Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

sábado, 30 de julio de 2011

Pasos del Padre castigador reproducido en Fidel Castro por todo un continente, demostrado en un caso concreto: SAlvador Allende

El 11 de septiembre de 1973 bajo la presidencia de Salvador Allende un grupo de militares chilenos al mando de Augusto Pinochet protagonizan un golpe de estado, dicho golpe se hizo con ayuda y financiación del gobierno estadounidense, que llegó a mandar a altos cargos de la CIA para organizar dicho golpe en un intento de que el socialismo no se extendiera por el continente americano. En su último discurso público el presidente Allende dijo literalmente que "sólo acribillándome a balazos impedirán que cumpla el programa electoral". Los golpistas entraron y Allende murió de un disparo. Durante muchos años la teoría más creída fue la de que, como había pronosticado en su discurso, lo habían acribillado a balazos. Los militares que entraron siempre sostuvieron que mientras subían la escalera que llevaba al despacho donde se encontraba Allende oyeron un disparo y que cuando llegaron el presidente se había suicidado. Tras el largo gobierno de Pinochet se exhumó el cadáver de Allende y se demostró que por la trayectoria del disparo efectivamente el presidente se había suicidado mientras los golpistas subían la escalera.... En términos forenses, Allende se suicidó, hecho que fue comprobado en el año 2011.

¿Pero qué hizo el Padre FIDEL CASTRO para engañar a un continente primero dar un
discurso histriónico como todo lo suyo en la Plaza de la Revolución un 28 de noviembre
de 1973 y utilizar a García Márquez, para publicar y crear una leyenda que no afectara
su REvolución ni proyecto personal de IMPERIO LATINOAMERICANO, lo que produjo
otra historia:
Once de septiembre de 1973. Según la versión oficial, el Presidente Allende decidió a la 1:50 de la tarde poner fin a la resistencia armada y ordenó rendirse a sus acompañantes. Les pidió bajar desde el segundo piso de La Moneda en llamas, por las escaleras de piedra que daban a Morandé 80. Descenderían de uno en fondo, con la Payita adelante, y él mismo cerrando la fila de unas 35 personas, en último lugar.

Pero sin que los demás se diesen cuenta, Allende volvió atrás y se introdujo en el Salón Independencia. Se sentó en un sofá, pujó el fusil AK que le había regalado Fidel Castro entre sus rodillas, puso el cañón bajo su mandíbula y apretó el gatillo. Salieron dos tiros.

El doctor Patricio Guijón –único testigo confeso durante 30 años– también regresó, con la intención de recoger para su hijo un recuerdo. Desde un pasillo, frente a la puerta entreabierta del Salón Independencia, vio al Presidente dispararse. Corrió hacia él, pero ya estaba muerto. Entonces, según la versión oficial, se sentó junto al cuerpo del Presidente, tomó la metralleta y la puso atravesada sobre las piernas del occiso, sin preocuparse de huellas ni de nada. Luego estuvo velándolo durante 10 ó 15 minutos.

Hasta que un grupo de militares, encabezados por el general Javier Palacios, jefe del asalto a La Moneda, irrumpió en el lugar y comprobó que la parte superior de la cabeza del Presidente había estallado. Se veía el impacto de dos balazos incrustados en un gobelino que colgaba en la pared situada detrás.

El general Palacios (fallecido el 26 de junio de 2006), según nota aparecida en la nota necrológica que le dedicó “El Mercurio”, pensó en un primer momento inculpar al doctor Guijón por la muerte de Allende, pero después cambió de parecer.

EL TIRO POR LA CULATA

El cineasta Patricio Guzmán, autor del galardonado documental “Allende”, que estuvo a primeras horas del 11-S filmando en las afueras de La Moneda, declaró hace poco a la BBC de Londres que, con anterioridad a esta foto, el cuerpo de Allende muerto yacía tendido en el suelo.

Pero el 20 de septiembre de 1973, el general Baeza, que ya había olvidado su transitoria renuncia, añadía que “los proyectiles suicidas fueron disparados con el arma puesta entre las rodillas y el cañón pegado a la barbilla”. Y agregaba: “Arma utilizada: fusil-ametralladora núm. 1.651, de fabricación soviética, en cuya culata se leía la inscripción: ‘A Salvador, de su compañero de armas, Fidel’”.

Todo claro, salvo que el fusil-ametralladora AK-S que aparece en el croquis número 15.254 de la Policía Técnica de Investigaciones, dibujado ex profeso entre las piernas de Allende muerto, no tiene culata, en el sentido tradicional del término; esto es, culata de madera.

La presencia de la dedicatoria “en la culata” (una lámina de bronce), la recuerda expresamente el doctor Óscar Soto, médico de cabecera del Presidente, en su libro “El último día de Salvador Allende”, y también Tati, Beatriz Allende, la hija mayor, en su discurso en La Habana, en el homenaje masivo a su padre, organizado por Fidel Castro, el 28 de septiembre de 1973, en la Plaza de la Revolución ante un millón de personas.

Pero, aparentemente, del fusil-ametralladora dedicado por Fidel Castro no salió ningún tiro el 11 de septiembre, ni el arma estuvo en La Moneda, al menos mientras Allende vivió. Desapareció ese mismo día, y nunca más se la ha vuelto a ver.

El asesor político de Allende y perseguidor implacable de Pinochet, el abogado español Joan Garcés, frecuentaba tanto la casona de Tomás Moro como el refugio de El Cañaveral, camino a Farellones, donde Allende pasaba a veces la noche. “La metralleta obsequiada por Fidel Castro a Salvador”, le ha confirmado Garcés a su amigo Víctor Pey (el dueño del diario “el Clarín”), “nunca salió de El Cañaveral; siempre estuvo allí, expuesta en una pared del living”.

La noche del 10 al 11 de septiembre, tanto Joan Garcés como el periodista Augusto Olivares pernoctaron en Tomás Moro. En la madrugada se trasladaron a La Moneda, tras los autos que llevaban al Presidente y su escolta, armados cada uno de sus integrantes con fusiles-ametralladora AK-S. Éstos eran 20 ó 23, según distintas fuentes, pero el arma obsequiada por Fidel Castro seguía en El Cañaveral.

UN SOLO TIRO

Desde los detectives de la guardia presidencial, que defendieron la vida de Allende en La Moneda, hasta los doctores del Instituto Médico Legal, que practicaron la autopsia esa misma noche del 11-S, ante los jefes de Sanidad de cada una de las ramas de las FFAA, muchos coinciden –con distintos grados de certeza– en que el Presidente murió de un solo balazo. Incluso, en un informe oficial se menciona expresamente un cartucho de bala de pistola, que yacía (muy visible) a los pies del occiso, ya percutado, y se elude examinar el arma de donde provino.

Estos testimonios y documentos destruirían la tesis sostenida hasta su muerte, en junio pasado, por el general Javier Palacios Ruhman, de que Allende se suicidó utilizando una metralleta AK que disparaba 20 balas en un segundo, independientemente de si había sido regalada por Fidel Castro o no. Es cierto que el Kalashnikov también se podía disparar tiro a tiro, es decir, uno a uno, pero no de dos en dos, ni de cuatro en cuatro. O se disparaba en ráfaga o tiro a tiro.

¿Pero cómo justificar entonces los dos balazos incrustados en el gobelino que cubría la pared posterior al sofá donde fue depositado su cuerpo ya sin vida? ¿Se necesitaba reforzar la idea de “varios” disparos de una metralleta para justificar la presunta utilización del arma obsequiada por Castro?

La verdad sobre el asesinato de Salvador Allende

Salvador Allende no se suicidó, ni murió bajo las balas de los militares golpistas el 11 de septiembre de 1973. Durante el asalto contra el palacio de la Moneda, el presidente de Chile fue cobardemente asesinado por uno de los agentes cubanos que estaban encargados de su protección. En medio de los bombardeos de la aviación militar, el pánico se había apoderado de los colaboradores del jefe de Estado socialista y éste, en vista de la desesperada situación, había pedido y obtenido breves ceses de fuego y estaba, al final, decidido a cesar toda resistencia. Según un testigo de los hechos, Allende, muerto de miedo, corría por los pasillos del segundo piso del palacio gritando: “¡Hay que rendirse!”.

Antes de que pudiera hacerlo, Patricio de la Guardia, el agente de Fidel Castro encargado directo de la seguridad del mandatario chileno, esperó que éste regresara a su escritorio y le disparó sin más una ráfaga de ametralladora en la cabeza. Enseguida, puso sobre el cuerpo de Allende un fusil para hacer creer que éste había sido ultimado por los atacantes y regresó corriendo al primer piso del edificio en llamas donde lo esperaban los otros cubanos. El grupo abandonó sin mayor tropiezo el palacio de la Moneda y se refugió minutos después en la embajada de Cuba, situada a poca distancia de allí.

Esta versión del fin dramático de Salvador Allende, que contradice las dos anteriores casi oficiales, dadas ya sea por Fidel Castro (la tesis de la heroica muerte en combate), ya sea por la Junta militar chilena (la del suicidio), emana nada menos que de dos antiguos miembros de organismos secretos cubanos, muy bien informados acerca de ese sangriento episodio y hoy exiliados en Europa.

En un libro que acaba de publicar en París las Ediciones Plon, intitulado Cuba Nostra, les secrets d’Etat de Fidel Castro, Alain Ammar, un periodista especialista en Cuba y América Latina, analiza y confronta las declaraciones que le dieran Juan Vives y Daniel Alarcón Ramírez, dos ex funcionarios de inteligencia cubanos.
Exilado desde 1979, Juan Vives es un ex agente secreto de la dictadura y sobrino de Osvaldo Dorticós Torrado, el presidente cubano de opereta que reinó de 1959 a 1976, y que fue “suicidado” en obscuras circunstancias en 1983. Vives cuenta que en noviembre de 1973, en un bar del hotel Habana Libre, donde algunos miembros de los órganos de seguridad del Estado solían reunirse los sábados para beber cerveza e intercambiar de manera informal chismes e informaciones de todo tipo, escuchó del mismo Patricio de la Guardia, jefe de las tropas especiales cubanas presente en la Moneda en el fatídico 11 de septiembre de 1973, esa escalofriante confesión.

Durante años, Vives no quiso dar a conocer esa información pues, como dice, “era peligroso hacerlo” y porque no había hasta ese momento ningún otro responsable cubano en el exilio que pudiera confirmar el carácter fidedigno de esos hechos. Cuando supo que Daniel Alarcón Ramírez, alias “Benigno”, uno de los tres sobrevivientes de la guerrilla de Ernesto Guevara en Bolivia, se hallaba también exilado en Europa, la idea de dar a conocer esos graves hechos volvió a cobrar fuerza.

En el libro de Alain Ammar, “Benigno” confirma plenamente la narración de Vives. Ambos conocieron a Salvador Allende y a su familia. Ambos vivieron en Chile durante el gobierno de Allende. Ambos escucharon, en momentos diferentes, la confesión de Patricio de la Guardia a su regreso a La Habana.
El libro de Ammar describe con precisión los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular y, sobre todo, muestra el avanzado grado de control directo que Fidel Castro había logrado instalar –mediante sus centenas de espías de la DGI (un servicio cubano de inteligencia), mediante sus operadores y agentes de influencia implantados en Santiago–, sobre el presidente Salvador Allende, sobre sus ministros y hasta sobre sus amigos y colaboradores más íntimos. De hecho, la llamada “vía chilena al socialismo” había sido desviada por el castrismo hasta el punto de que dentro del gobierno de Allende hubo voces que criticaban esa brutal ingerencia. Meses antes de su muerte, Salvador Allende había sido ya “instrumentalizado por Castro”, explica Juan Vives.

“Pero Allende no era el hombre que la Habana quería tener en el poder en Santiago. Los que Castro y Piñeiro [brazo derecho de Castro en operaciones de espionaje en Latinoamérica, muerto recientemente en Cuba de un infarto] preparaban para el relevo, a espaldas del mismo presidente Allende, eran Miguel Henríquez, principal dirigente del MIR y Pascal Allende, número dos del MIR, lo mismo que Beatriz Allende, la hija mayor del presidente, quien pertenecía también al MIR”. Beatriz morirá en Cuba en 1974....
Ese control sobre el jefe de Estado chileno se había agudizado notablemente tras el primer intento de golpe militar, el 29 de junio de 1973, más conocido como el tancazo. Cuando la Habana supo que los chilenos que rodeaban al presidente estaban asustados, Fidel Castro hizo saber que Allende no podía en ningún caso rendirse ni pedir asilo en una embajada. “Si el debía morir, debía morir como un héroe.

Cualquier otra actitud, cobarde y poco valiente, tendría repercusiones graves para la lucha en América latina”, recuerda Juan Vives. Por eso Fidel Castro dio la orden a Patricio de la Guardia de “eliminar a Allende si a último momento éste cedía ante el miedo”.

Poco después de los primeros ataques a la Moneda, Allende mismo había dicho a Patricio de la Guardia que había que pedir el asilo político ante la embajada de Suecia. El mandatario había incluso designado a Augusto Olivares, su consejero de prensa, para hacerlo. Probablemente por eso Olivares, alias el perro, fue también ultimado por los cubanos antes de que éstos enfilaran baterías contra el presidente de Chile. “Reclutado por la DGI cubana, Olivares transmitía hasta los pensamientos más mínimos de Allende a Piñeiro, quien, a su vez, informaba a Fidel”, declara Juan Vives.
Otro guardaespaldas chileno de Allende, un tal Agustín, fue también “fusilado” por los cubanos en esos momentos dramáticos, según la declaración hecha por “Benigno” al autor del libro. Semanas después del golpe de Estado, Patricio de la Guardia había revelado, en efecto, a “Benigno” el fin de Agustín, hermano de un amigo suyo que vive aún en Cuba, y le había dado otro detalle importante sobre lo ocurrido durante esa trágica mañana en el palacio de la Moneda: antes de ametrallarlo, el agente cubano había atrapado con fuerza a Salvador Allende, quien quería salir del palacio, y lo había sentado en el sillón presidencial gritándole: “¡Un presidente muere en su sitio!”.

La versión del asesinato a quemarropa de Allende no era del todo desconocida. El 12 de septiembre de 1973 varias agencias, entre ellas la AFP, resumieron en cuatro líneas ese hecho. Publicado al día siguiente por Le Monde el cable decía: “Según fuentes de la derecha chilena, el presidente Allende fue matado por su guardia personal en momentos en que pedía cinco minutos de cese al fuego para rendirse a los militares quienes estaban a punto de entrar al palacio de la Moneda”. Ammar indica que esa hipótesis “fue enterrada inmediatamente” pues ella no le convenía a nadie: “ni a los colaboradores de Allende, ni a la izquierda chilena, ni a sus amigos en el extranjero, ni a los militares ni, sobre todo, a Fidel Castro…”.
La confirmación que esa, hasta hace poco, “hipótesis” acaba de recibir de parte de Juan Vives y Daniel Alarcón Ramírez podría ser reforzada en el futuro por los testimonios de otros funcionarios cubanos silenciados hasta ahora y por documentos que se encuentran fuera de Cuba. En efecto, en un banco de Panamá reposaría la pieza maestra de este magnicidio.

Según los autores del libro, Patricio de la Guardia, condenado a treinta años de cárcel durante el proceso-farsa contra el general de división Arnaldo Ochoa Sánchez, y hoy en residencia vigilada, habría depositado en el cofre de un banco panameño un documento comprometedor en el que describe, entre otras cosas, el asesinato de Allende por orden de Castro, texto que debería ser revelado en caso de muerte de Patricio de la Guardia. Fidel Castro, según los autores del libro, habría tomado muy en serio esa amenaza y habría hecho que éste escapara al fusilamiento, a diferencia de Tony, hermano de Patricio, quien junto con el general Ochoa y dos otros funcionarios del ministerio del Interior, fué pasado por las armas el 13 de julio de 1989.
La revelación de lo ocurrido a Salvador Allende no es interesante únicamente para los historiadores de la calamitosa aventura de la Unidad Popular en Chile. Lo es igualmente, y de qué manera, para los nuevos amigos latinoamericanos de Fidel Castro, especialmente para el presidente Hugo Chávez de Venezuela. Hugo Chávez y los otros, por más jefes de Estado confiables que puedan ser para La Habana, como lo pudo haber sido en su momento, al menos en los papeles, el presidente Allende, podrían estar siendo ahora objeto de idénticos entramados siniestros de control y de dominación física y política directa por parte de los mismos servicios que obraron tan bestialmente contra el presidente de Chile. El libro de Alain Ammar aborda, en sus 425 páginas, muchos otros temas y episodios relacionados con las complicadas y no siempre exitosas operaciones secretas de La Habana en Cuba y en varios países

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