su deber, para disparar contra el pueblo y contra los estudiantes. En silencio, crecidos de grandeza, los cadetes depusieron las armas y se encerraron en los sótanos de la Academia. ¡El poema está ahí escrito!”.
Es un poema. Pero alguien más astuto y más moderno, quizás el comandante eterno, quien conocía bien a los cadetes, o su padre barbado con sus sabios consejos de ultramar, anticipándose a esa grandeza de las fuerzas armadas institucionales, urdió que fueran otros los llamados a disparar contra el pueblo y contra los estudiantes. Y en el siglo XXI los dotó de motocicletas, armas, aparatos electrodomésticos chinos y hasta viviendas. Los llamó colectivos. Cuando la dictadura de Juan Vicente Gómez se denominaban “La Sagrada”. Pero eso es otra historia.
Lo cierto es que la guerra de Pedro Elías no triunfó. Hubo que esperar a que el dictador muriera de muerte natural, a finales de 1935, para que comenzara un lento y accidentado camino hacia la libertad y la democracia. Su sucesor pedía calma y cordura. En el siglo XXI, el sucesor, también designado por un presidente que falleció por causa natural, aunque más joven, no atina a decidirse entre pedir calma y cordura o declarar la guerra a muerte. Parece que no ha madurado. O que todavía está tratando de contar los cabellos que quedan de lo que una escritora tránsfuga bautizó como la rebelión de los ángeles.
En conclusión: la guerra de Pedro Elías, a quien Diego Córdoba define como un santo de la patria, aún está pendiente.
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