Leyes de Indias es la legislación promulgada por los monarcas españoles para regular la vida social, política y económica entre los pobladores de la parte americana de la Monarquía Hispánica.
No mucho después de la llegada de los primeros conquistadores a América, la Corona española manda que se observen las llamadas Leyes de Burgos, sancionadas el 27 de enero de 1512, que surgen por la preocupación de la Corona por el constante maltrato a los indígenas, de acuerdo a los informes de los padres dominicos.
El obispo dominico Bartolomé de las Casas, levantó un debate en torno al maltrato a los indígenas con el sistema de las encomiendas, por lo que el Emperador Carlos V convocó a una junta de juristas a fin de resolver la controversia. De esta junta surgieron las llamadas Leyes Nuevas, en 1542, que ponían a los indígenas bajo la protección de la Corona.
Después de muchas controversias jurídicas entre España, Nueva España y Perú, durante el reinado de Carlos II de España (1665-1700), se publicó en 1680 una obra conocida como Recopilación de Leyes de las Indias.
Las Leyes de Indias constituyen una recopilación de las distintas normas legales vigentes en los reinos de Indias, realizada durante el reinado de Carlos II. Básicamente estas eran las Leyes de Burgos, las Leyes Nuevas y las Ordenanzas de Alfaro. Fueron promulgadas mediante real cédula el 18 de mayo de 1680, y su texto resume los principios políticos, que ocupara gran parte de latinoamerica y Europa.
Ley 1: Refiere a los asuntos religiosos, tales como el regio patronato, la organización de la Iglesia, la cultura y la enseñanza.
Ley 2: Trata la estructura del gobierno indiano con especial referencia a las funciones y competencia del Consejo de Indias y las audiencias.
Ley 3: Resume los deberes, competencia, atribuciones y funciones de virreyes, gobernadores y militares.
Ley 4 Concierne al descubrimiento y la conquista territorial. Fija las normas de población, reparto de tierras, obras públicas y minería.
Ley 5 Legisla sobre diversos aspectos del derecho público, jurisdicción, funciones, competencia y atribuciones de los alcaldes, corregidores y demás funcionarios menores.
Ley 6 Trata la situación de los indígenas, su condición social, el régimen de encomiendas, tributos, etc.
Ley 7 Resume los aspectos vinculados con la acción policial y de la moralidad pública
Ley 8 Legisla sobre la organización rentística y financiera.
Ley 9 Refiere a la organización comercial indiana y a los medios de regularla, con especial referencia a la Casa de Contratación
Las Leyes de Indias
Encomendero abusando de un indígena
Para sostener legalmente estas entidades, la Corona emitió las Leyes de Indias, mediante las cuales se regulaba la vida social, económica y
política de as colonias. Respecto a las Leyes de Indias, caben destacar las revisiones a las que fueron sometidas las Leyes de Burgos, las primeras aplicadas en América, las cuales establecían el trato que debía recibir el nativo, estipulando que los indios son libres, pero son súbditos de los Reyes Católicos, que debían trabajar en condiciones humanas, pero que su salario podía ser pagado en especie, y que en caso de que se resistiesen a las evangelización, estaba autorizado el uso de la fuerza contra ellos. Estas leyes, además, permitían el sistema de encomiendas, siempre y cuando se diera prioridad a la evangelización de los nativos y se les tratase de una manera humana.
Pero la realidad era distinta. La polémica se suscitó a partir de las denuncias realizadas por el obispo dominico Bartolomé de las Casas, con respecto a los malos tratos que recibían los aborígenes con el sistema de encomiendas. Para solucionar esta situación, Carlos V convocó una junta de juristas que elaboraron las Leyes Nuevas, las cuales fueron promulgadas el 20 de noviembre de 1542.
Estas leyes, intentaron mejorar las condiciones a las que estaban sometidos los nativos, mediante la prohibición de la esclavitud de los aborígenes, protección de la Corona, y la prohibición de la creación de nuevas encomiendas. Este último punto, la prohibición de la creación de nuevas encomiendas, provocaría que este sistema de trabajo desapareciese, lo cual creó fuertes recelos entre los encomenderos limeños, quienes se revelaron contra el virrey llegando incluso a derrocarlo. El orden fue restablecido por las autoridades y se decidió permitir la creación de nuevas encomiendas, ya que su ausencia perjudicaba gravemente a los colonos españoles.
Las Leyes de Indias sufrieron numerosas modificaciones a través de los años. Estas modificaciones se realizaban en función de los cambios a los que se veía sometida la administración y las necesidades de la metrópoli.
LA AMÉRICA COLONIAL
A lo largo de la Historia, se han dado en América Latina numerosos fenómenos políticos, sociales, económicos y culturales únicos en el mundo. Por su naturaleza, estos fenómenos, a pesar de sus enormes particularidades, no se han dado de forma fortuita. Para comprenderlos mejor, es preciso remontarse a los siglos XVI, XVII y XVIII, centrándonos en la organización colonial tras la conquista y las repercusiones que este hecho tuvo sobre los pueblos originarios. Ello es necesario para ilustrar los fenómenos políticos, sociales y económicos del período considerado, indagando en los antecedentes de futuros acontecimientos que tendrán lugar en la convulsa y cambiante América nacida de las revoluciones que acabaron con el dominio español y portugués en el continente. El descubrimiento de América y su conquista es el momento culminante y a la vez de partida para el mundo actual en Latinoamérica. El choque cultural fue irremediable entre dos civilizaciones fuertes (la mesoamericana vs. la europea) con tradiciones culturales diametralmente opuestas. Si bien la religión fue el principal punto de choque en esos momentos, sus repercusiones son directamente manifestadas en el urbanismo. La preocupación por asentar nuevas comunidades con fundamento en la Cruz Católica fue prioritaria, esto hizo que en poco tiempo la mayoría de América estuviera pacífica y próxima a crecer compartiendo esos rasgos de similitud tan característicos entre las poblaciones en nuestros países. Existen dos fuentes relacionadas en donde se pueden apreciar las decisiones sobre la fundación y legislación de las nuevas tierras conquistadas: Primero por la premura de los acontecimientos se puede apreciar una legislación parcial con el nombre de Cédulas y Ordenanzas para descubrimientos, nuevas poblaciones y pacificaciones. Y segundo se realizaron estudios y se codificaron con lo que hoy se conoce como Leyes de Indias. Los puntos más importantes en relación con el urbanismo: Fundación: Se refiere a encontrar el lugar de asentamiento verificando lo siguiente: que el lugar estuviera vacante y que se pueda tomar sin perjuicio para los naturales o con su libre consentimiento, que el lugar estuviera en alto, que exista sanidad, fortaleza, fertilidad y tierra de labor, pasto, leña y madera junto con otros materiales, que tenga acceso a aguas dulces, gente natural, comodidad, acceso de carretas si era en tierra firme. Si fuera costa deben considerar un puerto y que no tenga el mar ni al mediodía ni al poniente y de ser posible no estar cerca de pantanos ni lagunas para evitar animales venenosos y la corrupción del aire y del agua. Establecimiento de plazas: Primero se escoge el lugar para la plaza mayor y luego verificar la ubicación de las calles, puertas y caminos principales dejando tanto compás abierto que aunque la población vaya en crecimiento se pueda continuar con la misma forma. Se debe hacer una planta del lugar repartiéndola también por solares y esta medición debe ser a cordel y regla De las plazas saldrán cuatro calles principales, una por medio de cada costado y dos calles por cada esquina de la misma, las cuatro esquinas deben mirar a los cuatro vientos principales, porque de esta manera saliendo de la plaza existirá una protección entre las calles, de no ser así habría muchos inconvenientes. Catedrales, Parroquias y Monasterios: A trechos de las poblaciones, se deberán construir centros de culto y oración para que tengan también una buena proporción entre la población Para las iglesias en la costa se deberán edificar cerca del mar y que esta se vea desde el mismo, tanto para la tranquilidad del marino como de la defensa del mismo puerto. Hospitales: El Hospital para pobres y enfermos de enfermedades que no sean contagiosas se debe poner junto al templo y conexión por el claustro. Mercados: Son lugares de mucha inmundicia, por lo tanto deberán construirse lugares especiales para aquellos que lo generen, como son ahora los mercados del mar. Lugares de siembra y de Ganado: Se deben señalar lugares especiales para la siembra y para el ganado, de manera que, por más que crezca la población siempre quede espacio en donde la gente se pueda recrear. Construcción de casas: Se deben disponer de solares y edificios de manera que en las habitaciones se pueda gozar de los aires del mediodia y del norte por ser los mejores. Se deben disponer las casas a manera de defensa, se debe labrar y tener caballos y bestias de servicio con patios y corrales y con la más anchura para la salud y la limpieza, Se debe procurar la construcción de los edificios de una forma para mantener el ornato de la población. La nueva población deberá tener el mayor cuidado de no establecer contacto con los naturales tanto en trato y de no ir a sus pueblos, ni divertirse, ni que entren en el circuito de la población sin tener puesta la defensa y las casas, de tal manera que les cause admiración y que den a entender que los españoles pueblan allí. En síntesis las leyes de indias fueron creadas para organizar las nuevas tierras conquistadas, desde el punto de vista urbanístico se puede decir que el objetivo de la organización de las ciudades y poblados fue claro y conciso desde el principio, por supuesto basado en los criterios de organización de la civilización europea, ampliando e integrando al indio o natural como era conocido en esa época, a esta cultura totalmente distinta, sus patrones eran basados fuertemente en la religión, factor que repercutió indudablemente en el urbanismo. Las dichas leyes datan desde la base fundamental de un poblado la cual es la fundación o escogencia del sitio a habitar, lo que parece ser un buen punto de inicio para la organización, en estas leyes se contemplan criterios para esta selección que toman en cuenta futuras situaciones y las contrarrestan previniéndolas, también contempla la búsqueda de confort y comodidad, cercanía de servicios como la comida, el agua etc.. Otro punto a tratar es el establecimiento de plazas en este caso destinadas a la recreación de la población, también tomando en cuenta el futuro crecimiento de la población. También estas leyes contemplan ordenanzas como resaltar las edificaciones religiosas, en sinónimo de poder, la misma forma de seguir ritmos y metodologías de construcción en las edificaciones, hospitales ubicados para fácil acceso, lugares de siembra y ganado y mercados. Todos estos siempre basados en el bienestar de la población y la comunidad. En lo que concierne al aspecto urbanístico, estas leyes de indias sentaron base importante en Latinoamérica para el impulso del desarrollo urbano, organizando la ciudad o poblados a su vez que la religión, clases sociales, economia y politica. Siempre un cambio social conlleva a uno politico, económico, arquitectónico y en este caso urbanístico. Por estas razones las leyes de indias son importantes y son además la base de nuestro urbanismo. Las fundaciones Españolas: Leyes de Indias Las fundaciones españolas abarcaron un extenso territorio en el continente americano: desde California en Norteamérica, el Mar Caribe en Cuba y Santo Domingo, hasta el extremo sur, en Argentina y Chile, la fundación de ciudades por parte de los españoles en América “se puede considerar como uno de los mayores movimientos de creación de ciudades de la Historia”. Desde el descubrimiento del nuevo mundo hasta la independencia de España, a comienzos del siglo XIX, las fundaciones españolas se constituyen en un fenómeno importantísimo dentro de la historia de las ciudades, especialmente desde el punto de vista del rol de la ciudad en el proceso de conquista y ocupación del territorio, de manera intencionada. La ocupación del continente americano por parte de los españoles puede entenderse como un fenómeno geopolítico, puesto que se fundamenta en un afán de expansión e incorporación del nuevo territorio al imperio español. De aquí que la Corona haya tenido consideraciones estratégicas, tanto en lo político y económico, como en lo religioso y cultural. La ocupación urbana del Nuevo Mundo está condicionada desde sus inicios a factores de diversa índole. La prolífica fundación de asentamientos urbanos presenta elementos comunes a los distintos núcleos urbanos, lo que se constituye en un patrón de fundaciones que otorga al fenómeno una carácter unificar. Se está ante un modelo urbano que responde a la manera estratégica de poblar de la Corona. La estrategia española en la conquista imperial del continente, basada en la movilidad de pequeños ejércitos compuestos por hombres relativamente bien armados que avanzaban rápidamente hacia el interior para apoderarse del control de los centros de la población indígena, fue al principio la respuesta intuitiva al doble objetivo de hacerse fácilmente con el botín y establecer una ruta occidental española hacia las indias. Sin embargo, también sirvió, de modo fortuito, para establecer el dominio español sobre la mayor parte de los pueblos nativos que se vieron envuelto en la acción, lo que permitió la explotación paulatina de los recursos minerales y agrícolas y el comienzo de la evangelización. Este proceder contrasta de modo directo con el proceso progresivo de la colonización británica en Nueva Inglaterra, basada en la lenta expansión hacia el interior desde enclaves agrícolas costeros auto suficientes. La segunda diferencia fundamental entre os orígenes del imperio español en América y la colonización británica estriba en que, una vez que los españoles tomaron posesión de las estructuras de poder existentes, su dominio se consolidó mediante “ciudades fundadas en territorios desconocidos y a menudo hostiles que eran de hecho centros de conquista y de control político”. A diferencia de las primeras ciudades de Nueva Inglaterra que hicieron su aparición para servir a los procesos orgánicos, las ciudades hispanoamericanas estaban planeadas en respuesta a la “necesidad estratégica de concentrar los escasos recursos humanos en un perímetro limitado y por lo tanto, militarmente defendible.” “La ciudad no surgía para servir sino para dominar. Los españoles salían de ellas en un entorno hostil para conquistar, controlar y adoctrinar a las poblaciones circundantes”. Como principio directa de los principios que rigieron la colonización en las áreas re conquistadas en su España natal, los conquistadores ocuparon las nuevas ciudades, de las que estuvieron excluidos en primera instancia los pueblos conquistados, que o bien permanecían en sus aldeas o se convertían en habitantes de municipios que se extendían a prudente distancia a fin de dar alojamiento a la necesaria mano de obra indígena. Hay que establecer una distinción entre las ciudades existentes, rehabilitadas, tales como Tenochtitlán, Cuzco y Quito, donde coexistían europeos e indios, aunque en barrios totalmente separados, y las nuevas ciudades como Lima, donde existían asentamientos independientes. Existe un precedente parcial de este sistema colonial si nos remontamos a la planificación estratégica del imperio romano que había impuesto y mantenido su dominio mediante un programa sistemático de fundación de “nuevas ciudades” en muchos lugares de la Península Ibérica - como también en Británica y en otras provincias, con la importantísima excepción de que los asentamientos civiles romanos estaban pensados desde el principio para ser ocupados por los pueblos conquistados. España llegó a dominar sus territorios americanos en un plazo de muy pocos años, mediante el despliegue de fuerzas extraordinariamente reducidas. Débiles al principio y sin duda vulnerables si hubieran debido soportar una sublevación prolongada de os indígenas, la firme consolidación del control español se logró por medio de la transmutación de antiguas ciudades militares en centros administrativos, económicos y políticos que dominaban extensas regiones. “Esta estrategia colonial centrada en los núcleos urbanos tuvo dos consecuencias inmediatas - señala Portes, en primer lugar, limitó desde el principio la posible aparición de una frontera en el sentido norteamericano y; en segundo, consolidó supremacía de la ciudad sobre el campo”. Por lo que se refiere al primer punto, con las excepciones pertinentes de Méjico y Chile, las provincias de la América Latina tenían una extensión definida aunque vastas regiones permanecieron sin colonizar durante el período de ocupación española. La falta de nuevos territorios y recursos susceptibles de ser conquistados más allá de una frontera, junto con otros factores - en especial la adormecida intervención de la burocracia española, contribuyo a determinar las características nacionales pasivas y estáticas, en contraposición a esos inquietos y dinámicos atributos propios de los EEUU de América. La segunda consecuencia, que también ha sido de una trascendencia política, económica y social decisiva, resultó inevitable en tanto que la “jurisdicción de la ciudad no estaba restringida a un área determinada y no dejaba el campo en manos de los propietarios rurales. Los fieros de las ciudades hispanoamericanas reconocían la propiedad de éstas sobre sus traspaíses respectivos, tanto en el sentido de la titularidad económica como en el sentido de control político - administrativo”. A los conquistadores se les encargó oficialmente la misión de fundar ciudades, y a las ciudades, a su vez, se les confió la tarea de “encauzar y socializar las aspiraciones de una población europea ingobernable”. La creación de ciudades y su administración ulterior se hallaba sujeta a las instrucciones reales codificadas burocráticamente procedentes de Sevilla y conocidas comúnmente como LEYES DE INDIAS. Chile fue colonizado directamente desde el Perú por Valdivia, que llegó a fines del año 1540 al mando de 200 españoles y un numeroso ejército peruano. Ante la enconada resistencia indígena decidió avanzar tierra adentro donde fundó el 12 de Febrero de 1541 la ciudad de Santiago de Chile, que pronto habría de convertirse en “una modesta pero sólidamente establecida comunidad agrícola en uno de los más maravillosos y más fértiles valles del mundo”. Valparaíso se fundó en 1544 como principal puerto de abastecimiento, y la Serena 1544 y Concepción en 1550 fueron ciudades fronterizas, al norte y al sur respectivamente, de la temprana colonia española. Por las constantes sublevaciones que se prolongaron hasta la independencia, alcanzada en 1817, se hizo necesaria la permanente presencia militar española, cuyo coste a partir de 1600 convirtió a Chile en una “zona deficitaria” dentro del imperio, que requería continuos subsidios de la Corona. Como colonia agrícola lejana y potencialmente peligrosa, Chile no representaba grandes atractivos para los emigrantes españoles que no excedían de 5.000 hacia fines del siglo XVI. Desde Chile, una expedición a través de Los Andes, hacia lo que es hoy Argentina terminó con la fundación de Mendoza 1561, y de Tucumán, en 1565. Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias. El hecho de mayor interés de la ciudad hispanoamericana corresponde a la concepción paradigmática de una “ciudad tipo”, condicionada por las Leyes de Indias para la América hispánica. En 1573 Felipe II promulgó un real decreto por el que debían regirse la creación y el planeamiento físico de las nuevas ciudades a lo largo y ancho del Imperio. Este decreto incorpora el “estatuto” existentes otorgado a quienes se proponían colonizar los territorios, la cual estuvo en vigor durante todo el período del Imperio Español en América y, se aplicó asimismo a las ciudades españolas en lo que más tarde serían los EEUU. Sin embargo, no se hizo cumplir estrictamente, de tal modo que los cientos de aplicaciones representaron variaciones. Con ello, la fundación de las nuevas ciudades respondían a dos principales razones de ser: Un ROL EN SI MISMA, como núcleo básico de concentración de la población, ciudades que concentran el gobierno de su región circundante de influencia, administran la justicia y actúan como unidad de difusión de la religión católica y la cultura europea. Un ROL ESTRATEGICO, entendiendo la ciudad como una unidad productora y de presencia en un marco de colonización y conquista que siempre fue pacífico. Este aspecto incide de manera más directa en la localización de los asentamientos en una primera instancia, puesto que dónde situarse estaba fuertemente dictaminado por consideraciones económicas y político - militar. En su formulación, los reglamentos se basaban en la experiencia de los primeros colonizadores. Aunque aparentemente no se especificaba como talen las Leyes, en la práctica, se acostumbrara a llevar un trazado viario reticular. En teoría dentro de la red viaria, los reglamentos determinaban la ordenación de detalle. Existían más de tres docenas de artículos y cláusulas consultivas; una de las primeras contemplaba las necesidades derivadas del futuro crecimiento, exigiendo: “El plano de la ciudad, con sus plazas, calles y solares se trazará mediante mediciones con regla y cordel, empezando por la plaza principal donde deban converger las calles que conducen a las puertas y caminos principales y dejando espacios libres suficientes de manera que si la ciudad crece pueda siempre ampliarse de forma simétrica”. El proceso de fundación comenzaba con la determinación del lugar físico, la parcela que ocuparía la plaza mayor. Es el elemento central, componente característico de la ciudad imperial española, a la que se le otorgaba el énfasis apropiado. Esta representaba, para los españoles, el símbolo de la unidad cívica, puesto que era el único lugar donde se realizarían actividades en las que todo el pueblo participaría. En torno a ella, se sitúan los edificios más importantes, además de las principales instituciones públicas y la iglesia mayor de la ciudad. De este modo se constituye, por un lado en el lugar privilegiado desde el punto de vista de la accesibilidad y de la centralidad para la actividad comercial; y por otro lado en elemento articulador de los más importantes edificios públicos, administrativos y religiosos. En la plaza misma, se organizaba el mercado, los espectáculos centrales, los bailes y los ajusticiamientos públicos. En las ciudades ribereñas se prescribía para la plaza una ubicación convenientemente próxima al mar o al río; para las ciudades del interior “ la plaza central debía situarse en e centro de la ciudad, de forma rectangular, siendo su longitud de la menos una vez y media su anchura, ya que ésta es la mejor proporción para as fiestas en las que intervienen caballos y para otras celebraciones. El tamaño de la plaza deberá ser proporcional al número de habitantes de la ciudad, teniendo en cuenta que las ciudades de las indias, siendo nuevas, están sujetas a crecimiento; y es, en efecto, nuestro propósito que crezcan. Por este motivo la plaza deberá planearse en relación al posible crecimiento de la ciudad. No deberá tener menos de 200 pies de ancho por 300 de largo, ni más de 500 de anchura por 800 pies de longitud. Una plaza bien proporcionada de tamaño medio deberá tener 600 pies de longitud por 400 de anchura”. En cuanto al planeamiento de detalle de calles y solares que formaban la plaza, las ordenanzas eran explícitas, exigiendo: “Cuatro calles principales que partan de la plaza, una del punto medio de cada lado, y dos desde cada esquina. Las cuatros esquinas deberán estar orientadas según los cuatro puntos cardinales, pues de este modo las calles que desembocan en la plaza no estarán expuestas directamente a los cuatro vientos principales. Toda la plaza y las cuatro cales principales que irradian de ellas estarán de pórticos, ya que éstos suponen una gran ventaja para las personas que allí se reúnen con fines comerciales... Los pórticos de las plazas no deberán estorbar a las ocho calles que convergen en ella por las cuatros esquinas. Estos pórticos terminarán en las esquinas, de modo que el pavimento de las calles puede ser alineado con el de la plaza. Las calles serán anchas en las regiones frías y estrechas en las cálidas; pero con fines defensivos, en aquellos casos que requieran caballería, tendría que convenirse que aquellas fueran amplias...” La supresión de las calles que partían del punto medio de cada lado fue una de las desviaciones más frecuentes de las ordenanzas. La iglesia tenia que ser el edificio dominante de la plaza, retirada con respecto a la alineación de ésta con el fin de acentuar su preeminencia simbólica: “En las ciudades del interior la iglesia no deberá situarse en el perímetro de la plaza, sino a una distancia tal que aparezca aislada y separada de los otros edificios para que puedan apreciarse sus fachadas desde todos lados, de este modo aparecerá más hermosa y más majestuosa. Deberá levantarse por encima del nivel del suelo, de manera que la gente deba subir una serie de peldaños para entrar a ella..." Las iglesias de las ciudades ribereñas tenían que dar frente a la plaza y estar construidas con solidez para ser utilizadas como fortalezas en caso de emergencia. Los solares que rodeaban los restantes lados de la plaza no podían otorgarse a particulares, pues estaban reservados a edificios públicos, entre los cuales se incluiría “el hospital de los pobres, para enfermos no contagiosos que se construirá en el lado norte para que su fachada quede orientada al sur...” Se dispondrían asimismo emplazamientos para “las tiendas y residencias de os comerciantes que serían las primeras en edificarse”. Los solares necesarios para los primeros colonos serían distribuidos por sorteo, con la condición de que “los solares no asignados deberían reservarse a los colonos que pudieran llegar más tarde, o para disponer de ellos con arreglo a nuestros deseos.” Las ordenanzas habían empezado con consideraciones acerca de la elección del emplazamiento, que debía ser apropiado no sólo para los núcleos urbanos, como se ha dicho, sino también en previsión de un traspaís agrícola, para lo cual las ciudades - región de Andalucía proporcionaron el modelo inmediato. “Se asignará a cada ciudad un suelo comunal, de dimensiones adecuadas para que así, aunque creciera enormemente, se dispusiera de espacio suficiente para el ocio de sus habitantes y para apacentar el ganado de éstos sin invadir la propiedad privada.” Más allá de estos terrenos públicos se extendería el suelo agrícola, dividido en tantas parcelas como solares tuviera la ciudad. Tampoco se descuidaron los detalles estéticos; existía una breve ordenanza al respecto. La transcendencia simbólica de la ciudad española de nueva planta para los indios aborígenes se intensificaría al serles prohibido el acceso a ella en tanto las fortificaciones y casa no estuvieran terminadas. Según Trebbi, la aplicación de los postulados de las Leyes de Indias presenta dos aspectos negativos: Se puede decir que su base conceptual es “arqueológica” por practicarse como una reconstrucción de un tipo fuera de escala en muchos lugares y circunstancias. La planificación aplicada ideada en España es ajena a las condiciones reales de los variados lugares, sin contemplar el terreno, la tradición cultural u otras soluciones específicas, en los diferentes períodos y comarcas colonizadas. DECRETO DE 1573: LEY URBANISTICA DE FELIPE II
Según un estudio realizado en 1976, sobre el marco de la planificación de la Corona, existen “razones fundacionales” principales: Voluntad de la Corona Española de fundar ciudades y establecer bases colonizadoras como centros de explotación agrícola. Razones de tipo religioso, de evangelización de los indígenas y objetivos militares de defensa. Establecimiento de “cabezas de puente” para penetraciones hacia nuevas tierras y la administración de amplias zonas desde el punto de vista jurídico y político. Explotación de fuentes mineras, bases comerciales y puntos de enlaces para comunicaciones con la metrópoli. Estaciones intermedias en rutas comerciales para abastecimientos de transporte. De este modo, se puede establecer que en las fortificaciones americanas las consideraciones de orden económico aparecen supeditadas a aquéllas de orden político. De aquí que los asentamientos americanos jugaran un rol preponderantemente colonizador, puesto que las ciudades se constituyen como el centro de control de un territorio más amplio y no persiguen atraer hacia ellas las fuentes económicamente de una región. Por lo mismo, las fundaciones españolas pueden ser entendidas, en su génesis, como una herramienta de colonización y conquista. Conclusión Los más o menos 300 años de dominio español pusieron los cimientos inmediatos y, en la mayoría de los casos, permanentes, de la vida política, económica y social de las repúblicas de América Latina. Los asentamientos coloniales españoles y portugueses aportaron sistemas urbanos globales y elaborados, y prácticamente en todas las grandes ciudades fundadas al principio del período imperial. De las 20 ciudades más populosas de América Latina en 1970, 15 se crearon durante el período comprendido entre 1520 y 1580, en contra posición a EEUU que solamente 5 de las grandes ciudades modernas se fundaron durante el siglo XVII. No obstante, debido a que muchas de ellas fueron creadas básicamente por razones políticas artificiales, a menudo ajenas a su situación económica naciente, muchas de las ciudades coloniales que llegaron a consolidarse con éxito precisaron de uno o más traslados a nuevos emplazamientos, hasta que lograron alcanzar una base económica adecuada. Las variaciones que se reconocen son el resultado de la adaptación, de este “modelo”, aun lugar que presenta connotaciones espaciales, desde su geomorfología, hasta situaciones puntuales desde el punto de vista estratégico militar, como el caso de las fortificaciones. Las principales ciudades en la época de la colonia, en su gran mayoría, constituyen hoy los centros regionales y/o metropolitanos de las naciones latinoamericanas. Se mantienen el trazado del damero fundacional original, a pesar de la gran expansión observada en este siglo en la gran mayoría de estas ciudades. La América Latina se ha destacado desde sus orígenes coloniales por la desproporcionada primacía de los relativamente escasos centros metropolitanos. Este rasgo distintivo del proceso de urbanización hispánico, reflejaba la fuerte centralización a que estaba sometida por el gobierno y la burocracia de la administración. La pronta dominación de aquellas ciudades se consolidó aún más a causa de su papel complementario como capitales religiosas, siendo las más importantes la Ciudad de Méjico, capital del Virreinato de Nueva España con el 58% de la población en 1630; y Lima, capital del Virreinato del Perú, con el 55,8% de la población al mismo año. ...”En la mayoría de ellos la forma de gobierno es en gran medida centralista... el presidente de la nación, investido de una autoridad bastante similar a la de sus predecesores reales o vicerreales, recurre al amplio poder de si dispensa personal en casos particulares”. “Los gobiernos nacionales acusaban - y muchos de ellos durante el siglo XX lo demostraron, características heredadas del pasado colonial, pero fortalecidas y acentuadas por el esfuerzo de establecer un gobierno unitario efectivo... cuyo caso extremo más notable consistía en la militarización del gobierno." Desde el punto de vista social en América Latina existían dos mundos: las ciudades nuevas, proyectadas exclusivamente para los descendientes europeos - ciudades españolas, y los barrios indios, quienes proporcionaban la mano de obra necesarias para las tareas domesticas. A principios del siglo XIX, las ciudades de América Latina eran por lo general pequeñas y tenían una apariencia modesta... “durante el período colonial no parece haber existido interés alguno en embellecer las ciudades, que en su mayoría no eran más que simples aldeas, precariamente construidas y mal atendidas... en las ciudades coloniales no había complejos urbanos de valor arquitectónico significativo, excepto los que se formaron alrededor de la Plaza de Armas en Ciudad de Méjico...” Historiografía como meta-historiaSi la historia es una ciencia cuyo objeto de estudio es el pasado de la humanidad, cuestión en que la mayoría, pero no todos los historiadores concuerdan; se tiene que someter al método científico, que aunque no pueda aplicársele en todos los extremos de las ciencias experimentales, sí puede hacerlo a un nivel equiparable a las llamadas ciencias sociales. Un tercer concepto confluyente a la hora de definir la historia como fuente de conocimiento es la «teoría de la historia», que puede llamarse también «historiología» (término acuñado por José Ortega y Gasset).[7] Su papel es estudiar «la estructura, leyes y condiciones de la realidad histórica»,[8] mientras que la «historiografía» es, a la vez: el relato mismo de la historia, el arte de escribirla, y el estudio científico de sus fuentes, productos y autores.[9] Es imposible acabar con la polisemia y la superposición de estos tres términos, pero simplificando al máximo se puede definir:
La filosofía de la historia es la rama de la filosofía que concierne al significado de la historia humana, si es que lo tiene. Especula un posible fin teleológico de su desarrollo, o sea, se pregunta si hay un diseño, propósito, principio director o finalidad en el proceso de la historia humana. No debe confundirse con los tres conceptos anteriores, de los que se separa claramente. Si su objeto es la verdad o el deber ser, si la historia es cíclica o lineal, o existe la idea de progreso en ella; son materias ajenas a la historia y la historiografía propiamente dichas, que trata esta disciplina. Un enfoque intelectual que tampoco contribuye mucho a entender la ciencia histórica como tal es la subordinación del punto de vista filosófico a la historicidad, considerando toda la realidad como el producto de un devenir histórico: ese sería el lugar del historicismo, corriente filosófica que puede extenderse a otras ciencias, como la geografía. Una vez despejada la cuestión meramente nominal, queda para la historiografía por tanto el análisis de la historia escrita, las descripciones del pasado; específicamente de los enfoques en la narración, interpretaciones, visiones de mundo, uso de las evidencias o documentación y métodos de presentación por los historiadores; y también el estudio de estos mismos, a la vez sujetos y objetos de la ciencia. La historiografía, más llanamente, es la manera en que la historia se ha escrito. En un amplio sentido, la historiografía se refiere a la metodología y a las prácticas de la escritura de la historia. En un sentido más específico, se refiere a escribir sobre la historia en sí. Véase también: Filosofía de la Historia Fuentes historiográficas y su tratamientoEs importante distinguir la materia prima del trabajo de los historiadores (fuente primaria) de los productos semielaborados o terminados (fuente secundaria e incluso fuente terciaria). Igualmente denotar la diferencia entre fuente y documento y el estudio de las fuentes documentales: su clasificación, prelación y tipología (escritas, orales, arqueológicas); su tratamiento (reunión, crítica, contraste), y el mantener el respeto debido a las fuentes, fundamentalmente con su cita fiel. La originalidad del trabajo de los historiadores es un asunto delicado. Historiografía como producción historiográficaHistoriografía es equivalente a cada parte de la producción historiográfica, o sea: al conjunto de escritos de los historiadores acerca de un tema o período histórico concreto. Por ejemplo, la frase «es muy escasa la historiografía sobre la vida cotidiana en el Japón en la era Meiji» quiere decir que hay pocos libros escritos sobre tal cuestión porque hasta el momento no ha recibido atención por parte de los historiadores, no porque su objeto de estudio sea poco relevante o porque haya pocas fuentes documentales que proporcionen documentación histórica para hacerlo.[10] Con respecto a la difusión y publicidad de la producción historiográfica, sería bueno que cumpliera los mismos requisitos a que se someten las demás publicaciones científicas. También se utiliza el vocablo historiografía para hablar del conjunto de historiadores de una nación, por ejemplo, en frases semejantes a esta: «La historiografía española abrió sus brazos y sus archivos desde los años 1930 a los hispanistas franceses y anglosajones, que renovaron su metodología». Es necesario diferenciar los dos términos usados más arriba: «producción historiográfica» y «documentación histórica», aunque en muchos casos coincida que los historiadores utilizan como documentación histórica precisamente la producción historiográfica anterior. Por ejemplo: además de un conjunto de documentos archivísticos de la Casa de Contratación de Sevilla que se produjeron quizá sólo para llevar una contabilidad;[11] o de algún material arqueológico que se halle en una excavación en Perú, y que se depositó sin intención de que nadie lo encontrara; un historiador americanista tendrá que utilizar la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, que fue escrita por Bartolomé de las Casas con un afán histórico indudable, además de con un propósito de la defensa de un interés o su propio punto de vista.[12] Con eso último vemos otra insalvable característica de la historia que la peculiariza como ciencia: ningún historiador, por muy objetivo que pretenda ser, es ajeno a sus propios intereses, ideología o mentalidad ni puede sustraerse a su punto de vista particular. Como mucho puede intentar la intersubjetividad, es decir, tener en cuenta la existencia múltiples puntos de vista. Para el caso que nos sirve de ejemplo, contrastar las fuentes de Bartolomé de las Casas con las demás voces que se oyeron en la Junta de Valladolid, entre las que destacó la de su rival Juan Ginés de Sepúlveda, o incluso con la llamada «visión de los vencidos»,[13] que raramente se conserva, pero a veces sí, como ocurre con la Nueva Crónica y Buen Gobierno del inca Guaman Poma de Ayala[14] La reflexión sobre la posibilidad o imposibilidad de un enfoque objetivo lleva a la necesidad de superar la oposición entre objetividad (la de una inexistente ciencia "pura" que no se contamine con el científico) y subjetividad (implicada en los intereses, ideología y limitaciones de éste) con el concepto de intersubjetividad, que obliga a considerar la tarea del historiador, como la de cualquier científico, como un producto social, inseparable del resto de la cultura humana, en diálogo con los demás historiadores y con la sociedad entera. Historiografía y perspectiva: el objeto de la historiaLa historia no tiene más remedio que seguir la tendencia a la especialización que tiene cualquier disciplina científica. El conocimiento de toda la realidad es epistemológicamente imposible, aunque el esfuerzo de un conocimiento transversal, humanístico, de todas las partes de la historia, es exigible a quien verdaderamente quiera tener una visión correcta del pasado. Así pues la historia debe segmentarse no sólo porque el punto de vista del historiador esté contaminado de subjetividad e ideología, como habíamos visto, sino porque necesariamente debe optar por un punto de vista, al igual que un científico, si quiere observar su objeto, debe optar por utilizar un telescopio o un microscopio (o, de forma menos grosera, qué tipo de lente va a aplicar). Con el punto de vista se determina la selección de la parte de la realidad histórica que se toma como objeto, y que sin duda dará tanta información sobre el objeto estudiado como sobre las motivaciones del historiador que estudia. Esa visión sesgada puede ser inconsciente o consciente, asumida con más o menos cinismo por el historiador, y es distinta para cada época, para cada nacionalidad, religión, clase o ámbito en el que el historiador quiera situarse. La inevitable pérdida que supone la segmentación, se compensa con la confianza en que otros historiadores harán otras selecciones, siempre sesgadas, que deben complementarse. La pretensión de conseguir una perspectiva holística, como pretende la historia total o la historia de las Civilizaciones, no sustituye la necesidad de todas y cada una de las perspectivas parciales como las que se tratan a continuación: Sesgos temporalesLos sesgos temporales van desde las periodizaciones clásicas Prehistoria, Historia, Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna o Edad Contemporánea, hasta las historias por siglos, reinados, etc. La periodización clásica (ver su justificación en «División del tiempo histórico») es discutible tanto por la necesidad de periodos de transición y solapamientos, como por no representar periodos coincidentes para todos los países del mundo (por lo que ha sido acusada de eurocéntrica). Los anales fueron uno de los orígenes de la fijación de la memoria de los hechos históricos en muchas culturas (véase en su artículo y más abajo en Historiografía de Roma). Las crónicas (que ya en su nombre indican la intención del sesgo temporal) son usadas como reflejo de los acontecimientos notables de un periodo, habitualmente un reinado (véase en su artículo y más abajo en Historiografía de la Edad Media e Historiografía española medieval y moderna). La arcontología sería la limitación del registro histórico a la lista de nombres que ocupaban determinados cargos de importancia ordenados cronológicamente. De hecho, la misma cronología, disciplina auxiliar de la historia, nace en muchas civilizaciones asociada al cómputo del tiempo pasado que se fija en la memoria escrita por los nombres de los magistrados, como ocurría en Roma, donde era más corriente citar un año por ser el de los cónsules tal y cual. En el Antiguo Egipto, la datación del tiempo se hizo por años (Piedra de Palermo), años, meses y días de reinado del faraón (Canon Real de Turín), o dinastías (Manetón). Es muy significativo que en las culturas no históricas, que no fijan mediante la escritura la memoria de su pasado, es muy frecuente no plantearse la duración concreta del tiempo pasado más allá de unos pocos años, que pueden ser incluso menos que los que dura una vida humana.[15] Todo lo que ocurre fuera de ello sería «hace mucho tiempo», o en «tiempo de los antepasados», que pasa a ser un tiempo mítico, ahistórico.[16] El tratamiento cronológico es el más usado por la mayor parte de los historiadores, pues es el que corresponde a la narración convencional, y el que permite enlazar las causas pasadas con los efectos en el presente o futuro. No obstante, se emplea de distinta manera: por ejemplo, el historiador siempre tiene que optar por un tratamiento sincrónico o diacrónico de su estudio de los hechos, aunque muchas veces hacen sucesivamente uno y otro.
Periodos o momentos especialmente atractivos para los historiadores terminan convirtiéndose, por la intensidad del debate y el volumen de la producción, en verdaderas especialidades, como la historia de la Guerra Civil Española, la historia de la Revolución francesa, la soviética o la americana. También son de consideración las diferentes concepciones del tiempo histórico, que según Fernand Braudel van desde la larga duración al acontecimiento puntual, pasando por la coyuntura. Sesgos metodológicos: las fuentes no escritas
Para el caso del periodo prehistórico, la radical diferencia de fuentes y método (así como la división burocrática de las cátedras universitarias) la hacen ser una ciencia muy distante de la que hacen los historiadores, sobre todo cuando tales fuentes y método se prolongan, dando primacía al uso de las fuentes arqueológicas y el estudio de la cultura material en periodos para los que ya hay fuentes escritas, hablándose entonces no de la Prehistoria, sino propiamente de la arqueología con sus propias periodizaciones arqueología clásica, arqueología medieval, incluso arqueología industrial. Menor diferencia pude hallarse con el uso de las fuentes orales en lo que se conoce con el nombre de historia oral. No obstante, hay que recordar lo ya dicho (véase más arriba sesgos temporales) sobre la primacía de las fuentes escritas y lo que éstas determinan la ciencia historiográfica y la propia conciencia de la historia en su protagonista -que es toda la humanidad-. Sesgos espacialesComo la historia continental, historia nacional, historia regional. El papel de la historia nacional en la definición de las propias naciones es innegable (para España, por ejemplo, desde las Crónicas medievales hasta la historia del Padre Mariana (véase nacionalismo, nación española). Puede también verse, en este mismo artículo (historia de la historia), cómo se agrupan separadamente los historiadores por nacionalidad, además de por época o tendencia. La geografía dispone de conceptos no más potentes pero sí menos arbitrarios, que han permitido edificar la prestigiosa rama de la geografía regional. La historia local es sin duda la de más fácil justificación y validez universal, siempre que supere el nivel de la simple erudición (que al menos siempre servirá como fuente primaria para obras de mayor ambición explicativa). Sesgos temáticosSon los que darían paso a una historia sectorial, presente en la historiografía desde muy antiguo, como ocurre con
Una manera de preguntarse cuál es el objeto de la historia es elegir qué merece ser conservado en la memoria, cuáles son los hechos memorables. ¿Lo son todos, o lo son sólo los que cada historiador considera trascendentales? En la lista anterior tenemos las respuestas que cada uno puede dar. Algunas de estas denominaciones encierran no una simple parcelación, sino visiones metodológicas opuestas o divergentes, que se han multiplicado en el último medio siglo. La historia es hoy más plural que nunca antes, escindida en multitud de especialidades, tan fragmentada que muchos de sus ramas no se comunican entre ellas, sin ver sujeto ni objeto común:
Ciencias auxiliares de la historiaLa fragmentación del objeto histórico puede inducir, en algunas ocasiones, a una limitación muy forzada de la perspectiva historiográfica. Llevada a un extremo, se puede reducir la historia a la ciencia auxiliar de la que se sirve para encontrar explicación a los hechos del pasado, como la economía, la demografía, la sociología, la antropología, la ecología. En otras ocasiones, la limitación del campo de estudio produce realmente un género historiográfico: Géneros historiográficosPuede señalarse que hay géneros historiográficos que participan de la historia pero pueden llegar a alejarse más o menos de ella: un extremo lo ocuparían los terrenos de la ficción que ocupa la novela histórica, cuyo valor desigual no empaña su importancia. Otro extremo lo ocuparían la Biografía y un género anejo, sistemático y extraordinariamente útil para la historia general como es la Prosopografía. Vinculada con la historia desde el comienzo del registro escrito, una de las principales preocupaciones a la hora de fijar los datos fue lo que hoy llamamos Arcontología (listas de reyes y dirigentes). De una manera más declarada, las corrientes historiográficas suelen explicitar su metodología de forma combativa, como el Providencialismo de origen cristiano (no hay que olvidar, que además de la tradición historiográfica griega de Heródoto o Tucídides, el origen de nuestra historiografía es la historia sagrada), o el Materialismo histórico de origen marxista (que triunfó en los ambientes intelectuales y universitarios europeo y americano a mediados del siglo XX, quedando adormecido al menos desde la caída del muro de Berlín).[18] A veces las etiquetación de las corrientes es obra de sus detractores, con lo que los historiadores en ellas encasillados pueden o no estar conformes con la manera en que quedan definidos. Tal cosa podría decirse del mismo providencialismo, pero sería más propio para corrientes más modernas, como el positivismo burgués, la historia evenemencial (de los acontecimientos), etc. Interpretar la historiografía como parte del ambiente intelectual de la época en que surge es siempre necesario. Toda producción cultural es dependiente del modelo cultural existente, llámese a esto la moda, del estilo o el paradigma dominante en arte o filosofía; y es evidente que el registro de la historia es una producción cultural. La deconstrucción, el pensamiento débil o la posmodernidad, conceptos de finales del siglo XX, han sido la incubadora de la presente deconstrucción de la historia, que para algunos sólo es una narración.[19] Una buena manera de distinguir la interpretación de la historia que tiene una corriente historiográfica es preguntarse a qué considera sujeto histórico o el protagonista verdadero de la historia. Agrupaciones de historiadoresGrupos de historiadores que comparten metodología (y se autopromocionan conjuntamente con el potente mecanismo publicación-cita) surgen a veces en torno a revistas, como la francesa Escuela de Annales (ver en este mismo artículo), la inglesa Past and Present o la italiana Quaderni Storici; grupos de investigación o las propias cátedras universitarias, que son la cúspide de la reproducción de las élites historiográficas, a través del clientelismo y el reconocimiento entre pares (peer review). Historia de la historiaAsimismo, durante mismo período los regímenes republicanos heredaron por lo general de su pasado español únicamente ciudades rudimentarias que habían gozado, no obstante, de los beneficios resultantes de sus orígenes urbanos planificados de acuerdo con los trazados reticulares. La historiografía es el registro escrito de la historia, la memoria fijada por la propia humanidad con la escritura de su propio pasado. El término proviene de historiógrafo, y éste del griego ἱστοριογράφος ([historiográfos]), de ἱστορία ([historía]: historia) y -γράφος ([gráfos]), de la raíz de γράφειν ([gráfein]: escribir); o sea, el que escribe (o describe) la historia.[1] La historiografía es el arte de escribirla, pero también la ciencia de la historia. El énfasis en su condición de "arte" (τέχνη, [téchne]) o "ciencia" (ἐπιστήμη, [epistéme]) es uno de los objetos de debate metodológico más importante entre los historiadores, con abundante participación de todo tipo de intelectuales que han reflexionado sobre ello, dada su posición central en la cultura.[2] Para una parte de ellos, ni siquiera puede hablarse de "historia" en singular, puesto que la condición de relato de sus productos los convierte en "historias" en plural.[3] Para la mayor parte de los historiadores contemporáneos, en cambio, la condición científica de la historia, o al menos la aspiración a tal condición ("ciencia en construcción"[4] ), es irrenunciable;[5] e incluso está muy extendida la visión que no percibe ambos rasgos (ciencia y arte) como estrictamente incompatibles, sino como complementarios.[6] Historiografía española medieval y modernaNo era esto ninguna novedad, y la historiografía española es quizá el ejemplo más completo de un secular esfuerzo por mantener la continuidad de la memoria escrita del pasado, que tan buen servicio dio desde las Crónicas medievales que justificaban la Reconquista, para afianzar el poder de los reyes en los distintos reinos cristianos. Las crónicasPara Asturias, León y Castilla se encadenan sucesivamente en un conjunto muy completo, que comienza realmente con dos crónicas redactadas en territorio andalusí:
En el siglo XV la recopilación cronística se multiplicó:
En los otros reinos cristianos peninsulares, la literatura cronística es algo más tardía, pero produce la primera historia general de España en una lengua romance: el Liber regum, redactado entre 1194 y 1211 en aragonés, que cuenta la historia de los distintos reinos cristianos desde los orígenes míticos de la historia peninsular.[27] El Condado de Aragón produce en 851 la Passio beatissimarum birginum Nunilonis atque Alodie. Y del posterior reino contamos con los Anales de San Juan de la Peña, del siglo XII, que fueron copiados en la Crónica homónima. Del mismo siglo data una Breve historia ribagorzana de los reyes de Aragón.[28] Para la Corona de Aragón, tras las Gesta veterum Comitum Barcinonensium et Regum Aragonensium[29] (iniciada el siglo XII y continuada hasta el XIV), se destacan el Llibre dels feits o Crónica de Jaime I el Conquistador; la Crónica de San Juan de la Peña o de Pedro el Ceremonioso; la de Ramón Muntaner, que cubre el periodo 1207-1328, incluyendo la famosa expedición de los almogávares, en la que participó; y la de Bernat Desclot Llibre del rei En Pere d'Aragó e dels seus antecessors passats (segunda mitad del siglo XIII). Completan el panorama peninsular la Crónica de los Reyes de Navarra (1454) del Príncipe de Viana (compuesta para justificar su aspiración al trono) y los Annales Portugaleses Veteres (987-1079). Siglo XVIDespués de la unificación de los Reyes Católicos, ya en la Edad Moderna, continúa explícitamente con esa misma función la monumental Historia de España del Padre Mariana (De Rebus Hispaniae libri XX, 1592, aumentada a treinta libros en su propia traducción al castellano en 1601), célebre por otro lado por su defensa del tiranicidio en De Rege et regendi ratione escrita para la educación de Felipe III. Otros cronistas del siglo XVI son Florián de Ocampo y Ambrosio de Morales (continuando este la Crónica General en cinco libros iniciada por aquel); Jerónimo Zurita (Anales de la Corona de Aragón) y Esteban de Garibay (Compendio historial de las chronicas y universal historia de todos los reynos de España). Siglo XVIILa historiografía barroca incluye fantasiosas manipulaciones históricas, como los plomos del Sacromonte o los falsos cronicones de Ramón de la Higuera y Antonio Lupián Zapata. Fray Prudencio de Sandoval continúa la crónica de Ocampo y Morales y redacta una Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V; Pedro de Salazar y Mendoza un Origen de las dignidades seglares de Castilla y León, y Bartolomé Leonardo de Argensola los Anales de Aragón. A finales del siglo XVII, la reflexión sobre la historiografía misma surge en España como necesidad derivada de la acumulación de tan ingente corpus cronístico, siendo su primer intento la Noticia y juicio de los más principales historiadores de España, de Gaspar Ibáñez de Segovia, Marqués de Mondéjar (publicado tras su muerte en 1708). Otros géneros historiográficosOtros géneros historiográficos también se cultivan desde la Edad Media, como el tratamiento de una figura aislada (ciclo de el Cid), y ya en el siglo XV las memorias (Leonor López de Córdoba, circa 1400), la biografía (El Victorial de Gutierre Díez de Games, Generaciones y Semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán) y la relación de un hecho puntual, como el Libro del paso honroso de Suero de Quiñones, de Rodríguez de Lena. Los libros de viajes como el de Pedro Tafur o el de Ruy González de Clavijo (que fue embajador ante Tamerlán), proporcionan informaciones muy valiosas. Al-AndalusMuhammad al-Razi realiza (en la primera mitad del siglo X de la era cristiana, IV de la Hégira) la primera historia general de la Península Ibérica, Ajbar Mutuk al-andalus que continuaron otros al-Razi: su hijo Ahmad (llamado en castellano el moro Rasis) y el de éste (Isa ben Ahmad). Esta historia se divulgó en los reinos cristianos con el nombre de Crónica del moro Rasis y se utilizó por Jiménez de Rada. Aríb de Córdoba, secretario de al-Hakam II, escribió una Crónica de su gobierno, y en el mismo reinado Muhammad al-Jusaní (muerto en 361/971) el Kitáb al-qudá bi-Qurtuba, historia de los cadíes (jueces) de Córdoba. En época de Almanzor se escribe una historia controladísima, como es la de Ibn Asim, significativamente titulada al-Ma´atir al-camiriyya (Gestas amiríes), obra que sólo conocemos por referencias. Entre los historiadores del siglo XI (V de la Hégira), la edad de oro coincidente con la descomposición del califato y los reinos de taifas, sobresalen los cordobeses Ibn Hazm (Fisal o Histria crítica de las religiones, sectas y escuelas) e Ibn Hayyán (Muqtabis el Matín). En el siglo XIII, el alcireño Ibn Amira escribió la Kitab Raih Mayurqa (Libro del reino de Mallorca).[30] De familia andalusí emigrada, el tunecino Ibn Jaldún (finales del siglo XIV comienzos del XV) ha sido muy valorado por como precedente de la filosofía de la historia y sus planteamientos innovadores en los terrenos de la economía y sociología de su Al-Muqaddimah (Historia). Ya fuera del periodo de presencia musulmana en Al-Andalus completa la historiografía islámica clásica Al-Maqqari, con su Nafh al-Tib (siglos XVI-XVII), que reúne muchas fuentes anteriores. Las fuentes musulmanas son, en general, peor conocidas, e incluirían las posteriores a la Reconquista, como la poco conocida Historia de Ibn Idhari (siglo XVI).[31] Los cronistas de IndiasLas primeras obras de historia de América, desde las relaciones del mismo Cristóbal Colón, su hijo Hernando y muchos otros descubridores y conquistadores como Hernán Cortés o Bernal Díaz del Castillo (Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España), tienen un claro carácter justificativo. La aportación en sentido contrario de Bartolomé de las Casas (Brevísima relación de la destrucción de las Indias) fue tan trascendental que dio origen a la polémica de los justos títulos, en que le dio réplica Juan Ginés de Sepúlveda; e incluso a la llamada Leyenda negra al divulgarse por toda Europa como propaganda antiespañola. La visión de los indígenas, que vieron sus documentos y cultura material saqueados y destruidos, fue posible por algunos casos excepcionales, como el inca Felipe Guamán Poma de Ayala. Oficialmente el cargo de Cronista de Indias se inicia con la documentación reunida por Pedro Mártir de Anglería que se pasa en 1526 a Fray Antonio de Guevara, Cronista de Castilla; y con Juan Gómez de Velasco que hace lo propio con los papeles del cosmógrafo mayor Alonso de Santa Cruz, a los que suma el cargo de cronista. Antonio de Herrera es nombrado Cronista Mayor de Indias en 1596, y publica entre 1601 y 1615 la Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del mar Océano, conocida como Décadas. Antonio de León Pinelo (criado en Lima, que había recopilado las Leyes de Indias), Antonio de Solís y Pedro Fernández del Pulgar cubrieron el cargo durante el siglo XVII. En el siglo XVIII la institución se refunda con la creación de otras dos, muy importantes para el mantenimiento de la memoria y la historiografía española: la Real Academia de la Historia y el Archivo General de Indias. Aún tuvo tiempo de destacar la figura de Juan Bautista Muñoz (Historia del Nuevo Mundo, que no completó). IlustraciónVéase también: Historiografía del s. XVIII En el siglo XVIII, tuvo lugar un cambio fundamental: los planteamientos intelectuales de la Ilustración de una parte, y de otra el descubrimiento de la alteridad en otras culturas ajenas a la europea (el exotismo, el mito del buen salvaje), suscita un nuevo espíritu crítico (aunque de hecho, son parecidas circunstancias a las que se podían ver en Heródoto). Se ponen en cuestión los prejuicios culturales y el universalismo clásico. El descubrimiento de Pompeya renueva el interés por la Antigüedad clásica (Neoclasicismo) y proporciona materiales que inauguran una naciente ciencia de la arqueología. Las naciones europeas alejadas del Mediterráneo buscan sus orígenes históricos en mitos y leyendas que a veces se inventan (el Ossian de James Macpherson, que simuló haber encontrado al Homero celta). También se interesan en las costumbres nacionales los franceses Fenelon, Voltaire (Historia del imperio de Rusia bajo Pedro el Grande y El siglo de Luis XIV, 1751) y Montesquieu, que teoriza sobre ello en El espíritu de las leyes. En Inglaterra, Edward Gibbon escribe su monumental Historia del Declive y Caída del Imperio romano (1776-1788), donde hace de la precisión un aspecto esencial del trabajo del historiador. Los límites de la historiografía del siglo XVIII son la sumisión a la moral y la inclusión de juicios de parte, con lo que su objeto permanece limitado. En España destaca la España Sagrada del padre agustino Enrique Flórez, recopilación de documentos de historia eclesiástica, expuesta con criterio ultraconservador (1747 y continuada tras su muerte hasta el siglo XX) y la Historia crítica de España del jesuita desterrado Juan Francisco Masdeu; desde una perspectiva más ilustrada tendríamos al regalista Melchor Rafael de Macanaz, al crítico Gregorio Mayans y Siscar (uno de sus discípulos, Francisco Cerdá y Rico, intentó emular a Lorenzo Valla discutiendo la veracidad del medieval voto de Santiago), y más avanzado el siglo al propio Gaspar Melchor de Jovellanos, Juan Sempere y Guarinos, Eugenio Larruga y Boneta (Memorias políticas y económicas), y el espléndido documento recopilatorio que es el Viaje de España de Antonio Ponz. Intermedio entre ambas tendencias se encuentra el caso de Juan Pablo Forner, casticista en su famosa Oración apologética por España y su mérito literiario (1786) y reformista en otras obras, publicadas después de su muerte. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario