Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

sábado, 13 de diciembre de 2014

La paz se hace exactamente al contrario: comenzando de inmediato, siendo los primeros, incluso uno solo, también con un simple apretón de manos. La paz se hace, decía el papa Francisco en una ocasión reciente, "artesanalmente". Como mil millones de gotas de agua sucia nunca harán un océano limpio, así miles de millones de personas sin paz y de familias sin paz nunca harán una humanidad en paz.

Texto completo de la segunda predicación de Adviento
Padre Raniero Cantalamessa, ofmcap, predicador de la Casa Pontificia: 'La paz como tarea'
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 12 de diciembre de 2014 (Zenit.org) - P. Raniero Cantalamessa ofmcap.
Segunda meditación de Adviento 2014
“BIENAVENTURADOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ PORQUE SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS”
La paz como tarea
Después de haber meditado, en la primera predicación, sobre la paz como don de Dios, reflexionamos ahora sobre la paz como tarea y compromiso por el que trabajar. Estamos llamados a imitar el ejemplo de Cristo, convirtiéndonos en canales a través de los cuales la paz de Dios puede alcanzar a los hermanos. Es la tarea que Jesús indica a sus discípulos cuando proclama: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5, 9). El término eirenopoioi no significa los “pacíficos” (estos pertenecen a las bienaventuranzas de los mansos, de no violentos); significa más bien “pacificadores”, es decir, personas que trabajan por la paz.
1. La paz de Jesús es la de César Augusto
Jesús no nos ha exhortado sólo a ser trabajadores de paz, sino que nos ha enseñado también, con el ejemplo y la palabra, cómo se llega a ser trabajadores de paz. Dice a sus discípulos: “Les dejo la paz, les doy mi paz” (Jn 14, 27). En ese mismo tiempo, otro gran hombre proclamaba la paz al mundo. En Asia menor se ha encontrado una copia del famoso “Índice de las propias empresas” de César Augusto. En él, el emperador romano, entre las grandes empresas realizadas por él, pone también la de haber establecido la paz en Roma, un paz, ha escrito, “lograda entre victorias” (parta victoriis pax) [1].
Jesús revela que existe otro modo de trabajar por la paz. También la suya es una “paz fruto de victorias”, pero victorias sobre sí mismo, no sobre los otros, victorias espirituales, no militares. Sobre la cruz, escribe san Pablo, Jesús “destruyendo la enemistad en su persona” (Ef 2,16): ha destruido la enemistad, no el enemigo, la ha destruido en sí mismo, no en los otros.
El camino a la paz propuesto por el Evangelio no tiene sentido sólo en el ámbito de la fe; vale también en el ámbito político. Hoy vemos claramente que el único camino a la paz es destruir la enemistad, no el enemigo. Los enemigos se destruyen con las armas, la enemistad con el diálogo. He leído que alguno regañó un día a Abraham Lincoln por ser demasiado cortés con los propios adversarios políticos y le recordó que su deber de presidente era más bien destruirlos. Él les respondió:  “¿No destruyo quizá a mis enemigos cuando les hago mis amigos?”
Es la situación del mundo que reclama dramáticamente que se cambie el método de Augusto con el de Cristo. ¿Qué hay en el fondo de ciertos conflictos aparentemente insolubles, si no es precisamente la voluntad y la secreta esperanza de llegar un día a destruir al enemigo?
Lamentablemente, vale también para los enemigos lo que Tertuliano decía de los primeros cristianos perseguidos: “Semen est sanguis chritianorum”: la sangre de los cristianos es semilla de otros cristianos. También la sangre de los enemigos es semilla de otros enemigos; en vez de destruirlos, les multiplica.
“¡No podemos resignarnos --ha dicho el Papa en la reciente visita a Turquía, refiriéndose a la situación en Oriente Medio-- a la continuación de los conflictos, como si no fuera posible un cambio a mejor en la situación! Con la ayuda de Dios, podemos y debemos siempre renovar la valentía de la paz!” Un modo --a menudo el único que permanece-- de ser trabajadores de paz, es rezar por la paz. Cuando ya no es posible actuar sobre las causas secundarias, podemos siempre, con la oración, “actuar sobre la causa primera”. La Iglesia no se cansa de hacerlo cada día en la Misa con esa cuidada invocación: “Concédenos, Señor, la paz en nuestros días” da pacem Domine in diebus nostris.
Además de a la paz política, el Evangelio puede contribuir también a la paz social. Se repite a menudo la afirmación del profeta Isaías: “La paz es fruto de la justicia” (Is 32,17). La “Evangelii gaudium” pone, al respecto, el dedo en la llaga y denuncia, sin medias tintas, la que es hoy la mayor injusticia que obstaculiza la paz. Dice:
“La paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios”. [2]
2. Paz entre las religiones
Delante de los trabajadores de paz, se abre hoy un campo de trabajo nuevo, difícil y urgente: promover la paz entre las religiones. El Parlamento mundial de las religiones, en el encuentro de Chicago de 1993, lanzó esta proclamación: “No hay paz entre las naciones sin paz entre las religiones y no hay paz entre las religiones si no hay diálogo entre las religiones”.
El motivo de fondo que permite un diálogo leal entre las religiones es que “tenemos todos un único Dios”. El papa san Gregorio VII, en el año 1076, escribía a un príncipe musulmán del Norte de África: “Nosotros creemos y confesamos un sólo Dios, aunque si de forma distinta, cada día lo alabamos y veneramos como creador de los siglos y gobernador de este mundo” [3]. Es la verdad de la que también san Pablo inicia en su discurso el areópago de Atenas: “En Él todos vivimos, nos movemos y existimos” (cfr. Hch 17,28).
Tenemos, subjetivamente, ideas distintas sobre Dios. Para nosotros cristianos, Dios es “el Padre del Señor Jesucristo” que no se conoce plenamente sino no “a través de él”; pero objetivamente, sabemos bien que Dios no puede haber más que uno. Cada pueblo y lengua tiene su nombre y su teoría sobre el sol, algunas más exactas, otras menos, ¡pero sol hay sólo uno!
Fundamento teológico del diálogo es también nuestra fe en el Espíritu Santo. Como Espíritu de la redención y Espíritu de la gracia, Él es el vínculo de la paz entre los bautizados de las distintas confesiones cristianas; pero como Espíritu de la creación, o Espíritu creador, Él es un vínculo de paz entre los creyentes de todas las religiones e incluso entre todos los hombres de buena voluntad. “Toda verdad, por quien sea dicha -ha escrito santo Tomás de Aquino-, es inspirada por el Espíritu Santo”. Como este Espíritu creador guiaba hacia Cristo los profetas del Antiguo Testamento (1Pt 1,11), así nosotros los cristianos creemos que, en la forma conocida sólo por Dios, guía a Cristo y a su misterio pascual a las personas que viven fuera de la Iglesia” (cf. Gaudium et spes, 22).
Hablando de la paz entre las religiones, se debe dedicar un pensamiento en parte a la paz entre Israel y la Iglesia. También el Papa, en la “Evangelii gaudium”, dirige una atención particular a este diálogo y concluye con estas palabras:
“Si bien algunas convicciones cristianas son inaceptables para el Judaísmo, y la Iglesia no puede dejar de anunciar a Jesús como Señor y Mesías, existe una rica complementación que nos permite leer juntos los textos de la Biblia hebrea y ayudarnos mutuamente a desentrañar las riquezas de la Palabra, así como compartir muchas convicciones éticas y la común preocupación por la justicia y el desarrollo de los pueblos” (EG, 249).
Esa entre los judíos y los gentiles es, para Pablo, la primera paz que Jesús ha realizado en la cruz. Escribe en la Carta a los Efesios:
"Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio,la enemistad, anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo las paces, y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad". (Ef 2, 14-16).
Este texto ha dado lugar, en la tradición cristiana, a dos representaciones iconográficas distintas y opuestas. En una, se ven a dos mujeres, ambas dirigidas hacia al crucifijo. Este es el caso del crucifijo de San Damián en Asís. En él, las dos mujeres a los lados de las manos del crucifijo - contrariamente a las explicaciones que se dan por lo general - no son dos ángeles (no llevan alas y son figuras femeninas); representan por el contrario, según la más genuina visión de la Carta a los Efesios, una la Sinagoga y la otra la Iglesia, unidas, no separadas, por la cruz de Cristo.
Para convencerse, basta comparar este icono con el de la escuela más tardía de Dionisij (s. XV), donde todavía se ven a dos mujeres, pero una, la Iglesia, empujada por un ángel a la cruz, la otra echada por un ángel fuera de ella.
La primera imagen representa el ideal y la intención divina, según lo expresado por san Pablo; la segunda representa como han ido, por desgracia, las cosas en la realidad de la historia. Una vez he mostrado a un rabino judío amigo mío las dos imágenes. Casi conmovido, ha comentado: "Tal vez la historia de nuestras relaciones habría sido diferente si, en lugar de la segunda, hubiera prevalecido la primera visión". La fidelidad a la historia nos obliga a decir que, si no ha sido así, por lo menos al principio, esto no ha dependido sólo de los cristianos.
Debemos regocijarnos y dar gracias a Dios de que hoy, al menos en espíritu, todos estamos a favor de la visión del crucifijo de San Damián y no al revés. Queremos que la cruz de Cristo sirva para volver a acercar a los judíos y a los cristianos, no para contraponerlos; que también la celebración de la cruz del Viernes Santo favorezca, en lugar de obstaculizar, este diálogo fraterno.

3. Think globally, act locally
Un lema muy de moda hoy dice: “Think globally, act locally”: piensa globalmente, actúa localmente. Se aplica en particular a la paz. Hay que pensar a la paz mundial, pero actuar por la paz a nivel local. La paz no se hace como la guerra. Para hacer la guerra, se necesitan largos preparativos: formar grandes ejércitos, preparar estrategias, establecer alianzas y luego pasar al ataque compacto. Ay del que quisiera empezar primero, solo y separado; sería votado para una derrota segura.
La paz se hace exactamente al contrario: comenzando de inmediato, siendo los primeros, incluso uno solo, también con un simple apretón de manos. La paz se hace, decía el papa Francisco en una ocasión reciente, "artesanalmente". Como mil millones de gotas de agua sucia nunca harán un océano limpio, así miles de millones de personas sin paz y de familias sin paz nunca harán una humanidad en paz.
También nosotros, que estamos aquí reunidos, tenemos que hacer algo para ser dignos de hablar de paz. Jesús, escribe el Apóstol, ha venido a anunciar "la paz a los alejados y la paz a los cercanos" (Ef 2, 18). La paz con "los cercanos" a menudo es más difícil que la paz con "los alejados". ¿Cómo podemos nosotros, los cristianos, llamarnos promotores de la paz, si después nos peleamos entre nosotros? No me refiero, en este momento, a las divisiones entre católicos, ortodoxos, protestantes, pente

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