Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

sábado, 12 de mayo de 2012

Libro central en nuestra generación el cual leí gracias a nuestro profesor Roberto Lovera De Sola, sólo unos años más viejo que yo, que cursaba 4to. año de bachillerato. en Humanidades


 Pancho Massiani y Piedra de Mar

 
Por Eduardo Mayobre  Texto leído el 12 de abril de 2008, en el Centro Cultural Chacao, en conmemoración de los 40 años de Piedra de Mar

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Yo había pensado improvisar. Me dijeron que lo hiciera. Pero entonces se me empezaron a encadenar las ideas e imaginé que al hablar se me perderían unas y otras aparecerían de improviso. Así que decidí escribir mis comentarios. El primero es que para hablar de Pancho Massiani no puedo pretender decir algo literario sino hacer simplemente una relación de amigos. Lo somos desde junio de 1954, hace ya más de medio siglo, cuando llegué a Santiago de Chile, dentro de los avatares del exilio. Después de haber agotado la etapa de las metras y del fútbol nuestra amistad se hizo en buena parte literaria. Leíamos juntos, nos intercambiábamos libros y autores y ambos pretendíamos llegar alguna vez a ser escritores. Por eso cuando en 1968 apareció Piedra de Mar mi primera reacción fue de envidia. El ya era escritor y yo todavía no había publicado una palabra. Y eso que de niños yo escribía poemas que eran elogiados por nuestros padres mientras que los logros de Pancho se limitaban a sus proezas de centro delantero. Debo aclarar que se trataba de una envidia sana, si es que eso es posible. Yo estaba enamorado y a punto de casarme y me iba a graduar muy pronto de filosofía, con buenas notas, de manera que estaba satisfecho de la vida. Pero eso no quitaba que Pancho pasaba a ser un escritor con obra y yo seguiría inédito hasta ahora.

Gran parte de la culpa podía atribuirla a mi autocrítica. Había vuelto a Chile a estudiar en los años sesenta y cada que me sentaba a escribir terminaba rompiendo mis escritos. Mi madre me había dicho que no había nada más triste que un artista mediocre y me reconocía como tal. En eso influyó que por aquel entonces me deslumbró un autor chileno que aprovecho de recomendar. Se trataba de José Santos González Vera, un estilista cuya obra más conocida se llama Alhué. Intenta que su lenguaje sea tan puro que en las sucesivas ediciones del libro en vez de colocar “edición corregida y aumentada” le agregaba “edición disminuida y corregida”. En Chile era lectura obligatoria en secundaria. Pero González Vera tuvo la misma mala suerte de Juan Ramón Jiménez con Platero. Su prosa era tan fina que no estaba al alcance de los adolescentes. Por ello la encontraban aburrida, por no decir insoportable. Como yo no estudié la secundaria en Chile tuve una reacción muy diferente. Trataba de imitarlo y pulía mis textos de tal forma que los llevaba a un mínimo insignificante. Así, después de miles de intentos llegaba por fin a la frase “la casa es blanca” y como era tan inocua terminaba por arrugar la hoja y botarla a la basura.

Mientras tanto Pancho se había decidido a escribir. Nada menos que una novela. Se había tirado al agua y había aprendido a nadar. Hegel, el filósofo, decía que es imposible aprender a nadar fuera del agua. Pues bien, Pancho se había tirado al agua sin ahogarse, mientras yo hacía calistenia desde el borde. De ahí mi envidia. Por ello cuarenta años más tarde Pancho es un escritor reconocido en todo el mundo de habla castellana. Claro que para tirarse al agua hay que tener ciertas habilidades naturales. Si yo lo hubiera hecho a lo mejor me ahogo.

Volviendo a Pancho, Piedra de mar fue un éxito inmediato. Era una novela extraña por lo simple. Cada quien podía reconocerse en ella, a pesar de que su trama podía parecer como simplona. Tenía una autenticidad que desde hacía tiempo se había perdido dentro de los laberintos de la llamada literatura existencial. No pretendió hacer experimentos. Simplemente contaba. No tenía moralejas. Mostraba, como en el título de una obra de otro autor chileno, Oscar Castro, la vida simplemente. Es curioso que una de las personalidades de mayor influencia en Pancho en esos años fue uno de los escritores más difíciles de la literatura venezolana de entonces, Guillermo Meneses. Pero Massiani supo destilar de su difícil prosa lo que había de humano y cotidiano. Y lo expresó directamente y sin ambages. Corcho, el personaje principal de la novela, muestra una angustia existencial del día a día. Aquella que hemos tenido todos los que alguna vez frecuentamos Sabana Grande.

Para la época, estaba de moda la literatura heroica. Cada quien quería ser el Ché Guevara y exponer un mensaje. Alfredo Bryce Echenique cuenta con una gracia inigualable como intentaba escribir una novela sobre los trabajadores peruanos en la cual se inspiraba en los obreros de París, únicos proletarios que había conocido. Pancho Massiani no cae en esas exigencias de la época. Se limita a las turbulencias de un muchacho que aspira a encontrarse con la vida. Y esa simplicidad es la que le da cuerpo a la novela. Como dijo su hija Alejandra en una entrevista, es capaz de elaborar los hechos más simples. Y es eso lo que le da aPiedra de Mar la permanencia que ahora estamos celebrando.

Para mi generación la novela fue un relato de lo que nos sucedía. Sin artificios ideológicos o teóricos. Pero es de hacer de hacer notar que para las generaciones posteriores no ha perdido vigencia. Sabana Grande ya no es lo mismo que era entonces, pero las tribulaciones de Corcho no le son extrañas a la generación de nuestros hijos. A ello ha contribuido el hecho de que Piedra de Mar sea lectura prescrita en los colegios. Una lectura que absorben apasionadamente y los hace encontrarse consigo mismos. En este sentido ha corrido mejor suerte que Juan Ramón Jiménez y González Vera, sin que su prosa desmerezca y sin haber hecho concesiones para ser agradable.

Se ha dicho que Piedra de Mar es una obra adolescente. Nada más equivocado. Se refiere a la adolescencia, que es algo muy distinto. Es una novela madura y de madurez, aunque su autor la haya escrito siendo muy joven. En tal sentido es equiparable a  Un mundo para Julius, de Bryce Echenique, que siendo la primera de sus múltiples novelas, es probablemente una de las más acabadas y maduras. Porque la madurez es un problema de compresión y de oportunidad más que del transcurrir del tiempo.

Volviendo a la experiencia personal, cuando mi hija mayor tuvo que leer la novela en el bachillerato descubrió que el más importante de mis amigos era Pancho Massiani. Yo entonces estaba en el gobierno y me movía con personas que “sonaban”. Pero alguien recomendado en el colegio superaba a todos los políticos y técnicos. Le comenté entonces a Pancho que tenía a mi hija desconcertada. Porque su imagen no se correspondía con quien para ella pasó a ser en ese entonces el más importante –nombrado en el colegio- de todos mis amigos.

El año que viene mi nieto probablemente tendrá que leer por orden del colegioPiedra de Mar. Estoy seguro que para él será un descubrimiento. Se sentirá un venezolano de aquí y ahora. Aunque ya Sabana Grande sea sólo un fantasma y no existan ni Castellino ni el Cine Las Palmas. En éste último cine sentí una de las mayores vergüenzas de mi vida gracias a Pancho Massiani. La cuento ahora como un exorcismo de algo que mantuve en secreto durante muchos años. Resulta que daban una película francesa de la nouvelle vague para mayores de dieciocho años. Pero yo me veía muy niño para poder entrar. Pancho me convenció de que si me ponía un sombrero, un impermeable y me dejaba pintar un bigote con un corcho quemado me dejarían entrar. Así lo hicimos. Pancho, que se veía mayor, compró las entradas. Cuando se las entregamos al portero y me vio no dijo nada. Sólo lanzó una carcajada. Yo tampoco, conciente del ridículo, dije nada, sino que me di vuelta y volví a la casa de los Massiani. Estas aventuras le hubieran podido suceder a Corcho, y más de una así le sucedieron.

Lo cierto es que cuarenta años después de que Piedra de Mar fuera publicada nos encontramos hoy celebrando una novela que ya es parte de la historia de la literatura venezolana. Pancho no la hizo solo. Además de las mujeres que aparecen y reaparecen en el texto retrata una época y un tono que vivimos más allá de todas las angustias vitales y políticas con que nos disfrazábamos. Castellino era más real que la sierra de Coro o las montañas de El Bachiller. Y eso lo capta Pancho en su novela. Y por ello ha permanecido en la imaginación de nuestros jóvenes.

Lo otro es el lenguaje. Tampoco se hizo solo. Se necesita mucha lectura y mucha escuela para no tropezarse en la escritura. Pancho tuvo la escuela y la biblioteca de su padre. Como Pancho, Don Felipe Massiani era distraído con todo, menos con las palabras. Les tenía el respeto que merecen en cuanto nos permiten comunicarnos con las ideas y con nuestros semejantes. Por eso sabía tratarlas y las manejaba con pericia.   

Pancho es un hijo digno de su padre y un hijo indigno de su madre, la señora Edith, que era toda mesura. Pancho es la desmesura, excepto cuando escribe. No puede evitar, como en Piedra de Mar, hablar de sus exageraciones, pero lo hace con un lenguaje en el que no sobran las palabras. Cada una dice algo, incluso cuando hay repeticiones.

Una de las características de Piedra de Mar es que su personaje central, Corcho, está siempre hablándole a alguien. A Carolina, a Kika, a Lagartija, a los lectores. Quiere decirnos algo. Por ello cuando la leemos nos sentimos interpelados. Y respondemos. Y queremos intervenir, hablar con los protagonistas. Nos sentimos parte de la trama. Y entonces se nos quita la envidia. Porque hacemos a la novela nuestra, en el sentido de entrañable. Y eso es Piedra de Mar. Un relato entrañable para los venezolanos, que no se gasta sino se pule con el tiempo. Y que cuarenta años después de su publicación nos parece tan fresco y espontáneo como entonces.
                                                                                                                                                                            12 de abril de 2008

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