BRASIL Y COLOMBIA, LA DEBACLE
Antonio
Sánchez García | octubre 11, 2016 |
Pocas veces se nos permite vivir en tan corto lapso cambios tan
profundos y determinantes como los que comenzáramos a vivir cuando, a la muerte
de Kirchner y de Chávez, comenzara a desfondarse la barcaza de asalto de las
fuerzas de ocupación política neo castristas. Más asombroso es la absoluta
miopía de nuestros líderes políticos, absolutamente inconscientes de las
torrenteras de descrédito y desprestigio que corrían bajo los pies de la
Rousseff y de Lula, mientras ellos los alababan como maestros del futuro.
Antonio Sánchez García @sangarccs
Colombia y Brasil, nuestros dos grandes estados fronterizos, vivieron este
domingo 2 de octubre – y es bueno consignar la fecha, pues sabe a historia –
dos revolcones políticos de inmenso significado para el futuro de la región: en
Colombia fue derrotada la propuesta de Juan Manuel Santos y Timoschenko, en
nombre del establecimiento político y empresarial dominante en Colombia, cuidadosa
y largamente apadrinada por la tiranía cubana bajo la buena pro de todos los
poderes fácticos, políticos y mediáticos del mundo – de Washington al Vaticano
y del New York Times a El País, de España – que cerraba más de medio siglo de
una cruenta, sangrienta y espantosa guerra de guerrillas guevaristas que
pretendieron infructuosamente implantar un régimen castrocomunista en Colombia.
A las sombras y brumas de la cual, se montó la principal fuente de cultivo y
preparación de cocaína del mundo, se asedió a Venezuela, al Caribe, a
Centroamérica y a los Estados Unidos y se impidió sistemáticamente toda
estabilización social y política de la región. Un cáncer de largo aliento que
los colombianos debieron cargar a sus espaldas como una joroba de maldiciones,
fraguando hamponato, criminalidad y violencia que tuvieron, obvio es
reconocerlo, una devastadora influencia sobre la clase política colombiana.
Tras
un cuidadoso montaje de cuatro largos años de duración, Raúl Castro pudo
mostrarse al mundo como un factor de equilibrio y manejo de grandes áreas de
conflictos en América Latina. Con dos saldos a su favor que bien hubieran
podido coronarlo como el nuevo Kissinger del Caribe: haberse ganado el respaldo
y el reconocimiento de Barak Obama y del Papa Francisco, sin aflojar ni en un
milímetro las riendas de la tiranía que controla con la fiereza de Heinrich
Himmler, surfeando las olas que derrumbaban, simultáneamente, el más
importante logro de su reinado, con el que superara de lejos a su hermano mayor:
el kirchnerismo y el lulismo, apartados de un manotazo puede que para siempre
jamás. Si es que en América Latina, los jamaces tienen algún significado.
Fue
el otro sismo de dimensiones apocalípticas que repercutió del otro lado del
Amazonas mientras en Colombia Álvaro Uribe y Andrés Pastrana se refregaban los
ojos para ver en toda su magnitud la insólita, inesperada y resonante victoria
obtenida en las urnas: el pueblo colombiano no avaló un acuerdo que más que un
acuerdo era una recompensa a la crueldad y la infamia con que las guerrillas
torturaron durante más de medio siglo a los colombianos. En Brasil,
simultáneamente, el lulismo perdía un 90% de un respaldo que hace tan solo un
año ni el más afiebrado de los analistas políticos hubiera podido siquiera
imaginar.
Lo
que comenzara como mera averiguación por supuestos casos de corrupción terminó
por derrumbar la costosa estantería política montada en La Habana
inmediatamente después de la caída del Muro y el derrumbe de la Unión Soviética
y el bloque socialista. Ni el PT, ni Dilma Rousseff ni Lula pudieron asomarse a
ver lo que estaba sucediendo. Antes de advertirlo, eran arrastrados corriente
abajo por la riada de la indignación, el desprecio y la furia. Este domingo,
además de desaparecer como potencia política de la administración de alcaldías
y gobernaciones – les restó una sola gobernación, marginal y sin ninguna
importancia – mientras los dos símbolos del lulismo y los nuevos tiempos del
neocastrismo en América Latina, la gobernación del Estado de Sao Paulo y de la
ciudad natal del líder petista, pasaban a manos del PMDB, principal
beneficiario del terremoto brasileño.
Pocas
veces se nos permite vivir en tan corto lapso cambios tan profundos y
determinantes como los que comenzáramos a vivir cuando, a la muerte de Kirchner
y de Chávez, comenzara a desfondarse la barcaza de asalto de las fuerzas de
ocupación política neo castristas. Más asombroso es la absoluta miopía de
nuestros líderes políticos, absolutamente inconscientes de las torrenteras de
descrédito y desprestigio que corrían bajo los pies de la Rousseff y de Lula,
mientras ellos los alababan como maestros a futuro. Duele y pesa como una losa
que mientras América Latina se sacude sus telarañas – y ya vienen los casos de
Chile, Bolivia y Ecuador, que terminaran en sendas palizas a la Bachelet, a Evo
Morales y a Rafael Correa – la clase política venezolana siga buscando tréboles
de cuatro hojas y deshojando la margarita. Hay maneras y maneras de caer consumidos
por la decadencia.
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