Buena Nueva
Agar fue una esclava egipcia, concubina de Abraham,
madre de Ismael. El Génesis narra la expulsión de Agar
y su hijo provocada por Sara, esposa de Abraham.
Debido a la esterilidad de Sara, la historia bíblica nos
dice que ésta consideró conveniente que Abraham obtuviera
descendencia a través de Agar. De la unión nació Ismael (Gn 16),
del cual descienden los ismaelitas. Cuando Agar huyó por el
desierto (Gn 21) debido a los maltratos de Sara, un ángel le
comunicó en nombre de Dios que su descendencia sería incontable.
Los árabes (agarenos) consideran a Agar la verdadera mujer
de Abraham y se consideran descendientes de éste a través
de Ismael.
Para San Pablo (Ga 4, 21s), esta historia bíblica representa la
comunidad del pacto sinaítico (es decir, el judaísmo):
Transfiguración y entrega
/Abraham, nuestro padre en la fe, tuvo una fe indubitable, inconmovible, una fe a toda prueba, que lo llevaba a tener una confianza absoluta en los planes de Dios y una obediencia ciega a la Voluntad Divina. A Abraham Dios comenzó pidiéndole que dejara todo: "Deja tu país, deja tus parientes y deja la casa de tu padre, para ir a la tierra que Yo te mostraré". (Gen. 12, 1-4). Y Abraham sale sin saber a dónde va. Ante la orden del Señor, Abraham cumple ciegamente. Va a una tierra que no sabe dónde queda y no sabe siquiera cómo se llama. Deja todo, renuncia a todo: patria, casa, familia, estabilidad, etc. Da un salto en el vacío en obediencia a Dios. Confía absolutamente en Dios y se deja guiar paso a paso por Él. Abraham sabe que su vida la rige Dios, y no él mismo. Dios le exigió mucho a Abraham, pero a la vez le promete que será bendecido y que será padre de un gran pueblo.
Abraham respondió a un Dios desconocido para él -pues Abraham pertenecía a una tribu idólatra. Pero nosotros hemos conocido la gloria de Dios, que fue experimentada por los Apóstoles después de la Resurrección del Señor. Tres de ellos, Pedro, Santiago y Juan, pudieron ver esa gloria aún antes, en la Transfiguración, cuando Jesucristo llevó a estos tres Apóstoles al Monte Tabor y allí les mostró algo del fulgor de su divinidad. Y éstos quedan extasiados al ver "el rostro de Cristo resplandeciente como el sol y sus vestiduras blancas como la nieve" (Mt. 17, 1-9).
Es de hacer notar que la Transfiguración tiene lugar unos pocos días después del anuncio que Cristo le había hecho de su Pasión y Muerte a los Apóstoles, de manera que esta vivencia de su gloria les fortaleciera la fe, pues habían quedado muy turbados al conocer que el Señor sería entregado a las autoridades y que debería sufrir mucho, para luego morir y resucitar.
Con esto Jesucristo quiere decirle a los Apóstoles que han tenido la gracia de verlo en el esplendor de su Divinidad, que ni Él -ni ellos- podrán llegar a la gloria de la Transfiguración -a la gloria de la Resurrección- sin pasar por la entrega absoluta de su vida, sin pasar por el sufrimiento y el dolor. Eso se los anunció muy claramente en el anuncio que les hizo sobre su Pasión y Muerte justo antes de su Transfiguración : "El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera asegurar su propia vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la hallará" (Mt. 16, 24-25).
Esa renuncia a uno mismo fue lo que Dios pidió a Abraham ... y Abraham dejó todo y respondió sin titubeos y sin remilgos, sin contra-marchas y sin mirar a atrás. Esa renuncia a nosotros mismos es lo que nos pide el Señor para poder llegar a la gloria de la Resurrección. No hay resurrección sin muerte a uno mismo y tampoco sin la cruz de la entrega absoluta a la Voluntad de Dios.
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El artículo que, resumido, presentamos a continuación forma parte de mi libro de próxima aparición, CRISIS Y ESTADO DE EXCEPCIÓN EN LA VENEZUELA ACTUAL. Lo publico para contribuir al esclarecimiento de los hechos emblemáticos del 11 de abril, para reivindicar una acción heroica llevada a cabo por la sociedad civil y sobre todo para contrarrestar cualquier estrategia de manipulación política que emprenda el Gobierno, o quienes, por razones inconfesables, se plieguen a sus chantajes.
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La teoría del estado de excepción, desarrollada por Carl Schmitt, nos provee del más certero aparato conceptual para comprender la situación de excepcionalidad y sin duda la crisis más prominente vivida en estos últimos doce años de excepcionalidad: la colosal rebelión popular del 11 de abril de 2002.
Una sociedad pasa a un estado de excepción cuando su legitimidad, sus instituciones y su juridicidad se ven suspendidas sine dia por causa de hechos extraordinarios, al quedar a la deriva ante la ausencia de legitimidad y la quiebra de los fundamentos éticos y jurídicos del Poder. Exactamente lo que sucediera el 11 de abril, cuando debido a las circunstancias de Puente Llaguno, el alto mando pidiera la renuncia del Presidente de la República – "la cual aceptó" – y pusiera sus cargos a la orden de las nuevas autoridades. Un hecho imposible de satisfacer, pues el país se encontraba huérfano de toda autoridad.
Pues independientemente de lo establecido, no existían ni podían existir tales autoridades. Esas nuevas autoridades, desaparecidas todas las instancias regladas por la Constitución, debían imponerse mediante un ejercicio inédito en la historia de la República democrática: el de la imposición y establecimiento de una nueva soberanía.
Los medios de comunicación
tuvieron mucho que ver con todo
Era, en efecto, el momento preciso para que dicho estado de excepción fuera resuelto. Quien tuviera la capacidad de resolverlo, esto es:
IMPUSIERA un nuevo Poder: ése sería el soberano. Incluso imponiendo mediante la fuerza legítima del Estado el cumplimiento de las normas pautadas en la Constitución para un caso de excepción como el que entonces se viviera. Como lo dice la primera frase del escrito más importante de Carl Schmitt: "es soberano quien resuelve el estado de excepción". Su legitimidad es un acto legítimo en sí mismo, no derivado. Es fundante, no consecuente. La aparente contradicción entre esa nueva vida que busca expresarse y el marco institucional suspendido sine dia por la excepcionalidad de las circunstancias se resuelve por vía de la acción misma: la decisión soberana. Una situación intrínsecamente contradictoria, pero inevitable: la legalidad de una ilegalidad, la emergencia de una nueva realidad que nace de entre las ruinas de la que desaparece. El futuro que se introduce en el presente, incluso siguiendo el acierto hegeliano: la violencia como partera de la historia. Una violencia especular, metafórica, absolutamente inerme, pero de una gigantesca capacidad disuasiva: la mera exhibición de una fuerza popular como no se la viera nunca antes en la historia de Venezuela. Contra la que un régimen deslegitimado actuaría derrochando el máximo atributo del poder establecido: decidir del derecho de vida o muerte de sus ciudadanos. En el caso: ordenando que francotiradores al servicio del régimen asesinaran a mansalva una veintena de ciudadanos, honrados luego de superada la crisis de excepción como héroes mientras los auténticos héroes eran condenados a treinta años de cárcel.
El hecho político, histórico y jurídico cierto es que el 11 de abril se vivió un estado de excepción, se suspendió por fuerza de los hechos la vigencia de la Constitución, el Poder cayó en la acefalía y sólo la imprudencia, la pusilanimidad y la incapacidad existencial de los protagonistas para asumir y llevar hasta sus últimas consecuencias la decisión de fundar una nueva soberanía mediante la fuerza de los hechos impuso la necesidad de traicionar la voluntad popular regresando al status quo ante bellum. En la circunstancia, se confirmó de manera paradigmática la falencia congénita de sociedades liberales en crisis – la confusión e ineptitud de una dirigencia política que hizo honor de aquel comportamiento propio de "una clase discutidora" denunciado por Donoso Cortés: postergar la decisión crucial y dejarla en manos del sector más radical del ejército, fiel a Hugo Chávez. En el caso del vacío de poder creado a partir de lo sucesos del 11 de abril esa pusilánime dirigencia alternativa que no supo decidir llegó al extremo de renunciar incluso al derecho a establecer la verdad. Tal comisión, exigida por la sociedad civil e impulsada por la OEA y el Centro Carter jamás sesionó. Hasta el día de hoy: a una década de los sucesos aún se nos niega a los venezolanos el derecho a establecer de una vez por todas, la verdad del 11 de abril.
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Vivimos desde entonces las circunstancias derivadas de la ausencia de un factor capaz de resolver el estado de excepción sufrido durante los sucesos del 11 de abril. Vacío de poder, le llamaron los constitucionalistas. Ante la falta absoluta de quien asumiera la responsabilidad histórica, militar, política, existencial de la crisis resolviendo el impasse, y el horror al vacío y la desintegración puestos de manifiesto por la incompetencia de quienes usurparan el papel de un auténtico soberano, la historia dio un paso atrás y la sociedad retrocedió al statu quo ante bellum, reponiendo en el cargo a quien había perdido factual, real, manifiestamente toda legitimidad.
El 11 dejó Miraflores un presidente que, por ese mismo acto, perdía su legitimidad. El 13 regresó una figura sin legitimidad alguna, un fantoche. Que auxiliado por Fidel Castro y con la venia de la nueva y la vieja izquierda latinoamericana se convertiría en el dictador de nuevo cuño que busca su entronización vitalicia. Es la situación que vivimos desde entonces. El carácter fraudulento de su legitimación del 15 de agosto – otro simbólico 11 de abril, con iguales resultados – no ha terminado por resolver esa crisis: antes bien, la ha agravado.
Tampoco su derrota del 2 de diciembre y el torpe intento por remediarlo en el plebiscito de febrero. El estado de excepción se ha convertido en norma y la legitimidad ha asumido carácter estrictamente simbólico, metafórico, ilusorio. Venezuela se ha partido en dos: la que detenta el poder al margen de la Constitución y legisla para establecer una imaginaria dictadura proletaria, y la absolutamente mayoritaria que le da la espalda y espera el momento propicio para derribarlo. La parte mayoritaria, de creer en todas las encuestas, y sin duda la de mayor jerarquía específica de nuestra sociedad, no le reconoce legitimidad alguna. Espera por una nueva ocasión de excepcionalidad extrema, posiblemente provocada por la negativa del régimen a reconocer su derrota electoral, para resolver la crisis de raíz, abriendo la historia hacia un nuevo tiempo. Mientras quien usurpa el cargo espera resolver su transitoriedad convenciendo a la sociedad civil de respaldarlo electoralmente, mediante la expresión consensuada de las mayorías y dotando así de relegitimación a un régimen intrínsecamente ilegítimo, "revolucionario", espurio. Asunto altamente problemático, dado el estado de virtual rebelión civil – incluso de naturaleza electoral – que caracteriza a la voluntad ciudadana contra esa "revolución", por una parte; y la decisión inquebrantable de quien ejerce el poder de no permitir un traspaso de poderes que revierta en 180 grados su voluntad transgresora, falsamente trascendente, "revolucionaria".
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Ése es el auténtico significado de todas las mediciones electorales que tuvimos y tengan lugar en el futuro: una lucha tenaz de vida o muerte por la defensa o la destrucción del sistema de libertades y el estado de derecho. Puesto seriamente en duda por la clarinada de excepcionalidad del 4 de diciembre de 2005, cuando ocho de cada diez venezolanos desconocieran el acto de legitimación electoral y se negaran a convalidarlo con su presencia en las urnas. Un hecho objetivo de inmensa trascendencia que perdió toda significación política al no encontrar, una vez más, un liderazgo capaz de asumirlo y continuarlo hasta sus últimas consecuencias. No se tratará, pues, de elecciones corrientes dentro de los límites de la normalidad institucional, como en los casos de todas las elecciones presidenciales, parlamentarias o edilicias que están ocurriendo en América Latina. Se trata del intento por obtener legitimidad de parte de quien no la posee o resolver la grave crisis existencial que vive la República recuperando una auténtica legitimidad, por ahora nacida de las urnas. Mientras el régimen insiste en dichos eventos bajo su regimentación a la búsqueda de legitimación, la oposición debiera participar plenamente consciente del estado de excepción que vivimos.
Y de que en juego no están unos cargos, ni siquiera una asamblea, sino la República. Sea imponiéndose electoralmente – hecho inmensamente dificultoso sin el cumplimiento por parte del régimen de las condiciones electorales exigidas por la oposición – sea volviendo a aflorar en toda su crudeza el estado de excepción latente en que vivimos.
Pues en rigor ésa es la disyuntiva: ¿dictadura o democracia?
¿Legitimación de un Estado forajido o retorno a la democracia? La cuestión fue y seguirá siendo de una claridad meridiana: desde el 11 de abril de 2002 vivimos un estado de excepción. Aún no se resuelve el enfrentamiento existencial que arrastramos desde entonces. ¿Se resolverá mediante una transición pacífica y electoral a partir de un cambio en la correlación de fuerzas? ¿Contribuirán las elecciones del 26 de septiembre a descorrer el velo e inaugurar una fase superior del enfrentamiento? ¿Permitirá el Gobierno que se lleven a cabo si vislumbra su derrota? ¿La aceptará de buen grado si la victoria popular es irrebatible? ¿Permitirá el pueblo que se le escamotee su voluntad democrática? ¿O decidirá asumir su rol supremo, el del soberano, expulsando del poder al usurpador mediante los medios extra parlamentarios que la Constitución le faculta, incluso si ella, la Constitución, se encuentre suspendida de facto?
Ésas son las preguntas cruciales que debemos responder. Las mismas que nos esperan a la vuelta de diciembre de 2012. Esperamos que estos ensayos que presentamos a continuación contribuyan a resolverlas.
E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com
De Charles Manson a Hugo Chávez
El carisma de Charles Manson, su megalomanía, poder de convencimiento, capacidad de captar y hacer uso del « momento oportuno », lo convierten en el gurú ideal, para guiar a un grupo de jóvenes, en su mayoría mujeres, inconformes y rebeldes, llevándolos a ser el instrumento perfecto para saciar su sed de venganza frente a la sociedad y provocar el « Helter Skelter »: especie de guerra atómica que enfrentaría a negros y blancos, al final de la cual saldría el nuevo líder y el nuevo poder « Charles Manson », quien según sus palabras, era la reencarnación de Jesús Cristo.
Vincent Buglioni debía demostrar que, si bien Manson no había empuñado las armas que habían servido en los diferentes crímenes, fue él, gracias a su influencia sobre los jóvenes y sus charlas diarias, durante las cuales filosofaba sobre el deber que tenían de estar preparados para la fecha fatídica en la cual el poder estaría en sus manos, el principal culpable.
Los chicos de la Familia de Manson seguían a la letra sus dictámenes. Robaban dinero, efectos de todo tipo y armamento, que almacenaban en el rancho donde vivían. Ellos eran los « elegidos » para provocar la confrontación racial y social que llevaría al Helter Skelter y luego, Manson acompañado de su Family detendrían el poder supremo. En el seno de la Familia, Manson ofrecía a sus súbditos drogas, orgías, la posibilidad de vivir libremente, sin reglas morales pero a cambio les exigía su subordinación absoluta y una entrega total. Los alienó e hizo de estos jóvenes perdidos, su instrumento de venganza. Venganza frente a su infancia, llena de carencias, vivida de una casa de acogida a otra, entre prostitutas, drogas y alcohol. Venganza frente a una sociedad a la cual nunca supo incorporarse, convirtiéndose en delincuente. Venganza frente a aquellos que no le dieron la oportunidad de convertirse en la gran estrella musical que creía ser. Sufría además del complejo de « hombre pequeño » ( a penas mide 1,56m), debilucho y feo.
Venezuela tiene a su Charles Manson. Las similitudes entre la personalidad de Hugo Chávez y la del famoso gurú asesino, son más que eso. Se trata en efecto de un mismo padecimiento psicológico. El mismo mecanismo de supervivencia frente a lo que estos individuos asumieron como « injusticia ». « Si la sociedad no me da la importancia que tengo, entonces debo imponerme a ella; controlar a los más débiles, utilizarlos como mi instrumento para destruirla y luego reinaré como un ser supremo (Dios o Jesucristo) con mis súbditos vigilando ». Dentro de la familia de Manson, como en el gobierno de Chávez, reina la inmoralidad: robos, delincuencia, orgías, drogas. Forma parte del plan. El jefe les proporciona el alimento visceral mientras aliena sus mentes y los utiliza para sus fines, creando un enemigo imaginario ( sociedad, USA, racismo) y un evento imaginario: el Helter Skelter de Manson o la invasión de Venezuela de Chávez. Manson mandaba a su Familia a robar armas para el día fatídico; Chávez anda en una compra desenfrenada de armamento para que no lo agarren desprevenido el día de la invasión. Manson filosofaba todas las noches dictando a sus alienados los pasos a seguir, las personas que debían ser eliminadas, alimentaba en ellos el odio hacia la sociedad y sus principios, les hacía ver como sería el mundo y sus vidas, cuando ellos detuvieran el poder, los mantenía dependientes, les proveía las drogas, el LCD y dirigía las orgías. Chávez tiene su canal de TV y su programa dominical, dicta sus mandatos, da las pautas a seguir. Deja que sus súbditos roben les pone el dinero en las manos, manteniéndolos bajo su control. Informa sobre quienes deben ser eliminados, fomenta y alimenta el odio racial y social, mientras promete un futuro mejor.
La única diferencia entre Manson y Chávez, radica en la infancia y la realidad familiar de ambos durante esa época. Eso es lo que determinó que uno se convirtiera en un megalómano Gurú de unos desadaptados en San Francisco, USA y el otro en un megalómano Gurú de unos desadaptados del pueblo de Venezuela. Si Hugo hubiese sido ese hijo no deseado de una prostituta de Kentuky y Charles Manson hubiese nacido en Barinas, hijo de los maestros Hugo de los Reyes y de Elena, Hoy en Venezuela tendríamos a Manson de Presidente, diciendo ser Dios y Chávez estaría tras las rejas en California vociferando ser Jesucristo.
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