Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

jueves, 3 de marzo de 2011

Con todo respeto a Hugo Chávez para que sepa la historia en que está metido desde sus orígenes. Parte I

…Y McLuhan tenía razón

ND 11 Marzo, 2011

Es inconmensurable la deuda cultural de Occidente con los pueblos árabes; considerando nada más el aspecto lingüístico, el segundo idioma más hablado del mundo, el español (con 358 millones de parlantes), contiene un 17 por ciento de su léxico de palabras árabes; en el discurrir de unos siete siglos, a partir de la aparición de Mohamed, y debido a la religión que proclamó, el Islam, los moradores del Medio Oriente pasaron de ser tribus dispersas de culturas primitivas, nómadas muchas de ellas, todas politeístas, a naciones organizadas, culturalmente unificadas, que desarrollaron una las civilizaciones más sofisticadas conocidas en la Historia de la humanidad.


La cultura islámica de la Edad Media era considerablemente más evolucionada que la europea en sus mejores manifestaciones; los cruzados regresaron literalmente con los sentidos deslumbrados por los placeres exóticos que habían descubierto entre los infieles; de su experiencia en el Medio Oriente trajeron recuerdos, algunos horrendos –las matanzas de las batallas–, otros deleitables –las mujeres de los harenes, lujos y comodidades jamás imaginados, comidas exquisitas– y entre esas cosas materiales y espirituales, una visión del cosmos diferente, en la que el misticismo islámico se entremezclaba con la sensualidad sibarítica oriental llevada al extremo y con los conocimientos científicos más avanzados de la época.

Y uno de los enigmas de la Historia es su estancamiento a partir del s. XIV, aproximadamente; por esta época, los europeos asumen el desarrollo de la civilización, en gran medida a partir de lo asimilado del mundo islámico, en tanto estos quedan como congelados en el tiempo; en la actualidad todavía imperan en la cultura de los pueblos islámicos numerosísimos rasgos de sesgo medieval; como en toda cosa estancada, en el seno de esas sociedades han ocurrido descomposiciones: desarrollaron procesos perversos, como el terrorismo llevado a extremos vesánicos y el fundamentalismo religioso en una extensión e intensidad desconocidas entre otros pueblos modernos; y en el seno de esos fangales sociales emponzoñados por la ausencia de luces, sin otra esperanza que la redención en un pretendidamente deleitable “más allá”, se erigieron como amos repulsivas bestias humanoides desaforadas en cuanto a megalomanía y crueldad, por cuanto no es otra cosa Gadafi: ladrón, tirano del pueblo libio con 42 años en el poder, y ahora también su genocida; además, terrorista, sospechoso, a partir de muy sólidas razones, de ser la mano oscura detrás del Septiembre Negro, 1972, y poco menos que autodeclarado patrocinador del atentado contra el vuelo 103 de Pan Am, 1988, con su saldo de 270 víctimas, por citar sólo dos de los más notables actos de esa índole que lo involucran.

Ha sido tan larga esa especie de detención en el tiempo que la llegamos a creer insuperable; ese conglomerado de países subdesarrollados apretados en el Medio Oriente, sumados a los rezagados de idéntica índole concentrados en África y a otros pocos dispersos, aquí y allá, por el resto del mundo, a la luz de la civilización son anacronismos, lacras que avergüenzan, lastres en el avance de la ecúmene hacia el logro pleno de los derechos humanos y de la existencia pacífica de las naciones. Los árabes se hacían sentir en el acontecer internacional principalmente por su desmesurada riqueza petrolera, las extravagancias de sus élites, el terrorismo y sus costumbres de inconcebible arcaísmo, por todos conocidas.

Hasta ayer, como suele decirse, la imagen internacional de los pueblos árabes no era precisamente la mejor; la actitud negativa originó consejas concernientes a ellos, ampliamente generalizadas entre los occidentales. Una nos hacía suponer que el terrorismo no era un asunto de déspotas desquiciados y de sus más recalcitrantes y obtusos seguidores fundamentalistas, sino un valor místico-político integrado a la estructura de la personalidad básica de los árabes en general; algo que podría resumirse en el decir: “Árabe que no practica el terrorismo, en su fuero interno lo aprueba”; ante esa creencia de poco servían las declaraciones de voceros de la fe de Alá −no muy frecuentes, a decir verdad− intentando explicar a Occidente el sentido coránico de la yihad y condenando la práctica terrorista. Otra conseja sustentaba la idea de que esos pueblos jamás accederían a la democracia, por estar culturalmente condicionados para la sumisión…

No obstante, impromptu estalla la protesta en el Medio Oriente; pueblos íntegros sometidos durante décadas, de plano le han dado sahb mat (viene a lugar decirlo en persa antiguo) a un par de déspotas, tienen en jaque a otros, y −como lo hice ver en una nota anterior− hacen apretar el esfínter terminal del tubo digestivo a tiranuelos del resto del mundo identificados con aquellos, llevándolos a asumir falaces posturas conciliadoras.

¿Qué ha ocurrido? Responder a esta pregunta podría ocupar varios volúmenes, pero la clave del asunto quizá se resuma en una sola frase: ¡Es la aldea global, estúpido!




DE LA ARABIA DE MAHOMA Y DEL CORAN

La Primitiva Población de la Arabia fue distinguida en tres razas principales:

- Los Babeos (en la Arabia felíz),

- Los Ismaelitas o Agarenos (en el Hiyaz) y

- Los Sarracenos (en el norte del desierto).

Además de estas tres grandes divisiones, los habitantes de la península arábiga se han distinguido siempre por tribus, de las que todos las habitantes están reputados descender de un ancestro común, y obedecen al cheicks, superior llamado Emir. Estastribus son sedentarias, nómades, según habitan las ciudades o vagan por el desierto.Los nómades o escenitas, entregados al comercio de caravana, al merodeo y al cuidado de los ganados, son conocidos bajo el nombre de beduinos.

Los destinos, semejantes de estas tribus en perpetuo movimiento, se se pierden a la vista de la historia. Mas conocidos que sus vecinos los árabes sedentarios, tienen pretensiones a una civilizacion muy antigua, pero las tradiciones de estos pueblos han sido consignadas en la historia con todas sus fábulas.

Puede admitirse la existencia muy remota de la Meca y de Yatrib (Medina), que servían de depósito al comercio del Yemen, y cuyos Cheicks o jefes de familia formaban una especie de aristocracia republicana bajo la supremacía de un Cherif.

LIDERES DEL ISLAM


Para elegir al líder que manejaría los destinos de la nueva fe se aplicó una antigua costumbre beduina, en la que los califas serían seleccionados preferentemente de entre los miembros de la familia del antecesor; en general (aunque no siempre) la elección recaía sobre el pariente varón de más edad del jefe fallecido.

EL CALIFATO ORTODOXO, O PERFECTO
La sucesión de
Mahoma y la organización del Estado Árabe Musulmán.
La muerte del profeta produjo la primera gran crisis que enfrentó la comunidad musulmana o
Umma. Al morir, el profeta no había designado expresamente a su sucesor ni había tomado medida alguna para una decisión al respecto. No obstante parece ser que sin mucha dificultad, sus principales seguidores, aconsejados por Umary Abu Ubaida, llegaron a un acuerdo al designar en el año 632 a Abu Bakr como sucesor (632-634). Éste, al anunciar a los fieles la muerte de aquél, pronunció las siguientes palabras:
"Hombres: el que adore a
Mahoma, sepa que ha muerto; el que adore a Dios, sepa que éste vive y es inmortal."
El título conferido a
Abu Bakr fue el de jalifa, califa, que no es el de profeta. La ley ya ha sido dada, y él, como vicario, debe velar por su aplicación y regir a la comunidad de creyentes. Este hecho señala la inauguración de la institución histórica del califato. El califa es el custodio y protector de la fe, dispensador de la justicia, el caudillo en la oración y la guerra; tiene amplios poderes en el gobierno, en la administración del Estado y en el nombramiento de gobernadores y jueces. El califato como institución está basado en el Alcorán. La sura 2, versículo 28, atestigua su origen divino:"Recuerda cuando dijo tu Señor a los ángeles: 'Pondré en la Tierra un vicario'. Dijeron: '¿Pondrás en ella a quien extienda la corrupción y derrame la sangre, mientras nosotros cantamos tu loor y te santificamos?' Respondió: 'Yo sé lo que no sabéis'." Otrasura define el deber del califa de actuar como juez e imponer la saria (Sharia), ley divinamente revelada, cuyas fuentes están constituidas por el Alcorán y la Sunna.

"¡Oh!, David, en verdad te hemos establecido como un vicario (jalifa) en la Tierra. Juzga tú verazmente entre los hombres.." (
Sura 36, versículo 25).

II LA DINASTIA OMEYA (661-750)

Califato Omeya, gobierno ejercido por la dinastía que rigió el califato árabe del Islam desde el 661 hasta el 750, y la España musulmana entre el 929 y el 1031.Procedente de una familia de comerciantes aristócratas, los Omeya, Muawiya estabilizó durante su reinado la situación de la comunidad musulmana tras el asesinato de Alí. Trasladó la capital de Medinaa Damasco, poniendo a los gobernantes musulmanes en contacto con las tradiciones culturales y administrativas más avanzadas del Imperio bizantino. Muawiya también estableció el principio de sucesión califal, designando como heredero indiscutible a su hijo Yazid y haciendo prometer al consejo de ancianos que apoyarían al heredero designado. La práctica de la sucesión hereditaria continuó durante todo el califato Omeya, al igual que en las siguientes dinastías. No obstante, muchos musulmanesnegaron más tarde su aprobación, por considerar esa práctica una desviación de la naturaleza esencial del Islam.

La Pugna política interna
La ascensión al poder de
Muawiya, fundador de la dinastía Omeya, da inicio a una nueva etapa para la Umma. Los Historiadores árabes inmediatamente posteriores a la dinastía, designan a este periodo como monarquía mulk, negándose a otorgar a losgobernantes Omeyas el título de califas, por haber secularizado el naciente imperio islámico, y señalan la reanudación del califato con el advenimiento abbasi, en 750.
El nexo teocrático que había sustentado y mantenido a la
Umma, durante los primeros califas ortodoxos Abú Bakr y Omar, había sido destruido después del asesinato deUtman y la guerra civil que siguió a este hecho. Al instaurarse la nueva dinastía (661), se produjo el traslado de la capital imperial de Medina a Damasco, lo que significó la perdida del poder para la oligarquía mequí y de la importancia política de Medina y la Meca, que sólo conservaron su prestigio religioso, como cuna del Islam y centro de peregrinación de los Santos lugares; esto, sumado a la rápida expansión del imperio, al estado de semiautonomía que poseían las nuevas provincias, al descontento de los partidarios de Alí, que postulaban los derechos de él y sus descendientes como legítimos sucesores del profeta Mahoma, y al problema Jarichita, presentaba un complejo cuadro lleno de dificultades para la naciente administración Omeya. El rol deMuawiya, proclamado califa en Jerusalén en 661, fue fundamental para el asentamiento de la dinastía. Su primera gran labor fue el restablecimiento de la unidad del imperio; para ello inició un proceso de centralización gubernamental, ahora necesario si el naciente imperio había de sobrevivir. Este proceso suponía la adopción de varias medidas.

La primera de ellas fue el traslado de la capital a
Damasco, cuya posición central y participación en antiguas tradiciones culturales y administrativas permitirían hacer posibles un gobierno que eficientemente dominara las provincias más remotas. Además, Siria ofrecía la posibilidad de sustentar la nueva administración en una población recientemente convertida al Islam y ajena a las luchas intestinas de lapenínsula arábiga. Finalmente, Damasco era la base y centro de operaciones deMuawiya como ex gobernador de la provincia, desde donde iniciara su lucha por el liderazgo de la comunidad de creyentes.
El Segundo paso fue asegurar el
poder califal, reafirmando la amplitud de sus poderes como guía religioso y político frente a la sura o consejo de notables musulmanes que el arbitraje de Adrah había establecido.
En cuanto a la administración provincial, los
califas omeyas supieron rodearse de personeros de cuya lealtad no cabía duda, dando a los gobernadores amplios poderes para ejecutar la política califal. Sin embargo, el nuevocalifa se apoyó principalmente en los beduinos, al implementar una sura, organismo consultivo y algunas veces ejecutivo, donde estuvieron representadas las principales tribus árabes, estableciendo un compromiso entre la autoridad y los jefes de tribus y notables. Este sistema también impuesto en los gobiernos provinciales, donde se constituyeron consejos locales. Esta política, clara vuelta a la fórmula de alianzas tribales prevalente en la Arabia preislámica, donde el nexo político se sobreponía al religioso, iba a ser una de las causas que conducirían al cabo de un siglo a la caída de la dinastía.
Finalmente, para asegurar la continuidad del poder,
Muawiya realizó un profundo cambio que caracteriza el paso de los califas ortodoxos a los Omeyas; estableció la institución de la sucesión califal por línea directa, con lo que se aseguraba el mantenimiento del poder en la casa Omeya. Muawiya, gran constructor del califato omeya, se destacó por su habilidad y fineza políticas (hilm); fue considerado uno de los más grandes califas hasta por la oposición política abbassí y shiíta. Su dinastía dotó al imperio musulmán de un sólido armazón jurídico y administrativo, desarrolló la urbanización y la vida social, fue la iniciadora de la arquitectura musulmana; favoreció la gestación de un movimiento intelectual, sentando las bases para el desarrollo de la futura civilización árabe-islámica clásica, que la época abbassí no hará más que llevar a su apogeo.
En el periodo
omeya, el imperio musulmán consiguió su mayor extensión territorial, abarcando desde los confines de China hasta la península Ibérica.
A la muerte de
Muawiya (680) se agudizaron los conflictos internos, fomentados especialmente por el círculo medinense, que reprochaba a los omeyas el abandono de las tradiciones del profeta y su excesivo interés por los asuntos temporales en desmedro de los religiosos. Entronizado el hijo de Muawiya, Yazid (680-683), debió enfrentar una rebelión encabezada por Al- Husayn, hijo de Alí y de Fátima, la hija del profeta, quien reclamaba sus derechos al califato. Al Husayn rehusó reconocer al nuevo gobernante. Llamado por los shiies de Kufa, fue proclamado califa; cuando intentó apoderarse de la ciudad, se enfrentó con las tropas dirigidas por Ubayd Allah cerca de Karbala en octubre de 680, perdiendo la vida. Aunque el hecho no tuvo gran trascendencia militar, el drama de Karbala, donde un descendiente del profeta murió luchando contra los "usurpadores", iba a provocar un abismo irreconciliable entre elIslam shiíta y sunita.
La siita, que comenzó como una facción puramente árabe y política, agrupada en torno a las pretensiones de
Alí y sus descendientes al califato, habiendo fracasado después de la batalla de Karbala, buscó la victoria como una secta islámica, adquiriendo la mayoría de sus prosélitos entre los mawali, en quienes la idea de una sucesión legítima a partir de la descendencia del profeta, ejercía mayor atractivo que continuar bajo la hegemonía de una dinastía hereditaria cualquiera. El shiísmo llegó a ser esencialmente la expresión religiosa de la oposición al estado y al orden establecido, cuya aceptación significaba conformidad con (sunni) la doctrina islámica ortodoxa. Después de la batalla de karbala, algunos Shiitas se plegaron a los omeyas, otros intentaron sucesivas revueltas en Siria y en Irak, hasta ser finalmente aplastados en 685. respaldado por descontentos pertenecientes a los alíes, a los mawali y a las grandes familias, encabezó mas tarde una sublevación en la zona; se formó un pequeño reino que estableció en Kufa, que fue vencido por Ubayd Allah en 687. No volvería a haber rebeliones shiítas hasta el año 740, durante el califato de Hisam.
Importante fue la rebelión que estalló en el
Hiyaz, dirigida por Abd Allah Ibn Zubayr, quien no reconoció a Yazid como califa. Este periodo representa un rebrote de las antiguas rivalidades tribales entre los qaysíes del norte, contrario a los omeyas, y los Kalbíes o yemeníes del sur, partidarios de la dinastía. Las tropas de Yazid vencieron en medina a ibn Zubayr, quien se refugió en la ciudad de la Meca. El deceso del califaYazid ocasionó entonces un periodo anárquico, ya que su hijo, Muawiya II, murió a las pocas semanas. Los medinenses proclamaron califa a ibn Zubayr, apoyado por la tribu de los Qaysíes. Por su parte, sus rivales yemeníes eligieron califa a Marwan Ibn al-Hakam, quien finalmente se impuso. Su corto período se caracterizó por constantes luchas, hasta que le sucedió su hijo Abd al Malik (685-705), quien logró restablecer la unidad y la paz en el imperio, constituyéndose en uno de los califas más destacados de la dinastía. Con la muerte de Ibn Zubayr, el año 692, desapareció la posibilidad de que las ciudades de la Meca y Medina ejercieran algún rol político importante.
El movimiento Jarichita constituyó una amenaza permanente para los
omeyas. Momentáneamente controlados después de la batalla de Naharewan, los jarichitas evolucionaron hacia tendencias políticas anarquistas, que derivaron en la gestación de varios focos de rebelión en diversos puntos del Imperio.
Estas revueltas jarichitas prosiguieron hasta el final del
califato omeya y fueron unos de los factores que contribuyeron a la caída de la dinastía.
Durante el gobierno de
Abd al-Malik se inició un proceso de organización y ajuste de las antiguas estructuras de administración persa y bizantina; desde luego se instauró el árabe como lengua oficial de la administración y contaduría. En 696 se acuñaron las primeras monedas en arábigo.
Las revueltas
shiítas, jarichitas y qaysíes continuaron poniendo en peligro la seguridad interior del imperio, pero Abd al Malik, asesorado por el gobernador de Irak, Hayyay, consiguió mantener la estabilidad. Sus sucesores, Walid (705-715), Sulayman (715-717) y Umar Ibn Abd al Aziz (Umar II, 717-720), gobernaron en un periodo de paz que fue alterado durante el reinado de Yazid II (720-724). El último gran periodo de ladinastía omeya fue alcanzado en el gobierno de Hisam Ibn Abd al- Malik (724-744); después de su muerte, el imperio declinó, intensificándose las pugnas tribales y reapareciendo una activa oposición shiíta y jarichita. El último califa de la dinastía fueMarwan II (744-750), quien, a pesar de su habilidad, no pudo detener los acontecimientos que precipitaron la caída de los Omeyas.-


ORGANIZACION DEL CALIFATO

A comienzos del siglo VIII, los Omeyas dividieron el Imperio en nueve provincias, reordenadas posteriormente en cinco agrupaciones gubernamentales, sin considerar la capital imperial, Damasco, de la que dependían directamente Palestina y Siria:

1) Irak, Irán, Arabia Oriental (capital: Kufa);
2) Hiyaz, Yemen, Arabia central (Medina);
3) Yezire, Alta Mesopotamia, Armenia, Asia menor oriental (Mosul);
4) Egipto (Fustat),
5) Ifriqiya, España (Qayrawan).


Cada uno de estos gobiernos estaba dirigido por un amir o gobernador, que gozaba de gran autonomía. Tenía a su cargo la administración civil y militar. Fue el encargado de la recaudación de impuestos, hasta que se creó un cuerpo recaudador independiente, de manejo centralizado.
El encargado de cada provincia recibía el nombre de amil o Sabih al jaaray. Los gobernadores, designados directamente por el califa, actuaban como soberanos locales y contaban con toda una infraestructura similar a la de la corte califal. Nombraban a las autoridades regionales, tanto en el ámbito administrativo como en el judicial. En relación a este último, fue durante la dinastía omeya que se creó un cuerpo colegiado de eruditos versados en la sari a, ley divinamente revelada, cuyas fuentes eran en aquella época el Alcorán y la sunna. Estos estudiosos de la ley o ulama ejercían el cargo de qadi o jueces locales. De la Práctica de la jurisprudencia, los Cádiz desarrollaron la ciencia jurídica que a posteriori generaría las cuatro escuelas ortodoxas interpretativas de la ley islámica:
Maliki, Hanifi, Safi y Hambali.

El sistema financiero del califato quedó finalmente estructurado durante el gobierno de Hisam: con impuestos (Jaray) que, ligados a los bienes y no a sus propietarios, gravaban la tierra (Usr) Sólo con el diezmo; pero obligando a los dimmi a pagar una capitación (yizya). Mediante este sistema se intentó solucionar uno de los grandes problemas del mundo
islámico desde un principio: el de la propiedad y el financiero, debido a que la economía tenía su base en la agricultura. Así con una economía fuerte los campamentos instalados al momento de la expansión del imperio se transformaron rápidamente en ciudades tales como: Al-Fustat, Bufa, Basra, Qayrawan entre otros. Aumentando la población nacieron los suburbios y se desarrollaron las actividades comerciales. Los árabes que desempeñaban cargos Administrativos Y de gobierno constituían un sector de la población urbana; el segundo elemento de la población lo constituían los mawali, o recién convertidos al Islam, y los dimmi o protegidos, que cumplían cargos de segunda importancia en la burocracia estatal, se dedicaban al comercio o desempeñaban algún oficio.

PRIMERAS DIVISIONES DEL ISLAM

La discrepancia que se suscitó entre los partidarios de alí, a raíz de la lucha con Muawiya, los llevó a dividirse en dos:
Los Jariyíes, quienes exigían que sus derechos fuesen probados con las armas, y como Alí no luchaba, abandonaron su ejército; y los
Siíes (Shiítas), partidarios de defender jurídicamente la legitimidad de Alí.
Finálmente el arbitraje se llevó a cabo, aunque al aceptar el juicio, Alí perdió sus prerrogativas de califa.
Los jueces fallaron a favor de Utman, condenando a Alí, y por lo tanto, las tropas de Mauwiya proclamaron a su líder como el nuevo califa, en el año 658.
Alí, entonces, pensó marchar contra Muawiya, pero primero debía reducir a los jariyíes, aplastándolos en un suceso sangriento que les trajo mas descrédito. A raíz de estas prácticas, el yerno del profeta fue asesinado por un jariyí que deseaba vengarse por la muerte de sus hermanos.

A la muerte de Alí surgieron tres grupos:
Los Omeyas, que governarán el Imperio desde el año 661 hasta el 711;
Los Hasimíes, que instaurarán el Imperio Abassí y ejercerían el poder desde la caída de los Omeyas hasta 1258,
y Los Jariyíes, quienes continuaron hostigando al califato y fundarán imanatos independientes en
Omán y en el Norte de África.

Las divisiones de hoy: Sunnitas y Shiítas.
Las divisiones originadas en esta época, a raíz de la discusión en torno a la sucesión de Alí, persisten hasta hoy. Los shiítas conforman una secta puramente religiosa del islam, que está separada de la mayoría , la sunna. A pesar de la diferenciación religiosa, la escisión se originó a partir de una contienda política en torno a una dinastía.
A fin de comprender los problemas actuales s debe tener en cuenta que los partidarios de Alí eran los musulmanes de Irak e Irán, los que califican de impostores a los califas que sucedieron al yerno del profeta. Todos los persas y más de la mitad de los iraquíes siguen siendo disidentes.

III LA DINASTIA ABASSIDA (751-1258).

Génesis y Desarrollo

Los
Omeyas fueron derrotados por una coalición de shiíes, iraníes y otras comunidades musulmanas y no musulmanas insatisfechas con su régimen. Los rebeldes fueron dirigidos por la familia Abasí, descendiente de un tío de Mahoma, Abbas, de donde procede su nombre. Desde el 718 los Abasíes habían conspirado para apoderarse del califato, enviando agentes a diversas partes del imperio musulmán para minar el prestigio de los Omeyas. Hacia el año 747 se habían asegurado el apoyo suficiente para organizar una insurrección en el norte de Irán, que condujo a la caída del califatoOmeya tres años más tarde. Los Abasíes ejecutaron a la mayoría de los miembros del antiguo clan dirigente, trasladaron la capital del imperio a Bagdad e imitaron en su corte gran parte de la pompa y ceremonia de la anterior monarquía persa.
En el año 751 fue derrocada la dinastía Siria de los
Omeyas. Sólo se salvó uno de sus miembros, Abderrahmán, quien consiguió refugiarse en España, donde fundó elEmirato de Córdoba. La ascensión de la dinastía abasí al poder tras la caída de losomeyas no fue sólo una sustitución dinástica, sino una revolución que implicó profundos cambios en las estructuras del imperio.
El estilo sirio-bizantino de los califas omeyas fue sustituido por el estilo mesopotámico persa de los abasíes. Surgió una nueva concepción del mundo islámico, encarnada por los califas de Bagdad y sus visires, su corte y su autocracia. La vida económica recibió un gran impulso, la aristocracia beduina de los conquistadores fue reemplazada por un gobierno cosmopolita, sustentado en los mercaderes, los negociantes y los administradores, quienes acrecentaron las fortunas personales y la del Estado. Este cambio respondió a la necesidad de una economía de paz agrícola y comercial.
El Islam extendía sus dominios desde el Atlántico hasta Asia central, pese a la constitución de un emirato independiente del poder central en España y a que en el siglo X los fatimíes controlaron el norte de África
La hegemonía política musulmana estuvo acompañada de una dominación económica que generó graves desequilibrios sociales en el imperio. Éstos dieron lugar a disturbios y revueltas cuyas principales reivindicaciones, aparentemente motivadas por causas de tipo religioso, tuvieron con frecuencia un marcado carácter social, especialmente en el ámbito campesino, como manifestación de oposición contra el dominio de ciudadanos y burgueses.Las ciudades tuvieron un gran desarrollo tanto en el plano económico como en el cultural.
Las letras y las ciencias adquirieron un gran impulso al ser propiciadas por los califas, sabios, poetas, músicos, teólogos y filósofos reunidos en torno a las grandes escuelas, madrasa, del pensamiento islámico, que crearon una efervescencia intelectual, de donde surgieron un sinnúmero de ideas, sectas, movimientos y polémicas.Esta atmósfera creativa no sólo influyó en las formas de vida y en la mentalidad de época, sino que también se extendió a la vida política. Es así como surgieron distintas corrientes ideológicas interpretativas del Islam y con ello diversas líneas de acción que condujeron a la división del imperio musulmán en tres califatos (Fatimí,
Omeya de Córdoba, y Abbassí), incluso en el propio seno del califato abbassí se manifestaron tendencias hacia una desmembración del pode central en beneficio de jefes locales más o menos importantes. Tal situación obligó a los califas Abbassíes, para hacer frente a estas tendencias separatistas, a recurrir a fuerzas exteriores (Turcos), que paulatinamente fueron adquiriendo un papel preponderante no sólo en el ejército, sino también en el gobierno, lo que finalmente llevó a

la desmembración del califato y a la destronización de la dinastía abbassí. Esta situación afectó no sólo a Bagdad, sino también a los omeyas en España y a los fatimíes en Egipto.
A partir del siglo XIII, la conducción del mundo musulmán pasó de las manos árabes a las de los no árabes, a nuevos conversos llenos de un entusiasmo comparable al de los primeros discípulos del profeta Mahoma.

La Ascensión De Los Abassiíes los primeros califas.
El inicio de la insurrección abbassí lo encontramos en un movimiento impulsado por el partido Hashimiya que estaba formado por adeptos de Mujtar y de Muhammad ibn al Hanafiya, nieto de Alí, escapados a la derrota infligida por Ubayd Allah en el año 687. Los sobrevivientes se habían agrupado en torno al hijo de Al Hanifa, Abu Hashim. Cuando éste murió, sin descendencia, reconocieron por heredero suyo no a un Ali, si no a Muhammad Ibn Ali, un descendiente de Al Abbas, que fue aceptado por la secta y obtuvo la dirección de su organización propagandística y revolucionaria.
El principal centro de actividad estuvo en Jorasán, donde numerosos shiítas y abbassíes habían sido exiliados anteriormente por Al-Hayyay, allí encontró apoyo por parte de los mawali locales, descontentos de su situación social y económica.La actividad hashimí comenzó hacia el año 720, pero no adquirió real fuerza hasta el año 743, cuando el hijo de Muhammad Ibn Alí, Ibrahim, nombra al mawali persa Abu Muslim como encargado de la acción subversiva en Irán. Abu Muslim consiguió considerable éxito entre la población persa, incluyendo hasta la aristocracia rural y ganó también la simpatía del movimiento shiíta, el cual aceptó la di­rección de éste.
El año 746 comenzó el levantamiento hashimí y las banderas negras de los abasíes fueron izadas en Jorasán. El conflicto entre las tribus árabes impidió a la dinastía omeya detener el movimiento abasí, y los ejércitos de Abu Muslim avanzaron hacia el este, obteniendo victoria tras victoria, hasta que finalmente derrotaron al ejército
omeya en las riberas del gran Zab. Fue así como el abasí Abu Al-Abbas, hermano de Ibrahim, asumió el liderazgo de la Umma co­mo califa y fundador de una nueva dinastía, con el nombre de Saffah.El califato de Abu Al-Abbas (750-754) se distinguió esencialmente por la persecución a los omeyas y la distribución de las provincias a sus parientes. Estableció su capital en la pequeña población de Hasimyya, que se edificó en la orilla oriental del Eufrates. Más tarde trasladó la capital a Anbar. Le sucedió su hermano Abu Ya'far Al-Mansur ("el victorioso") (754-775).
Verdadero fundador de la dinastía, dotado de una muy alta opinión de su rol, quiso ser soberano sin discusión, y para ello persiguió a los shiítas, quienes, apartados del califato, provocaron revueltas en dos ocasiones (755 y, sobre todo, 762-763), aunque sin éxito. En cuanto a Abu Muslim, a quien los abasíes debían su advenimiento, fue asesinado en 755; representaba un peligro y un adversario para el califa, pues había conseguido reunir en torno a sí un grupo de fieles. Por otra parte, éstos, después de su muerte, fundaron una secta (Abu Muslimiya) que tuvo cierta resonan­cia en el Jorasán.Por su parte los jarichitas, que vieron frustradas sus reivindicaciones, provocaron algunas revueltas en Omán y posteriormente desplazaron toda su actividad política al norte de África, usando como centro de operaciones la ciudad de Trípoli, que capturaron el 757. Los jarichitas se apoderaron de Qairawan al año siguiente y lograron constituir un Estado que comprendía Argelia oriental, Túnez y Tripolitana. Sin embargo, a pesar de las sucesivas insurrecciones provocadas por éstos, fueron finalmente reducidos en 770-771 y la provincia de Ifriqiya permaneció a partir de entonces bajo el dominio del califato.
Las disidencias de Abu Muslim, de los shiítas y jarichitas, obedecieron a que la revolución abasí, como la mayoría de estos movimientos, fue una coalición de diferentes intereses, mantenidos juntos por el deseo común de derribar a la dinastía omeya, pero condenado a disgregarse en grupos en pugna, una vez lograda la victoria.Al-Mansur tuvo el mérito de organizar la administración del Estado, que situó bajo la dirección de los visires de la familia de los Barmakies, pero sobre todo fue el fundador de la ciudad de Bagdad, exactamente de Madinat As-salam, la ciudad de la paz. Al-Mansur escogió el sitio por buenas razones prácticas. Estableció la ciudad cerca de un canal navegable que liga el Tigris y el Eufrates y que ocu­pó una posición clave en las rutas comerciales que se cruzan en todas direcciones y sobre el camino a la India. Existe un relato del geógrafo Ya'qubi que revela los pensamientos del califa al elegir el lugar:"Esta isla entre el Tigris al este y el Eufrates al oeste es un lu­gar para un mercado mundial.
Todos los barcos que ascienden por el Tigris procedentes de Wasit, Basra, Ubulla, Ahwaz, Fars, Uman, Yamama, Bahrayn y más allá, recorrerán sus aguas y anclarán aquí. Mercancías traídas en barcos sobre el Tigris procedentes de Mosul, Diyar-Rabia, Adarbayyan y Armenia, y a lo largo del Eufrates, oriundas de Diyar-Mudar, Raqqa, Siria y los pantanos colindantes, Egipto y África del norte, serán transportadas y descargadas aquí. Será la ruta para las poblaciones de Yabal, Isfahan y los distritos de Jorasán. Dios sea loado, que la preservó para mí e hizo que la menospreciasen todos los que vinieron antes que yo.
En nombre de Dios, la edificaré. Entonces viviré en ella mientras viva y mis descendientes morarán en ella después de mí. Será seguramente la ciudad más floreciente en el mundo."La ciudad de Bagdad ha sido también llamada Madinat Al-Mudawwar, ya que la parte esencial de la ciudad estaba constituida por un círculo de cuatro kilómetros de diámetro, que formaba una especie de ciudadela, en cuyo centro se erigía el palacio del califa y a su alrededor fueron construidos otros palacios, mezquitas, edificios oficiales, viviendas para los funcionarios y los cuarteles para la guardia jorasaní de los califas. Dos grandes ejes, que se cortaban en el centro en ángulo recto, conducían a las cuatro puertas construidas en las murallas de la ciudad.
En el exterior se desarrolló rápidamente una gran metrópoli comercial.Bagdad fue la capital del imperio por quinientos años, constituyéndose en el centro de la vida política, económica, social y cultural.

Una descripción de la ciudad y su refinamiento se encuentra en las crónicas de los viajes del geógrafo árabe del siglo XIV Ibn Battuta:"Bagdad tiene dos puentes de barcas, amarradas de la mane­ra que ya hemos relatado al hablar del puente de la ciudad de Al-Hilla; la gente, lo mismo hombres que mujeres, los cruzan día y noche, muchas veces por el simple placer de pasear. Hay en Bagdad once mezquitas en las que se recita la jutba y se reza la oración del viernes: ocho en el lado de poniente y tres en la parte de levante; hay otras muchas mezquitas y madrasas, pero están todas en ruinas. Hay también muchos baños de los más maravillosos que he visto, casi todos embadurnados de alquitrán hasta la azotea, así que al que los mira le parecen de mármol negro.
Este alquitrán se saca de una fuente que hay entre Kufa y Basora, de la que se le hace manar continuamente. En los bordes del manantial se hace como arcilla, se traspa­lea y acarrea para Bagdad."En cada uno de estos baños hay muchas celdas con el suelo y la mitad inferior de las paredes untados de alquitrán, mientras la mitad de arriba está recubierta de yeso puro, blanco; de este modo, los dos contrarios se juntan y sus bellezas se encuentran frente a frente. Dentro de cada una de estas celdas hay un pilón de mármol con dos canalillos, por uno de los cuales corre agua caliente y por el otro agua fría.
En la celda no entra más que una sola persona, sin que nadie la acompañe, a menos que lo quiera así; en un rincón hay otra pileta para lavarse, que tiene también dos canalillos de agua caliente y fría. A todo el que entra, se le dan tres toallas: una para ceñírsela al cuerpo cuando entra, otra para hacer lo mismo cuando sale de la celda y otra para secarse el cuerpo; no he visto semejante esmero en ninguna otra ciudad, más que en Bagdad y en algunos países que se le parecen en esto."El cambio de sede de la capital imperial significó el traslado del centro de gravedad desde Siria a Irak, el centro tradicional de los grandes imperios cosmopolitas del Oriente Cercano y Medio, en el que las antiguas influencias orientales, y especialmente persas, de­sempeñaron un rol cada vez mayor.A la muerte de Al-Mansur accedió su hijo Al-Mahdi (775-785), cuyo gobierno se caracterizó por las acciones represivas contra las sectas heterodoxas y la condena a muerte de sus adeptos, a los que da el nombre genérico de zindiq (opositores a la fe revelada).
Se destacan las ejecuciones de Ibn Al-Muqaffa, acusado de maniqueísmo, e Ibn Abi Al-Awya, acusado de negar la ley. Después de una temporal am­nistía sin resultados, se acrecentó la persecución con la creación de un organismo especial para ello. Sin embargo, en el año 778 Al-Muqqanna, "el profeta velado", discípulo de Abu Muslim, dirigió en el Jorasán una gran rebelión que se extendió a Bujara y Samarcanda y solamente dos años después logró ser sofocada.Al-Hadi murió asesinado en el año 786 y asumió el poder el célebre Harun Al-Rasid (786-809), cuyo nombre significa "el que sigue el camino recto".
Es el califa más conocido de la dinastía; incluso la leyenda se ha ocupado de él, pues aparece en numerosos cuentos árabes. Por ejemplo, en los cuentos de Las mil y una noches. Vemos a Harun con su visir Jaffar —frecuentemente disfrazados— caminar entre sus súbditos para conocer sus necesidades, hacer justicia, casti­gar a los jueces venales y ayudar a desgraciados y oprimidos.
El fiel Jaffar era el firme apoyo y confidente de Harun. En "Las mil y una noches" es el compañero inseparable de las más locas aventuras del califa. Entre aquellas leyendas se halla la siguiente: "Una tarde, Harun llamó a su visir y le dijo: 'Es mi voluntad ir por la ciudad e interrogar a la gente sobre quienes les gobiernan. Aquellos de los que oiga alguna queja, serán destituidos, y quienes sean alabados serán recompensados'. Jaffar respondió: 'Tu voluntad es ley'."En compañía de su visir y de su verdugo, el califa se dirigió a la ciudad y re­corrió sus calles y plazas. En una miserable calleja había un viejo pescador que recitaba en voz alta unos versos quejándose de su triste sino. Al preguntarle por qué estaba afligido, el hombre respondió: '¡Oh, señor! Soy un pobre pescador cargado de familia que he trabajado desde el mediodía hasta ahora, pero Alá no me ha concedido con qué pueda alimentar a los míos'. '¿Quieres volver con no­sotros a la orilla del río —dijo el califa— y echar en mi nombre tus redes en el Tigris? Cualquier cosa que recojas te la compraré por cien monedas de oro'. Contentísimo, el hombre exclamó:' '¡Por mi vida, os acompaño!' Los siguió, pues, hasta las orillas del río y arrojó inmediatamente su red. Sacó en ella un pe­sado cofre sellado que el califa mandó abrir: contenía una mujer joven, 'blanca como una moneda de plata, pero muerta y cortada en diecinueve trozos'. '¡Qué horror! —gimió el califa y volviéndose a Jaffar, exclamó—: ¡Oh, perro visir, ¿es posible que en mi imperio sea asesinada la gente y arrojada al río, y que en el día del juicio tenga yo que responder de estos hechos? ¡Por Alá! que esta mu­jer será vengada y su asesino perecerá con la muerte más cruel!' Y añadió: 'Te colgaré en la poterna del palacio, a ti y a cuarenta miembros de tu familia, si no me traes al asesino de esta mujer, para que pueda darle castigo'."Jaffar pidió tres días de plazo para cumplir tal misión y Harun se los concedió. Pero pasaron los tres días sin que Jaffar hubiese podido descubrir al cul­pable y las horcas destinadas al visir y a sus parientes estaban a punto. Gente de todas partes acudía para presenciar el suplicio. Pero cuando todos observaban al califa que iba a dar la señal fatal, un joven salido de la multitud se adelantó hacia el visir y le habló así: '¡Oh, refugio de los pobres, tu rectitud te salvará! Yo soy quien mató a la mujer encontrada en el cofre. Que me ahorquen a mí y que la justicia siga su curso'."El joven contó luego al califa lo que sigue: 'Jefe de los creyentes, sabed que esta mujer era mi esposa y la madre de mis hijos. Ella me amaba y me servía con abnegación. Pero un día en que estaba enferma y deseaba con ansia comer manzanas, fruto rarísimo en Bagdad, pude conseguirle tres.
Hacia el mediodía, cuando me hallaba en mi tienda sirviendo a los clientes, pasó un esclavo negro, alto y feo. ¿Y qué vi entonces? Se entretenía con una de las manzanas echándola a lo alto con las manos. Le dije: 'Amigo esclavo, dime, ¿de dónde has sacado esta hermosa manzana?' Y me respondió sonriendo: 'Me la ha dado mi amante. Cuando la visité enferma en cama, tenía tres manzanas. Ella me dijo: 'Mi cornudo marido se ha tomado mucho trabajo para traérmelas'. He comido y bebi­do con ella y me he llevado una de las tres manzanas'. 'Cuando oí esto, ¡oh, jefe de los creyentes!, creí perder mi cabeza. Cerré la tienda y me dirigí furioso a casa. Busqué las manzanas con la vista y al no ver más que dos, pregunté a mi es­posa: '¿Dónde está la tercera manzana?' Levantó la cabeza con negligencia y me respondió que no lo sabía. Para mí fue la prueba de que el esclavo dijo la verdad: cogí un cuchillo, me coloqué tras ella y sin decir palabra le corté la cabeza. Después, la hice pedazos, la coloqué en un cofre y lo eché al Tigris. Pero al volver a casa encontré llorando al mayor de mis hijos. '¿Por qué lloras, hijo mío?' Y me respondió: 'He cogido una de las tres manzanas que mi madre tenía y me la llevé a la calle para jugar con mis hermanos. Vino entonces un vil escla­vo negro que me preguntó de dónde la había sacado, me cogió la manzana de las manos y se la llevó. Temiendo que mamá me azotara por haberle robado la fruta, salí de la ciudad con mi hermano y he permanecido fuera hasta al anoche­cer'. Cuando escuché el relato de mi hijo comprendí que el esclavo había menti­do y calumniado a mi mujer de modo abominable. Desde hace cinco días que no ceso de gemir anonadado. Por tanto, os conjuro por el honor de vuestros an­tepasados que me ejecutéis en el acto y hagáis justicia, pues no quiero sobrevivir a mi querida mujer'."El califa exclamó: '¡Por Alá, que este hombre merece perdón! Hay que bus­car a ese maldito esclavo'. Y volviéndose a Jaffar le dijo: 'Descubre a ese mise­rable, causa de tanto mal. Si no le encuentras, a los tres días morirás'. Jaffar llo­raba y se lamentaba: 'Dos veces me has amenazado ya con la muerte; tanto va el cántaro a la fuente...'' 'A la mañana del cuarto día; Jaffar se preparó para morir: hizo testamento y se despidió de su familia. Al estrechar a la más joven de sus hijas en el último adiós, percibió algo bajo su vestido y le preguntó: '¿Hijita, qué es esto?' 'Padre —dijo la niña—, es una manzana que me ha dado hace cuatro días nuestro esclavo Rayhan'. Interrogado éste inmediatamente, no tardó en confesar que la había robado a un niño que jugaba en una callejuela. Jaffar sintió gran pesadumbre al saber que el culpable era su propio esclavo. Pero tenía ordenado con­ducir al culpable ante el califa y lo cumplió así. Al saberlo, Harun se sorprendió tanto que fue presa de un ataque de risa.

La historia le pareció tan extraordina­ria que dijo que debía ser escrita en letras de oro, y para agradecerle por haberlo hecho reír, concedió el perdón al esclavo.
"El califa" ganó gran reputación en Occidente debido a sus rela­ciones con la emperatriz de Bizancio, Irene, y con Carlomagno. Bajo su gobierno se inició el desmembramiento del imperio al conceder a los aglabíes, gobernadores de Ifriqiya, una autonomía muy próxima a la independencia a partir del año 799.
El norte de África escapó al control de Bagdad, pues el Magrib central se hallaba en manos de los jarichitas rustemíes, y Marruecos en las de los idrisíes alies.
Mientras tanto, en España se había constituido el emirato independiente.
Sin embargo, el imperio abasí se extendía aún desde Egipto hasta la Transoxiana y constituía la mayor potencia política y económica de la época.El año 803, Harun Al-Rasid pone término a la dinastía de visires fundada por Jalid Al-Barmaki, debido al exceso de poder que había adquirido esta familia en la administración civil del imperio. Los visi­res barmakíes fueron acusados de haber participado en las intrigas para llevar a los shiítas al poder. En el año 809 murió Harun en una expedición al Jorasán, contra un levantamiento de la población turca e irania de la provincia. Su muerte dio lugar a una guerra fratricida por la sucesión, de la que salió victorioso Al-Ma'mun (813-833).Al-Ma'mun fue un gobernante inteligente, bajo cuyo califato la ci­vilización árabe conoció su momento de esplendor; con el deseo de acallar a la oposición de los alies, designó como su sucesor en 847 a Ali Al-Rida, imán de los shiítas duodecimanos. Este hecho político no significó una unión con la Shía, sino más bien un hábil intento de pacificación del imperio, en el entendido de que Ali Al-Rida gozaba de prestigio y contaba con la adhesión de sus seguidores. Sin embargo, esta decisión provocó una serie de protestas, principalmente de los sectores más ortodoxos de Bagdad, donde una sublevación llevó al nombramiento de otro califa: Ibrahim Ibn Al-Mahdi. La muerte de Ali Al-Rida y del visir pro shiíta de Al-Ma'mun llevó consigo el abandono de esta política de acercamiento entre la Sunna y la Shía que había propiciado el califa.Bagdad era entonces un gran centro cultural.
Al-Ma'mun, hombre culto y visionario, se interesaba por las obras griegas entonces traducidas por los cristianos: ciencias, medicina y filosofía. Aristóteles era objeto de numerosos estudios, y así se introdujo entre los intelectuales árabes el método de razonamiento lógico implementado por los griegos; este método fue especialmente aplicado por la escuela Mutazilí, aparecida a finales de la época omeya; conoció su verdadero desarrollo durante la época de Al-Ma'mun. Varios de los teólogos, juristas y pensadores de la escuela pertenecían a la clase de los mawali, lo que explicaría la existencia de reivindicaciones sociales en la temática de su doctrina. Ésta apelaba a la razón individual, al libre arbitrio, sólo compatible con la justicia divina. Por otra parte, los mutazilíes consideraban al Alcorán como creado, no como eterno; esta última postura en relación al texto sagrado suscitó vivas controversias en la capital del imperio.
El califa, que había tomado partido en favor de los mutazilíes, intentó imponer oficialmente su doctrina, mediante la fuerza si era necesario.Mientras tanto, al este del imperio, un general de Al-Ma'mun, Tahir, se proclamó independiente en el Jorasán, e hizo rezar la jutba (oración que se hacía a favor del califa) en su propio nombre; en Egipto estallaban una serie de conflictos; en Azer Bayjan, un movi­miento de resistencia con carácter social, dirigido por Babak, alcanzaba su plenitud entre 826-834. Al-Ma'mun falleció en Tarso en el momento que se preparaba a reiniciar las campañas bélicas contra los bizantinos.Con su sucesor, Al-Mu'tasin (833-847), se precipitaron una serie de acontecimientos y hechos erróneos, productos de su mal manejo de la política, que transformaron la estructura del califato. El prime­ro de ellos lo constituyó la contratación de mercenarios bereberes y principalmente turcos, como guardia personal del califa.
Esta guar­dia totalmente leal al califa —al menos en principio— iba a desempe­ñar un rol cada vez más determinante en la gestión gubernamental, y prácticamente sus jefes serían en algunos períodos los dueños del po­der.El otro factor fue el abandono de Bagdad por el califa; éste no tenía apoyo allí, la población era difícil de gobernar, especialmente por su rechazo al mutazilismo; así, Al-Mu'tasil decidió en 835 trasladarse a Samarra, ubicada a 95 kilómetros al norte de Bagdad, donde esta­ba bajo la protección directa de la guardia. Ésta se beneficiaba de los favores del califa; con el descontento de los árabes y persas que retiraron su apoyo a la dinastía, los califas abasíes a partir de entonces estuvieron ligados a su guardia, principalmente a los turcos.En estas circunstancias, el califa Al-Mutawakkil (847-861) asumió el poder apoyado por dos jefes turcos, uno de los cuales fue asesinado.
El mismo Al-Mutawakkil fue más tarde asesinado por la guardia turca. Durante su gobierno se produjo una reacción sunnita; la filosofía, teología dogmática, kalam, y el mutazilismo fueron condenados y prohibidos; el califa luchó también contra el shiísmo, llegando incluso a destruir los santuarios religiosos venerados por éstos, como el sepulcro de Husayn en Karbala. Al-Mutawakkil fue el último califa abasí preocupado del gobierno; después de él sobrevino un período de desmembración del califato, del que se derivaron, por una parte, el califato Fatimí de Egipto y, por otra, la preponderancia de los turcos selyúcidas, sobre los territorios disminuidos abasíes.-

ADM, ECONOMIA Y SOCIEDAD EN EL IMPERIO ABBASSI

"El imánato se fundó para sustituir a la profecía en la defensa de la fe y en la administración del mundo."Al Mawardi.

El califa abasí era el imán, líder espiritual y temporal, soberano absoluto de la comunidad de creyentes, mandato que estaba regulado por la ley islámica o shari'a, cuyas fuentes la constituyen el Alcorán y la tradición del profeta, Sunna, en primera instancia, más el iyma (consenso de los doctos), el qiyas (aplicación del derecho por analogía) y el ra'i (aplicación del método racionalista lógico). El cambio de dinastía completó el proceso de estructuración del Estado, que ya había comenzado con los omeyas, de un jefe de la comunidad y rey árabe, cuyo poder descansaba en el consenso o iyma de la Sura (con­sejo consultivo), el califa se transformó en un autócrata que preten­día un origen divino para su autoridad. Ya no era vicario del profeta, sino "la sombra de Dios sobre la Tierra". Sustentó su pode
r en el ejército y lo ejerció mediante una burocracia asalariada, la aristocracia árabe fue sustituida por una jerarquía oficial. Rodeábase de una pompa y ceremonial de corte complicado y jerárquico, en la que podemos percibir una clara influencia de las costumbres cortesanas, sasánidas y bizantinas. Entre los califas surgió la idea de que estaban por encima de los mortales, aislándose de sus súbditos; vivían encerrados en sus palacios, rodeados de su guardia personal, sólo eran vistos el día que se trasladaban con gran pompa a la mezquita para la oración del viernes, pero poco a poco fueron abandonando incluso esta ceremonia y tan sólo podían acercarse a ellos sus familiares; en consecuencia, la población se hizo indiferente ante ellos, lo que nunca había ocurrido con los omeyas.

Una de las mayores preocupaciones de los califas era su sucesión. Se impuso un principio de herencia en el seno de la familia abasí y se esforzaron en regular este principio mediante una designación testamentaria; sin embargo, el reconocimiento del legítimo heredero provocó frecuentes disturbios; algunos califas llegaron a pensar incluso en la posibilidad de dividir su imperio entre sus herederos; la sabiduría o la fuerza hicieron siempre fracasar esta posición. Antes de tomar posesión del poder, el califa era proclamado como tal por los sabios y notables de la corte y posteriormente aclamado por el pueblo. Estas disposiciones se transformaron en puramente formales y simbólicas. El califa detentaba las insignias del califato, el manto, el bastón, el sello del profeta y, más tarde, la lanza.

Soberano espiritual y temporal, podía nombrar y revocar en sus funciones a los agentes del gobierno. Toda autoridad detentada por éstos, lo era en función de una delegación de autoridad califal. El califato abasí fue de hecho un despotismo basado en la fuerza militar. La misión califal se asemejaba al concepto de las monarquías orientales preislámicas, más que a la próxima Bizancio, situación que se denotó plenamente a partir del siglo IX.
El califa manifestaba públicamente su misión presidiendo, como sus predecesores la oración del viernes en la mezquita, impartiendo de tiempo en tiempo espectacularmente justicia, organizando expediciones de magnificencia contra el infiel, cada vez más esporádicas.

La administración del imperio estaba organizada en una serie de diwans o ministerios, entre los que figuraban los de la cancillería, ejército, correos e información, hacienda, guarda sellos y otras oficinas de carácter menor, a nivel de secretarías de gobierno, todos los cuales estaban bajo el mando supremo del wazir, cargo que fue innovación abasí. El wazir era el jefe de todo el aparato administrativo, y como autoridad suprema, bajo el califa ejerció un inmenso poder.

La instauración de un wazir estaba de acuerdo con la modalidad de gobierno implantada por los califas abasíes, quienes descargaron en este funcionario toda la responsabilidad de la administración civil del imperio. Hombre de confianza del califa, detentaba los poderes civiles y a veces también los militares; como estaba situado a la cabeza de la jerarquía, usaba y abusaba de sus poderes según la formali­dad más o menos firme del califa. Las oficinas de la administración, aparato muy perfeccionado, estaban agrupadas en Bagdad; pero la excesiva centralización perjudicó al imperio y favoreció las tendencias locales de autonomía. En las provincias, la autoridad era conjuntamente ejercida por el anu o gobernante y el 'amil o superinten­dente financiero; el ministerio de información y correo hacía de nexo entre la capital imperial Bagdad y las provincias; en éstas, la admi­nistración no sufrió gran variación en relación al período omeya.

Los ejecutores de las políticas gubernamentales eran un vasto número de funcionarios o kuttab, una burocracia de gran calidad profesional que le dio a la administración un valor y una estabilidad ejemplares. Existía una digna tradición en la burocracia de una moralidad intachable, que fue capaz de soportar todo el peso que significaba el gobierno de un extenso y magnífico imperio como el abasí.
En el ejército, perdió su importancia la milicia árabe, y las pensiones a éstos fueron gradualmente suprimidas. Ya no era un ejército de conquistadores, sino que un instrumento destinado a facilitar la aplicación de una política dentro de los límites del imperio, especialmente en las provincias orientales. Al comienzo de la dinastía, el reclutamiento se efectuaba entre los jurasanos, árabes e iranios que habían apoyado a los abasíes. Pero a partir del siglo IX los califas contrataron principalmente soldados turcos mamelucos, que trajeron de Asia central. Esto llevó consigo una decadencia de la aristocracia militar de tipo tradicional; como consecuencia de estos cambios, se produjo una serie de transformaciones de carácter político, financiero y social en el imperio.

Durante los primeros tiempos de los abasíes, el ejército desempeñó un papel esencialmente militar contra los bizantinos, quienes alrededor del año 745 reiniciaron una ofensiva, reconquistando Chipre y amenazando las fronteras de Siria y Armenia. En la época de Harun Al-Rashid se mantuvo la actitud defensiva en las fronteras con Bizancio, mientras que la supremacía marítima de los árabes era indiscu­tible.

Con Al-Ma'mun se produjo la ruptura definitiva entre el ejército árabe y el califa, quien incrementó el grueso de las tropas mercenarias; sin embargo, el ejército árabe no desapareció totalmente, manteniéndose una fuerza leal a la dinastía, conocida por 'Arab Ad-Dawla, encargada de defender las fronteras del imperio, Dar Al-Islam, la casa del Islam, y emprender la guerra santa o yihad contra el infiel. Este ejército no era rentado, por lo que se precipitó una disociación entre éste y el ejército principal central, inicialmente jurasaní, el único inscrito en el diwan, el único, por tanto, que recibía sueldo.

Sin embargo, la evolución no sólo tenía una causa étnico-política, sino que tenía también un aspecto técnico. El sistema de combate beduino, basado esencialmente en las hazañas individuales e ignorando tanto el armamento pesado y la guerra de asedio como la explotación táctica de los arqueros, ya no era suficiente, sobre todo considerando que nos encontramos en un período en el que en toda Eurasia se perfila un proceso de la caballería pesada. Las técnicas de combate, tales como el minado, la "artillería" de sitio, de la nafta, del tiro con arco a caballo, no podían ser enseñadas en forma suficiente más que a un ejército profesional, como lo fue el instituido por los abasíes.

Es en la vida económica del imperio abasí donde percibimos más claramente el carácter de los cambios que la revolución había traído. El imperio dispuso de ricos recursos. Las cosechas principales de los grandes valles fluviales irrigados fueron el trigo, cebada y arroz, mientras los alimentos secundarios más importantes lo constituyen las aceitunas y los dátiles.

Las plantas industriales eran producidas en abundancia, en especial las textiles. El lino de Egipto gozaba de gran reputación, pero el algodón iba ganándole terreno, y lo mismo pasaba en Siria; Juzistan producía igualmente un lino excelente. El papiro siguió siendo una fortuna monopolizada por Egipto, hasta que se pasó a utilizar el papel. En el siglo X se producía, a partir de la conquista musulmana, papiro en Sicilia y se vendía en Italia. La caña de azúcar, que se comenzaba a conocer en el momento de la conquista árabe en los bordes del golfo Pérsico, fue extendida ampliamente con el Islam por todos los territorios llanos, cálidos e irrigables. Además abundaban los cultivos de plantas para tintes y odoríferas, sobre todo en Irán, violetas, rosas, jazmines, narcisos, azafrán, índigo, albecia, incienso del Yemen.

Los abasíes emprendieron amplias obras de irrigación, extendieron el área de tierra cultivada, desecaron pantanos y consiguieron un rendimiento muy elevado, según los cronistas. La revolución dio a los campesinos mayores derechos de posesión y un sistema de tributación por arriendo más equitativo, basado en un porcentaje de la cosecha, en vez de un tipo fijo, como anteriormente. Pero la condición de los campesinos era aún mala, y con el transcurso del tiempo se agravó por las especulaciones de los mercaderes y terratenientes acaudalados y por la introducción de labor por esclavos en grandes posesiones, que degradó el crédito económico y social de la labor libre. A partir del 900, la generalización del sistema del iqta (concesión de tierras a los soldados) contribuyó a dislocar aún más profundamente la vida rural. Sin embargo, se trata tan sólo de uno de los aspectos que provocaron el trastorno que transformó al mundo abasí en el siglo X.

Además de los beduinos, la cría de ganado era practicada por los habitantes sedentarios, bovinos sobre todo como fuerza de trabajo, corderos, más importantes para carne, leche, queso y lana, asnos y muías para el transporte de cargas y hombres. Importante para la alimentación es la cría de aves de corral, que se complementaba con la caza y la pesca. El gusano de seda, en un principio criado en los bordes del mar Caspio, se extendía, poco a poco, por otras regiones: Irán, Siria, Sicilia y España. La apicultura, a pesar de su difusión, no evitaba tener que importar miel y cera de los países eslavos.

El imperio abasí estaba bien provisto de metales. El oro era traído del oeste, especialmente de Nubia y el Sudán; la plata venía de las provincias orientales y sobre todo del Kush indostano, donde, según una información del siglo X, trabajaban diez mil mineros. El cobre era transportado desde las proximidades de Isfahan, donde en el siglo IX las minas que lo producían pagaban un impuesto de cinco mil dirhams. Además, se traía hierro de Asia central, Persia y Sicilia. Piedras preciosas existían en muchas partes del imperio, y las perlas se obtenían de las ricas pesquerías del golfo Pérsico. Sobre la pes­quería de perlas se encuentra un relato en el Rihla de Ibn Battuta:

"La pesquería de perlas está entre Siraf y Al-Bahrayn, en una bahía de aguas quietas que parece un gran río. En los meses de abril y mayo llegan aquí muchas barcas, con pescadores de perlas y mercaderes de Fars, Al-Bahrayn y Al-Qutayf. Cuando el pescador quiere bucear, se cubre el rostro con una careta de concha de gaylam, que es la tortuga, y hace también de esta misma concha unas cosas que parecen pinzas, para apretarse las narices; luego se ata una cuerda en la cintura y se sumerge. Algunos aguantan más que otros bajo el agua; los hay que pueden estar una y dos horas, o aún más. Al llegar el pescador al fondo del mar, encuentra las conchas agarradas a la arena, entre pequeñas piedras, y las arranca con la mano o las separa con un cuchillo, que lleva dispuesto para ello; a continuación, las mete en un morral que tiene colgado al cuello, y cuando le falta la respiración, tira de la cuerda para que el hombre que sujeta el cabo en la superficie lo sienta y lo suba a la barca. Le cogen entonces el morral, abren las conchas y encuentran dentro trozos que, al ponerse en contacto con el aire, se endurecen y convierten en perlas. Las juntan todas, pe quenas y grandes, y el sultán se queda con la quinta parte, mientras los mercaderes que permanecen en las barcas compran el resto. La mayor parte de estos comerciantes son acreedores de los pescadores, de modo que cogen las perlas por el total de la deuda o a cuenta de ella.''
En cuanto a la madera, había un extenso comercio de importación que traía suministros desde la India y más allá, se disponía de cierta cantidad en el este, aunque faltaba en las provincias occidentales.

Un tratado árabe medieval divide la industria y las artes en dos grupos básicos; esto es, aquellos que se ocupan de las necesidades esenciales del hombre, y secundarias o auxiliares. En el rubro de los primeros se encuentran la alimentación, alojamiento y vestimenta. Fue la industria textil de transformación la más desarrollada en el imperio árabe, la más trascendente, desde un punto de vista económico, ya sea por las cantidades invertidas o por la producción y la mano de obra que ocupó. La industria textil tuvo su primer desarrollo durante los omeyas, pero alcanzó su máxima expansión durante el califato abasí. Se produjeron toda clase de géneros, tanto como para abastecer al mercado interno como para la exportación: géneros en piezas, telas, alfombras, tapicerías, almohadas, etcétera. Egipto fue el prin­cipal centro productor de ropas de algodón. Damietta, Tinnis y Alejandría fueron famosas por la calidad de sus productos. La manufactura de seda fue heredada de los imperios bizantinos y sasánida y centrada en las provincias persas de Yuryán y Sistán, y en Siria. Alfombras se hicieron en casi todas partes, destacándose las confeccionadas en Tabaristán y Armenia.

Del gran desarrollo alcanzado por la industria textil dan testimonio, todavía hoy, tantos nombres de tejidos de origen árabe-islámico. Lo mismo podríamos agregar en relación a la zapatería, a la cordo­nería, cuyo nombre deriva de Córdoba, y a la marroquinería de Marruecos. Otras industrias que alcanzaron un gran desarrollo fueron la fabricación de perfumes, tintes y jabones. Además, habría que destacar el acero de Damasco, el desarrollo del arte del cobre, grandes progresos en cristalería y cerámica.
Especial mención hay que hacer a una de las más importantes me­joras y difusiones realizadas por los árabes, como lo fue el invento del papel. Éste se fabricó por primera vez en China, según una tradición, en el año 105 antes de Cristo. En 751 después de Cristo, los árabes obtuvieron una victoria sobre algunos contingentes de una fuerza china, al este de Yaxartes. Entre los prisioneros capturados por los musulmanes había algunos fabricantes de papel chinos, que introdujeron su oficio en el mundo islámico. En el período de Harun Al-Rashid, el papel fue introducido en Irak. La manufactura se limitó en un principio a las provincias orientales, donde primeramente fue introducida, pero el uso del papel se propagó rápidamente a través del mundo islámico, alcanzando a Egipto en el año 800 y a España un siglo más tarde. Desde el siglo X en adelante, hay testimonio de la fabricación de papel en Irak, Siria, Egipto y en la misma Arabia, y pronto hubo fábricas de papel en África del norte y España. Centros conocidos había en Samarcanda, Bagdad, Damasco, Tiberíades, Hama, Trípoli de Siria, El Cairo, Fez de Marruecos y Valencia de Espa­ña. La división política del imperio favoreció la multiplicación de las fábricas. Las consecuencias de la aparición del papel son difíciles de precisar, pero considerables. Mucho más práctico que el papiro granuloso, más económico y más liso que el pergamino, espeso y curvado, el papel tuvo mucha importancia para la evolución de la burocracia del régimen y para la democratización del libro de la cultura urbana. En la historia de la civilización omeya alcanzó un lugar del mismo orden que la imprenta.

La industria fue organizada en parte bajo la dirección estatal, y en parte bajo iniciativa privada. Desde los últimos tiempos omeyas, el gobierno había mantenido talleres y centros de fabricación para la producción de tiraz, material usado para los trajes de gobernantes y para uniformes ceremoniales, concedidos como distintivos honoríficos a altos empleados y jefes del ejército. El sistema de producción usual fue doméstico. Los artesanos estaban limitados a vender sólo a agentes oficiales o a un contratista privado que los financiaba. En algunos casos, los artesanos recibían un salario, y en el siglo IX se cita una tarificación, en Egipto, de medio dirham al día.

Uno de los hechos más destacados del mundo abasí fue, junto con el desarrollo del pensamiento intelectual y de la cultura, la amplitud de las relaciones comerciales y de la vida económica. Es indiscutible que la desaparición del imperio sasánida y el debilitamiento del imperio bizantino habían dado a los omeyas grandes posibilidades comerciales. Los recursos del imperio y también el tránsito comercial vitalmente importante entre Europa y el Lejano Oriente, hicieron posible un extenso desarrollo del comercio, favorecido por la restauración del orden y seguridad internas y de las relaciones más o menos pacífi­cas de los países vecinos logrados por los abasíes, en vez de las incesantes guerras de conquista realizadas por los omeyas.

El comercio del imperio islámico tuvo un gran radio de acción. Desde los puertos del golfo Pérsico de Siraf,
Basra y Ubulla y, en menos proporción, desde Adin a los puertos del mar Rojo, mercaderes musulmanes recorrían la India, Ceilán, las Indias Orientales y China, trayendo sedas, especias, sustancias aromáticas, maderas, estaño y otros productos, tanto para consumo interno como para la exportación. Las rutas estaban despejadas, trazadas, los obstáculos salvados, se disponía de una posición clave respecto al gran comercio de la época —el istmo que separa al Mediterráneo del océano índico—. El imperio abasí conoció por ello una gran propiedad económica. Esta expansión estuvo ligada también a la creación de Bagdad, cuya situación favoreció, por una parte, la atracción de mercaderías hacia Irak y llevó consigo el desarrollo de Basra; por otra, el comercio de tránsito, pues Bagdad se convirtió en centro de distribución de mer­cancías hacia el Oriente Medio.

La conquista de Creta en el año 827 y la de Sicilia en el transcurso del siglo IX, aseguraron a los árabes el control de la navegación por el Mediterráneo. Por otra parte, el desarrollo de las ciudades, el enri­quecimiento de los súbditos del imperio, tanto árabes como no árabes, la necesidad de aprovechar las ventajas materiales aportadas por las conquistas, hicieron que se instituyera una "sociedad de consumo", cuyo "lujo oriental" no constituía el signo menos importante; la vida económica y social estaba íntimamente ligada y se asistía a una transformación de la sociedad musulmana, que refleja a la vez el auge literario, filosófico, religioso y el desarrollo científico que repre­senta también la impronta del siglo IX abasí.

Las rutas alternativas a China e India cruzaban por vía terrestre a través del Asia central. Una fuente de la época menciona mercaderías traídas desde China, tales como seda, loza, papel, tinta, monturas, caballos, pavos reales, fieltro, ruibarbo, cinamono, utensilios de oro y plata, monedas de oro, joyas, esclavas, así como ingenieros hidráulicos, agrónomos, marmolistas y eunucos. La misma fuente destaca algunas cosas traídas de la India: "tigres, panteras, elefantes, pieles de pantera, rubíes, madera de sándalo blanca, ébano y nueces de coco". Los manuales de navegación musulmanes han revelado que los navegantes árabes se encontraban como en su casa en las na­ves orientales, donde comerciantes árabes se establecieron en China ya en el siglo VIII.

El extenso intercambio comercial entre el imperio islámico y el Báltico, vía mar Caspio, mar Negro y Rusia, es atestiguado por numerosos hallazgos de monedas a lo largo del curso del Volga y sobre todo revelado por fuentes literarias. En Suecia y el resto de Escandinavia se han encontrado miles de monedas musulmanas con inscripciones que datan desde finales del siglo VII hasta comienzos del XI, período que marca el florecimiento del comercio islámico. De estos países obtuvieron los árabes muchos productos, entre los que se destacan las pieles, los cueros y el ámbar. El geógrafo árabe Mugaddasi da una lista más completa y habla de "martas, pieles de ardilla, armi­ños, pieles de zorro, castores, liebres moteadas y cabras; también ce­ra, flechas, corteza de abedul, gorros de pieles, cola de pescado, dientes de peces, castóreo, ámbar, pieles de caballo preparadas, miel, nueces de avellano, halcones, espadas, armaduras, maderas de arce, esclavos, ganado mayor y menor". Parece poco probable que los propios árabes hayan penetrado hasta Escandinavia, quizás tuvieron contacto con los pueblos septentrionales en Rusia, con los kázaros y los búlgaros del Volga, sirviendo éstos de intermediarios.

También con África sostuvieron los árabes un extenso comercio por tierra, siendo oro y esclavos los principales productos importados. El comercio con Europa occidental fue al principio interrumpido por las conquistas árabes, pero reanudado por los judíos, que servían de lazo entre los dos mundos hostiles. En un paraje frecuente­mente citado, el geógrafo Ibn Jurradadbih habla de mercaderes judíos del sur de Francia: "...quienes hablan árabe, persa, griego, fran­cés, español y eslavo. Viajan de Occidente a Oriente y de Oriente a Occidente por tierra y por mar. De Occidente traen eunucos, escla­vas, niños, brocados, pieles de castor, martas y otras pieles y sables. Embarcan en el país de los francos, en el mar Mediterráneo occidental, y desembarcan en Farama, de donde llevan sus mercancías a lomo de camello a Qulzum, a distancia de veinticinco parasangas. Después navegan sobre el mar Oriental (Rojo), desde Qulzum hasta Al-Jar y Yedda, y progresivamente hacia Sind, India y China. De China traen almizcle, aloe, alcanfor, cinamomo y otros productos, y regresan a Qulzum. Entonces los transportan a Farama y navegan de nuevo ha­cia el mar Occidental. Algunos viajan con sus géneros a Constantinopla y los venden a los griegos, y otros los presentan al rey de los francos y los venden allí. En ocasiones traen sus géneros desde la tierra de los francos, a través del mar Occidental, y los descargan en Antioquía. Entonces viajan, en tres días de marcha por tierra, hasta Al-Yabiya, de donde navegan, descendiendo por el Eufrates, a Bagdad, y después, Tigris abajo, a Ubulla, y de Ubulla a Liman, Sind, India y China..."

El comercio musulmán se vio favorecido, asimismo, por la instauración de un magnífico sistema financiero. Tal sistema resultó suficientemente original como para merecer un estudio particular. El mundo musulmán gozó, además, de una moneda sana, cuyo valor se mantuvo prácticamente estable hasta poco después de las cruzadas, estimado en todos los mercados internacionales y en todo tipo de transacciones; también se crearon diversos procedimientos de pago: letra de cambio, cheque, operaciones bancarias; el préstamo y la hipoteca también fueron practicados, estableciéndose para ellos ciertos compromisos, hiyol. Se asistió, de hecho, al nacimiento y desarrollo de un vasto capitalismo, en cuyas actividades participaron tanto musulmanes como dimmies. En este terreno, los pueblos islámicos estuvieron mucho más avanzados que el Occidente cristiano.

El desarrollo del comercio y de empresas en gran escala dio origen durante el siglo IX a la banca. La economía del imperio islámico había sido primero bimetalista con el dirham persa de plata circulando en las provincias orientales y los denarios de oro bizantinos en los occidentales. Estas emisiones fueron conservadas por el califato, con el peso tipo de 2,97 gramos para el dirham y de 4,25 gramos para el diñar. A pesar de muchos intentos para estabilizar el valor relativo de estas monedas, inevitablemente fluctuaban con los precios de los metales de que estaban hechas, y el sarraf, o cambista de moneda, llegó a ser un elemento esencial en todo mercado musulmán. En el siglo IX se transformó en un banquero en mayor escala, sin duda apoyado por comerciantes acaudalados con dinero para invertir. Se mencionan bancos con una oficina principal en Bagdad y sucursales en las otras ciudades del imperio, y un complicado sistema de cheques, cartas de crédito, etcétera, tan desarrollado, que era posible extender un cheque en Bagdad y cobrarlo en dinero en Marruecos. En Basra, el principal centro del floreciente comercio oriental, cada comerciante tenía su cuenta de banco, y los pagos en los bazares se efectuaban sólo con cheques y nunca con dinero. En el siglo X había bancos del gobierno en la capital, con el título de bancos de asistencia, que adelantaban al gobierno las grandes sumas requeridas para los gastos administrativos, contra una hipoteca sobre tributos no recaudados. Debido al edicto musulmán sobre la usura, la mayoría de los banqueros eran judíos y cristianos.

La próspera vida comercial de la época se reflejó en sus ideas y literatura, donde encontramos al comerciante honrado señalado como un tipo ético ideal. Las tradiciones atribuyeron al profeta afirmaciones como ésta: "En el día del juicio, el mercader musulmán honrado y cabal se clasificará en las filas de los mártires de la fe". "El mercader íntegro se sentará a la sombra del trono de Dios en el día del juicio." Y al califa Umar I se le atribuyen, con menos fundamento, estas palabras: "No hay lugar donde me vería más agradablemente sorprendido por la muerte que en el mercado, comprando y vendiendo para mi familia". El ensayista Yahiz, en un trabajo titula­do En alabanza de ¡os comerciantes y en censura de los empleados observa que la aprobación por Dios del comercio como medio de vida está demostrada por su elección de la comunidad mercantil de Qurays para su profeta. La literatura de la época incluye retratos del comerciante, recto, ideal, y mucho asesoramiento respecto a la inversión de dinero en el comercio, junto con máximas como la de no invertir el capital de uno en cosas cuya demanda sea limitada, tales como joyas, que sólo son requeridas por los opulentos, o libros científi­cos, sólo pedidos por eruditos, que en todo caso son pocos y pobres. Esta máxima particular debe haber procedido de un escritor de experiencia más bien teórica que práctica, ya que la realidad demuestra en general que fueron precisamente los tratantes en géneros de lujo, costosos, tales como joyas y batistas finas, los más adinerados y respetados.

Todos estos movimientos económicos trajeron los correspondientes cambios sociales y una serie de nuevas conexiones entre los componentes étnicos y sociales de la población. La casta árabe guerrera estaba ahora depuesta. Había perdido sus concesiones por el tesoro y sus privilegios. Desde este período, en lo sucesivo, los cronistas árabes sólo hablaban raras veces de las contiendas tribales de los árabes. Esto no significa que hubiesen disminuido en violencia, pues en período tan avanzado como en el siglo XIX se encuentra todavía a los descendientes de Qays y Kalb, en Siria, luchando entre sí. El cambio significaba que la aristocracia tribal árabe había perdido su poder para intervenir e influir en los asuntos públicos, y que sus contiendas y pugnas no tenían ya gran alcance. A partir de este período, los hombres de tribu árabes comenzaron a abandonar las amsar, vol­viéndose algunos al nomadismo, que nunca habían abandonado por completo, y estableciéndose otros en el campo. La población islámica cambió su carácter; desde la ciudad guarnecida por un ejército que ocupaba una provincia conquistada, a un mercado donde los mercaderes y artesanos comenzaron a organizarse en gremios y lonjas para mutua ayuda y defensa.

Pero los árabes no perdieron por completo su supremacía. El gobierno fue al principio predominantemente árabe en sus puestos elevados. La dinastía era todavía árabe y se enorgullecía de su arabismo, y el árabe era el único idioma del gobierno y de la cultura. Se conservó la superioridad teórica de los árabes que condujo al movimiento su'ubiyya en literatura y círculos intelectuales, mejorando las pretensiones de los no árabes a igual posición. Pero un cambio importante se estaba elaborando en el significado de la propia palabra "árabe". Desde entonces en adelante, dejaron de ser los árabes una casta hereditaria hermética, y se transformaron en un pueblo dis­puesto a aceptar como a uno de ellos, por una especie de naturalización, a cualquier musulmán que hablara árabe. La emancipación de los mawali tomó la forma de su plena aceptación como árabes, y has­ta los pretorianos jurasaníes de los califas se arabizaron por completo. El proceso de arabización en las provincias al oeste de Persia fue ayudado por la disposición de los árabes desmovilizados, por el predominio del idioma arábigo en las poblaciones y su propagación al campo circundante. Su desarrollo está atestiguado por la primera revuelta conjunta árabe-copta en Egipto en 831. Eventualmente, hasta los cristianos y judíos de Irak, Siria, Egipto y África del Norte comenzaron a emplear el árabe, y el propio término "árabe" en el uso arábigo llegó a restringirse a los nómadas. En vez de la aristocracia árabe, tenía el imperio una nueva clase gobernante, los ricos y los eruditos, poseyendo los primeros, en muchos casos, enormes fortunas en dinero, y propiedades. Estas fortunas fueron formadas desempeñando tareas gubernamentales, que estaban no solamente bien pagadas, sino que ofrecían oportunidades ilimitadas para ganancias adicionales, mediante el comercio y la ban­ca, mediante especulaciones y por la explotación de la tierra por propiedad de la misma o el arriendo de impuestos. Un ejemplo que se ci­ta en una crónica nos informa cómo una familia de empleados invirtió una fortuna de cuarenta mil dinares, que había heredado: mil se dedicaron para reconstruir la casa derrumbada del cabeza de familia; siete mil, en mobiliario, ropas, esclavas y otras amenidades; dos mil fueron entregados a un comerciante de confianza para comerciar con ellos; diez mil fueron enterrados para imprevistos, y con los restantes veinte mil compró una finca, de cuyas rentas vivía.

Digamos algo respecto a la posición de los dimmies, los súbditos no musulmanes del imperio. El estado legal de que gozaban ha sido muy idealizado por algunos escritores, que han ensalzado la toleran­cia indudable de los gobiernos musulmanes en la concesión de igual­dad completa. Los dimmies eran ciudadanos de segunda clase, que pagaban un tipo más elevado de tributación, sufrían ciertas incapaci­dades sociales, y en algunas raras ocasiones estaban sometidos a franca persecución. Pero, con todo, su posición era infinitamente superior a la de aquellas comunidades ajenas a la iglesia establecida en Europa occidental en el mismo período. Gozaban del libre ejercicio de su religión, derechos de propiedad normales, y eran frecuentemente empleados en el servicio del Estado, a menudo en los puestos más elevados. Eran admitidos en los gremios artesanos, en algunos de los cuales predominaron. Nunca llegaron a padecer martirio o destierro por sus creencias.

La expansión económica atrajo hacia las ciudades toda una masa de población hasta entonces errante o que vivía miserablemente en el campo. En particular, las ciudades de Irak, y en primer lugar Bagdad, llegaron a reunir una plebe que subsistía gracias a las dádivas de los acaudalados; esta afluencia de población resultó por otra parte totalmente desproporcionada en relación con la importancia económica real de la ciudad, lo que generó una serie de conflictos sociales a las urbes del imperio y que a la larga sería un peso excesivo que condujo a continuas revueltas y sublevaciones de este sector de la población y que desestabilizó al imperio, siendo uno de los factores decisivos en la desmembración de éste.-

LOS CONFLICTOS IDEOLOGICOS Y DESMEMBRACION DEL IMPERIO


LOS MAMELUCOS Y EL ULTIMO BASTION


Los Mamelucos, Mamluk (castellanizado mameluco) es una palabra árabe que significa «poseído», «gobernado», es decir esclavo de origen no-musulmán. fueron soldados esclavos convertidos al Islam y que constituyeron un sultanato en Egipto y regiones vecinas entre 1250 y 1517. De esta casta surgieron dos dinastías de regentes. Estos ex esclavos de origen no musulmán provenientes del sur de Rusia y el Cáucaso se constituyeron en una milicia (unos doce mil) que fue organizada por el sultán ayubí as-Salih Ayub (g. 1240-1249). De esta casta surgieron dos dinastías de regentes, los Bahríes (1250-1382), formada por turcos y mongoles, y los Buryíes (1382-1517), formada por circasianos (procedentes del Cáucaso). Los nombres Bahrí y Buryí se derivan de los lugares en los cuales habían estado acuarteladas las tropas que se hicieron con el poder.Notablemente experimentados en el arte de la guerra y dotados de un valor extraordinario, estos soldados del Islam frenaron el avance de los mongoles de Hulagú (1217-1265), el destructor de Bagdad en 1258, y de Ghazán (1271-1304), y, a la vez, lograron reconquistar en Siria y Palestina los enclaves cruzados, erradicando definitivamente esa amenaza occidental. Hubo veintisiete sultanes mamelucos denominados bahríes (de bahr, "río", referido al Nilo, pues en su delta combatieron a la séptima cruzada), de origen turco, entre 1250-1382, y veintisiete burÿíes (de burÿ, "torre", ya que originalmente su cuartel estaba coronado por una torre de vigilancia), de origen circasiano o cherkés (procedentes del Cáucaso), entre 1382-1517. Entre los bahríes el más famoso fue el kipchak Baibars. Entre los burÿíes se destacó particularmente el circasiano al-Malik al-Ashraf Saifuddín Barsbai, apodado «la Pantera», gobernante entre 1422 y 1438, que lanzó una expedición contra Chipre en 1425 y que finalizó con la captura del rey isleño Janus, cuyo hijo Juan II (g. 1432-1458) se declaró vasallo del sultán. El advenimiento de la dinastía Bahrí en 1250 inició una línea sucesoria que trajo consigo ganancias territoriales y gran prosperidad a Egipto y Palestina. Después de 1341 el poder del sultán Bahrí gradualmente pasó a los jefes de tropa. Hacia 1382 el primer regente Burÿí pudo ocupar el trono. Su mandato y el de sus sucesores fue problemático debido a revueltas palaciegas, guerras civiles y conquistas extranjeras, culminando con la derrota de la dinastía en 1517 ante Selim I, sultán del Imperio otomano. Egipto entonces se sometió a la autoridad de un representante turco, el pashá, aunque el poder real continuaba estando en manos de los beys mamelucos, gobernadores de distritos o provincias menores. Hacia mediados del siglo XVII los emires mamelucos, o beys, habían restablecido su supremacía. Cuando Bonaparte, al pretender avanzar hacia las posesiones británicas en la India, invadió Egipto, derrotó a los mamelucos en la batalla de las Pirámides el 21 de julio de 1798 (2). Después de que los franceses evacuaran Egipto en 1801, los mamelucos lucharon con los turcos por el poder, aunque fueron diezmados por Muhammad Alí (3) en la masacre de El Cairo en 1811. Los supervivientes huyeron a Nubia y a Zanzíbar. Los mamelucos tuvieron una trascendencia de casi 600 años en la historia del Egipto musulmán (640-1226 de la Hégira). ANTECEDENTES Los Ayubíes fueron la dinastía fundada por Saladino en 1169,la cual gobernó Egipto, Palestina y Siria. Al producirse la séptima cruzada (1248-1254), el pueblo musulmán estaba cansado de los últimos sultanes ayubíes, tanto por su indecisión como por su ineficacia en enfrentar a los invasores europeos.El 5 de junio de 1249 los francos desembarcan y al día siguiente toman Damieta. Luego de avanzar por el delta del Nilo, el poderoso ejército cruzado integrado por doce mil infantes y dos mil quinientos caballeros encabezados por el rey franco Luis IX (1214-1270) (más tarde canonizado) es derrotado en Mansurah (8 de febrero de 1250) y obligado a retroceder y a rendirse en Sharamsah (6 de abril de 1250) ante los poderosos batallones mamelucos. Una nueva era había comenzado.-

EXPANSION Y CONQUISTA DEL IMPERIO

a rápida expansión y la notable rapidez de la difusión de la religión debe atribuirse al uso de la fuerza militar elque extendió las fronteras del imperio Árabe-Musulmán a su máximaamplitud, enmarcando lo que sería el mundo musulmán clásico, donde sedesarrollaría su civilización. Aunque en el transcurso de los siglosvenideros el imperio iba a ganar nuevos territorios, ya no volvería aalcanzar jamás dicha superficie.

Conquistas de Arabia,

Conquistas de Siria, Palestina, Mesopotamia, Persia y Armenia,

Expansión en el Imperio Bizantino,

Conquistas del Occidente: Egipto y Norte de África,

Conquistas Europeas: España, Francia, Sicilia e Italia,

Conquistas Orientales en India, Afganistan y el Imperio Chino.

A CONTINUACIÓN ALGUNAS BATALLAS LIBRADAS

BATALLA DE BADR (624)

BATALLA DE UHUD (625)

BATALLA DE LA TRINCHERA Al-Jandaq (?)

BATALLA DE CONQUISTA DE LA MECA

BATALLA DE HUNAYN (628)

BATALLA DE AQRABA Año (633)

BATALLA DEL PUENTE (634)

BATALLA DE YARMUK (636)

BATALLA DE SAFIN (657)

BATALLA DEL CAMELLO (678)

BATALLA DE KARBALA (681)

BATALLA DE GUADALETE BARBATE o de la laguna de la Janda (711)

BATALLA DE COVADONGA (722)

BATALLA DE POITIERS (732)

BATALLA DE AKROINON (739)

BATALLA DE TALAS (751)

BATALLA DE SIMANCAS (939 )

BATALLA DE COLONNA (985)

BATALLA DE SAGRAJAS O ZALACA (1086)

BATALLA DE LOS CUERNOS DE HATTIN (1187)

BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA (1212)

BATALLA DE AYN ŸALUT (1260)

BATALLA DE LA HIGUERUELA (1431)

Publicado por فلس

No hay comentarios: