Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

martes, 5 de mayo de 2015

Ahora que está de moda hablar de tal y tal cosa "del siglo", habrá que hablar de "la rivalidad del siglo": la de Messi y Cristiano, que es real, no como la rivalidad ficticia de Mayweather y Pacquiao...Declaro que voy a Lionel Messi, el otro me parece un pobre portuguesito utilizado por los medios para vender productos en base a su físico, cosa que le ha causado mucho daño a él no a su bolsillo, Cristiano no tiene la personalidad y naturalidad de David Robert Joseph Beckham (Leytonstone, Londres, 2 de mayo de 1975) para jugar ese papel de "niño bello", ser modelo y jugar al "metrosexual"...En cambio Lionel Messi mantiene el espíritu alegre y dedicado del jugador que ama al fútbol y sabe lo que debe hacer, no va a desfilar el atuendo de moda o los "chocolaticos abdominales" a la cancha...Viene de sufrir un problema severo con la hormona del crecimiento, handicap que hace que la familia se mude a Barcelona (España) desde Rosario (Argentina) en busca de la salud del niño, de ahi que su sobrenombre sea "La Pulga", que con los años y el tesón de la disciplina, lo convierte en el jugador que algunos consideran "el mejor del mundo"...

Messi y Cristiano Ronaldo, la “rivalidad del siglo”

La de Messi y Cristiano Ronaldo es una rivalidad que ya dura años / AFP
La de Messi y Cristiano Ronaldo es una rivalidad que ya dura años / AFP
La pugna se prolonga además en la Champions League: ambos llevan 8 goles esta temporada y un total de 75 durante sus respectivas carreras 

Ahora que está de moda hablar de tal y tal cosa "del siglo", habrá que hablar de "la rivalidad del siglo": la de Messi y Cristiano, que es real, no como la rivalidad ficticia de Mayweather y Pacquiao.
Los aficionados al fútbol deberíamos dar las gracias a los caprichosos dioses del fútbol por habernos dado, al mismo tiempo, al argentino y al portugués.
Porque semana a semana estos monstruos se superan a sí mismos, espoleados por el ejemplo del rival.


Este fin de semana, por ejemplo, Messi marcó dos goles en una goleada 0-8 al Córdoba y además le cedió a Neymar la ejecución de un penal, que pudo ser el tercero, dejando el proscenio a Cristiano, que hizo tres al Sevilla en un disputadísimo 2-3.
Así, CR7 lleva 42 goles en la Liga, dos más que M10.
Y, de seguir a este ritmo, con tres fechas pendientes en el calendario, ambos podrían rozar y, con suerte, superar el récord histórico de 50 goles, logrado por Messi en 2011-2012.
La pugna se prolonga además en la Champions League: ambos llevan 8 goles esta temporada y un total de 75 durante sus respectivas carreras.
Esa cifra es histórica, ya que sólo Raúl se acerca, con 71 goles en 142 partidos europeos.
En promedio de goles "europeos" Messi (0,78) supera a Cristiano (0,66).
Y la igualdad podría romperse en los partidos de ida semifinales de esta semana: Juventus-Real Madrid, el martes, y Barcelona-Bayern Munich, el miércoles.
Rivalidad sin precedentes
No hay, en la historia del fútbol, ningún otro caso de una rivalidad tan estimulante, tan fructífera, que tanto placer haya dado a su público.
Estamos hablando de una coincidencia histórica que muy difícilmente se repetirá, porque los grandes, los auténticos cracks, capaces de acompañar a Pelé en su panteón, suelen crear su propia época y sofocan a los aspirantes.
La mayor rivalidad del fútbol es ficticia, ya que Pelé (ahora de 74 años de edad) y Maradona (54 años) nunca se enfrentaron en un campo de juego y pertenecen a épocas diferentes: el brasileño estaba en su último año de su retiro dorado en el Cosmos cuando el argentino debutó en primera división.
Pero la dualidad es atractiva, tanto en fútbol como en muchas otras cosas. Pelé y Maradona atraen porque, a calidad semejante, unen personalidades y circunstancias muy diferentes.
El contraste es la chispa que enciende la rivalidad, y convengamos en que el cotejo Cristiano-Messi es casi tan acentuado como el de Maradona-Pelé.
Otro gran futbolista argentino, Alfredo Di Stefano, de estatura semejante a la de Pelé, tampoco se enfrentó al brasileño, aunque sus carreras coincidieron: La Saeta Rubia jugó en el Real Madrid entre 1953 y 1964.
Estas comparaciones sólo son legítimas si brotan del pueblo: los aficionados brasileños atesoran la rivalidad entre Pelé y Garrincha y pusieron sus nombres a los vestuarios del Maracaná ("Pelé" el de la visita, "Garrincha" el del local).
La verdadera rivalidad de Di Stéfano en España fue con László Kubala, el húngaro del Barcelona, injustamente olvidado en las listas de grandes jugadores que suelen confeccionar en otros países.
Ellos eran los mejores jugadores en España y representaban la porfía entre Madrid y Barcelona, pero a diferencia de CR7 y M10 se llevaban muy bien.
De Cruyff y Beckenbauer a Ronaldo y Batistuta
Otros dos grandes jugadores contemporáneos, el holandés Johan Cruyff y el alemán Franz Beckenbauer, actuaron en ámbitos diferentes.
Aunque ambos coincidieron fugazmente en el fútbol de Estados Unidos y también se enfrentaron en la final del Mundial de 1974, que Alemania ganó 2-1.
Gerd Müller, otro de los grandes del fútbol alemán, marcó el gol de la victoria ese día. Los alemanes atesoran la rivalidad de Müller (365 goles en la Bundesliga) con Klaus Fischer (268) y Jupp Heynckes (220), pero estos últimos nombres no tienen mucho poder de sugestión popular en otros países.
Y este es el defecto de este tipo de encuesta: con el tiempo, las rivalidades reales suelen perder su capacidad de fascinación.
Un ejemplo claro es el de Ronaldo (Nazário) y Gabriel Batistuta en Italia entre 1997 y 2002. El calcio era la liga de referencia entonces: los mejores jugadores militaban en clubes italianos y la audiencia internacional era multitudinaria.
Pero la memoria del fútbol es flaca y relativamente pocos recuerdan ahora el duelo de goles entre El Fenómeno y Batigol: Ronaldo siguió su camino y ahora figura en todas las listas de los mejores jugadores de todos los tiempos.
Una rivalidad auténticamente italiana es la de Francesco Totti y Alessandro del Piero, mientras que en Inglaterra mencionan dos también recientes: Steven Gerrard-Frank Lampard y Patrick Vieira-Roy Keane, que no tienen la solera que se le podría atribuir a la de Kenny Dalglish con Bryan Robson.
En Francia, los dos grandes de los últimos 30 años, Michel Platini y Zinedine Zidane, que no coincidieron en el campo de juego, están enlazados en una rivalidad ficticia, porque se disputan la primacía nacional.
La lista puede ser tan extensa como las preferencias de los aficionados.
Una de las "rivalidades" más duraderas del fútbol ha sido la de dos porteros que muy de tarde en tarde se encuentran, pero cuando lo hacen saltan chispas: Iker Casillas y Gigi Buffon… que casualmente se verán las caras mañana martes en Turín y, nuevamente, el miércoles 13 de mayo en Madrid.
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Lionel Messi nació el 24 de junio de 1987 en la ciudad de Rosario, en la provincia de Santa Fe. Es hijo de Jorge Horacio Messi, trabajador de una fábrica, y de Celia María Cuccittini, una limpiadora de medio tiempo.73 74 75 Su familia paterna tiene ascendencia italiana: su bisabuelo, Angelo Messi, era oriundo de Recanati y se mudó a Argentina en 1883.76 77 Tiene dos hermanos, Rodrigo y Matías, y una hermana, María Sol.78 Dos de sus primos (Maximiliano y Emanuel Biancucchi) son también futbolistas.
Con apenas cinco años, Messi dio sus primeros pasos en Grandoli, un club de barrio al sur de Rosario, a pocas cuadras de su casa. El club estaba dirigido por su padre.79 Posteriormente jugó algunos partidos con el Central Córdoba.80 En 1995, comenzó a entrenarse en las divisiones inferiores de Newell's Old Boys,79 club con el que obtuvo la Copa de la Amistad de Perú en 1997. A la edad de 11 años, le fue diagnosticada una deficiencia de la hormona de crecimiento.81 El Club Atlético River Plate mostró cierto interés en el progreso de Messi sin embargo, no creyó conveniente desembolsar el dinero para pagar el tratamiento que tenía un costo de U$D 900 por mes.75 Carles Rexach,82 director técnico del Barcelona, notó el talento de Messi y éste tenía parientes en Lérida, España, siendo capaz, junto con su padre, de iniciar un viaje.75 El Barcelona lo fichó después de verlo jugar,83 ofreciéndose entonces a pagar los costosos tratamientos si él se mudaba a España.79 Su familia se trasladó a Barcelona en donde comenzó a jugar con equipos juveniles.83
Messi empezó a jugar en las categorías inferiores del F. C. Barcelona a la edad de 13 años. En ellas fue compañero de equipo de Cesc Fàbregas y Gerard Piqué entre otros. Uno de sus primeros técnicos fue Tito Vilanova, quien años más tarde sería su entrenador en el primer equipo.

La conmovedora tragedia que atraviesa Lionel Messi

¿Por qué el jugador recibió molesto el Balón de Oro en el pasado Mundial de Fútbol?

Semana 2014/07/26









El siguiente texto fue escrito por el periodista argentino Ernesto Morales y es un crudo retrato de la vida del futbolista más famoso del planeta al que a cada segundo se le exige más, más y más. Semana.com lo reproduce por las sorprendentes revelaciones que permiten ver a los aficionados al fútbol mucho más allá de lo que ocurre en las canchas

“La única vez que vi a Lionel Messi en persona, delante de mí, dos cosas me llamaron poderosamente la atención. Primero: era mucho más frágil de lo que imaginaba. Exceptuando sus piernas, desde luego, todo en él me recordaba a un niño. Si su estatura es 8 centímetros más baja que la mía, su torso es la mitad de estrecho que el de un adulto promedio, como si se tratara de un adolescente cuyo tórax no se terminó de desarrollar. 

Segundo: Lionel Messi no disfrutaba aquel espectáculo de luces y flashes y autógrafos pedidos y cámaras de televisión con reporteros que, como yo, intentaban obtener una reveladora entrevista suya. Recuerdo haber pensado: este chico, solo quería jugar. Y lo han traído de la mano a esto.

Era el año 2012, acababa de ganar su tercer Balón de Oro, y estaba en Miami como parte de esa gira esperpéntica llamada “Messi & Friends”, organizada por la fundación que lleva su nombre, donde se desarrollaban partidos entre dos equipos-frankenstein, armados a como diera lugar con jugadores estelares, para exhibición y recaudaciones benéficas.

La lectura del marketing podría ser esta: “El mejor jugador del mundo dedica sus vacaciones a jugar fútbol para recaudar dinero con fines benéficos”. La lectura un poco más profunda sería otra: “Un chico que solo quería jugar al fútbol, debe cumplir también en sus vacaciones con obligaciones, sin descanso, porque la maquinaria de dinero, de publicidad, exige fundaciones como la suya, benéficas, para paliar los impuestos millonarios a sus ingresos”.

De repente debía ganar más dinero para que le quitaran menos de su dinero. Y del dinero de su padre. Y del dinero que le generan Adidas, y Head & Shoulders y Doritos y la retahíla de transnacionales que pagan por su imagen. Y Leo Messi, cuando empezó todo esto, con cinco añitos, solo quería jugar al fútbol. Esa linda y sobrecogedora palabra: jugar.

Cuando Lionel Messi me firmó el tennis que guardo en una vitrina de mi casa, apenas me miró, aquella tarde en los vestuarios del Sun Life Stadium. No miraba a nadie. No podía. Sus pupilas no tenían forma de fijarse en ningún punto concreto: tenía cien flashes encima, ocho cámaras de televisión, y un cordón de guardaespaldas liderado por su tío que no por ser su tío tenía la complexión del sobrino. Es bajo como él, pero es un pequeño Neandertal con brazos de orangután. Tengo el recuerdo grabado en la memoria con espantosa fijación: aquel chico, tres años menor que yo, literalmente no podía dar un paso con libertad. Su cara era una forma de la angustia sobrellevada.

En los vestuarios del stadium de Miami conversaban y se cambiaban esa tarde, con total naturalidad, futbolistas de élite como Radamel Falcao, Didier Drogba, Fabio Cannavaro y Diego Forlán. Ellos podían, aunque fuera a trompicones, tener una vida normal. Se tomaban un par de fotos, hablaban entre ellos, socializaban incluso con nosotros los periodistas. Lionel Messi no. Adidas exigía, como parte de los acuerdos contractuales de esta gira benéfica, seguridad personalizada a toda hora y en todo sitio. Y a toda hora y en todo sitio incluía también las duchas. Messi no podía bañarse y cambiarse en el mismo vestuario que el resto. 

Y todo esto había empezado en un barriecito de Rosario, Argentina, veinte años atrás, con un chiquillo que solo quería jugar al fútbol.

Messi no nació normal. Además de la deficiencia hormonal que le obligó a mudarse a Barcelona en su infancia para recibir tratamiento durante años, nació con una forma leve de autismo descubierta por el psiquiatra y pediatra austríaco Hans Asperger. 

Cuando en este 2014 Messi dijo que no sabía nada de sus cuentas bancarias y deudas con Hacienda, que todo eso lo llevaba su padre, difícilmente no estuviera diciendo la verdad. No solo porque su genio es para el fútbol, no para la economía y la mercadotecnia, sino porque él solo ponía las piernas. Su síndrome de Asperger da para una concentración extraordinaria en un asunto (en su caso el fútbol), y para nada más. Los cerebros que controlan los hilos de su nombre y su marca y su cotización, empiezan en su padre y terminan, quién sabe, en una red de abogados y firmas donde cada cual saca su apetitosa tajada. 

A Messi, su padre le decía: “Tú juega al fútbol. Déjame el resto a mí”. El chico al que ni la escuela, ni otros deportes, ni la televisión ni los viajes le interesaban, el rosarino pequeñito de 10 años, al que solo le interesaba inyectarse los muslos para poder jugar al fútbol, de repente se descubrió debiéndole 35 millones de euros a Hacienda.

Cuando Lionel ganó su primer Balón de Oro, en 2009, el escritor uruguayo Eduardo Galeano dijo que a Messi deslumbraba verlo porque no había dejado de jugar como un chiquilín de barrio. Era verdad. Así jugaba Lionel. Y así no juega ya. Por el camino, en esa línea que debía ser recta entre un deportista fascinantemente talentoso y el deporte que solo quiere practicar, han entrado a jugar otras demasiadas variables que en nada son poéticas ni ingenuas como la palabra jugar.

De repente Messi se vió con un peso sobre sus hombros: ser el sustituto de Maradona. Él no lo pidió. El solo pidió jugar al fútbol. Pero su país y nosotros, los hinchas, le otorgamos esa empresa como quien envuelve el mapa del tesoro en la piel de un animal, y lo pone en manos de un héroe que debe partir. 

De repente se vio, además, como una industria de hacer euros. Lo mismo posando en calzoncillos, que vistiendo los carnavalescos trajes de Dolce & Gabbanna, que lavándose la cabeza con champú que de seguro ni usa. Pero eso le decían sus asesores, sus familiares, sus abogados, que debía hacer. Un rasgo distintivo de los síndromes de Asperger es su noble capacidad para obedecer. Messi terminó siendo como todos quisieron que fuera.

Y después vinieron los Balones de Oro. No importaba que él solo balbuceara una y otra vez que solo quería jugar al fútbol. Nada de eso. Tenía que ser la estrella del circo. Tenía que exhibirse como el principal gladiador del coliseo romano. Uno tras otro los Balones de Oro que la FIFA le arrebató a una revista francesa, madre de la iniciativa. Toma. Ahí los tienes. Eres el mejor del mundo. No nos basta con tu juego hermoso, divertido, de fantasía. No es suficiente con que hagas más bello este deporte todavía. Tienes que ser nuestra cabeza de turco. Nuestro fantoche. Algo que vender, porque te van a comprar: eres demasiado bueno.

¿Porque él los quería? No, casi de seguro: porque nosotros los queríamos. Nosotros, los consumidores adictos al fútbol. Los que exigimos cada vez más torneos, aunque los futbolistas tengan cada vez menos piernas. Y nosotros pagamos por eso. Pagamos por camisetas, por membresías de clubes, entradas a stadiums, juegos de Playstation, posters. Nosotros pagamos, la industria pone luces, cámaras y acción; los futbolistas, llámense Messi, o Cristiano, que pongan sus muslos y sonrían. 

Y uno termina preguntándose si aquel chico se acordará, entre tanta vorágine y tanta podredumbre, de que él solo quería jugar al fútbol. Como otros queríamos ganarnos la vida escribiendo, otros bailando, y otros pintando cuadros. Divertirnos, solo eso.

El primer gran enemigo de la FIFA, casualidad macabra, es el hombre cuya Historia ha atormentado al rosarino Messi, sin ninguno de los dos quererlo. Es un atorrante incontenible, un comunista vomitivo y futbolista sin comparación posible, llamado Diego Armando Maradona. 

Maradona se ganó la animosidad de la FIFA por hacer algo impensable, digamos: denunciar a los cuatro vientos que esa banda de rufianes que había organizado al fútbol alrededor de cuatro letras, se comportaba como una mafia sonriente con todo el poder del mundo, sin oposición o control posible. 

Muchos se preguntan, de no haber sido Maradona el enemigo declarado de la FIFA si su carrera habría sido truncada de forma tan escandalosa por aquel positivo a la endorfina, en 1994. No era el primero, no sería el último en dar alterado en un test de doping. Con Maradona, el bocón, el bastardo, no hubo atenuante posible. La FIFA sonreía.

Hoy, rebelarse contra la FIFA es prácticamente imposible si quieres patear balones de manera profesional. El organismo tiene impunidad para, por ejemplo, no pagar impuestos y derogar leyes vigentes en los países donde celebra sus torneos si estas afectan sus intereses económicos. Y está dirigida por un señor mayor llamado Joseph Blatter desde hace 16 años. Blatter es solo 10 años más joven que Fidel Castro, y para mí, oriundo de un país donde las entronizaciones del poder han sido cosa de más de medio siglo, me aterra cualquier mandato demasiado extenso. Más, si el organismo dirigido se autodefine como sin fines de lucro y tiene fondos de reserva en bancos suizos (la casa natal de Blatter) por mil millones de dólares.

Y esa es la organización que decide las vidas de chicos como Lionel, como James, como Suárez, como Cristiano. Jóvenes de entre 20 y 28 años que comenzaron viendo el fútbol no como un empleo, no como una forma de hacer dinero, no como mira un lobo de Wall Street los indicadores del Dow Jones: apenas niños que querían divertirse jugando al fútbol.

Las lágrimas de Cristiano Ronaldo al recoger su segundo Balón de Oro, no tienen falla: eran lágrimas de presión. Lágrimas de tensión acumulada. De miedos impuestos por una industria donde todos, sus seguidores y detractores, le exigimos cada vez más, cada vez mejor, cada vez más espectacular. El colmo de lo grotesco: Cristiano Ronaldo debió jugar la final de la Champions League con una orden comercial en su cabeza: “Si marcas un gol, te quitas la camisa, vas hacia el corner, y gritas y sacas músculos, lo más fuertemente que puedas”. ¡Filmaban una película sobre él! ¡Había que lanzar más carne al hambre del espectáculo!

Cristiano, como Messi, solo quería en un principio jugar al fútbol. Hoy, ambos, son los gladiadores que ganan millones despedazándose en medio del coliseo, mientras nosotros decidimos, en las gradas, si con un pulgar arriba o un pulgar abajo, se les perdonan o si se les salvan sus vidas. Nosotros los hemos puesto a pelear entre sí. Probablemente sin nosotros, sin la industria que nos satisface el morbo de la rivalidad malsana, ellos serían amigos o poco menos.

Admitámoslo: esto es grotesco. Esto es una mierda.

Alguien depositó en las neuronas de Lionel Messi una responsabilidad: tienes que ser el mejor de todos los tiempos. No basta con que juegues maravilloso. Tienes que ganar el Mundial, de lo contrario, no serás el mejor de todos los tiempos. Así llegó este chico a Brasil. No como quien viene a una fiesta, lo que debería ser. No como se va a competir con dedicación, pero con disfrute. No. A él se le exigía golear, correr, y ganar. 

Se lo exigía Adidas. Se lo exigía el contrato de mejor pagado del mundo que firmó con Barcelona. Se lo exigía su mercantil padre. Se lo exigía la separatista Catalunya. Se lo exigía una Argentina donde ni siquiera tuvieron a bien ponerle inyecciones de crecimiento cuando chico. Se lo exigía una legión de detractores que, crueles como somos los hinchas futboleros, emplea adjetivos mordaces y destructivos, adjetivos que vendrían bien a asesinos seriales o dictadores de pueblos, no a jóvenes que corren detrás de un balón. Se lo exigía yo. Sí: también se lo exigía yo mientras veía hoy el partido con mi hijo de seis meses sobre mis piernas.

Messi ha fallado. Messi miraba al cielo en el momento de mandar ese tiro libre a las nubes. El mismo que otras veces se clavó en la red, hoy fue a parar al cielo de Río a donde doscientos mil argentinos ponían sus rezos para que el equipo no se fuera así, sin más. Y Messi era el culpable. Era culpable de no estar ya a su mejor y más rutilante nivel, y, oh pecado, era culpable de no ser ya el mejor de la Historia.

De repente lo recordé caminando delante de mí, dos años atrás, firmándome aquel zapato con las pupilas dilatadas por tanto bullicio y luces alrededor de él. Recordé su cara de angustia, de quien quiere desaparecer y tumbarse en el sofá a ser un tipo simplemente normal: la misma cara con la que recogió, en el sopor de la máxima humillación, el último premio que todavía hoy le tenía la FIFA listo, contra toda lógica y toda comprensión. 

Yo vi a Messi esta tarde y de repente sentí lástima por él, y por la tragedia silenciosa que es toda esta profesionalización, esta industria de circo, descarnada, indolente, donde tantos futbolistas se han suicidado y a otros tantos les ha explotado en la cancha el corazón; esta industria donde se coronan a héroes y se desguazan a derrotados; esta cultura despiadada donde miles de periodistas como yo escribirán hoy sus crónicas de la derrota y con un dedo señalarán, señalaremos, todos a Lionel Andrés, un muchachito de un metro sesenta y nueve centímetros, medio autista y medio genio, que no pidió ser el mejor de nada, que no soñaba con Balones de Oro ni cláusulas de 250 millones en Barcelona, y al que solo, en realidad, le interesaba poder divertirse un poco jugando al fútbol”. 

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