Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 28 de abril de 2013

La verdad cruda que enfrentamos los venezolanos (Parte III)


La espeluznante elocuencia de un episodio

La vergüenza del funesto 16 de abril, heraldo de un mensaje que debería causar pavor y repulsa

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ELÍAS PINO ITURRIETA |  EL UNIVERSAL
domingo 21 de abril de 2013  12:00 AM
Han sido días cargados de sensaciones, de mensajes y conductas de todo tipo, un bombardeo capaz de conmover a los más indiferentes. Es difícil detenerse en uno solo de esos pormenores a través de los cuales se refleja la realidad que nos conmina con sus tirones implacables, pero apenas uno de ellos, en términos singulares, me ronda en la cabeza y se niega a desaparecer. No puedo borrar su impacto debido a que lo considero capaz de reflejar la redondez de una situación experimentada en términos generales. Los lectores seguramente atesorarán el recuerdo de otro tipo de contingencias, no es para menos en medio de la crisis que sufre la sociedad. Pero supongo que, como en mi caso personal, partiendo de la manera descarnada que tuvo de mostrarse no han dejado de advertir la conducta que paso a considerar como un camino para la comprensión del todo.

Me persigue, en efecto, la escena protagonizada el día 16 del presente mes por el presidente de la AN, ciudadano Diosdado Cabello, frente a los diputados de la oposición. Para que ejercieran su derecho de palabra, resolvió que antes debían responder una insólita pregunta. "¿Reconoce usted a Nicolás Maduro como presidente legítimo de la República?" Esa fue la demanda. De la respuesta dependía que los miembros del Parlamento que se sientan en las curules de la oposición, ejercieran la representación del pueblo que los eligió. Los interrogados se quedaron atónitos, paralizados ante la inesperada inquisición. Jamás en la historia de Venezuela, pero quizá tampoco en el depósito de sus recuerdos de situaciones sucedidas en los anales de los países democráticos, se habían enfrentado ante un desafío de semejante índole. No reaccionaron a cabalidad ante el requisito, quizá por imaginar el predicamento de verse, antes de tomar el micrófono, postrados como penitentes ante el juez que los retaba, pidiendo ante el confesionario el perdón del pecado de las macabras dudas que inocula la serpiente de la autonomía de la razón, o el curioso ojo que, de tanto mirar, cae en el yerro de descubrir lo que le está vedado. Pero los paralizados no fueron los diputados únicamente, sino también todo el que pudo presenciar una afrenta así de gigantesca, un agravio tan desmesurado de los principios elementales del republicanismo que, tal vez por elemental recato, ni siquiera llegó a desembuchar en su época -vergüenza ante oídos ajenos-, un sujeto como Eustoquio Gómez.

¿Quién le da autoridad al presidente de la AN, para cercenar los derechos de los diputados? Ninguna fórmula proveniente de la legalidad. ¿A cuáles principios puede acudir para llegar a la demasía? Ni siquiera en el caso de que el candidato a quien custodia hubiera obtenido una clamorosa victoria, puede encontrar fundamento su atropello. Muchos menos cuando, partiendo de la observación de los hechos sucedidos en el proceso electoral, existen fundadas dudas sobre sus resultados. ¿Por qué ignora a los votantes que eligieron a los parlamentarios cuya voz impide ahora? Porque le da la gana, simplemente, porque tiene la voluntad de arrebatar como Jalisco; porque, si no, te atienes a las consecuencias y punto. Sea como fuere, únicamente la arbitrariedad y la prepotencia de quien cambia las regulaciones por el capricho y el entendimiento de la realidad por los intereses de la facción que representa, permiten explicar el episodio. El hecho de que actuará así el ciudadano Cabello, a la vista de todos, en el seno del Parlamento y como parte de una situación de violencia que condujo a la agresión física de dos representantes de la oposición, señala el rumbo de oscuridad y salvajismo por el cual se pretende conducir a la sociedad.

Ningún diputado de su bancada lo llamó a la cordura. No se sabe de nadie del gobierno que objetara el atrabiliario proceder. "Así es que se gobierna", han dicho algunos. ¿Por qué? El ciudadano Nicolás Maduro hace lo mismo desde el 14 de abril. Los dos, pero también toda la cúpula del PSUV, en lugar de entender los cambios sucedidos en la sociedad, en lugar de sentir cómo se les escurre de los dedos el capital político que amasaron en los últimos lustros, en vez de preocuparse por el derrumbe de lo que en la víspera parecía una fortaleza, en vez de mostrar cautela ante el estrago que han provocado, en vez de buscar las maneras para salir de un evidente estado de postración y precariedad que no sólo les incumbe a ellos, sino a toda la colectividad, proclaman la bendición de una voluntad popular que no los asiste de veras y la detestación de quienes se han atrevido a proponer senderos distintos. Para ellos el 14 de abril no pasó nada, que no fuera la ratificación del proyecto político iniciado por el desaparecido presidente Chávez. Para ellos la sociedad no clama ahora por la modificación de su rumbo, sino, llena de felicidad socialista, por dejar las cosas según han estado en los últimos quince años, en las mismas manos pulcras y eficaces contra cuya permanencia atentan los mandamientos del odio. Por eso los diputados de la oposición no pueden hablar, sin jurar antes por las bondades de la revolución, pero tampoco los ciudadanos comunes y corrientes. Por eso se anuncian cárceles y represalias masivas que apenas se habían perfilado en los últimos tiempos, pero que solamente esperan la señal de los jefes para formar parte de la rutina. De lo contrario nos hubiéramos ahorrado la vergüenza del funesto 16 de abril, heraldo de un mensaje que debería causar estremecimientos de pavor y repulsa. 

eliaspinoituhotmail.com

La incertidumbre, la nausea y la crispación

No debemos mirar como hechos aislados lo que desfila frente a nuestros ojos atónitos

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ELÍAS PINO ITURRIETA |  EL UNIVERSAL
domingo 28 de abril de 2013  12:00 AM
La pasada semana tratamos de mirar el precipicio nacional a través del episodio protagonizado por el presidente de la AN, quien pedía a los diputados de la oposición el reconocimiento de la investidura del ciudadano Maduro como requisito para el posterior ejercicio de sus derechos de palabra. Era una tropelía suficientemente elocuente, se pensó entonces, para diagnosticar con alarma la situación que comenzaba a vivir el país después de un debatido y todavía confuso proceso electoral. Hoy, por desdicha, ese episodio insolente no es único. Fue pionero de otros que se pudieron ahorrar sus ejecutores, sucedidos después y que no debían manifestarse en medio de una incertidumbre cuyos riesgos, en lugar de aconsejar el recrudecimiento de las pasiones, debían orientarse hacia la búsqueda de tranquilidad. Tales hechos no sólo importan debido a que se han expresado a través de numerosos voceros de los altos poderes del Estado, sino también por su manera de ultrajar los principios elementales del republicanismo que la sociedad ha reconocido como fundamentales e imprescindibles desde los tiempos de la Independencia.

Conviene detenerse en algunos de esos sucesos, para mostrar a través de evidencias concretas el fundamento de lo que ahora se escribe. Seguramente nadie ha escapado del impacto que pudieron causar, en algunos casos en términos favorables, pues no han faltado los venezolanos a quienes ha entusiasmado la conducta de quienes los representan, pero no hay que perder la ocasión de recordarlos cuando se experimenta una sensación de befa llevada hasta la procacidad que obliga a llamar la atención sobre sus consecuencias. La persecución de los empleados públicos, en primer lugar, anunciada a los cuatro vientos como si debiera generar orgullo, en lugar de vergüenza. La condena de las ONG, después, en medio de una campaña de descrédito que sólo pueden llevar a cabo los regímenes totalitarios. El anuncio de represalias contra el candidato de la oposición, también, a quien se acusa de manera temeraria de delitos en los que no está involucrado y sobre cuya existencia sobran las dudas. La campaña, corolario de la conducta anterior, en torno a la multiplicación de unos hechos de violencia llevados a cabo por manifestantes de la oposición, en torno a cuya ejecución se aportan pruebas amañadas o susceptibles de larga y fundamentada discusión. La represión de las multitudes que protestaban ante las sedes regionales del CNE, por último, que ha reproducido situaciones de tormento y dolor que parecían superadas. Quizá escapen otros pormenores de la misma ralea, otros engendros capaces de llenar de alarma, pero los señalados parecen suficientes para provocar, después de un largo y sacrificado proceso de evolución republicana, nauseas justificadas.

No han sido voceros subalternos del oficialismo, ni funcionarios de segunda, los responsables de semejantes conductas. Si ya sería motivo de suficiente preocupación que los cuadros medios y los acólitos del montón estuvieran en eso, la calidad y la representatividad de quienes los conciben y promueven permite el cálculo preciso del desmán. Hablamos de ministros viejos y nuevos, de gobernadores de estado, de burócratas conocidos en las regiones, de oficiales de las Fuerzas Armadas, de figuras célebres del Parlamento, de plumarios de diversa ralea, de una campaña puesta en marcha desde VTV y aun del propio ciudadano Nicolás Maduro, quien ha propalado en sus discursos la existencia de una conspiración contra el régimen partiendo de la cual avala los excesos del funcionariado, la necesidad de una depuración de la sociedad y el apartamiento violento de quienes tuvieron la osadía de no votar por su candidatura. Los procesos electorales, de acuerdo con la reglas elementales de la democracia, tienen el propósito de encontrar soluciones apacibles a los problemas del común, caminos concertados en términos civilizados y pacíficos, diálogos sustentados en el cálculo de las fuerzas que se toparon y descubrieron en las urnas; pero, de acuerdo con lo descrito, en esta ocasión desembocan en lo contrario, en un teatro de crispación que puede tener consecuencias terribles que, de sólo imaginarlas, producen grima.

Desde 1810 está Venezuela peleando contra tales actitudes, contra tales aberraciones. Desde 1810 o, un poco más tarde, desde 1830, no han faltado respuestas de nausea y aprensión ante eventos capaces de producir una crispación general de la cual sólo se pueden esperar corolarios nefastos. Todo lo descrito tiene antecedentes, indecorosos y gloriosos. De polvos viejos nacen lodos nuevos, pero también carreteras buenas para un tránsito feliz. Los totalitarismos tejen la madeja de su hilo desde antiguo, pero también los artífices de la democracia. No pocas veces se ha enfrentado la sociedad a la impudicia de los mandones y, con suerte varia, ha tratado de salir del trance. No estamos viviendo nada nuevo, en esencia, sino la insistencia de la opresión con el disfraz ofrecido por el presente. Se trata ahora, por lo tanto, de ver otra vez de a cómo nos toca. Si la historia es una hazaña de la libertad, como dicen los especialistas en el rastreo de la memoria colectiva, hoy se experimenta, con los rasgos y las influencias propias del tiempo correspondiente, la que incumbe a nuestra generación. No debemos mirar como hechos aislados lo que desfila frente a nuestros ojos atónitos, sino como partes de un proceso en el que, por fortuna, podemos ofrecer testimonio y compromiso. 

eliaspinoitu@hotmail.com

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