Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

jueves, 4 de junio de 2015

Al aproximarme a las costas venezolanas, al ver a lo lejos los cerros que le sirven de marco al puerto de La Guaira y cómo en su isócrono vaivén se aposentaban ante mi atónita mirada, sazonada por la normal alegría de regresar a casa. Muy pronto se desvaneció el sortilegio y el "éter sereno" se transfiguró en la penosa visión de un grueso cordón de miseria, que le ha robado a la atávica noción celestial su halo metafísico, para erigirse en estupor y vergüenza.

Crónica de la tristeza

RICARDO GIL OTAIZA |  EL UNIVERSAL
jueves 4 de junio de 2015  12:00 AM
Al aproximarme a las costas venezolanas, al ver a lo lejos los cerros que le sirven de marco al puerto de La Guaira y cómo en su isócrono vaivén se aposentaban ante mi atónita mirada, sazonada por la normal alegría de regresar a casa, recordé en el desvarío los hermosos versos de Vuelta a la Patria del poeta lírico Juan Antonio Pérez Bonalde: "¡Tierra! Grita en la proa el navegante / y confusa y distante, / una línea indecisa / entre brumas y ondas se divisa; / poco a poco del seno / destacándose va del horizonte, / sobre el éter sereno, / la cumbre azul de un monte (...)". 

Muy pronto se desvaneció el sortilegio y el "éter sereno" se transfiguró en la penosa visión de un grueso cordón de miseria, que le ha robado a la atávica noción celestial su halo metafísico, para erigirse en estupor y vergüenza. Como las lentes de las cámaras fotográficas van afinando el campo hasta llegar a la resolución buscada, el vaivén de las aguas nos empujaba segundo a segundo a la cruda mirada; a la sórdida y oscura realidad. La Guaira, otrora hermoso puerto histórico, principal entrada marítima y triunfal de Venezuela, es hoy fiel representación del deterioro que se percibe por doquier.

Desde la proa del barco podíamos contrastar lo visto en otros contextos, y lo hallado en el nuestro. A mi lado alegres turistas europeos tomaban fotografías a aquél ominoso espectáculo, y en sus rostros podía percibir (tal vez adivinar) su asombro, su conmoción ante lo que en sus fueros internos calificarían como horroroso: un caos de miseria elevado a la cima de monumento a la infamia. Otros dos turistas, esta vez de Latinoamérica, conocedores de mi nacionalidad, no pudieron contener ante mi persona sus opiniones y reticencias, y sin más me espetaron en la cara: "¿Cómo es posible que un país con tantas riquezas naturales exhiba a quienes llegan a sus costas un espectáculo tan deprimente? Sin esperar respuesta de mi parte (estaba literalmente en shock) concluyeron con una sentencia dolorosa pero irrefutable: "Nosotros no nos bajamos aquí para que nos atraquen y hasta nos maten. No hay mucho qué ver".

Pasado el primer sofocón de bienvenida nos aprestamos a bajar del barco para someternos a la experticia legal. Primer impacto: el detector de metales no funcionaba. Sorteado este imprevisto llegamos hasta la sala de embarque/desembarque y el calor nos golpeaba con tal furia que al cerciorarme del porqué encontré que el aire acondicionado no funcionaba. Tenía que sacar dinero de un cajero automático y en plena cola la dichosa máquina quedó "fuera de servicio". Me pasé para el cajero del banco de enfrente y la cola no se movía. Necesitaba el dinero para subir a Caracas y de allí a Valencia, y tuve que esperar con paciencia franciscana mi turno. Una vez frente al cajero entendí la causa de la demora de cada cliente: la máquina dispensaba sólo pequeñas cantidades de dinero y para quienes necesitábamos mayor efectivo, requeríamos repetir cuatro y cinco veces la misma operación. Antes de salir del sitio se me antojó ir al baño y, ¡sorpresa!, no había agua.

La alegría interior me impidió colapsar y enfurecerme a las primeras de cambio al llegar a mi "tierra", pero a medida que han pasado los días y reflexiono sobre todo esto, la molestia inicial y la vergüenza se me transforman en tristeza por el país, en nudo en la garganta, en dolor rayano en impotencia por lo que podíamos ser, y lo que lastimosamente somos. Tal vez las duras palabras de los turistas latinoamericanos me hicieron bajar de la nube poética y del lirismo, que me embargaban al llegar a La Guaira, y fue entonces cuando caí en cuenta que nos hemos acostumbrado al caos, a la red de miseria, a la basura, a las colas, a la escasez y, en definitiva, a la baja calidad de vida.

Busqué el poema in extenso de Pérez Bonalde, y encontré estas estrofas: "en vez de cielo y verdes palmas, / hallé nieblas y ábregos, y un frío / que helaba los espacios y las almas". Ni mandado a hacer..., me dije con cierta desazón.

@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com 

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