Alfonso Betancourt || Desde el Meridiano 68
¿Cuándo Volverán?
Hay libros de amena lectura del pasado colonial venezolano. Uno de ellos es la “DESCRIPCION EXACTA DE LA PROVINCIA DE VENEZUELA” por José Luis Cisneros, natural del país y comerciante al servicio de la Compañía Guipuzcoana. Impreso originalmente en 1764, en 1950, bajo la dirección de Enrique Bernardo Núñez, el gran escritor carabobeño desaparecido, se reeditó para el enriquecimiento bibliográfico y divulgación del conocimiento histórico nacional.
José Luis Cisneros se refiere justamente a la provincia de Venezuela. Esto es, a una provincia de las siete que más tarde, a partir de 1777, se integrarían con un todo con el nombre de la Capitanía General de Venezuela para sentar, posteriormente con la declaración de la Independencia el 5 de julio de 1811 lo que sería la República de Venezuela como una unidad de provincias antes separadas e independientes unas de las otras.
Libro corto de páginas, de rápida y agradable lectura por la sencillez de su propia narrativa, nos describe con las limitaciones propias del conocimiento de la época, el relieve, clima, fauna, flora y las villas, ciudades o pueblos que forman la Provincia de Venezuela con los cultivos, riqueza ganadera y actividades de los habitantes así como el comercio, en lo que él, Cisneros, el escritor de la obra, es un hábil agente de comercio.
Caracas, como Capital de la Provincia que describe, centra en gran parte la atención del escritor, motivo por el cual, y en relación con la misma ciudad, intercalamos algunos párrafos que nos han parecido a propósito para revelar la abundancia de productos y los precios a que eran cotizados en contraste con la carestía actual de los mismos y los altos precios a que son vendidos. Veamos.
“Abastecen a esta ciudad de carne de Baca, que es la que se gasta: porque Carnero, nunca se pesa en las Carnicerías: los Llanos de la Villa de S. Carlos, Villa del Pao, Villa de Calabozo, y ciudad de S. Sebastián, que son todas de su Provincia, y es tanto lo que abunda (que abunda) (1), que un Novillo, o Baca, en ocasiones vale 8 reales de plata, y si está tan gordo que el Sebo pasa de cuatro arrobas, por cuatro Pesos se encontrará, quedando su Dueño muy satisfecho de la venta. Se comen regaladas terneras, buenos carneros y capones, y todo con abundancia. Entran Atajos de Cerdos, de las poblaciones del contorno, en grande abundancia. Pollos, Gallinas, Pabos y Patos.
De los Valles de Aragua, traen los Indios a Cuestas, innumerables porciones de Aves y Ganado menudo. Azúcar blanca y prieta abunda con exceso, de los muchos Ingenios y Trapiches, que tienen los Valles del Tuy arriba, Guatire y Guarenas. Todo el año se encuentra abundancia de frutas del País; y también Higos, Ubas, manzanas, Membrillos y Fresas, que se dan muy delicadas: Y aunque el cotidiano consumo de pan es de Maíz y Casabe, que produce el mismo terreno; también se coge en el Valle de Cagua riquísima Arina, de que se hace muy buen pan...
El Queso del País abunda tanto, que de ordinario venden una arroba de 25 libras, por ocho, o diez reales; y en ocasiones por menos. Entran a esta Ciudad muchas Requas de Mulas, cargadas de todos los Llanos de esta Provincia, en especial de la Villa de San Carlos, de la Ciudad de San Sebastián y Villa de Calabozo, donde hay Atos tan crecidos, que en un día hacen ocho o diez arrobas de Queso; por las calles, andan diariamente los Borricos cargados de Lomos, Lenguas, y Cecinas, y en la Plaza se encuentra el Tasajo a Real, y medio la arroba de veinte y cinco libras: Velas de Sebo, de Baca y Jabón es tan abundante, que de ello hacen Comercio con las Islas de Barlovento.
Fuente: Descripción exacta de la Provincia de Venezuela Por D. Joseph Luis de Cisneros
12 noviembre 2010
Alfonso Betancourt || El Meridiano 68
Así fue Venezuela
Leyendo a Gumilla, Humboldt y Codazzi, se añora a la Venezuela rica, abundante de recursos naturales que las cornucopias del Estado Nacional simbolizan. Bosques, ríos, fauna y flora, son tan copiosos en las descripciones del misionero, del científico y del geógrafo militar, que, al compararlos con la agonizante existencia en que actualmente discurren esos recursos, nos preguntamos si no llegará por fin un momento en la conciencia de los habitantes para no arribar a su completa destrucción. Si hojeamos a Codazzi en "Resumen de la geografía de Venezuela" nos maravilla con la descripción de una Venezuela cuya amplitud física territorial estimamos en millón y medio de kilómetros cuadrados, con variedad de climas, paisajes y relieves de múltiples facetas. Es el país cruzado por una ancha y larga red fluvial en la que los ríos son la vía de mayor desplazamiento de pasajeros, de carga y de movimiento comercial, cuando apenas sí se tenían caminos de recuas y una que otra carretera para los carros de mulas, coches y diligencias. Muchos de esos ríos hoy han desaparecido; otros han dejado de ser navegables por la merma de sus aguas y los más, están obstruidos por sedimentaciones, desechos y caramas que los inhabilitan como vías húmedas que, de ser dragadas y limpiadas, serían, junto a las carreteras y el ferrocarril que soñamos, la solución para los gravísimos problemas de transporte y tráfico de nuestros días.
De Humboldt ni digamos. Con que pasión se solaza en la narración de la tierra y sus pobladores pero, científico al fin, como analiza y experimenta para regalarnos esa joya que son sus "Viajes a las regiones equinocciales del nuevo continente" en la que Venezuela, con el primor de la abundancia en dones naturales, centra la curiosidad y el amor de este ilustre viajero. Pero en quien nos vamos a detener, incluso trascribiendo algunos párrafos de su famosa obra "El Orinoco ilustrado", es el misionero José Gumilla para deleitarnos saboreando la abundancia de esa Venezuela que fue. Leamos: "Para los meses en que el Orinoco esta crecido no usan los indios otra industria que de unos fieros garrotes, y otros más curiosos llevan sus lanzas: vanse a los llanos bajos, a donde alcanza la creciente cosa de una vara de agua; allá sale toda especie de peces a divertirse y a comer, como fastidiados de haber estado tantos meses en el cauce del río; allí se ven nadar entre la paja, y a todo gusto los van aporreando los indios, no como quiera, sino escogiendo: éstos gustan de bagres, aquellos de cachama, los otros de morocoto o payara, de todo, hay, y para todos con abundancia increíble... Pero la cosecha imponderable de pescado es en las lagunas grandes, a donde entran innumerables tortugas y bagres de dos y tres arrobas de peso; laulaos, de diez a doce arrobas; y sobre todo innumerables manatí, de veinte y treinta arrobas cada uno..."
No catire, me decía un llanero, pescar un valentón (el laulao a que se refiere Gumilla) ahora es muy difícil, contimás una vaca marina o manatí. Con decirle que he oído hablar de ella y que hubo muchas en el pasado, pero yo no la conozco. De esto hace cinco años. El llanero tendría treinta y vivía o vive cerca de la, margen izquierda del gran río. Pero sigamos con Gumilla... "pero es cierto que tan dificultoso es contar las arenas de las dilatadas playas del Orinoco como contar el inmenso número de tortugas que alimenta en sus márgenes y corrientes... A bien que la tarde está apacible, y todavía hay tiempo para ver, cómo todas las naciones y pueblos de los países comarcanos, y aun de los distantes, concurren al Orinoco con sus familias a lograr lo que llamo cosecha de tortugas porque no sólo se sustentan los meses que dura, sino también llevan abundante provisión de tortugas a la lumbre, e inmensa cantidad de canastos de huevos tostados al calor del fuego... También concurren multitud de tigres a voltear y comer tortugas, que realmente vuelven fastidioso el paseo y regocijo de los indios; y a la verdad, por más cuidado que pongan, cada año se comen los tigres algunos de aquellos pobres indios, que no tienen otro modo de ahuyentarlos de noche que con el fuego, que mientras arde espanta a los tigres..."
De esta proliferación de tortugas apenas si quedan las que han permitido la reproducción para que la especie no desaparezca y eso debido a medidas enérgicas de control.
De la multitud de tigres de que habla el autor y que también menciona Humboldt en sus correrías, cada día, para verlos o encontrarlos en su ambiente natural y no en los zoos o en los circos, hay que penetrar en las profundidades de la selva porque hasta en los hatos, donde eran comunes, se les ha perseguido y destruido sin contemplación y sin mirar en el grave peligro ecológico que significa su extinción.
Para terminar con estas reminiscencias, volvamos de nuevo a Gumilla con la cosecha de miel de abejas... "Es tanta la abundancia de enjambres, que no se halla palo hueco, de árbol ni rama cóncava donde no se halle colmena con abundante miel, la que sacan con facilidad, agrandando la puerta de las abejas, o derribando y rajando el tronco, sin temor de ellas, que no pican ni gastan el aguijón de las de acá; y así luego vuelvan, y se van a buscar otra rama seca. Es tanta la miel que recogen, que por un cuchillo venden los indios frascos de ellas después de espumada y colada; y todavía abundará más. Si una especie de monos pequeños o micos no persiguieran las colmenas..."
No hay comentarios:
Publicar un comentario