Despachos desde Libia: miedo al colapso y una mirada a Japón, por Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson: los rebeldes retroceden, crece el miedo y la historia de un fotógrafo japonés.
Por Jon Lee Anderson | 12 de Marzo, 2011 Ayer, luego de la pérdida de Ras Lanuf a manos de las fuerzas de Khadafi, el foco del ataque se trasladó a la refinería del pueblo, ubicada a dieciseises kilómetros al este. En un largo día de enfrentamientos entre un reducido número de combatientes que se encontraban alrededor de unos edificios y una mezquita, al lado de la carretera, el asalto del gobierno fue lento, metódico y sin piedad. El ataque consistió en un par de bombardeos aéreos, oleadas de cohetes, fuego de artillería y, justo antes de que se pusiera el sol, el día terminó con la retirada de los combatientes bajo un fuerte bombardeo de las fuerzas de Khadafi que ahora parecen avanzar con mayor resolución.
Una columna de humo negro salía de un tanque de petróleo crudo, y también de cauchos ardiendo en la carretera que tenían la intención de dificultarles la visión a los pilotos de combate. Esto no detuvo a los cohetes, lo que produjo que casi todos huyeran hacia Brega y que continuara el éxodo de vehículos. Si la refinería cayó en las manos de las fuerzas de Khadafi, como parece, Brega, a unos 144 kilómetros al este, pudiera convertirse en el nuevo frente de batalla durante los próximos días. Ayer, mientras el gobierno aparentemente tomaba el control de Zawiya, Seif al-Islam Khadafi hizo una promesa pública que fue reenviada por mensajería de texto y retuiteada profusamente en Libia:
“Escuchen ahora, tengo solo dos palabras para nuestros hermanos y hermanas en el este: vamos en camino.”
Un amigo libio me llamó desde Benghazi para preguntarme cómo estaban la situación en el frente de batalla; la gente ha escuchado las noticias del desmoronamiento del frente y cada vez se preocupan más, me dijo. Mi amigo mencionó las amenazas de ayer de Seif al-Islam Khadafi. Por vez primera, la gente de la libia “liberada” parece comenzar a preguntarse si su libertad durará en realidad poco tiempo, y si pronto verán a las tropas de Khadafi atacando a Benghazi.
Hoy había muchos menos reporteros y fotógrafos en el frente de batalla. Después nos enteramos que los rebeldes habían establecido una alcabala en las afueras de Ajdabiya –el último pueblo antes de Bengazhi-para evitar que vinieran al frente. Una docena de nosotros había pasado la noche en Brega y pudimos llegar a la línea de combate, donde inmediatamente fuimos abordados por combatientes para pedirnos que no les tomáramos fotos. Zaid, un ingeniero civil que me ha acompañado desde Benghazi, me explicó: “Ellos creen que las imágenes –especialmente las de televisión-están ayudando a Khadafi a identificar los objetivos a atacar”. Sin embargo, con el degaste del día, la cautela de los combatientes cedió y comenzaron nuevamente a mostrar la “V” de victoria a cualquiera que pareciera extranjero y tuviera un cámara. Además, declaraban: “Khadafi majnoun (loco)” , “¿Dónde están los Estados Unidos?” y “díganle a Obama que haga algo; ¿Por qué no hecho nada? Necesitamos una zona de exclusión aérea.” (Más tarde, varios de los vehículos de los reporteros pudieron pasar la alcabala luego de haber sido retenidos allí por horas, pero, al igual que los combatientes, el número continuaba siendo reducido. Dos de los reporteros que llegaron fueron heridos durante un ataque con cohetes cuando acababan de colisionar con otro vehículo).
En una escena de batalla surrealista, varios hombres bailaban y cantaban en árabe versos desafiantes al lado de una batería anti-aérea, mientras el fuego de artillería tronaba y caía a unos cientos de metros en la carretera. Algunos jóvenes se subieron a una pequeña loma para ondear la bandera de la “nueva” Libia y los combatientes gritaban con emoción disparando al aire en respuesta. Varias veces, el paso y el sonido de los camiones cargados con misiles Grad excitaba a los combatientes, pero el sonido de un jet de combate causaba pánico y la gente se lanzaba detrás de sacos de arena que se encontraban al lado del camino buscando protección. Cuando el jet disparó hacia las afueras de las barracas, donde estaban almacenadas las municiones, un hombre, o posiblemente dos, murieron; de ellos solo quedaron pequeñas partes esparcidas por el suelo. Un poco después, un joven caminó hacia mí con una pieza metálica de una bomba en una mano y, en la otra, la foto de un hombre joven, y dijo, con una sonrisa de orgullo, que el hombre en la foto era su amigo, y que era un mártir, un shaheed, quien había muerto en el bombardeo.
Las oraciones de los viernes en Benghazi tuvieron una asistencia masiva, en claro desafío a Khadafi, me contaron, en medio del temor creciente de que el este pueda colapsar.
Una mirada a Japón desde Libia
Una posdata a mi despacho desde Ras Lanuf: entre la docena de periodistas que lograron llegar al frente de batalla se encontraba un fotógrafo japonés. Su padre y sus hermanas viven en Sendai, una de las ciudades devastadas por el terremoto y el tsunami que golpeó a su país natal. El salió de Ras Lanuf apenas escuchó la noticia trasladado por unos combatientes. Planeaba llegar a Brega, para luego pasar a Benghazi y, ojalá, pasar luego a El Cairo y allí tomar un avión a Japón. De una escena de destrucción, hecha por el hombre, a otra, hecha por la naturaleza.
Mi hermana vivió en Sendai muchos años y su primer esposo vive actualmente allí. En el medio de los combates de hoy pude enviarle un e- mail y enterarme de que él estaba bien. Mi hermana había escuchado que los procedimientos de emergencia estaban bien organizados y que la mayoría de las personas habían encontrado refugio. Pero ella no había podido contactar a una buena amiga de ellos, quien vivía con su familia cerca de un río cuyas riberas se desbordaron: “No hay electricidad, no hay líneas telefónicas en Sendai. No he recibido respuesta a ninguna de mis llamadas y correos electrónicos.” Muchas personas, desde muchos lugares, esperan respuesta
Despachos desde Libia: miedo al colapso y una mirada a Japón, por Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson: los rebeldes retroceden, crece el miedo y la historia de un fotógrafo japonés.
Ayer, luego de la pérdida de Ras Lanuf a manos de las fuerzas de Khadafi, el foco del ataque se trasladó a la refinería del pueblo, ubicada a dieciseises kilómetros al este. En un largo día de enfrentamientos entre un reducido número de combatientes que se encontraban alrededor de unos edificios y una mezquita, al lado de la carretera, el asalto del gobierno fue lento, metódico y sin piedad. El ataque consistió en un par de bombardeos aéreos, oleadas de cohetes, fuego de artillería y, justo antes de que se pusiera el sol, el día terminó con la retirada de los combatientes bajo un fuerte bombardeo de las fuerzas de Khadafi que ahora parecen avanzar con mayor resolución.
Una columna de humo negro salía de un tanque de petróleo crudo, y también de cauchos ardiendo en la carretera que tenían la intención de dificultarles la visión a los pilotos de combate. Esto no detuvo a los cohetes, lo que produjo que casi todos huyeran hacia Brega y que continuara el éxodo de vehículos. Si la refinería cayó en las manos de las fuerzas de Khadafi, como parece, Brega, a unos 144 kilómetros al este, pudiera convertirse en el nuevo frente de batalla durante los próximos días. Ayer, mientras el gobierno aparentemente tomaba el control de Zawiya, Seif al-Islam Khadafi hizo una promesa pública que fue reenviada por mensajería de texto y retuiteada profusamente en Libia:
“Escuchen ahora, tengo solo dos palabras para nuestros hermanos y hermanas en el este: vamos en camino.”
Un amigo libio me llamó desde Benghazi para preguntarme cómo estaban la situación en el frente de batalla; la gente ha escuchado las noticias del desmoronamiento del frente y cada vez se preocupan más, me dijo. Mi amigo mencionó las amenazas de ayer de Seif al-Islam Khadafi. Por vez primera, la gente de la libia “liberada” parece comenzar a preguntarse si su libertad durará en realidad poco tiempo, y si pronto verán a las tropas de Khadafi atacando a Benghazi.
Hoy había muchos menos reporteros y fotógrafos en el frente de batalla. Después nos enteramos que los rebeldes habían establecido una alcabala en las afueras de Ajdabiya –el último pueblo antes de Bengazhi-para evitar que vinieran al frente. Una docena de nosotros había pasado la noche en Brega y pudimos llegar a la línea de combate, donde inmediatamente fuimos abordados por combatientes para pedirnos que no les tomáramos fotos. Zaid, un ingeniero civil que me ha acompañado desde Benghazi, me explicó: “Ellos creen que las imágenes –especialmente las de televisión-están ayudando a Khadafi a identificar los objetivos a atacar”. Sin embargo, con el degaste del día, la cautela de los combatientes cedió y comenzaron nuevamente a mostrar la “V” de victoria a cualquiera que pareciera extranjero y tuviera un cámara. Además, declaraban: “Khadafi majnoun (loco)” , “¿Dónde están los Estados Unidos?” y “díganle a Obama que haga algo; ¿Por qué no hecho nada? Necesitamos una zona de exclusión aérea.” (Más tarde, varios de los vehículos de los reporteros pudieron pasar la alcabala luego de haber sido retenidos allí por horas, pero, al igual que los combatientes, el número continuaba siendo reducido. Dos de los reporteros que llegaron fueron heridos durante un ataque con cohetes cuando acababan de colisionar con otro vehículo).
En una escena de batalla surrealista, varios hombres bailaban y cantaban en árabe versos desafiantes al lado de una batería anti-aérea, mientras el fuego de artillería tronaba y caía a unos cientos de metros en la carretera. Algunos jóvenes se subieron a una pequeña loma para ondear la bandera de la “nueva” Libia y los combatientes gritaban con emoción disparando al aire en respuesta. Varias veces, el paso y el sonido de los camiones cargados con misiles Grad excitaba a los combatientes, pero el sonido de un jet de combate causaba pánico y la gente se lanzaba detrás de sacos de arena que se encontraban al lado del camino buscando protección. Cuando el jet disparó hacia las afueras de las barracas, donde estaban almacenadas las municiones, un hombre, o posiblemente dos, murieron; de ellos solo quedaron pequeñas partes esparcidas por el suelo. Un poco después, un joven caminó hacia mí con una pieza metálica de una bomba en una mano y, en la otra, la foto de un hombre joven, y dijo, con una sonrisa de orgullo, que el hombre en la foto era su amigo, y que era un mártir, un shaheed, quien había muerto en el bombardeo.
Las oraciones de los viernes en Benghazi tuvieron una asistencia masiva, en claro desafío a Khadafi, me contaron, en medio del temor creciente de que el este pueda colapsar.
Una mirada a Japón desde Libia
Una posdata a mi despacho desde Ras Lanuf: entre la docena de periodistas que lograron llegar al frente de batalla se encontraba un fotógrafo japonés. Su padre y sus hermanas viven en Sendai, una de las ciudades devastadas por el terremoto y el tsunami que golpeó a su país natal. El salió de Ras Lanuf apenas escuchó la noticia trasladado por unos combatientes. Planeaba llegar a Brega, para luego pasar a Benghazi y, ojalá, pasar luego a El Cairo y allí tomar un avión a Japón. De una escena de destrucción, hecha por el hombre, a otra, hecha por la naturaleza.
Mi hermana vivió en Sendai muchos años y su primer esposo vive actualmente allí. En el medio de los combates de hoy pude enviarle un e- mail y enterarme de que él estaba bien. Mi hermana había escuchado que los procedimientos de emergencia estaban bien organizados y que la mayoría de las personas habían encontrado refugio. Pero ella no había podido contactar a una buena amiga de ellos, quien vivía con su familia cerca de un río cuyas riberas se desbordaron: “No hay electricidad, no hay líneas telefónicas en Sendai. No he recibido respuesta a ninguna de mis llamadas y correos electrónicos.” Muchas personas, desde muchos lugares, esperan respuesta
Despachos desde Libia: Retirada en Ras Lanuf, por Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson reporta desde el campo de batalla.
Hoy, en el desierto de Libia, mientras cae el sol y el aire se enfría, el frente de Ras Lanuf, localidad petrolera al oeste de Benghazi, parece desmoronarse. Cientos de rebeldes que habían mantenido la defensa en las afueras de Ras Lanuf empezaron a retirarse, bajo el fuego de la artillería y ataques de bombarderos que hicieron blanco en la mezquita y cerca del hospital. El pueblo estaba casi desierto. El ruido letal de artillería de repetición parecía aproximarse. En el más reciente éxodo de estos días, camionetas tras camionetas, pintarrajeadas con graffiti revolucionarios, pasaban rugiendo con su cargamento de heridos y combatientes muertos. Iban rumbo al hospital más cercano en Brega, otro pueblo petrolero, a unos 180 kilómetros de distancia. Un avión de combate soltó una bomba allí, poco antes de que pasáramos; nadie resultó muerto, evidentemente, pero sirvió de aviso de que el régimen de Kaddafi no los había olvidado.
Ya no había el espíritu festivo, de canciones y poses en armas, que caracterizó la avanzada shabbab de hace una semana. Muchos de los jóvenes combatientes voluntarios se veían tensos e iracundos, unos cuantos estaban fuera de control. Vi a un hombre a la distancia lanzar un lamento, gritando muy alto en medio de la carretera, afligido por la retirada rebelde. La artillería anti aérea que quedaba abrió fuego y el pánico cundió entre la gente que creyó atisbar un jet de combate. Tuve que esquivar una ráfaga de casquillos que escupía una pesada pieza de artillería cerca de mí.
Una hora más o menos antes del anochecer, una ola de histeria recorrió la retaguardia en la carretera frente a la refinería de Ras Lanuf, mientras hombres de pie en el techo gritaban que podían ver al enemigo aproximarse por la colina más cercana. Miré hacia la cumbre y alcancé a ver, a dos kilómetros de distancia, cuatro ominosas figuras que antes no estaban allí. (Más tarde, un reportero ingles me informó que su camarógrafo logró ver con un lente largo que se trataba de cuatro tanques).
De regreso a Brega, paramos para apreciar una última vez la sitiada línea rebelde en la distancia. Daba la impresión de que muchos combatientes se habían retirado. Mientras caía la noche, especulábamos sobre la posibilidad de que Brega, en poder de los rebeldes desde el 2 de marzo, se convirtiera en el nuevo frente y nos preguntábamos cuánto tiempo resistiría.
La atmósfera está cargada de noticias contradictorias e impactantes. Apenas llega la noticia del devastador asalto del gobierno a la ciudad occidental de Zawiya, y su aparente cerco por parte de las tropas de Kaddafi, la gente ha oído que Francia ha reconocido el gobierno de facto de los rebeldes, el Consejo Nacional, como gobierno legítimo de Libia. Esto subió los ánimos pero es difícil ponderar lo que podría significar realmente.
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Traducción: Armando Coll (@armandocoll)
Despachos desde Libia: Un revés para los rebeldes, por Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson desde Ras Lanuf
Hoy los rebeldes sufrieron su primer revés de importancia contra las fuerzas de Muammar Khadafi en la irregular guerra civil que ha comenzado en el oriente de Libia. Luego de haber tomado el control de los pueblos petroleros de Brega y Ras Lanuf –y haber derribado un jet de combate ayer-los rebeldes creían que se encontraban encaminados a la victoria. Esta mañana intentaron avanzar hacia el próximo pueblo en dirección al oeste, Bin Jawad.
Los rebeldes entraron a Bin Jawad el sábado, pero la encontraron vacía y se fueron sin ocuparla. El domingo, sin embargo, encontraron seria resistencia y luego de un día de batalla en el que se produjeron tanto retiradas –quizás unas diez- como avances, perdieron Bin Jawad. Al final de la tarde, seis hombres habían muerto en el hospital de Ras Lanuf, en la retaguardia, entre escenas de profunda emoción. En el hospital se encontraban también aproximadamente setenta heridos. Los doctores, voluntarios que habían llegado desde Benghazi la noche anterior, dijeron que esperaban que el número de personas muertas se incrementara. Dos reporteros –un francés y un estadounidense- estaban heridos. Ambos recibieron disparos en sus piernas, aunque las heridas eran superficiales.
Para mí, y para otros colegas, la mañana comenzó con un bombardeo aéreo en una encrucijada muy concurrida por los rebeldes en las afueras de Ras Lanuf, donde habíamos pasado la noche. Nos habíamos alejado unos cientos de metros cuando un jet bajó en picada y disparó una bomba que impactó, evidentemente, en una duna, pues levantó una gran nube de polvo, pero no hubo fuego, y, afortunadamente, nadie salió herido, hasta lo que pudimos saber. Luego de esto, avanzamos hacia Bin Jawad en el medio de una caravana de jeeps y pickups conducidas a gran velocidad por los rebeldes, quienes se animaban entre ellos gritando “Allahu Akbar” y haciendo señales de victoria. A cinco millas del pueblo, un helicóptero apareció en el cielo, lo que provocó pánico y un precipitado regreso a la intersección de Ras Lanuf donde los combatientes comenzaron a preparar las baterías anti-aéreas y a apuntar al helicóptero. Pero la aeronave mantuvo distancia, voló alto y pareció más bien estar vigilando la costa, a una o dos millas de de donde nos encontrábamos. No disparó.
Y así continuó el día, con una mezcla de bravuconadas pero también de coraje, miedo, confusión y caos a medida que la línea de los rebeldes retrocedía centímetro por centímetro hacia las afueras de la ciudad. Al movernos con ellos, mis colegas y yo nos refugiábamos temporalmente detrás de los sacos de arenas cuando los combatientes comenzaban a correr y gritar, o cuando los disparos de artillería, que el gobierno ha comenzado a utilizar, explotaban cerca de nosotros. El bombardeo y las respuestas de los rebeldes incrementaron su frecuencia durante la tarde. Los rebeldes disparaban Katyushas hacia las afueras del pueblo desde lanzacohetes y las fuerzas de Khadafi respondían con disparos de artillería hacia las posiciones de los rebeldes.
Las ambulancias pasaban a gran velocidad para recoger a los heridos en el frente de batalla; alguien gritaba a los combatientes por megáfono que no se agruparan, que se separaran, en caso de que un jet se aproximara para bombardearlos. Ninguno vino, pero la artillería comenzó a explotar mucho más cerca y algunos amigos que estaban más adelante regresaron varias veces durante la tarde para reportar que habían sido acorralados por los francotiradores y las explosiones cercanas. A medida que la batalla se hacía más feroz, algunos combatientes trataban de evitar que otros huyeran obstaculizando el camino y reclamándoles que regresaran a sus puestos de combate. Algunas veces esto fue suficiente para detener un éxodo masivo. Otras, no, y casi todos se fueron. (Nosotros fuimos empujados de regreso en dirección al frente de batalla varias veces, en ocasiones varias millas, solo para regresarnos nuevamente, conducidos por un chofer local que contratamos el domingo en la mañana y quien es muy precavido).
En algún momento, cuando ya estábamos en la carretera observando la batalla entre la artillería y las Katyusha, un grupo de hombres estacionó su pickup artillada a un lado del camino y el hombre que controlaba el arma comenzó a balancearla y a apuntar hacia un grupo de hombres que se encontraban en una ladera a unos doscientos cincuenta metros; antes de abrir fuego, llegaron varios compañeros pidiéndole a gritos que no disparara: los que estaban en la ladera eran de su mismo bando.
Una hora después, un amigo que estaba a mi lado, el fotógrafo italiano Franco Pagetti, llamó mi atención hacia la ladera otra vez. El señaló hacia un promontorio escarpado donde había varios hombres y dijo que sospechaba que pertenecían a las fuerzas del gobierno porque los otros hombres, los que casi habían sido blancos del fuego amigo, habían bajado de la ladera. Vi los hombres, eran entre seis y ocho, y noté que varios parecían correr alejándose de una grieta en la montaña. Justo después sentimos la explosión en un pedregal no lejos de nosotros y escuchamos el estruendo de un mortero; todos corrieron a sus carros y se perdieron a gran velocidad. Parece que Pagetti tenía razón, los hombres de Khadafi habían tomado la montaña y acababan de dispararnos con un mortero (y fallado, afortunadamente).
Así las cosas, con la batalla aun sin decidir, y no con buenas perspectivas para los rebeldes, mis compañeros y yo partimos hacia Ras Lanuf y sus horribles escenas en el hospital. Allí atendían a hombres heridos y agonizantes, mientras que sus amigos y hermanos lloraban, algunas veces amenazando a cualquiera con sus armas, en un estado de angustia y de ira.
Despachos desde Libia: Los Ejércitos del Este, por Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson continúa en el frente de batalla en Libia, que se ha desplazado hasta Ras Lanuf, una ciudad cercana a Sirt, uno de los bastiones importantes de Khadafi.
Durante los últimos días, el frente de batalla se ha desplazado rápidamente desde Bhengazi, la ciudad oriental ubicada en la costa que ha sido el epicentro de las revueltas contra Khadafi desde hace tres semanas, hacia Trípoli, la capital. Desde mediados de semana, cuando los llamados rebeldes de la “Libia libre”, basados en Benghazi, repelieron el ataque de las tropas de Khadafi contra dos pueblos petroleros ubicados en su frontera occidental –Brega y Ras Lanuf- el frente de batalla se ha acercado a la ciudad costera de Sirt. Sirt se encuentra justo en el punto medio entre Bhengazi y Trípoli, y, después de la capital, es el último bastión de Khadafi.
Hoy fui a Ras Lanuf, el pueblo costero donde se encuentra la principal refinería de petróleo del país. Al igual que Brega, otro enclave industrial que visité el pasado miércoles durante los combates, Ras Lanuf es un pueblo dominado por la industria petrolera, con varios conjuntos residenciales impersonales y su propia pista de aterrizaje, hospitales y escuelas. Entre estos dos pueblos, no hay nada excepto desierto, camellos y las ocasionales alcabalas establecidas por el “ejército” emergente de oriente, un grupo de hombres, civiles, la mayoría en sus veintes y armados. Casi ninguno tiene experiencia de combate. Son gatillos-alegres y frecuentemente disparan, entusiasmados, sus armas al aire. Se mueven en camionetas y pickups que han acondicionado al estilo Somalí, con armas pesadas y, en algunos casos, baterías anti-aéreas saqueadas de los depósitos militares
(Ayer en Bhengazhi, uno de esos depósitos fue el escenario de una tragedia cuando aparentemente rebeldes inexperimentados ocasionaron una explosión accidental. Murieron docenas de personas a causa del estallido. En Ajdabia, mientras tanto, Peter Bouckaert, un representante de Human Rights Watch, advertía que había encontrado un arsenal de misiles anti-aéreos portátiles SA-7, de origen ruso, así como una gran cantidad de otras armas y municiones guardadas en depósitos inseguros, bajo el control de las fuerzas rebeldes).
Durante la mayor parte de la tarde del sábado, conduje varias veces entre Brega y Ras Lanuf con un par de compañeros tratando de entender la lógica de la situación, o al menos para encontrar a alguien que pudiera contarnos lo que estaba pasando en el nuevo y caótico “frente de batalla”, pero no lo logramos . Las comunicaciones son difíciles y solo pudimos comunicarnos por mensajería de texto con otros colegas, quienes al igual que nosotros, conducían alrededor del frente. Hay mucha adrenalina en las alcabalas de los rebeldes, mucho ruido y con combatientes disparando sus armas aleatoriamente y en cualquier dirección, mucho peligro. En una de estas alcabalas, tres jóvenes nos retuvieron hasta que transmitieron con éxito una fotografía desde uno de sus teléfonos, por bluetooh, a uno de los nuestros. La foto mostraba a un ser humano acostado, picado en pedazos. Ellos se comportaron como si el hecho de que nosotros tuviéramos la foto certificaba la ocurrencia de la atrocidad. En otra de las alcabalas, un mayor del Ejército, vestido de civil y que intentaba ejercer alguna clase de autoridad, nos dijo que estaba preocupado porque los combates se estaban moviendo hacia las afuera de Ras Lanuf y las fuerzas de Khadafi se estaban reagrupando para un contra-ataque, de acuerdo con la información de inteligencia que manejaba. Ellos pudieran regresar por el desierto y aislarnos por nuestra retaguardia, nos dijo. Comenzó a dar órdenes a los hombres a que se estaban fuera de sus vehículos, y, cuando terminó, un aire de urgencia se apoderó del ambiente y se produjo un éxodo. Nos unimos a la caravana, que como muchas de las actividades en el frente, implicaba conducir a una velocidad peligrosamente alta.
Cuando nos detuvimos en una alcabala, un hombre con barba comenzó a gritar que la oposición había derribado varios jets de combate en Ras Lanuf. “Tumbaron tres”, gritó emocionado. Otro hombre dijo que fueron “cuatro”. Todos los jóvenes empezaron a pronunciar consignas triunfalistas, gritando “Allahu akbar!”. El combatiente barbudo comenzó a manipular con torpeza su AK-47, intentando disparar para celebrar, pero casi pierde el control del arma. Afortunadamente, dejó de jalar el gatillo justo cuando se acercaron algunos de sus compañeros a mostrarle como debía hacerlo. (Por si acaso, nosotros nos habíamos agachados en el carro para quedar fuera de la línea de fuego).
Una hora después, ya en el ocaso, regresamos a Ras Lanuf, frente a la refinería. Un combatiente, fumador compulsivo, nos guío un cuarto de milla a través de un camino en el desierto que nos permitió encontrar el avión –el número, en definitiva, era uno-. Nos contó que la aeronave –un MiG, supuestamente, aunque algunos habían dicho que podía ser un Sukhoi- había estado volando por la zona todo el día, pero todavía no había bombardeado cuando hizo un vuelo a baja altura y todos los hombres aprovecharon para abrir fuego. Increíblemente, uno de ellos atinó el disparo en el punto correcto. El avión se estrelló, explotando y desintegrándose en miles de pedazos que quedaron esparcidos por el desierto. Sus dos pilotos murieron. Uno era de Sudán, de acuerdo con un pasaporte encontrado en el sitio del accidente; el otro era libio, según sus documentos.
Vi los restos de los pilotos. Ambos habían sido decapitados, presumiblemente por la explosión o por el impacto al estrellarse, pero sus cuerpos, aun vestidos con sus trajes verdes de vuelo, estaban intactos. El rostro de uno de los hombres se había desprendido parcialmente de la cabeza, y reposaba, con su nariz y su labio superior con bigotes, como una máscara desechada en el desierto.
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Publicado en el New Yorker y, en español, en Prodavinci, con autorización de Jon Lee Anderson
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Texto publicado en el New Yorker
Despachos desde Libia: El frente de batalla, por Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson desde Libia
Durante varias horas del miércoles, luego de días estacionados en un limbo político, el territorio “liberado” del oriente de Libia tuvo un frente de batalla en su lado occidental en el que se produjeron verdaderos enfrentamientos propios de una guerra. Desde el ataque aéreo del lunes a un depósito de armas al oeste de Benghazi, la capital de la “Libia libre”, la tensión venía incrementándose. Esta mañana llegó la información de que un convoy grande de milicianos pro-Khadafi invadió el pueblo petrolero de Brega, a unas ciento cincuenta millas al sur de la ciudad. Se rumoraba que ellos venían desde Sirt, el pueblo natal de Khadafi y el principal bastión del gobierno entre Benghazi y Trípoli.
Salí de la ciudad manejando hacia Brega con algunos compañeros. Nos dirigimos al oeste a través de un paisaje desértico, cuya monotonía solo era interrumpida por algunos pastores con sus rebaños, el tendido eléctrico, y, en un punto, un gran y deprimente desarrollo de viviendas, llamada la “Nueva Benghazi”, que estaba siendo construido por los chinos y que consiste en cientos de apartamentos residenciales de cemento crudo gris. Ya en una oscura Ajdabiya, luego de aproximadamente una hora más de camino, encontramos actividad alrededor del hospital. Un grupo de doctores y voluntarios corrían agitados de un lado a otro y todos gritaban al mismo tiempo. Había combates en Brega, nos dijeron; ellos estaban enviando ambulancias. Las ambulancias partieron y nosotros las seguimos.
En las afueras de Ajdabiya vimos una escena teatral en el sitio donde se encuentra un doble arco verde que señala la salida del pueblo y que está lleno de frases del libro verde de Khadafi. Cientos de carros y pickups estaban estacionados, y a cada lado del camino había gente manipulando –y tratando de de aprender cómo usar- baterías antiaéreas, urgidos por una multitud de hombres y muchachos con machetes, cuchillos de carniceros, Kalashnikovs, y revólveres, quienes cantaban, celebraban y gritaban “Dios es grande.” Más y más combatientes voluntarios comenzaron a llegar, corriendo a gran velocidad para unirse a las masas en la puerta, mostrando sus armas. Algunas veces la gente les lanzaba agua, aparentemente una manera de bendecir en Libia.
Colegas de muchas nacionalidades –americanos, rusos, egipcios, belgas, franceses e italianos- tomaban notas y fotografías en medio del caos. Cada cierto tiempo, los combatientes disparaban un arma, y se produjo un estruendo de aprobación cuando, uno de los grupos novatos que estaban manejando las baterías antiaéreas lograron disparar una ruidosa y sostenida ráfaga hacia el cielo. Una fuerte explosión al otro lado de la calle puso a correr a docenas de hombres. ¿Será que ya están llegando? No. Alguien había disparado por equivocación un arma larga y se había herido a sí mismo.
Luego de un rato, un grupo de combatientes salió hacia Brega, y los seguimos. Una hora más apareció Brega a un lado del camino, un pueblo petrolero donde todo-es-color-salmón con zonas residenciales y con una universidad en donde se estaban produciendo los combates. Ahora podíamos escuchar grandes explosiones y ruidos ensordecedores que parecían provenir de morteros y, en la distancia, veíamos columnas de humo gris. El desierto aquí está conformado por lomas, con alguno que otro arbusto.
Salimos detrás de unos amigos que se habían adelantado por una ruta que va paralela al mar –bellas aguas para hacer snorkel- y nos encontramos en un frente de batalla que parecía improvisado. Cientos de combatientes corrían con armas, R.P.G.s y granadas de mano; subían a las dunas de arena que están junto al camino para observar y disparar hacia la universidad donde se decía que estaba la gente de Khadafi; y corrían ida y vuelta hacia los jeeps y pickups en donde estaban las armas pesadas. Donde aparecía un combatiente, la gente entonaba slogans y mostraban la “V” de la victoria con sus manos. Una pickup partió hacia el pueblo cargada con cadáveres. Un par de jets -Mirage o MiGs, no pude distinguir- apareció sobre nosotros y realizó varios sobrevuelos, bombardeando una vez, justo sobre las dunas. Un amigo que había subido detrás de unos combatientes a la parte alta de la duna regresó al minuto diciendo que los jets habían disparado muy cerca de donde ellos estaban caminando.
Trajeron una cacerola con arroz y pollo y fue pasando de mano en mano, seguido de pequeños vasos de de té dulce caliente. Un grupo de hombre se puso en cuclillas al lado de un carro y tomaron su almuerzo bajo el sol resplandeciente.
Al frente había un par de carros sobre los que habían disparado y un número grande de conchas anti-aéreas esparcidas. Un hombre recogió una, se acercó a nuestro carro y nos dijo: “esto se lo vamos a meter por el culo a Khadafi”.
Luego de un tiempo, una especie de tranquilidad se impuso en el ambiente; todavía se podían escuchar ráfagas de artillería pesada, pero eran esporádicas y muchos de los combatientes se habían regresado al pueblo en sus carros. Ellos decían que los combates se habían desplazado hacia esa dirección, mucho más cerca de la universidad, donde los milicianos de Khadafi se habían preparado para combatir desde temprano. Los seguimos y eventualmente llegamos a la universidad, que estaba tranquila. Los milicianos se habían marchado –luego de un día caótico se regresaron a Sirt en su convoy, dijeron. Los combatientes que los habían perseguidos primero que nosotros se esfumaron también. Nos montamos en el carro para buscarlos.
Nos paramos al lado del océano, donde recogí una caja de municiones –tenía impresa varios números y “D.P.R. of Korea”- y nos devolvimos manejando hacia la carretera principal. Un número importante de hombres se habían reunido bajo una valla con la imagen de Khadafi y, en un modo festivo, similar al que encontramos en las afueras de Ajdabiya, estaban disparando sus armas al aire y cantando victoria. Varios de ellos arrancaban con sus manos la imagen de Khadafi, donde todavía quedaba visible una parte de su cara.
Los voluntarios se movían alrededor de la multitud ofreciendo jugos y pan cuando súbitamente un jet rugió sobre nuestras cabezas y soltó una bomba. Cayó justo detrás de los carros estacionados, a unos quince o dieciocho metros de donde nos encontrábamos, y levantó una gran nube de humo, vidrios y piedras. Todo el mundo corrió; Vi la bomba explotar. Increíblemente, nadie salió herido. Luego, horrorizados, todos los que estaban allí corrieron a sus carros y salieron disparados –hacia Brega, Ajdabiya, Benghazi. El parabrisas de nuestro carro tenía nuevas astillas en forma de telaraña, pero mis compañeros y yo estábamos ilesos. (Más tarde, de regreso en Bhengazi, escuchamos bombardeos en la distancia, lo que motivaba a los perror a ladrar).
En el último momento, en el medio del caos y del humo, unos pocos hombres comenzaron a cantar con ánimo triunfal, pero el mensaje que envió el jet, o su cuasi-fallo –lo que en realidad haya sido- tuvo efecto. Pude escuchar a alguien diciendo, “Maldita seas Khadafi, ahora vamos conseguir una zona libre de vuelos.”
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Texto publicado en el New Yorker
Despachos desde Libia: El frente de batalla, por Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson desde Libia
Durante varias horas del miércoles, luego de días estacionados en un limbo político, el territorio “liberado” del oriente de Libia tuvo un frente de batalla en su lado occidental en el que se produjeron verdaderos enfrentamientos propios de una guerra. Desde el ataque aéreo del lunes a un depósito de armas al oeste de Benghazi, la capital de la “Libia libre”, la tensión venía incrementándose. Esta mañana llegó la información de que un convoy grande de milicianos pro-Khadafi invadió el pueblo petrolero de Brega, a unas ciento cincuenta millas al sur de la ciudad. Se rumoraba que ellos venían desde Sirt, el pueblo natal de Khadafi y el principal bastión del gobierno entre Benghazi y Trípoli.
Salí de la ciudad manejando hacia Brega con algunos compañeros. Nos dirigimos al oeste a través de un paisaje desértico, cuya monotonía solo era interrumpida por algunos pastores con sus rebaños, el tendido eléctrico, y, en un punto, un gran y deprimente desarrollo de viviendas, llamada la “Nueva Benghazi”, que estaba siendo construido por los chinos y que consiste en cientos de apartamentos residenciales de cemento crudo gris. Ya en una oscura Ajdabiya, luego de aproximadamente una hora más de camino, encontramos actividad alrededor del hospital. Un grupo de doctores y voluntarios corrían agitados de un lado a otro y todos gritaban al mismo tiempo. Había combates en Brega, nos dijeron; ellos estaban enviando ambulancias. Las ambulancias partieron y nosotros las seguimos.
En las afueras de Ajdabiya vimos una escena teatral en el sitio donde se encuentra un doble arco verde que señala la salida del pueblo y que está lleno de frases del libro verde de Khadafi. Cientos de carros y pickups estaban estacionados, y a cada lado del camino había gente manipulando –y tratando de de aprender cómo usar- baterías antiaéreas, urgidos por una multitud de hombres y muchachos con machetes, cuchillos de carniceros, Kalashnikovs, y revólveres, quienes cantaban, celebraban y gritaban “Dios es grande.” Más y más combatientes voluntarios comenzaron a llegar, corriendo a gran velocidad para unirse a las masas en la puerta, mostrando sus armas. Algunas veces la gente les lanzaba agua, aparentemente una manera de bendecir en Libia.
Colegas de muchas nacionalidades –americanos, rusos, egipcios, belgas, franceses e italianos- tomaban notas y fotografías en medio del caos. Cada cierto tiempo, los combatientes disparaban un arma, y se produjo un estruendo de aprobación cuando, uno de los grupos novatos que estaban manejando las baterías antiaéreas lograron disparar una ruidosa y sostenida ráfaga hacia el cielo. Una fuerte explosión al otro lado de la calle puso a correr a docenas de hombres. ¿Será que ya están llegando? No. Alguien había disparado por equivocación un arma larga y se había herido a sí mismo.
Luego de un rato, un grupo de combatientes salió hacia Brega, y los seguimos. Una hora más apareció Brega a un lado del camino, un pueblo petrolero donde todo-es-color-salmón con zonas residenciales y con una universidad en donde se estaban produciendo los combates. Ahora podíamos escuchar grandes explosiones y ruidos ensordecedores que parecían provenir de morteros y, en la distancia, veíamos columnas de humo gris. El desierto aquí está conformado por lomas, con alguno que otro arbusto.
Salimos detrás de unos amigos que se habían adelantado por una ruta que va paralela al mar –bellas aguas para hacer snorkel- y nos encontramos en un frente de batalla que parecía improvisado. Cientos de combatientes corrían con armas, R.P.G.s y granadas de mano; subían a las dunas de arena que están junto al camino para observar y disparar hacia la universidad donde se decía que estaba la gente de Khadafi; y corrían ida y vuelta hacia los jeeps y pickups en donde estaban las armas pesadas. Donde aparecía un combatiente, la gente entonaba slogans y mostraban la “V” de la victoria con sus manos. Una pickup partió hacia el pueblo cargada con cadáveres. Un par de jets -Mirage o MiGs, no pude distinguir- apareció sobre nosotros y realizó varios sobrevuelos, bombardeando una vez, justo sobre las dunas. Un amigo que había subido detrás de unos combatientes a la parte alta de la duna regresó al minuto diciendo que los jets habían disparado muy cerca de donde ellos estaban caminando.
Trajeron una cacerola con arroz y pollo y fue pasando de mano en mano, seguido de pequeños vasos de de té dulce caliente. Un grupo de hombre se puso en cuclillas al lado de un carro y tomaron su almuerzo bajo el sol resplandeciente.
Al frente había un par de carros sobre los que habían disparado y un número grande de conchas anti-aéreas esparcidas. Un hombre recogió una, se acercó a nuestro carro y nos dijo: “esto se lo vamos a meter por el culo a Khadafi”.
Luego de un tiempo, una especie de tranquilidad se impuso en el ambiente; todavía se podían escuchar ráfagas de artillería pesada, pero eran esporádicas y muchos de los combatientes se habían regresado al pueblo en sus carros. Ellos decían que los combates se habían desplazado hacia esa dirección, mucho más cerca de la universidad, donde los milicianos de Khadafi se habían preparado para combatir desde temprano. Los seguimos y eventualmente llegamos a la universidad, que estaba tranquila. Los milicianos se habían marchado –luego de un día caótico se regresaron a Sirt en su convoy, dijeron. Los combatientes que los habían perseguidos primero que nosotros se esfumaron también. Nos montamos en el carro para buscarlos.
Nos paramos al lado del océano, donde recogí una caja de municiones –tenía impresa varios números y “D.P.R. of Korea”- y nos devolvimos manejando hacia la carretera principal. Un número importante de hombres se habían reunido bajo una valla con la imagen de Khadafi y, en un modo festivo, similar al que encontramos en las afueras de Ajdabiya, estaban disparando sus armas al aire y cantando victoria. Varios de ellos arrancaban con sus manos la imagen de Khadafi, donde todavía quedaba visible una parte de su cara.
Los voluntarios se movían alrededor de la multitud ofreciendo jugos y pan cuando súbitamente un jet rugió sobre nuestras cabezas y soltó una bomba. Cayó justo detrás de los carros estacionados, a unos quince o dieciocho metros de donde nos encontrábamos, y levantó una gran nube de humo, vidrios y piedras. Todo el mundo corrió; Vi la bomba explotar. Increíblemente, nadie salió herido. Luego, horrorizados, todos los que estaban allí corrieron a sus carros y salieron disparados –hacia Brega, Ajdabiya, Benghazi. El parabrisas de nuestro carro tenía nuevas astillas en forma de telaraña, pero mis compañeros y yo estábamos ilesos. (Más tarde, de regreso en Bhengazi, escuchamos bombardeos en la distancia, lo que motivaba a los perror a ladrar).
En el último momento, en el medio del caos y del humo, unos pocos hombres comenzaron a cantar con ánimo triunfal, pero el mensaje que envió el jet, o su cuasi-fallo –lo que en realidad haya sido- tuvo efecto. Pude escuchar a alguien diciendo, “Maldita seas Khadafi, ahora vamos conseguir una zona libre de vuelos.”
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Texto publicado en el New Yorker
y publicado en español en Prodavinci con autorización del autor.
Despachos desde Libia: Suspenso en Benghazi, por Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson y sus despachos desde Libia.
Benghazi es una ciudad que está en el limbo y llena de rumores y, con Muammar Gaddafi manteniendo el poder en Trípoli, llena también de expectativas por el drama que se avecina. Pero la “revolución” de abogados, hombres de negocios y gente joven que desplazó al régimen de Gaddafi en esta ciudad durante la última semana, aún lucha por encontrar una voz coherente y generar un líder visible. Según el juez Abdel Hafiz Gokam, recientemente nombrado vocero del Consejo Revolucionario de la ciudad y primer miembro del nuevo Consejo Nacional interino de Libia, “esto no es consecuencia de la confusión, sino del proceso de consulta permanente”. La fuerza militar rebelde, mientras tanto, ha intentado recuperar las armas saqueadas por los ciudadanos de varias guarniciones militares para conformar un ejército y ‘marchar hacia Trípoli’.
Aparte de la atmósfera de fiesta que continúa a lo largo de la zona costera de la ciudad –donde los revolucionarios han establecido su carpa– Benghazi apenas funciona. Las tiendas y negocios, en su mayoría, están cerrados y hay poca gente en las calles. Los automóviles pasan por doquier a gran velocidad y, ocasionalmente, se escuchan las detonaciones de armas saqueadas y disparadas hacia el cielo, en aparente celebración por la reciente libertad (al común de los ciudadanos libios no se le permite poseer armas de fuego; mucho menos dispararlas). Es una ciudad en estado de suspensión: familias enteras pasan en carro de un lado a otro por la alcabala principal de uno de los chalet de Gaddafi, mirando atontados el lugar al que nunca hubieran podido entrar anteriormente.
La gente ha dibujado en las paredes la figura de Gaddafi en diversas formas insultantes, y con mensajes tanto en árabe como en inglés, dando rienda suelta a cualquier clase de improperio: “Gaddafi es un perro”, “un traidor”, “un agente” –en algunos de los graffitis, extrañamente, se dice que Gadaffi es un “agente” de los americanos, y en otros, de los israelíes–
Conduciendo ayer con un par de amigos al atardecer, nos acercamos a un grupo de niños de entre ocho y doce años de edad, quienes quemaban un auto en un estacionamiento mientras armaban un escándalo. No parecía como algo que hicieran normalmente; mientras esto ocurría, varios adultos los contemplaban sin exigirles que se detuvieran.
En el puerto, diversos ferris –griegos, argelinos y sirios– llegaron ayer para sacar de Libia a cientos de trabajadores indios, sirios y bangladesíes quienes habían reunido sus pertenencias para ser llevados en botes seguros fletados por sus respectivos países –todos excepto los desafortunados bangladesíes, quienes al parecer no gozan de una figura de autoridad que hable por ellos. Los bangladesíes permanecen ahora en el área abierta del muelle, observando con cierta tristeza el éxodo de sirios e indios, cuya partida nunca estuvo en duda (cuando la crisis termine, probablemente se origine una masiva escasez de mano de obra en Libia: los filipinos trabajan en los yacimientos petrolíferos y sus mujeres son enfermeras en el hospital; los bangladesíes trabajan en construcción y en oficios que no requieren experticia; los sirios, de quienes, como se dice, depende el kebab –pan de cada día– y la casas shisha).
El lunes en la tarde llegan noticias sobre un ataque aéreo contra un depósito de armas en el lado oeste de Benghazi. Como todo en esta ciudad, los detalles sobre el ataque son difíciles de confirmar. Algunos amigos fueron hasta la base militar donde soldados le confirmaron la noticia pero dijeron que fue más al Oeste, advirtiéndoles que no se acercaran porque allá había “bandidos”. Regresaron a Benghazi confundidos. Cuando intenté preguntarle a un oficial de las Fuerzas Especiales qué otra cosa se estaba planeando en las barracas de Benghazi más allá de simplemente esperar, adoptó una postura defensiva y sugirió que yo debía prestar un servicio público para los libios y que me fuera a buscar el “frente de combate”. Él, también, apuntó hacia el Oeste.
El martes, en una barbería, un hombre religioso y barbudo, entró al sitio y le extendió al barbero un volante instándolo a colgarlo en la pared. El barbero lo leyó en voz alta para sus clientes: era un llamado a la oración, invitando a la gente de Benghazi a congregarse en un estacionamiento cercano al puerto a las 3am del miércoles y sugirió que si se contaba con un buen quórum, la voluntad de Dios y el poder de sus oraciones podrían acelerar la destitución de Gaddafi e iniciar así la liberación de su país.
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Texto publicado en el New Yorker y publicado en español en Prodavinci con autorización del autor.
Traducción: Rubén Machaen (@remachaen)
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