Hubo un suceso que marcó para siempre la vida de muchos Caraqueños y por los cuales se interesarían otros... Hace casi 41 años Caracas vivió una tragedia...
El Terremoto de Caracas el 29 de Julio de 1967
Era el 29 de julio de 1967 y Caracas estaba celebrando durante esa semana el cuatricentenario de su fundación, mientras, el reloj de La Catedral marcaba las 8:02 de la noche cuando un terremoto de 6,5 grados en la escala de Richter estremeció a toda la capital de Venezuela.
Unos 32 segundos fueron suficientes para dejar un balance de 300 víctimas fatales, más de 3 mil heridos y pérdidas materiales calculadas en 100 millones de dólares. El movimiento telúrico fue registrado por el Observatorio Cagigal, que señaló como su epicentro el Litoral Central, a
Pese a las pérdidas humanas y materiales generadas a partir de este terremoto, hubo algo positivo: este hecho marcó el inicio de las investigaciones sismológicas en Venezuela.
...
En el caso de Caracas, fue notable la destrucción total de cuatro edificios en la zona este de la capital: el Mijagual y el San José, en Los Palos Grandes; y el Neverí y el Palace Corvin, en Altamira, municipio Chacao.
«Durante el sismo de 1967 esto llamó mucho la atención y, a partir de ahí, se comenzó a estudiar el porqué de este fenómeno y se iniciaron las investigaciones para determinar las condiciones locales de cada sector que hacían que se amplificaran las ondas sísmicas», relató.
...
¿Qué nos hace vulnerables?
Venezuela está compuesta por una cadena de fallas que recorren mil
A esto se suma la falla Tacagua-El Ávila, de una extensión de
Todas estas condiciones hacen de Venezuela una zona de riesgo. Es por ello que Caracas, además de ser una zona con tendencia a sufrir temblores de importancia, también es una región donde ocurren con frecuencia colapsos de taludes y arrastres torrenciales generados por las lluvias
Sábado 29 de julio de 1967. 8:02 pm. Caraballeda
.
Myriam Sánchez de Páez-Pumar friega los platos en la cocina del penthouse de la Mansión Charaima, una lujosa residencia vacacional ubicada en La Guaira. Acaba de acostar a sus tres hijos, agotados después de un intenso día de playa: María Alexandra (dos años de edad), Alejandro José (un año) y María Elena (una bebé de sólo ocho meses).
Sin aviso, un crujido le interrumpe la vida. El piso del apartamento comienza a batirse. Myriam sabe que es un terremoto, pero la sacudida no la deja pensar. Su instinto le hace gritar a los pequeños que no se muevan, mientras se arrastra hasta la puerta del apartamento. Segundos después observa a decenas de personas huir hacia las escaleras para tratar de escapar de ese enorme barco de concreto a punto de naufragar, construido justo sobre la falla que esa noche expulsó una onda sísmica de 6,5 grados en la escala de Richter.
“El bamboleo era interminable. Sentí el impulso de correr y escapar por las escaleras, pero me di la vuelta para buscar a mis hijos y, de pronto, la luz se apagó“, recuerda Myriam. La mujer no resiste más y se desploma de boca sobre el piso y junto con ella se derrumban los cuatro pisos superiores de la Mansión Charaima.
Cesa el sacudón y todo se convierte en quietud, oscuridad y silencio. Myriam está sepultada bajo toneladas de cemento triturado, pero viva. Quedó atrapada en un espacio entre los escombros, con las 2 manos aprisionadas por una pesada viga de concreto. Le pide a Dios mucha calma para convertir su desesperación en serenidad, resignada a que su vida acabe con sólo 25 años. De pronto, algo la estremece: es la voz de su hija mayor, María Alexandra, quien pide ayuda. No puede verla, ni sentirla; sólo escucha su quejido y le responde para calmarla. De sus otros 2 hijos, ni un sonido.Un escalofrío le recorre el cuerpo.
El ingeniero Alejandro PáezPumar, esposo de Myriam, estaba saliendo de la planta baja de la Mansión Charaima cuando lo sorprendió el mismo ronquido de la tierra. “El asfalto comenzó a moverse como un mar picado. Los carros saltaban como peñeros, era impresionante. De inmediato pensé en mi familia, que estaba en el piso 10″, sentencia Alejandro.
Subió las escaleras como pudo, pero cuando llegó al piso 6 los escalones habían desaparecido. Salió del edif cio, se alejó unos metros y alzó la mirada para buscar explicaciones. En ese momento, Alejandro entendió que a la residencia le faltaban los cuatro pisos superiores: “Estaba al lado de Fernando Candiales, quien había sido el ingeniero residente de aquella obra, y no podíamos creerlo. La mitad del edificio había desaparecido“.
II
Sábado 29 de julio de 1967. 8:02 pm. Altamira.
Luken Quintana lleva cinco horas durmiendo en el apartamento 5-4 del edificio Palace Corvins, en la avenida principal de Altamira Sur. Estuvo toda la madrugada de parranda y está agotado. Debe descansar, porque esa noche tiene otro compromiso: una reunión en casa de Julio González, un amigo que vive en el edificio Mijagual de la 4ª transversal de Los Palos Grandes.
Luken es un joven estudiante de Derecho que vive con sus padres, pero ellos se fueron esa tarde al Centro Vasco de El Paraíso. “Ese día estaba solo en el apartamento y tenía miedo de quedarme dormido para la reunión. Así que le pedí a una amiga que me llamara por teléfono para despertarme justo a las 8:00 pm“, recuerda Luken. La compañera cumple, con un par de minutos de retraso.
Mientras cruza las primeras palabras por teléfono, Luken escucha un rugido lejano que crece hasta mover las paredes.
Responde a un instinto que lo impulsa a salir del apartamento. Abre el seguro con inusual rapidez y se lanza en busca de las escaleras, mientras las paredes se quiebran como si fueran galletas. Salta desde el 5º piso al 4º, al 3º, al 2º; hasta que siente una fuerte corriente de aire que le congela el cuello y un chaparrón de agua fría que cae sobre su cabeza. En ese momento, una de las torres del edificio Palace Corvins de Altamira se desploma por completo, justo a su lado; pero Luken no se entera.
Toda su inteligencia y su destreza física se concentran en un solo objetivo: sobrevivir.
Sale hasta la acera y se detiene en medio de la calle. Es allí, vestido sólo con una bata y un par de mocasines, que entiende lo que está ocurriendo: “Estaba todavía jadeando del cansancio y dominado por el pánico cuando, de pronto, vi a una mujer en un carro que gritaba desesperada: `¡Terremoto, terremoto!’. Entonces me di cuenta de que la torre de nueve pisos donde vivía con mis padres ya no existía; sólo quedaba una nube de polvo”.
Miles de cosas pasan por la cabeza de Luken en ese momento, pero tiene una única certeza: debe comunicarse con sus padres. Corre hasta el cafetín Copenhague, a media cuadra, y le pide al encargado un puñado de monedas para usar un teléfono público. Hay línea, pero no logra comunicarse con el Centro Vasco. “Allí entiendo que estoy medio desnudo en la calle“, recuerda. Resuelve irse corriendo a casa de su novia, a pocas cuadras, donde su suegro le presta un pantalón y una camisa.
En medio de su frenética carrera, Luken se acuerda de que esa noche, a esa hora, debía encontrarse con Alfredo Rojas para llegar a la reunión en casa de Julio González. Lo que no sabía es que Rojas llegó temprano al compromiso para ver el Miss Universo por televisión y que el edificio Mijagual, donde ellos estaban, también se desplomó durante el sacudón. En ese edificio quedaron enterradas aquella noche más de 40 personas, incluyendo a sus 2 amigos.
Una hora después del sismo, Luken está sentado frente a los escombros de lo que fue su apartamento. “Entendí que había perdido todo. No me quedaba ni un libro, ni un zapato, ni un mueble. Esa idea es brutal, pero no lo sentía tanto por mí, sino por mi padre, un inmigrante del País Vasco que había sufrido los rigores de la guerra e iba a tener que empezar de cero otra vez“, relata Luken.
Sus padres llegan al sitio, incrédulos ante el desastre, pero el joven trata de explicarles la proeza que había logrado en medio de la tragedia: ser el único sobreviviente del edificio Palace Corvins, donde esa noche murieron sepultadas, por lo menos, 24 personas.
III
Sábado 29 de julio de 1967. 8:02 pm. Macuto.
Antonio Guédez descansa en una casa humilde del sector La Veguita de La Guaira. Es bombero voluntario del Distrito Federal y esa noche se queda con su hijo Tomás Enrique, de cuatro años de edad.
Más dormido que despierto, Antonio siente un estruendo que apaga el televisor y las luces de la casa. El suelo se estremece, los muebles se tambalean. De inmediato entiende lo que ocurre. “Tomé a mi hijo en brazos, llamé a mi esposa y mis otros dos hijos que estaban en la casa y traté de salir a la calle por una ventana, pensando que era la puerta. Los nervios me confundieron. Cuando salimos, el movimiento cesó y todos los vecinos estaban afuera, sin explicarse lo que había pasado. Pero yo sí lo sabía: esa noche nos había sacudido un terremoto”, evoca Antonio.
Para su sorpresa, en el sector donde vive no hay mayores daños. Decide irse al cuartel central de los bomberos de La Guaira; pero se tropieza en la carretera con una de las unidades de emergencia. “Vete directo a la Mansión Charaima, que la cosa es grave“, le dice uno de sus compañeros.
Antonio era un bombero con pocos años de experiencia y no estaba preparado para ver el desastre en Caraballeda: los cuatro pisos superiores de la residencia vacacional ya no existían, decenas de personas deambulaban desconcertadas y el hotel Sheraton, ubicado enfrente, parecía una caja de cartón mojado a punto de desmoronarse.
Antonio se une al equipo dirigido por el teniente Marcos Salazar y participa en la primera maniobra de rescate: el desalojo de 11 personas que quedaron atrapadas en algunos pisos de la Mansión Charaima. Para ello se utilizó “La Jirafa”, un vehículo con una canasta metálica adosada a un enorme brazo mecánico; todo un alarde de tecnología de rescate que tenía sólo 5 meses en Venezuela.
Antonio permanece en Caraballeda hasta la mañana del domingo 30 de julio: atiende a los heridos, lleva a los sobrevivientes a zonas altas (esperando el temido maremoto, que nunca llegó) y ayuda a sacar cadáveres. A las 9:00 pm del domingo, se encuentra con otra sorpresa: el llanto de un niño entre los escombros de la Mansión Charaima, 24 horas después del terremoto.
Antonio ve a Alejandro PáezPumar diciéndole al equipo de rescate que ese llanto es de uno de sus hijos. Una débil pero certera señal resucita la esperanza.
La complicada operación de rescate en el lado oeste del edificio se detiene por un gran problema: nadie tiene una sierra para cortar concreto. Hay que esperar hasta la mañana del día siguiente, cuando la familia Páez-Pumar compra una de esas herramientas en la tienda Sears de Bello Monte.
Antes del mediodía comienza la cuidadosa excavación del túnel que, a final de la tarde, llega cerca del espacio donde están atrapadas Myriam Sánchez de Páez-Pumar y su hija, María Alexandra, quien tiene uno de sus pies atrapado entre las barritas deformadas de la cuna.
“El capitán Francisco Rosas, para entonces comandante de los Bomberos Marinos, me comentó que era casi imposible sacar a la niña en esas condiciones sin dañarle el pie. Estábamos muy consternados“, recuerda Antonio.
La tarde del lunes 31 de julio, los bomberos logran liberar a la niña de 2 años de edad con el pie destrozado, después de haber pasado 48 horas de agonía junto a su madre, quien logra salir 12 horas más tarde con graves lesiones en las manos. Pero todavía faltaba alguien: la niña que lloraba la tarde del lunes no era María Alexandra, sino María Elena, la bebita de 8 meses de la familia Páez-Pumar que quedó atrapada y sola entre los escombros del apartamento. Ella fue liberada la noche del martes, 72 horas después del terremoto.
Según el reporte oficial, en la Mansión Charaima murieron 28 personas, entre ellos el niño Alejandro José, el único miembro de la familia Páez-Pumar que no pudo salvarse de la tragedia.
IV
Sábado 29 de julio de 1967. 8:02 pm. San Bernardino.
Rodolfo Briceño, un joven estudiante de medicina en la Universidad Central de Venezuela, recién comienza su turno en la maternidad Santa Ana de San Bernardino. Camina por uno de los pasillos del centro asistencial cuando escucha un estruendo y el edificio queda a oscuras. Los gritos de los pacientes, los vidrios quebrándose y el rugido de la tierra lo desconciertan. Después de 35 segundos, cesa el sacudón. Rodolfo se reúne con varios médicos y comienza a chequear a las nerviosas parturientas, mientras piensa en su familia. Levanta un teléfono, pero no hay servicio. Tampoco hay tiempo: “Recuerdo que la angustia por el sismo provocó que, por lo menos, a una docena de mujeres embarazadas se les adelantara el parto. Como el edificio estaba sin energía, el equipo médico decidió recibir a más de 10 recién nacidos en la grama de los jardines de la clínica“, recuerda Rodolfo.
Una hora después, los médicos comentan que la emergencia real está en Los Palos Grandes. Rodolfo también es bombero voluntario, sargento segundo, y sabe que esa noche puede ser más útil con su uniforme azul que en la maternidad. Toma su vehículo, va a su casa en Bello Monte a verificar que su familia está bien y a las 10:15 pm, se reporta al recién inaugurado Cuartel Central de los Bomberos del Distrito Federal, en la avenida Fuerzas Armadas.
Dos horas después, los bomberos sentencian que la zona más crítica es el noreste de Caracas, donde se habían desplomado cuatro edificios: el San José y el Mijagual en Los Palos Grandes, además del Neverí y el Palace Corvins en Altamira. Otras 30 estructuras en esa zona estaban a punto de colapsar. También hay unidades trabajando en La Guaira, en los alrededores del hotel Macuto Sheraton y en la Mansión Charaima. Algunas pequeñas casas y locales comerciales también colapsaron al noroeste de Caracas, entre La Candelaria y La Pastora.
Rodolfo se queda en la comandancia de los bomberos y arma un puesto de atención primaria: “Aquella noche entendí que la suerte es tu mayor aliada durante un terremoto. Auxilié a un joven de 30 años que llegó herido de San Agustín y quedó cuadrapléjico. Había seguido la instrucción básica: cuando comenzó el sismo, salió de su casa y trató de alejarse de la estructura; pero un ladrillo le cayó justo en el cuello y le desbarató la médula. Sin embargo, su familia se quedó dentro de la casa contra toda indicación y no le pasó nada. Es impredecible”.
V
Sábado 29 de julio de 1967. 8:02 pm. Autopista Francisco Fajardo.
Nelson Rodríguez Lamela maneja de regreso a su casa por la autopista. Quiere descansar porque en sólo horas debe abordar un vuelo rumbo al Medio Oriente junto con su compañero de aventuras, Oscar Yánez. Habían hecho todos los preparativos para hablar con los generales israelíes que tomaron la península del Sinaí un mes antes, durante la Guerra de los Seis Días.
Nelson es un especialista cubano en asuntos de televisión, el camarógrafo más experimentado de Venevisión y el único en Venezuela que tiene una cámara portátil de 16 mm.
Nelson casi no siente el estremecimiento de la tierra mientras conduce, hasta que ve la desesperación de la gente corriendo por las calles. Al caer en cuenta de que es un terremoto, se va al canal para encontrarse con Yánez y buscar el equipo que ya había embalado. El viaje a Egipto se suspende.
Cuando llega a la televisora, se topa con un técnico japonés llamado Toshibo Ueno, arrodillado frente a la antena de Venevisión en La Colina, diciendo: “No se cai, no se cai, no se cai”. El asiático había instalado la torre esa semana y rogaba no perder su trabajo.
Nelson se mete con Yánez en un carro y comienzan el recorrido por el este de Caracas. Se topan con los restos del edificio Mijagual y se encuentran a Petra Benítez, una señora que sobrevivió al derrumbe porque tendía ropa en la azotea del edificio. La pesada cámara no estaba lista y perdieron el testimonio. Después se enteraron de que en ese mismo edificio estuvo a punto de ocurrir una mortandad política: allí fallecieron dos dirigentes de Copei (Alfredo Rojas y Julio González) y casi quedaron enterrados también los principales líderes de Acción Democrática, lo que no sucedió gracias a que el vuelo en el que llegaba Gonzalo Barrios esa noche se retrasó y se suspendió una cena prevista en casa de Rubén Carpio Castillo.
Entre los restos del edificio San José, Néstor graba la imagen del cuerpo de un niño aplastado por los escombros, que luego daría la vuelta al mundo. Hace lo mismo en las adyacencias del edificio Neverí de Altamira y del Palace Corvins.
Aunque en el currículum de estos dos periodistas figuraban la cobertura de guerras y desastres naturales, era la primera vez que una tragedia como esa les tocaba de cerca.
Al final de la madrugada recorren el oeste de la capital, en la mañana van a La Guaira y después de 12 horas de trabajo llegan a una conclusión: el terremoto se ensañó contra los ricos. En zonas populares hay pocos daños y la gente no tiene conciencia de lo que pasó. “Nos daba coraje ver a las personas haciéndose retratos sobre los escombros, caminando indiferentes a la tragedia. Muchos curiosos en todas partes impedían el trabajo de los rescatistas. La mayoría de los caraqueños no entendía la magnitud de lo que había pasado; entonces decidimos llevar la muerte a las casas de la gente”, recuerda Nelson.
Rompieron las reglas y montaron un crudísimo programa de una hora titulado “La horrible cara de la tragedia”, que se transmitió sólo 24 horas después del terremoto, a las 8:00 pm del domingo. Por primera vez, la televisión transmitió el drama de una tragedia que tocaba a los ciudadanos muy de cerca.
Tuvieron problemas con directivos de Venevisión, un proceso disciplinario en el Colegio Nacional de Periodistas y críticas generalizadas. 40 años después, Néstor reivindica el programa como un hito para el periodismo venezolano. “Hay un antes y un después de esa transmisión. Le abrimos los sentidos a la gente con equipos que eran un alarde de alta tecnología. Hicimos historia”.
"Las estadísticas nos dicen que podemos preocuparnos por la ocurrencia de un sismo en Caracas"
Carlos Genatios asume la hecatombe japonesa como una oportunidad, si no para alarmar, sí para despertar conciencia sobre la forma de sortear la inevitabilidad de los terremotos y aminorar al máximo sus efectos, a veces devastadores y más aún en países donde impera la pobreza. Doctor en Ingeniería Estructural y Sismo Resistente, Genatios cultiva una sensibilidad, que más allá del aspecto científico técnico, le permite una comprensión global de los fenómenos naturales A punto de ingresar a la Academia de la Ingeniería y el Hábitat, Genatios advierte sobre la relativa proximidad de un sismo en Caracas o la zona central del país, a la espera de que el alerta saque al país de la pasividad cuando se trata de
adelantarse a las catástrofes.
-¿Puede ocurrir en Caracas un terremoto de la magnitud que tuvo el de Japón?
-En Venezuela la amenaza sísmica no llega a las magnitudes del terremoto en Japón, ubicado en zonas del Pacífico donde suelen ocurrir este tipo de eventos. Los sismos de mayor magnitud registrados en el país están por el orden de los 7 grados, semejantes al ocurrido en Haití el año pasado. Pero un sismo de 8.9, como el de Japón, es difícil de imaginar.
-¿No serían infinitamente mayores los daños aquí en Venezuela?
-Para que ocurra un desastre necesitas la confluencia de dos elementos: la amenaza sísmica y la vulnerabilidad urbana, social y estructural. En Venezuela, si bien la amenaza no es tan grande como en Japón, la vulnerabilidad es mucho mayor. Entonces las consecuencias pueden ser iguales o peores.
-¿No se trata, en el fondo, de un problema global de desarrollo?
-El primer elemento de la vulnerabilidad es la pobreza. Entendida esta no sólo desde la perspectiva económica, sino también como un problema del tejido social del país. Es decir, la educación, la capacidad de desarrollo de los ciudadanos y de las instituciones se estremecen cuando ocurre un sismo y por ahí sale a relucir la vulnerabilidad del sistema.
-¿Es imposible establecer políticas preventivos sin resolver problemas estructurales como la pobreza?
-Se pueden tomar medidas, pero para construir una solución debes actuar en todos los órdenes: en la integración de los sistemas educativos, de salud, de emergencias, de acueductos y cloacas, de vialidad, de la organización de las comunidades. Y allí el riesgo es un elemento transversal que debe atender todos esos sectores. Se requiere también sectores de punta que hagan la investigación y garanticen que las casas y edificios soporten los terremotos y se apliquen las normativas necesarias.
-Todo un programa de Gobierno.
-El problema fundamental es que más del 50% de la población habita en viviendas autoconstruidas que son, o han sido, ranchos y por tanto desprovistas de elementos resistentes que les confiera seguridad par resistir el impacto de un terremoto.
-Pero en el terremoto de 1967 la mayor parte de las afectaciones se produjeron en sectores de la clase media, básicamente edificios.
-Varias razones lo explican. Primero, el del 67 no es el sismo más importante que uno pueda esperar en Caracas. Podrían ocurrir sismos de mucha mayor magnitud. Luego, la ocupación de los sectores populares de Caracas era muy distinta y ocupaban terrenos que no eran tan inestables como ahora. No existía la actual extensión de barrios de ahora, la mayoría de los ranchos era de un piso y éstos se consideraban como una vivienda de transición porque mucha gente accedía a residencias más sólidas. Hoy las casas de los barrios pueden llegar a tener hasta 8 pisos. Se han convertido en una forma de vida e incluso de subsistencia (alquiler).
-¿Qué pasaría, entonces, si ocurre un sismo de la misma magnitud del 67?
-Puede ser mayor que ese, o menor, pero un sismo como el del 67 tendría consecuencias muy graves. Caería una gran cantidad de ranchos. Creo, guardando las distancias, que debemos vernos en el espejo de Haití. Afortunadamente no estamos tan mal. Casi la mitad de nuestra población reside en viviendas en cuya construcción se han incorporado una serie de elementos técnicos que evitarían o mitigarían daños a la hora de un movimiento sísmico. Pero podríamos tener una catástrofe en Caracas y otras ciudades del país si ocurre un sismo importante. Y no sólo caerían los ranchos, sino que sería imposible sacar gente que quede atrapada porque carecemos de una vialidad, en los barrios, que permita el desplazamiento de grúas y ambulancias. Así, escucharíamos, impotentes, el quejido, que se iría apagando, de gente que quedó atrapada entre los restos de las viviendas.
-En otras palabras, no estamos preparados para un evento de esa naturaleza.
-No estamos preparados y si poseemos algunos elementos, aún se impone la vulnerabilidad social, la pobreza, la división social y la falta de programas para superar estos males. Creo, sin embargo, que se es posible la reurbanización de los barrios, la dotación de servicios, el desalojo de las zonas de mayor vulnerabilidad y la organización de las comunidades.
-¿Se puede medir el daño que se genere según el grado de magnitud de un eventual sismo?
-Existen mecanismos de simulación que permiten señalar los primeros ranchos en caer en función de la magnitud del sismo y en qué zonas.
-¿Cuáles son esas zonas?
-En todos los barrios observamos zonas peligrosísimas, pero hay sistemas utilizados en otros países que se adaptan a las características del país. Nosotros hemos desarrollado algunos modelos que se le pueden entregar a las alcaldías para que puedan hacer evaluaciones en función de la calidad de las viviendas y sea posible detectar, en los barrios (Petare, oeste de la ciudad), las viviendas más vulnerables. En Venezuela eso no se ha hecho. Tenemos los modelos, pero el trabajo evaluativo de los sectores populares está por hacerse.
-¿Quién debe hacerlo?
-Las alcaldías deben llevar adelante esos proyectos en coordinación con un organismos del Gobierno central. Pero aquí nos topamos con el conflicto entre las instituciones. Cuando un Gobierno central pretende asumir todas las funciones, es imposible resolver este tipo de problemas. El poder central puede crear condiciones y desarrollar los principales programas, pero luego debe trabajar con todas las alcaldías porque en cada una de éstas debe haber un programa de manejo de riesgo.
-¿No existe la menor posibilidad de predecir la ocurrencia de un sismo?
-Eso es imposible. No hay manera de saberlo todavía. Quizás algún día la ciencia logre captar algunas variables dirigidas en ese sentido. Pero no son consistentes los esfuerzos que se han hecho de predicción sísmica. En China hubo alguna predicción acertada, pero no lograron repetir la experiencia. No hay tecnología para eso.
-Las previsiones a veces no funcionan y ni en Japón pudieron evitar que el sismo afectara una central nuclear.
-No se puede saber el momento de la ocurrencia del sismo, pero hay mecanismos probabilísticos para estimar las magnitudes de los eventuales sismos. Así, a medida que pasa más tiempo, se incrementa la probabilidad de ocurrencia y aumenta la probabilidad de un sismo de mayor magnitud.
-Entonces lo menos malo sería que el sismo ocurriera lo más pronto posible.
-Mientras ocurran sismos de menor magnitud se produce disipación de energía y se evitan los terremotos mayores. En Caracas, a 44 años del sismo del 67, podemos pensar que hay condiciones para que ocurran sismos importantes. Cuando uno estudia las estadísticas, las probabilidades de sismos y las leyes de recurrencia, (que nacen de toda la acumulación de información sobre la materia), puede preocuparse por la ocurrencia de un sismo importante, hoy, en Caracas o en la región central.
-¿Qué magnitud merece el término "importante"?
-Tú no puedes decir de qué magnitud, ni en qué lugar ocurrirá, pero ya ha pasado suficiente tiempo sin que se registre un sismo importante, tanto en el oriente, como en la zona central y los Andes. Puede ser de pequeña o gran magnitud, pero lo más probable es que ocurra en zonas cercanas a los sistemas de fallas fundamentales del país.
"Los terremotos son incontrolables y hay que vivir con ellos, entender que hay zonas más vulnerables que otras y trabajar en la prevención para que las cosas se hagan lo mejor posible. El de Japón es el quinto de mayor magnitud desde 1900. Es decir, en los últimos 100 años ha habido cuatro más importantes. El más intenso (9.5) ocurrió en Chile Y hacia atrás, siglos XVII y XVIII, también los hay más fuertes.Sólo que estos sismos ocurren en la placa del Pacífico, que es la más grande del mundo".
-Llama la atención la serenidad con que los japoneses enfrentaron el sismo. Y uno no sabe si es que eso forma parte de su naturaleza u obedece a un proceso educativo que les dice como comportarse en emergencias.
-Ellos tienen un entrenamiento continuo. Ensayan por donde deben salir, conocen las zonas de resguardo y de menor vulnerabilidad. Saben, también, donde están sus hijos y si el sismo ocurre a las 10 de la mañana tienen la seguridad de que en la escuela donde se encuentran los maestros sabrán cómo actuar.
-Más allá del Tsunami, que provocó destrozos, el terremoto no produjo derrumbes masivos de edificaciones.
-Es posible que más adelante los veamos. El impacto del tsunami es más llamativo, pero es obvio que las consecuencias de estos eventos resultan menores en Japón que en otros países. No en balde es el país menos vulnerable del mundo para atender sismos.
-Si estaban preparados para el terremoto parece que no lo estaban tanto para el tsunami.
Eso es tremendo y debemos reconocer que hay cosas que no conocemos. La preparación para enfrentar estos eventos naturales debe ser más exigente cada día y al mismo tiempo saber cuál es la dimensión del ser humano ante estos fenómenos.
1 comentario:
Excelente artículo, muy completo y buenisima la recopilación de todos los testimonion. Felicidades!
Publicar un comentario