Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

sábado, 30 de julio de 2011

Comienza agestarse la traición a CAP, Fidel se dice instigadordor del 27 febrero 1989 y a partir de 1994 cobija a Chávez y lo enamora

Así traicionaron a CAP 3

ene16

*** Siendo Comandante del Ejército en 1989 detuve a Chávez y a los conjurados que ejecutarían en esos días el golpe que finalmente dieron en 1992. Este artículo relata la forma como los intrigantes de palacio desinformaron al Presidente Pérez y dejaron el camino abierto al proceso político que llevó a Chávez al poder. Este es mi homenaje póstumo al presidente quien aun después de semanas de haber muerto no logra descansar en paz.

General Carlos Peñaloza.

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A varias semanas de la muerte del ex presidente Carlos Andrés Pérez y mortificado por la incertidumbre sobre el lugar donde serán sepultados los restos de ese venezolano ilustre, me veo en la necesidad de precisar hechos históricos desconocidos para casi todos nuestros compatriotas, e importantes para comprender la situación que vive el país y quizás para que conociendo nuestros errores no volvamos a cometerlos.

En julio de 1989 yo era uno de los generales candidatos a ser Comandante General del Ejército. En ese momento ocupaba el cargo de Jefe del Estado Mayor de la fuerza. Nadie tenía idea de quién sería designado. Esos nombramientos son discrecionales del Presidente y yo a él ni siquiera lo conocía personalmente. Sólo me alentaba saber que ocupaba el primer lugar en mi promoción.

Como todos, estaba pendiente de las noticias de Miraflores. La noche del domingo 30 de junio fui al cine con mi esposa. A los 30 minutos de proyección vibró mi celular. Oí la inconfundible voz de “El Gocho” notificándome que había decidido nombrarme Comandante General del Ejército.

La película desapareció de mi vista. Me alegré inicialmente, pero de inmediato volví a la realidad. “El Caracazo” había ocurrido cuatro meses antes y las heridas estaban abiertas. Sabía que en el Ejército había una conspiración en marcha, comandada por el mayor Hugo Chávez Frías: yo la había denunciado en informes a la superioridad, los cuales fueron extrañamente desestimados. Había dificultades en algunas de las licitaciones para asignar contratos del plan de adquisiciones surgido a raíz de la entrada de la corbeta colombiana Caldas a nuestras aguas territoriales. Mi anhelado nuevo cargo no iba a ser un paseo de salud. CAP me había montado sobre un barril de pólvora, pero aun así se lo agradecí.

A los pocos meses del nombramiento se detectó que la empresa Margold, proveedora de la fuerza, había ofertado la venta de tres batallones de vehículos blindados ligeros a ser fabricados en Brasil. Al enviarse una comisión a inspeccionar la fábrica ofertante se supo que la empresa estaba cerrada. La señora Gardenia Martínez, representante de la compañía, manifestó que no había problemas porque los vehículos iban a ser fabricados en Singapur. Al pedírsele la documentación se determinó que estos vehículos eran distintos a los ofrecidos. Acto seguido solicité ante el Presidente de la República la rescisión de ese contrato y así se hizo. Por esos días empezaron a salir en la prensa nacional algunos comentarios poco favorables sobre esa decisión. Estaba claro que había herido intereses importantes, pero el Presidente no se había opuesto.

Cuando llegué al comando del Ejército una de mis prioridades era investigar la conspiración que había detectado antes, siendo Director de la Academia Militar. En aquella oportunidad algunas autoridades echaron tierra al asunto e incluso el principal señalado, el capitán Hugo Chávez Frías, fue ascendido al grado de mayor y enviado a un comando aislado en la frontera con Colombia. Esos hechos me intrigaron. En el Ejército estaba pasando algo raro y como Jefe de Estado Mayor yo no había tenido suficiente autoridad para llegar al fondo del asunto. Pero ahora yo era el Comandante General.

La DIM es el órgano responsable para conducir ese tipo de investigaciones de carácter político-militar. Mis anteriores solicitudes de información se habían estrellado contra el argumento de que no había suficientes pruebas para sustentar una denuncia, aunque me informaban que la DIM estaba investigando. Ahora, estando al timón del Ejército, tenía medios para averiguar a fondo.

Al poco tiempo recibí reportes sospechosos de la Dirección de Inteligencia del Ejército. Era obvio que alguien o algunos estaban manipulando la información. Lo que recibía de la DIM era contrainteligencia pura y lo aparté. Pedí a la Dirección de Personal el expediente de Chávez. Mis informes sobre actividades conspirativas de un grupo movido por el simplemente no aparecían. Alguien había lavado el expediente. Esto me impulsó a pedir permiso a CAP, en forma privada, para crear una red paralela de inteligencia con gente de mi confianza. El presidente me autorizó y a partir de ese momento la información empezó a fluir.

Estábamos en el mes de diciembre 1989 y las investigaciones realizadas por mi inteligencia paralela indicaban de manera precisa que se preparaba un golpe para esos días. El Presidente se había ido de viaje a Davos, Suiza, dejando la presidencia a cargo del Dr. Alejandro Izaguirre. El 5 de diciembre en la tarde le informé al doctor Izaguirre sobre el plan conspirativo en marcha, del cual me había cerciorado por mi red paralela, y le dije que iba a detener a los conjurados para abortar el golpe inminente.

El doctor Izaguirre consultó con el presidente en Davos. Debido a la diferencia horaria hubo que esperar varias horas hasta que al fin Pérez ordenó que no fueran detenidos hasta su regreso. Esa orden llegó tarde. Ya los tenía bien presos y el golpe había sido frustrado antes de ocurrir. Al otro día, al regresar, Pérez ordenó ponerlos en libertad. Un grupo de gente de su entorno incluyendo ministros, generales, guardaespaldas y hasta familiares, abogaron por Chávez. El general Herminio Fuenmayor, jefe de la DIM, declaró que no había conspiración puesto que él aun no la había detectado. Ante semejantes decisiones puse mi cargo a la orden por sentirme desautorizado. El presidente Pérez me convenció de que permaneciera al frente del Ejército.

Pero este episodio me creó una barrera con Pérez. A partir de ese momento me perdió confianza dirigiéndose a mi llamándome “general” a secas. En abril de 1990 ocurrió algo que puso a prueba la relación de superior a subalterno. Un nuevo hecho de corrupción afloró involucrando a su jefe de seguridad personal, un cubano- venezolano llamado Orlando García. Éste resultó ser el presidente de una empresa cuya vendedora era su amante, la señora Gardenia Martínez. La conexión romántica no era el problema, sino que la señora Martínez, a través de la empresa Margold, había vendido al Ejército una munición checoeslovaca que no había entregado, pero sí cobrado en su totalidad. Las pruebas eran irrefutables. Pero había un problema humano: Gardenia era una de las mejores amigas de Cecilia Matos. Por eso el Presidente no tomó la decisión que como Comandante del Ejército cumplí el deber de recomendar: abrirle juicio a Orlando García, su jefe de seguridad. Ese fue su falta.

Entiendo que la relación suya con Orlando García y de la señora Matos con Gardenia Martínez hacía difícil la situación para Pérez. Por ello se metió tras el burladero de la DIM, aduciendo que Herminio Fuenmayor aun no había terminado su investigación. Han debido ser días muy duros para Carlos Andrés Pérez, atrapado entre sus obligaciones como presidente y sus ataduras familiares. Lo cierto es que llegó el mes de julio de 1990 y, para mi sorpresa, no fui relevado de mi cargo. Según ha dicho después el almirante Carratú, jefe de la Casa Militar, esa fue la peor decisión en la vida de CAP. Yo humildemente creo que fue la decisión que lo salvó ante la historia. Me imagino que la tomó porque estaba cercado.

Los meses fueron pasando y CAP y yo nos mantuvimos navegando entre dos aguas. Su estrategia era esperar hasta julio del 91 para que yo pasara a retiro. La mía era alertarlo sobre la existencia de una creciente conspiración y por la otra hacer entender las implicaciones negativas que para su administración tendría el escándalo de la Margold. Durante ese tiempo mantuve mi posición de que se le abriera juicio a Orlando García. Cada vez las maniobras retardatrices eran más difíciles para una persona con el orgullo del presidente. Mi severidad me hacía cada día más incómodo al recordarle el golpe y el contrato de marras. Al final, exhausto, CAP me dijo: “General, le prohíbo que vuelva a decirme que hay una conspiración. ¡A mí ningún militar me va a tumbar!”. Acto seguido volvió a su ritornelo: “Herminio sigue investigando a Orlando García”. Esa fue su vía de escape para evitar que le mencionara el asunto. El no entendió que esa vía estaba cerrada. Pero el tiempo se estaba acabando y para mí la situación estaba llegando a un insostenible punto de quiebre ético y legal. A finales de mayo de 1991 informé personalmente al Presidente que si no abría una averiguación sumarial contra Orlando García tendría que denunciarlo, porque así lo demanda nuestro ordenamiento jurídico. No me contestó.

El 3 de junio en la tarde llamé al Presidente para informarle que al día siguiente denunciaría el caso de la Margold ante la Comisión de Defensa de la Cámara de Diputados. Me respondió tajantemente: “Le prohíbo ir al Congreso. Herminio no ha terminado su investigación”. Al día siguiente en la mañana salí rumbo al Congreso Nacional. Cuando iba a la altura de la Ciudad Universitaria recibí una llamada del Ministro de la Defensa, el VA Héctor Jurado Toro. Me repitió el edicto presidencial. Era muy tarde, yo había quemado mis naves. Le contesté: “Héctor, nadie me puede impedir poner esta denuncia”. A los pocos minutos llegué al Capitolio. Al entrar al edificio me abordó Henry Ramos Allup, jefe de la fracción parlamentaria de AD, diciéndome: “General, a Ud. el Presidente le prohibió venir”. Le repliqué: “Diputado, ¿a quién obedezco? ¿A la Constitución o al Presidente?”. Ramos Allup sonrió socarronamente y me dejó pasar a la sala donde me esperaba la Comisión de Defensa. Lo demás es historia.

Este relato se ha hecho necesario porque el Caso Margold fue el más sonado escándalo de corrupción en el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez. Sus adversarios históricos tratarán de involucrarlo en actos cometidos por personas de su entorno. Esto sería parcialmente injusto. El presidente Pérez se vio atrapado en una madeja de problemas causados por familiares y antiguos relacionados, en contradicción con sus funciones de Estado. Puedo dar fe como testigo de excepción que hizo lo posible balancear esas dos responsabilidades, pero no lo logró. Eso no lo exime de responsabilidad como gobernante, pero sí de culpa como corrupto.

Después de la muerte de CAP, Carratú, el jefe de la Casa Militar y asesor militar más cercano que lo guió por esa cadena de desatinos, está publicando por internet su versión de la historia. Según él yo recomendé que Chávez aprobara el Curso de Estado Mayor, pese a haber sido reprobado. Además afirma que yo propuse a Chávez para el ascenso y que incluso se lo recomendé como comandante de Batallón de Paracaidistas con el cual se alzó.

Sorprenden estas declaraciones de Carratú. Muchas personas relevantes y responsables saben cuál era la situación e incluso los hechos fueron revelados entonces por periodistas de investigación. Es un conocido hecho histórico la conspiración de diciembre de 1989, que aborté deteniendo a los conspiradores con Chávez a la cabeza, y que el presidente Pérez ordenó ponerlos en libertad. Posteriormenente cuando a Chávez le correspondió ascender y asistir a su curso de Estado Mayor acababa de ser eximido de culpas por el propio Presidente de la República. Esto es el equivalente a un sobreseimiento antes de que se le abriera la causa. ¿Cómo podía yo sin insubordinarme ir contra la orden presidencial que exoneró a Chávez dejando su expediente inmaculado? En un estado de derecho no es posible prohibir atender un curso o negar ascenso a un oficial que cumple con los requisitos establecidos. Paradójicamente este era el caso de Chávez y los traidores fueron los que convencieron a CAP para que lo hiciera.

En cuanto a la asignación de cargos, la situación es similar. Las listas de candidatos en el Ejército se envían a evaluación del Ministro de la Defensa y el Presidente de la República durante la segunda quincena del mes de junio de cada año. Yo fui destituido como Comandante del Ejército el 6 de junio de 1991, después que comparecí ante el Congreso para denunciar la estafa de la Margold. Luego del discurso de retiro tuve que salir del país porque Carratu me había solicitado juicio por que según el mi discurso de despedida había sido desestabilizador. Por fortuna Pérez no le hizo caso. Ahora, en lugar de luchar contra Chávez se dedica a disociar a sus opositores desenterrando odios marchitos que no tienen sentido.

¿Puede alguien explicar cómo pude recomendar para cargos a Chávez o a quien fuera, luego de mi expulsión del Ejército? Estas son las acusaciones que lanza por internet el almirante Carratú, quizás resentido porque estuvo detenido por participar en el proyecto Turpial, uno de los grandes negocios donde participó Cecilia Matos.

Carlos Andrés Pérez acató el Estado de Derecho inhibiéndose de actuar contra Chávez porque quienes debieron hacerlo no aportaron las pruebas necesarias para proceder judicialmente e incluso le ocultaron lo que estaba ocurriendo. Allí está el meollo de los hechos y quizás la clave de la conspiración. El presidente Pérez confió en quienes fueron desleales o incapaces, o actuaron no conforme a su deber sino atendiendo a relaciones crematísticas de un grupo de palacio, a las cuales yo fui extraño. Esa equivocación suya casi le cuesta la vida a él y a su familia en febrero de 1992, y ahora le está costando la libertad y la democracia a Venezuela. Nos toca a los venezolanos corregir esa equivocación. Roguemos porque CAP descanse en paz y sigamos adelante en nuestra lucha para sacudirnos la férula de Chávez y Fidel.

Para mayor información sobre este asunto, no deje de leer estos temas relacionados:

Discurso de Entrega de la Comandancia General del Ejercito. Año 1991

“Yo anuncié un golpe que lucía inevitable”

Los golpes de Chávez

Gmail genpenaloza@gmail.com


Golpes buenos y malos 1

abr14

Por General Carlos Julio Peñaloza

El padre del triunfo

A Kennedy se le atribuye la frase “La derrota es huérfana”. Chávez cambió ese esquema haciéndose responsable por el alzamiento militar fracasado el 4 de febrero de 1992. Ese gesto lo convirtió en un líder nacional al reconocer la paternidad de lo que para muchos ingenuos era un “golpe bueno”. Un golpe bueno es un oxímoron, es decir una quimera contradictoria, algo así como “inteligencia militar” o “negro blanco”. La fábula del golpe “bueno” llevó a Chávez al poder, el “malo” se lo quitó por unas horas hasta que fue “rescatado por el pueblo”. En estos días el “gran líder” celebró en la zona de seguridad de la Avenida Urdaneta con sus milicias paramilitares su “rescate”. El recuerdo de esos días me trae a la memoria el digno ejemplo del general Eleazar López Contreras y me pregunto porque los venezolanos no tenemos memoria.

El 4F la primera llamada de solidaridad que recibió CAP fue de Fidel. El barbudo no podía soltar la teta venezolana. Esa ubre era indispensable para su proyecto de imperio comunista continental. Había intentado tomar Venezuela por la fuerza varias veces, pero había sido en vano. Fidel no pudo con Betancourt, era demasiado para él. Al final con los soviéticos colapsando no le quedo más remedio que simular amor a CAP e incluso asistir a su odiosa coronación aunque llevando de contrabando los medios para destruir su gobierno. Después de la derrota guerrillera y la pacificación de Caldera no le quedaba otra. Aun quedaban algunos infiltrados en las FAN venezolanas gracias al trabajo de zapa de Douglas Bravo y Ali Rodríguez Araque. Muchos de ellos se habían hecho viejos militares y no tenían comando de tropa, pero había una nueva generación de mayores en el ejercito que constituía su última esperanza. Esta ilusión se evaporó con el desastre del 4F que condujo a la inmolación de los mayores. Esa día fue un fracaso estratégico que hizo pedazos su gran plan. Su gran sorpresa fue que al hablar por teléfono con CAP se dio cuenta que él no aparecía involucrado. Sus infiltrados en el círculo más cercano a CAP habían sido capaces de venderle al gocho que el 4F había sido un golpe estrictamente militar donde él no tenía que ver. Por ello cuando oyó a Chávez decir “por ahora” arranco a llorar como nunca lo había hecho.

Para sorpresa de Fidel, la intentona fallida convirtió al jefe del golpe en un héroe nacional. Esta popularidad lo llevo a la presidencia. Venezuela creía en el nuevo evangelio según Chávez. Este hecho presento a la mente alerta de Fidel una gran oportunidad. Tras la elección de Chávez como presidente, la poderosa maquinaria de propaganda castro-comunista emprendió su deformación de la Historia mutando el aciago episodio en una calenda gloriosa. El mismo procedimiento anti-histórico ha sido utilizado en otras deformaciones inventadas para homologar a un farsante barato con Bolívar. Por desgracia hay venezolanos ingenuos que a la espera de un nuevo “Libertador” admiran esta bazofia histórica tragándose con fervor nuevas fechas patrias.

Aniversarios bastardos

El 11 de abril de 2002 es otro aniversario deplorable que se pretende mostrar como una nueva batalla de Carabobo de comiquitas. El líder delirante que impide al pueblo manifestar frente a Miraflores, por ser “zona de seguridad”, arma sin rubor en forma excluyente un estrado para arengar su horda miliciana y agradecer al pueblo por su rescate. Estas mentiras son un insulto a la inteligencia de los venezolanos. Todo el mundo sabe que fue el general Baduel quien al frente de la Brigada de Paracaidistas lo reintegró al poder. El pueblo estaba en sus casas y los grandes jefes chavistas estaban escondidos. Posteriormente creyendo que su salvador podría ser un rival peligroso le inventó crímenes. Como en Venezuela no hay pena de muerte, el Arnaldo Ochoa criollo languidece en la cárcel. Si así paga el nuevo libertador a sus secuaces, que quedará a los demás?

En vista de la nueva campaña electoral del año próximo el “rescatado” y su jefe tenían que concebir algo para mantenerse en el poder. Fidel pese a su edad, no es lerdo. Desde la Habana ordenó celebrar el aniversario del 11 de abril como las nuevas calendas griegas. Ese era el azúcar, el garrote era amenazar al pueblo con las milicias. Sin proponérselo, Andrés Eloy Blanco había dado la pauta: había que actuar “Como un perro grande que muestra sus afilados dientes”. Al efecto pusieron en marcha su plan: traer del interior obligados y pagando en forma mercenaria a 300 batallones de milicias. Esta mesnada fue montada como ganado en miles de autobuses para reforzar una famélica marcha de camisas coloradas que a duras penas plenaba la angosta avenida Urdaneta. Todo este show barato y asqueante fue costeado con fondos nacionales provenientes de nuestros impuestos. Para lo único que sirvió este derroche fue para dejar en evidencia que aunque uniformados de verde, la milicia no es militar, sino un partido armado que viola la constitución y no pertenece a la Fuerza Armada. La milicia paramilitar es a Chávez como la SS fue a Adolfo Hitler. La milicia paramilitar es mercenaria porque los pobres para sobrevivir son comprados por el poderoso. Este tipo de tropas al igual que la SS hitleriana saldrán huyendo despavoridas y denigrarán de su cabecilla tan pronto vean ante si una fuerza más poderosa que ellos. Esa fuerza es el pueblo que doblegó a Mubarak y que ahora asfixia a Gadafi. Para triunfar el pueblo no necesita armas, sino la decisión inquebrantable de destronar los tiranos. Esa fuerza está siendo levantada gracias a los desmanes del gobierno.

Abril 11 es un día de luto. Neciamente ha sido celebrado como una ocasión festiva con un mitin para anunciar oficialmente la candidatura caudillista auto impuesta por el jefe de un gobierno atemorizado. Desde el propio palacio presidencial un individuo desquiciado aquejado con gripe se atrevió a vitorear en público el triste aniversario. Ese día enalteció su uso de la violencia para ahogar el clamor popular de nueve años antes. Esa ciclópea marcha de protesta, hasta el día de hoy no igualada en fervor y magnitud, permanece como un ejemplo de la vocación de libertad del pueblo venezolano. Para tratar de apagar esa llama libertaria el nuevo tarugo inventó vanamente la risible milicia.

Aun se discute bizantinamente si ese 11 de abril hubo o no un golpe. Creo que sí lo hubo, al igual que el 4F. Ese día el presidente fue forzado a renunciar y entregar temporalmente el poder; por lo tanto no hay discusión sobre lo que pasó. Desde entonces la propaganda castro-comunista ha trabajado duro para convertir los hechos del 11A en el “golpe malo”, en contraposición al “golpe bueno” del 4F. Ambos golpes fueron malos, y la violencia utilizada en los dos casos fue innecesaria y estúpida.

El golpe del 4 de febrero fue una inepta asonada militar derrotada con facilidad por las FAN. El del 11 de abril se produjo después que una enorme manifestación popular de repudio al gobierno intentó ser capitalizada por un grupo de civiles y jefes militares sin comando de tropa. Este grupo oportunista creyó que la situación era propicia para hacerse con el poder intentado un absurdo golpe tan incompetente como el del 4F. El 11 de abril los comandos de tropa fueron leales a la constitución, como debe ser, restituyendo al menoscabado presidente al poder. Al regresar Chávez no salía de su asombro mientras besaba profusamente su escapulario y una cruz que alguien le había dado. A partir de ese momento Fidel dejo de confiar en Chávez y tomó el control. El de Sabaneta siguió al mando pero a partir de ese momento Venezuela y la FAN dejaron de ser. Aunque financiábamos todas las locuras de un anciano trastornado, los comandos venían de la Habana. El gobierno de Venezuela nadando en petróleo se había rendido y su caudillo se complacía con ser capitán general.

A diferencia del 4F el 11A quedó huérfano. Ningún militar o civil se ha atrevido a reconocer la progenitura de ese engendro. Fue una suerte de “coup interruptus”. Por la sorpresa y la falta de planificación, tanto de parte del gobierno como de la oposición, el golpe no llegó a engendrarse porque, dicho en jerga marxista, no se habían dado las condiciones objetivas para su triunfo. Los alzados capturaron al presidente, pero nunca tuvieron control efectivo del gobierno. Este desbarajuste ocurrió pese a que nuestra historia reciente mostraba un episodio similar que fue resuelto de manera sabia y política por un viejo militar gomero quien nos dio una lección de lo que significa ser estadista.

Un golpe de logia

Al 4F lo organizó una logia militar, sin participación popular. Su fracaso mostró las falencias de su cabecilla. Pareció organizado por buhoneros castrenses antes que por profesionales de las armas. Chávez se tomó más de una década para armar su bochinche y menos de 6 horas para rendirse. Pero la conjura se salvó del ridículo porque tuvo padre. Esto suena como si un acto de astuta seducción o estupro fuera una hazaña. Parecía que Venezuela necesitaba un padrote y lo encontró. Chávez reconoció su paternidad en cadena nacional y ese mea culpa, en un país donde nadie se declara culpable, elevó su prestigio hasta llevarlo a la presidencia mediante el voto.

Para un gobierno con raíces conspirativas y golpistas como es el de Chávez, el 11 de abril necesariamente olía a conspiración. Una semana antes, un general había notificado al ministro de la Defensa, el Dr. José Vicente Rangel, que para evitar mayores males era recomendable revocar los cambios anunciados en PDVSA. Según ese general, se necesitaban medidas políticas para evitar un estallido de violencia en PDVSA que podría extenderse al resto del país. Proféticamente, aquel general anunció que si no se tomaban medidas políticas podría generarse un golpe de estado. Fue un militar serio y profesional que propuso una solución política a un civil ministro de la Defensa. Esto fue reconocido por el propio JVR en un programa reciente de TV.

Al marcharse el general, JVR se atusó el bigote y llamó al Presidente. Aconsejó a Chávez como un auténtico general gomecista: ¡Habrá que activar el Plan Ávila! Un civil que había predicado por años el respeto a los derechos humanos exhortó al uso de la violencia contra su pueblo. A diferencia del general que le recomendó medidas de otra naturaleza, JVR recomendó el uso de la fuerza. Este fue el resultado de los genes de un general gomero injertados en la mente de un comunista totalitario.

Como lo anunció el general de los consejos desoídos, el 11 de abril del 2002 un tsunami se encaminó hacia Miraflores. El torrente humano superior al millón desbordó a los líderes que encabezaban la marcha. Los cabecillas eran una masa amorfa, sin proyectos, planes, medios de comunicaciones o unidad de mando. El pueblo que los empujaba estaba claro y unido, pero sus líderes, tanto civiles como militares, estaban perdidos y desunidos. La marea popular era una masa acéfala que hubiera podido disolverse con acciones inteligentes del Gobierno o, en caso de estar bien dirigida, culminar una epopeya.

Ante la llegada inminente de la oleada humana, a Miraflores se le volaron los tapones. Un Fidel vociferante tenia ocupada la línea. En el búnker de palacio cundió el pánico. De allí salió de repente la orden de activar el Plan Ávila. ¡Tiburón 1 estaba en el aire! El general Rosendo, a quien consideraba incondicional, se negó a cumplir la orden fratricida. Entonces se puso en marcha el Plan B previsto por Fidel, quien nunca confió en la obediencia ciega de los militares venezolanos. Se echaron a la calle las tropas de choque civiles, francotiradores para detener la manifestación mientras algunos militares leales movían sus tropas.

Como viejo militar con experiencia en combate sé que una vez que se da la orden de fuego es difícil detener las andanadas. El plomo no se para con órdenes que nadie oye, solamente lo detiene el cuerpo de las víctimas. De algún lado salió la orden de disparar y lo demás es historia.

Entretanto, Jorge García Carneiro, un modesto general devenido en un hábil político, cuya lealtad había sido puesto en duda, tomó la decisión que salvó al gobierno de Chávez. Gracias a García Carneiro, Chávez no fue detenido sino que se presentó de motu proprio a la Comandancia del Ejército, en Fuerte Tiuna. Allí no fue agredido ni vejado y se le trató con respeto. Todavía se discute si renunció o no, pero eso no es lo importante. Si renunció fue bajo presión y eso técnicamente es un golpe de estado. Pero el golpe falló al igual que ocurrió el 4F, porque los conjurados no tuvieron control de los puntos nodales del poder. No había ni planes ni estructura de mando. Había un millón de personas protestando en la calle, pero dentro del Ejército sólo había ansias de poder, sin mando de tropas y sin la determinación de pagar la sangre necesaria para alcanzarlo.

Como suele suceder, los vencedores dan su acomodaticia versión. Por fidelidad a la Historia debemos dejar claro que ese día un buen número de militares “leales” al gobierno se treparon a la talanquera esperando hacia dónde se inclinaba la balanza. Uno de ellos entre muchos fue el actual ministro de la Defensa, Mata Figueroa, quien como Comandante de la Brigada en Barinas se puso a la orden del nuevo gobierno. Después que ocurrió lo que tenía que pasar, la mayoría indecisa al ver en TV a Chávez besar el crucifijo tomó aire y gritó “¡Patria o muerte!”. Entretanto el verdadero bravo pueblo que había marchado decapitado y había sido rociado con plomo del bueno en la avenida Urdaneta, se diluyó en la penumbra, mientras algunos valientes se ocuparon de recoger sus muertos y heridos antes de marcharse con su tristeza a cuestas.

Un ejemplo histórico

En 1935, a la muerte de Juan Vicente Gómez, se encargó de la presidencia el gomecista general en jefe Eleazar López Contreras. Pronto brotaron manifestaciones populares y huelgas exigiendo el restablecimiento de la democracia y la eliminación de la dictadura. Las calles de Caracas se llenaron de estudiantes exaltados pidiendo libertad. Ante esta situación, de la cual no se recordaban antecedentes, el Gobierno suspendió las garantías y aplicó una estricta censura a la libertad de expresión. Los militares gomeros más trogloditas exigieron a López Contreras que aplicara una sanguinaria represión para atemorizar al pueblo. Estas recomendaciones las repitió José Vicente Rangel casi medio siglo después al presidente Chávez. Pero López Contreras, además de gran soldado, era un ciudadano honorable. No consideraba que los uniformados estaban por encima del pueblo. Su arma más poderosa fue su famosa frase “Calma y cordura”. Con ella en ristre, se decidió por el procedimiento menos salvaje y más eficaz para controlar una rebelión: el diálogo.

Sin embargo, la protesta se fue extendiendo bajo el liderazgo de la Federación de Estudiantes de Venezuela dirigida por Jóvito Villalba. El 14 de febrero de 1936 las actividades se paralizaron en la capital y una nutrida representación de los estudiantes encabezada por el rector de la UCV, el eminente médico Francisco Antonio Rísquez, se dirigió a Miraflores. El presidente López dio instrucciones de no detener la marcha y los dejó llegar frente a palacio con sus pancartas y reclamos. Una vez instalados frente a la reja de entrada, el general presidente salió a recibirlos desarmado y sin guardaespaldas. Los hizo entrar y se sentó a conversar con ellos. Los estudiantes expresaron al presidente la voluntad del pueblo que los apoyaba, exigiendo que el gobierno rectificara y cancelara las medidas represivas. López Contreras anuló el decreto de suspensión de garantías y la censura a la libertad de expresión. Satisfechas sus aspiraciones, los estudiantes se retiraron sin violencia ni derramamiento de sangre y los ciudadanos regresaron a sus casas. Esta sabia decisión ilustra la diferencia entre una mente democrática y una totalitaria.

Seis décadas más tarde, cuando la maduración de una sociedad permitía esperar que el Presidente de Venezuela fuera un ciudadano sereno y conciliador cuyos procedimientos unieran a la comunidad, nos encontramos en manos de un ex militar que insiste en ser militar sin serlo, sin la sindéresis necesaria para manejar civilizadamente una situación delicada. Un hombre sin consistencia que presa de pánico soltó los perros de la violencia contra sus compatriotas.Y conste que ese 11 de abril Chávez no actuó presionado por los gorilas del Ejército, sino por un civil elegantemente trajeado, un izquierdista de salón que lleva la represión en los genes.

La persistencia en los errores y el agravamiento de los problemas que están paralizando el funcionamiento del país, ha replanteado una situación crítica que ojalá se resuelva por la vía electoral. El rechazo generalizado se reflejará en las urnas electorales en el 2012. No hará falta un golpe para extirpar los genes de la dictadura, pero sí será necesario acudir a votar con esperanza y defender los votos con pasión. Cuando esa situación se plantee, ojalá quienes estén en posiciones de decisión apliquen la “Calma y cordura” del viejo general gomero. Que hubiera ocurrido en abril 11 si el presidente hubiese si López Contreras quien no tenía ninguna cuentas por pagar a Fidel Castro?

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Discurso de Entrega de la Comandancia General del Ejercito. Año 1991 7

dic22

“La mejor política es la rectitud”

Por el General Carlos Julio Peñaloza

al entregar la Comandancia General del Ejército

en el Patio de Honor de Fuerte Tiuna

Junio 5 de 1991

Este es mi último discurso oficial como militar en servicio activo y dada la situación nacional quiero centrarlo alrededor de tres temas fundamentales para el país. Dos de los temas son reafirmaciones de los ideales y valores que me fueron inculcados en mi hogar y durante mi formación en la Academia Militar de Venezuela: el amor por la libertad y la necesidad de un comportamiento ético que le de un basamento moral a nuestra existencia. El tercer tema es el llamado a la mayoría honesta y decente de nuestros compatriotas a enrolarse en la cruzada contra el morbo de la corrupción que amenaza con destruir en forma lenta, pero sin pausa, nuestras bases morales y nuestra libertad. Finalmente, haré una reflexión sobre la responsabilidad ética de los militares en los casos en los cuales deben enfrentarse a los dilemas morales en los cuales hay un choque espiritual entre el deber de la obediencia y la voz de la conciencia.

Esta temática podría parecer impropia en un discurso militar, pero como hombre de armas, educado para defender la integridad nacional y como fiel de la idea del Libertador según la cual “la fuerza moral es la verdadera fuerza del Ejército”, considero que es inaplazable tratarla, porque la conjunción de los tres temas constituyen el centro de gravedad de la hipótesis de guerra que se ha materializado en el país en los últimos tiempos.

En la actualidad el principal enemigo de la libertad es la corrupción, ese monstruo hijo de un cruce satánico entre la injusticia y la inmoralidad. Esa hidra de incontables cabezas, como el narcotráfico, el peculado, la inseguridad personal, etc., propaga el mortífero virus del Sida moral que daña irreparablemente el sistema de inmunidad ético de la patria. Ese flagelo se ha convertido en poco tiempo en el enemigo público N° 1, constituyéndose en la amenaza más grave que se cierne sobre nuestro país. Ese engendro es el verdadero elemento subversivo, que a través de la destrucción de nuestros valores morales, pretende desestabilizar el sistema democrático y robarnos nuestra libertad. Esa plaga ha ido adquiriendo tal fuerza y capacidad agresiva, que no vacilo en opinar que en Venezuela se está incubando una guerra civil entre la minoría corrupta cuya degradación moral es evidente, pero que cuenta con enormes recursos, y la mayoría decente que sufre día a día los impactos corrosivos de los golpes arteros que le asesta esta bestia degenerada.

El enemigo está ante nuestras puertas y debemos movilizar las reservas morales de la patria para enfrentarlo. La corrupción está entre nosotros mismos y nos amenaza a todos, llegando incluso a ser un peligro para la propia seguridad del Estado. ¡La corrupción está avanzando y debemos detenerla! Si no lo hacemos a tiempo, ella destruirá al país y nos llevará de regreso a la opresión, haciéndonos perder el más precioso legado que nos dejó el padre de la patria: “la libertad”.

La corrupción es la droga de la democracia. Ella es terriblemente adictiva y cada día los corruptos requieren más poder para no sentir las convulsiones de un “delirium tremens” moral. Para satisfacer su avidez sin límite, los corruptos ya no se limitan a buscar dinero y riquezas fáciles desangrando al país, sino que también se han lanzado a la búsqueda del poder político y a infiltrar las instituciones fundamentales del Estado.

Este hecho, que ya no se puede ocultar, ha originado una reacción contraria en un grupo creciente de militares y civiles que están convencidos que la democracia actual está carcomida por la corrupción y consideran que la única forma de corregir esta situación es a través de una acción de fuerza que a sangre y fuego purgue a los corruptos y reivindique a la nación. Este grupo considera que el honor de la patria sólo puede renacer, regenerándolo con la sangre de los que han mancillado y que para lograr ese objetivo es indispensable barrer con la democracia y establecer un régimen autoritario. Si eso ocurre, caeríamos de nuevo en brazos del despotismo y perderíamos la libertad, que es el único dique que impide que se desborden las aguas tenebrosas de la tiranía.

El análisis me lleva a plantear algunas interrogantes:

¿Es justificable sacrificar la libertad para derrotar la corrupción?

¿Quién nos asegura que un gobierno de fuerza no se corromperá con el correr del tiempo y lleguemos de nuevo a una situación similar a la actual? Con el agravante de que sin la libertad no podremos demostrar públicamente nuestra inconformidad.

¿No estaremos ante un falso dilema que nos obliga a escoger entre una democracia corrupta o una dictadura honesta?

¿No hay otras alternativas?

La respuesta a estas preguntas es de una altísima prioridad nacional, como lo son las acciones concretas que deben tomarse ante la actual crisis.

Convertir a la democracia en un sinónimo de corrupción y a la libertad en sinónimo de desorden, es el milagro al revés que los modernos alquimistas del mal han producido en nuestra tierra. Ante esta situación, cunde la frustración entre muchos de nuestros compatriotas y algunos tienden a creer con desaliento que los malos ganaron y que no se puede hacer nada. Esa posición es errada. La única posibilidad de triunfo de los corruptos es precisamente que los honestos no hagan nada. Sin embargo, todavía se puede hacer mucho. La guerra santa contra la corrupción sólo está comenzando y será larga. La paz todavía no se vislumbra. Nuestra guerra es por la libertad y la decencia. Con libertad habrá desorden algunas veces, pero sin ella, habrá siempre opresión.

Ante esta situación, ¿qué debemos hacer los militares?

Es para nosotros de sobra conocido que debemos ser obedientes y no deliberantes, como dicta la Constitución y las leyes venezolanas, pero esto no supone que debemos obedecer órdenes inmorales, ilegales e ilegítimas, ni que tampoco debamos permanecer mudos cuando la patria está en peligro. Los militares debemos dar la señal de alarma para que todos los venezolanos decentes entremos en zafarrancho de combate para enfrentar el monstruo de la corrupción.

Parafraseando a Clemenceau podemos decir que así como “la guerra es algo demasiado importante para dejársela sólo a generales”, la condición del Estado es demasiado importante para dejársela sólo a los políticos.

La característica que distingue a la organización militar es su capacidad de hacer la guerra en defensa de los intereses vitales de la patria. En este momento estamos en guerra contra la corrupción, en defensa de nuestros valores morales. Es por eso que ahora, cuando estamos siendo atacados por las huestes de la corrupción, los militares, como siempre, debemos estar en la primera línea de combate porque nos requiere la República y porque el costo ético de no actuar sería demasiado grande para una institución tan importante como las FAN.

Esta guerra para algunos parecería no ser de carácter militar ya que en lugar de armas convencionales debemos usar armas morales para nuestra defensa. Pero nosotros, los hombres de uniforme, no podemos evadir este combate, al que debemos asistir en cumplimiento del servicio moral obligatorio.

En nuestra formación, los militares tendemos a separarnos del resto de la sociedad, y eso no es bueno. Las FAN constituyen una organización destinada al servicio público y, por tanto no podemos aislarnos, porque al hacerlo nunca sabremos qué es lo que la sociedad espera de nosotros. Pero si es peligroso que los militares nos aislemos mudos en nuestro mundo cerrado de obediencia, también es peligroso abrirse demasiado. El peligro fundamental que tiene el no aislarse, es que podríamos convertirnos en deliberantes e involucrarnos en la política partidista. Esto no es consecuencia obligada de la decisión de salir de ese aislamiento, ni de haber temor por este hecho. Los militares somos una parte legítima e importante de la sociedad y, por tanto, una institución que tiene algo que decir y que debe ser oída, sin que ello constituya una amenaza a la sociedad civil y a las instituciones democráticas.

Actuaciones como las actuales producen efectos entre la obligación que tenemos los militares de obedecer instintivamente las órdenes superiores y la necesidad de ejercer una medida de pensamiento crítico y reflexivo ante dilemas de carácter ético. Esto es especialmente doloroso cuando nuestra esencia gime. Cuando esa voz interna nos insta en los momentos difíciles hacia un proceder y ser distinto a la obediencia automática, esos dilemas morales se producen cuando debemos decidir entre obedecer a los dictámenes de nuestra conciencia o cumplir con lo establecido en las leyes y reglamentos. Todos debemos en estos casos tomar una posición ética, siguiendo la voz de la conciencia, a pesar de tener malas consecuencias, pero las malas consecuencias de no adoptar esa posición pueden ser peores.

Al anterior dilema ético se une otro de diferente naturaleza pero de mayor importancia, y es la necesidad de actuar de forma tal que la organización militar proteja efectivamente a la sociedad civil, sin hacerle daño irreparable a las instituciones democráticas. En otras palabras, ¿cómo actuar en ciertas circunstancias como la conciencia de la nación, siendo al mismo tiempo un instrumento del Estado? En estos casos, si no se actúa bien, las FAN podemos ser un peligro no sólo para la corrupción, sino también para la propia sociedad. Este es un dilema ético muy serio para los militares. ¿Cómo enfrentar a la corrupción sin convertirse, al mismo tiempo, en una fuerza que cercene la libertad, para defender los valores morales de la República?

En conclusión, en la lucha contra la corrupción, que constituye la dimensión ética de la guerra, hay que evitar que la libertad sea una de las bajas. Es por ello que en este momento crítico para la patria, es indispensable que los militares nos convirtamos en soldados de la moral aún a riesgo que nos consideren deliberantes. Atendamos el clamor de nuestros compatriotas decentes y sigamos la voz de nuestras conciencias. Ataquemos sin temor al dragón de la corrupción, pero no hagamos armas contra la libertad. Entretanto, roguemos a Dios que nuestros líderes recapaciten y que despierten a esta democracia adormecida y peligrosamente aborrecida por muchos. Si ellos desdeñan los consejos para su corrección y no toman las medidas para purificarla a corto plazo, la democracia se perderá. Si no se inicia pronto un renacimiento moral, en Venezuela puede ocurrir cualquier cosa.

En estos momentos difíciles, los militares debemos estar prestos a cumplir con nuestro deber, guiados siempre por las palabras sabias del Libertador, que al respecto dijo:

“Mi único amor siempre ha sido el de la patria, mi única ambición, la libertad”

Señores.

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