Psiquiatría y espiritualidad
Después de un tiempo vuelvo hoy a retomar mis reflexiones personales que siempre van acompañadas de su nube de palabras. Hoy quiero pensar en voz alta sobre la traumática relación que siempre existió entre la psiquiatría y la espiritualidad. La orientación racionalista y materialista de la corriente principal de la ciencia ha determinado la actitud de la psiquiatría y la psicología hacia la espiritualidad, el misticismo y las enseñanzas detrás de las religiones institucionalizadas o dispersas. En un universo en el que la materia es lo principal y la vida y la conciencia sólo sus productos accidentales, sus epifenómenos, no puede haber un reconocimiento auténtico de la dimensión espiritual de la existencia que la contradiga.
Frecuentemente se dice que las tres grandes revoluciones de la historia de la ciencia han mostrado a los seres humanos su posición verdadera en el universo. La primera fue la revolución copernicana, que derrocó la creencia de que la Tierra era el centro del universo y que la humanidad ocupaba un lugar especial en él. La segunda fue la revolución darwiniana, que acabó con el concepto de que los seres humanos teníamos un lugar especial y único entre los animales. Finalmente, la revolución freudiana, que redujo la psique al papel de derivado de los instintos básicos.
Una psiquiatría y psicología gobernadas por puntos de vista excesivamente “materialistas” son incapaces de distinguir entre las creencias religiosas superficiales e intolerantes, que caracterizan las interpretaciones generales de muchas religiones y la profundidad de las tradiciones místicas auténticas de las grandes filosofías espirituales milenarias, como las diferentes escuelas de yoga, al shivaísmo, el Budismo en todas sus formas, el Zen (también budista), el taoísmo, la cábala en tanto enseñanza experiencial, gnosticismo o sufismo musulmán, entre otras. La corriente principal de la ciencia no reconoce aún el hecho de que estas tradiciones son el resultado de siglos de investigación sobre la mente y la conciencia humana combinando la observación sistemática y alerta, la experimentación y la elaboración de teorías de una forma similar al método científico. Todo un corpus de conocimiento, tornado en sabiduría, que Aldous Huxley denominó hace tiempo como filosofía perenne.
La psicología y la psiquiatría estándar todavía hoy rechazan cualquier forma de espiritualidad, por muy sofisticada y bien fundada que sea. En ese contexto se considera a la espiritualidad equivalente a superstición primitiva, falta de educación o psicopatología clínica. Las convicciones espirituales existentes en culturas no occidentales son atribuidas a la ignorancia, credulidad infantil y superstición. Esta interpretación no es válida dentro de nuestra sociedad, obviamente, sobre todo cuando se da entre individuos muy inteligentes y altamente preparados. En este caso, la psiquiatría recurre al psicoanálisis y sugiere que los orígenes de la religión se encuentran en conflictos de la infancia y niñez no solucionados: el concepto de deidades refleja la imagen de figuras paternales, la actitud de los creyentes hacia ellas son signos de inmadurez y de dependencia infantil y los ritos indican una lucha contra impulsos psicosexuales comparables a los de un neurótico obsesivo-compulsivo.
Las experiencias espirituales directas, tales como los sentimientos de unidad cósmica, la percepción de una energía divina que fluye a través del cuerpo, secuencias de pasaje muerte-renacimiento, visiones numinosas de belleza sobrenatural o sueños con personajes arquetípicos son conceptualizados como distorsiones psicóticas graves de la realidad objetiva, que indican un proceso patológico considerable o una enfermedad mental. Hasta la publicación de investigaciones como las realizadas por Abraham Maslow, no existía posibilidad alguna en la psicología académica, de que tales fenómenos pudieran ser interpretados de otra forma. Las teorías de Jung, que apuntan en la misma dirección, estaban demasiado alejadas de la línea central de la psicología académica para producir algún impacto de consideración.
El psicoanálisis tradicional, siguiendo el ejemplo de Freud, interpreta los estados oceánicos y de unificación de los místicos como regresiones a un narcisismo primario y a un desamparo infantil y ve en la religión una neurosis obsesivocompulsiva. Franz Alexander, renombrado psicoanalista, escribió hace ya tiempo un ensayo en el que describe los estados logrados por la meditación budista como catatonia autoinducida. Los shamanes o brujos de diferentes tradiciones aborígenes han sido calificados de esquizofrénicos o epilépticos, y se han utilizado epítetos psiquiátricos variados para santones, profetas y maestros religiosos. Existen muchos estudios científicos que explican las semejanzas entre el misticismo y la enfermedad mental, pero hay poco conocimiento de lo que es el misticismo y poca comprensión de las diferencias entre la visión mística del mundo y la psicosis. Hace un tiempo, el Group for the Advancement of Psychiatry describió al misticismo como un fenómeno intermedio entre la normalidad y la psicosis. Otros grupos presentan estos casos especiales como un enfrentamiento entre la psicosis ambulante y la llamativa, o enfatizan el contexto cultural que ha permitido la integración de una psicosis concreta en el entramado social e histórico. Estos criterios psiquiátricos son aplicados rutinariamente y sin distinción a maestros religiosos de la categoría de Buda, Jesús, Mahoma, Sri Ramana Maharshi, Krishnamurti, Ramakrishna, Bodhidharma, Pitágoras, etc., etc.
Esto crea una situación curiosa en nuestra cultura. Persiste en muchas comunidades una presión psicológica, social e incluso política considerable que fuerza a la gente a ir regularmente a la iglesia. Se puede encontrar la Biblia en los cajones de muchos hoteles y moteles, y muchos políticos prominentes y otras figuras públicas utilizan la religión y el nombre de Dios en sus discursos. Sin embargo, si un miembro de una iglesia o congregación tuviera una experiencia religiosa profunda, su cura o pastor lo enviaría probablemente al psiquiatra para que le administrara perentoriamente un tratamiento médico.