La fiesta mexicana
El Nacional 11 DE MAYO 2014 - 00:01
Las declaraciones del ministro Rodríguez Torres sobre el desarrollo de una conspiración masiva se inscriben dentro de una monstruosa operación de inteligencia como pocas veces se ha experimentado en los anales del espionaje entendido en sentido republicano. Un conjunto de observaciones deshilvanadas, pero especialmente el manejo de conjeturas que se proponen como evidencias contundentes de la comisión de delitos políticos, componen un repertorio de dislates que no se pueden comentar de manera coherente por su insensatez intrínseca, aunque sí por las intenciones del vigilante de la estabilidad convertido en ventilador de sospechas, en recopilador de detalles irrelevantes y en inquisidor de pensamientos que solo pueden explicar con propiedad las personas que los tienen en la cabeza.
Son muchos los desatinos desembuchados por el agente antisublevaciones, pero quizá se resuman, tratando de encontrar respuesta convincente a una puesta en escena caracterizada por la indigencia de argumentos, en su insistencia en una reunión de jóvenes activistas que denominó “fiesta mexicana”. En el jolgorio celebrado en comarca de chilangos no se sirvió tequila ni se ofrecieron botanas vernáculas, según el elocuente comunicador de conjuras. Se cambiaron por las tenebrosas recetas de un autor de moda, Gene Sharp, quien se ha puesto a decir lo que dijeron hace siglos san Agustín, el padre Suárez y sus discípulos jesuitas sobre las monarquías que merecen las patadas de los súbditos debido a sus tiránicos procedimientos. Sharp no sigue los consejos contundentes de los patriarcas, sino salidas más parsimoniosas, pero el punto radica en que la tal “fiesta mexicana” fue un evento público y notorio al que acudieron unos líderes juveniles a tratar el tema que les concierne de cómo actuar contra los desmanes del madurismo.
¿Desde cuándo es motivo de preocupación que un grupo de políticos se congregue para hablar de política? ¿Portaban armas de fuego, consultaban manuales de las guerrillas o se adherían a los procedimientos sigilosos de los carbonarios? ¿Se les puede acusar de propósitos inconfesables, cuando todos han admitido públicamente, desde hace tiempo, que son de la oposición y que luchan por la democracia? Si van a conspirar no pasan por la aduana, ni vuelan en aviones comerciales como cualquier hijo de vecino, ni se hospedan en los lugares habituales que ofrece una ciudad de trajines turísticos donde resulta sencillo el seguimiento de sus pasos. Sin embargo, para el ministro cometían un delito digno de divulgarse por televisión, con el aditamento de láminas y fotografías multicolores a través de las cuales se pretendía la exhibición de una pandilla de delincuentes. Estamos frente a lo más preocupante de la declaración ministerial: la consideración de una asamblea política como un acto criminal, la condena de una conducta legítima como si se tratara de una rebelión contra las instituciones. Si recordamos que el funcionario hizo lo mismo con los activistas de organizaciones no gubernamentales, con personalidades que levantan la voz contra la dictadura y hasta con unos muchachos que cometían el pecado de ponerse unas franelas en las cuales se leía la palabra “Oxford”, de acuerdo con lo que se atrevió a sugerir (seguramente un rótulo de procedencia imperial y, por consiguiente, digno de reprobación), se anuncia una persecución capaz de cebarse contra cualquiera que piense según su albedrío o que cometa la falta de tomarse una foto con la persona equivocada.
Tendremos que escoger mejor las amistades, por lo tanto. Los itinerarios deben elaborarse con cuidado, no vaya a ser que uno termine en las jaulas del Sebin. Se deberá prestar mayor atención a las lecturas, si posible con la ayuda de los sabuesos, para evitar peligrosos extravíos. Antes de ponerse las franelas conviene mirar lo que han escrito en ellas los modistos, no en balde esos vocablos aparentemente inocentes pueden conducir a la perdición de las conciencias. Todo un escándalo. Todo un paradigma en materia de persecuciones alevosas. Un tufo fascista o falangista del que uno debe distanciarse expresamente, como si se tratara de mortal pestilencia. Llama la atención que la MUD no haya dicho mayor cosa sobre esta pavorosa y oscura manera de calificar a la oposición.
El método Rodríguez Torres
El Nacional 11 DE MAYO 2014 - 00:01
La realidad es un exceso. Vivimos sobre-indignados. Ahora, producimos más asombros que barriles de petróleo. Me senté a revisar las noticias para escribir las líneas de este domingo y, nuevamente, me encontré con una gran oferta de oportunidades para entrar en contacto con la locura. Una posibilidad era escribir sobre la confirmación que esta semana nos ha dado el Banco Central sobre la escasez de 50% en insumos médicos. En una protesta en el Hospital Periférico de Coche, una cirujana alzó una pancarta que decía: “No solo las balas matan, la falta de medicinas también”. ¿Qué pasó con el pomposo “Estado Mayor para la Salud” que se instaló en agosto del año pasado? ¿Cuántas jeringas caben en el presupuesto de Pastor Maldonado?
Otra posibilidad era escribir sobre la nueva campaña publicitaria del presidente. “Maduro es pueblo”, reza el eslogan. Y ahí está él, sonriente, siempre con una chaquetica que casi nadie se pone, donde parece un oso grande vestido de astroboy bolivariano, jugando beisbol, jugando a abrazar a una viejita, jugando a llevar un casco de obrero… Es una campaña que, sobre todo, delata su carencia. Es la lógica de la publicidad y del mercado. Si Maduro fuera pueblo, no necesitaría gritarlo.
Estaba todavía revisando más posibilidades cuando, de pronto, llegó la madrugada del jueves. Los más de 900 oficiales de la policía y de la Guardia Nacional Bolivariana terminaron desalojando también cualquier otra noticia y ocupando firmemente el lugar de la irritación. Casi 250 detenidos, en su inmensa mayoría jóvenes y estudiantes. Se trata de una invasión militar al espacio y a la experiencia ciudadana. Es un secuestro. Un ejercicio de poder que solo puede entenderse como una provocación, como un intento de sabotear el diálogo, de desviar la atención de la crisis económica y pretender mantener la calle como un espectáculo. Cualquier interpretación es posible. Pero la rabia y la impotencia no cambian. Las heridas siguen intactas.
Polonio, al referirse a Hamlet, decía que “hay un método en su locura”. Así ocurre. En medio de la generalizada sensación de descontrol, de marea sin rumbo, que envuelve al país, el gobierno ha terminado encontrando en la aplicación de la fuerza su método. Han institucionalizado la represión. Gradualmente, la han ido convirtiendo en un procedimiento legítimo y legal. Quieren que aceptemos que la represión es lo natural. Que la fuerza bruta es la mejor inteligencia que pueden ofrecernos.
“Sería bien bueno que la gente pudiera ver cómo reprimían las manifestaciones, cómo trataban al pueblo, a los viejitos le metían la ballena, a los estudiantes… Recuerdo que a un estudiante le tiraron un autobús encima, y eran estudiantes de bachillerato. Había un movimiento, una efervescencia popular en la calle y, bueno, la decisión que tomó un gobierno de espaldas al pueblo fue reprimirlo”. Esto no lo dijo CNN. No lo declaró Henri Falcón. Esto es una frase de Diosdado Cabello, recordando los sucesos de 1992, criticando cómo era el gobierno de aquel entonces. Ahora el discurso es distinto. Ahora que están del lado del poder y de sus privilegios, la represión no es una máquina endemoniada sino un noble sistema de defensa.
En el zócalo de la ciudad de México, frente al Palacio Nacional, es muy común ver diferentes carpas levantadas, improvisados refugios de manifestantes que, por diversas razones, permanecen durante días, a veces semanas y meses, en “plantón”. Si Nicolás Maduro gobernara en ese país, la próxima madrugada disponible pondría a un enorme contingente de oficiales a invadir la plaza, repartiendo golpes y patadas, deshaciendo la protesta pacífica y llevándose detenido a todo el mundo.
En la mañana de este jueves, el ministro Rodríguez Torres, al declarar, se refirió al “bochorno social”, a la “la promiscuidad” que supuestamente se vivía en los campamentos de los estudiantes. Ese es su método. Reprimirnos es su forma de salvarnos.
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