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La sombra le tiño su vestidura y el amor la encontró dormida bajo un soplo del tibio mediodía. Tomasa Ochoa nacida en un rincón de las montañas de Montalbán, occidente de Carabobo, el mes de enero de 1915, oscilaba su pulso del silencioso siglo. Ella creció con el siglo, de tranvías y vino tinto, dispuesta a contarle su vida a quien quisiera escucharla. Esa poetisa, joven labriega de imagen voladora, que recogía flores silvestres, algunas veces bajo la pertinaz lluvia, acompañada de arco iris y cantos de aves. Habitó en esa comarca poblada de naranjales que perfuma los aires y las faldas del cerro La Copa. Ella nos abrió la puerta de su modesta y sencilla casa, ubicada en la populosa parroquia valenciana de san Blas, una tarde precisamente un mes de enero. Allá entre sorbos de café, anécdotas y conversas; sentada frente a nosotros su rostro brotó su dulzura, colmada de humildad. La menuda figura narró remembranzas sobre el carrusel de recuerdos. Su ternura transmitía la devoción de su alma limpia. Hasta las ondas de su cabellera llega su inocencia buscando respuestas en los Dioses ancestrales. El espacio de la poeta Tomasa Ochoa se la veía venir entre la fiesta de papeles, lápices, tinta y colores que acabaron su vida, los llevaba en el pecho donde pendían sus noventa y seis calendarios de vida que se llevo a su modesta tumba. Su nombre engalanará las páginas de nuestra historia literaria, que como cronista nos dejó una verdadera industria de escritos. Esa tarde, otra vez enero, pero comenzando el año 2011 nos enteramos de la infausta noticia de la partida de ésta flor alegre, casi mágica, que brotaba palabras sin esfuerzo alguno, agolpando letras en su pluma. Esa tarde hemos mirado cuando te alejabas encerrada en el coche fúnebre. Tu pensamiento perenne se diluye entre el viento y el humo callejero de la tan golpeada ciudad. Ahora eres luz que duerme, tu línea del tiempo se detuvo para que los escarabajos sepultureros sean guardianes de tu ultima morada. Al retirarme y dejarla en paz y reposo, extraje de su libro Páginas en el Espacio, 1981, el versoSepulturero: Navegando en agonía esclava de mis andares, rompí camino al final y me iba capeando la tierra. No sé que quiso decir. Aunque no le di respuesta sé que deben bajarme. quiero sentir allí los inviernos y saber de lo que hablan las noches. |
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